Summary: Dios es el que nos define. Somos creación y somos imagen. Lo mejor es confiar en Su definición de nuestras vidas.

Allá en la casa tenemos como tres espejos de cuerpo completo, sino es que más. No sé como pasó, pero el caso es que ahí están. Uno está en el cuarto y cuando termino de vestirme para salir, me doy una última revisión para ver si hay algún detalle fuera de lugar.

Siendo sincero, no siempre estoy muy conforme con lo que veo, pero ese espejo me da un reporte bastante preciso de la realidad.

Saliendo de mi cuarto, me encuentro de frente con otro espejo que siempre me asusta cuando me veo en él, porque tiene cierta distorsión que te hace ver más ancho de lo que estás en realidad y casi paso corriendo para no verme allí.

Ah…pero cuando quiero sentirme muy bien conmigo mismo (aunque quizá no siempre debería), voy al espejo que está en el cuarto de mi hija. Ese me encanta, porque ese espejo tiende a alargar tu cuerpo y visualmente te ves como cuando me casé hace 32 años.

¿Qué espejo escogerías para tu cuarto? Tengo que confesar que a veces me gustaría hacer un intercambio de espejos con mi hija, pero la verdad eso implicaría vivir engañado y fuera de mi realidad. Y eso es bastante malo, pero sería peor aun porque sería un autoengaño. Cuando te autoengañas te niegas a ver la realidad y la verdad evidentes y te aferras a mentiras que solo van a arruinar tu vida.

Este mes iniciamos la nueva serie: “autoengaños” en la que estaremos explorando ciertas ideas y propuestas comunes de la cultura sin Cristo en nuestros días y que pueden parecer muy apelantes a todos los que vivimos en el mundo, pero que resultan ser distorsiones de la verdad de Dios y posturas que nos desvían del camino de la verdad de la Palabra del Señor.

Son autoengaños porque decidimos creer los postulados básicos de estas mentiras y nos alejan de la verdad revelada en la Escritura, llevándonos a un espiral descendente que va enredando nuestras vidas.

Oramos para que la luz del evangelio resplandezca en nuestros corazones para llevar nuestro pensamiento cautivo sólo a los pies de Cristo y podamos abandonar toda idea de la cultura humana que nos aleje de la verdad del Señor.

Hoy comenzamos considerando el autoengaño de la autodefinición. En el mundo posmoderno se exalta como verdad que no existe verdad absoluta, que no existe esencia, que no existe bien o mal fijos y que nosotros, como seres humanos debemos definir o establecer nuestra identidad.

Este es el mundo posmoderno. Un mundo con la consigna de borrar y desdibujar todas las distinciones, los límites, las delimitaciones, las demarcaciones, las diferencias. Se promueve, por lo tanto, la autodefinición y lo que tú definas acerca de ti mismo, es LA verdad.

Así hoy se intenta borrar todos los límites y las fronteras establecidas creacionalmente y redefinir los conceptos de hombre-mujer, ser humano-animal, autoridad-sujeción, iglesia-mundo y sobre todo la distinción más importante de todas Creador-creación.

Cuando haces esto, es muy fácil llegar entonces a la conclusión: No hay definición fija. No hay identidad. Tenemos que autodefinirnos. Se nos dice que la identidad es un constructo humano. Cada quien va construyendo su identidad. No hay nada que sea esencial y fijo.

Entonces, en la práctica, se acepta que tu identidad llega a ser lo que tu definas, sientas o quieras que sea. Las generaciones más jóvenes han sido adoctrinadas en el posmodernismo de tal forma que ya ni cuestionan esto.

Se da por sentado de que nosotros mismos nos autodefinimos. No hay identidad, sino nosotros la construimos. Cualquier sugerencia de que la identidad es algo dado, fijo y absoluto, se tacha de anticuado, engañoso, perverso, abusivo, controlador y contrario a la verdad. El mundo ideal para el posmodernismo es uno en el que cada uno se autodefine.

Pero los creyentes en Cristo tenemos una visión muy distinta de la vida. Enseñamos y sostenemos que sí hay verdad, sí hay autoridad, sí hay bien y mal y sí hay identidad. Sostenemos que no somos nosotros los que nos autodefinimos, sino el único que tiene esa prerrogativa es nuestro Dios.

Nuestra cosmovisión de la vida tiene un punto de partida fijo y este es la Escritura. La Biblia es nuestra única regla de fe y práctica y en ella encontramos la verdad para entender nuestras vidas y todo lo que nos rodea.

Así es hermanos, porque si no tuviéramos la Escritura como nuestra ancla de la verdad, si la Escritura no fuera la Palabra inerrante de autoridad del Creador del cielo y de la tierra y de la identidad, entonces, no tendríamos por qué objetar las ideologías fruto del posmodernismo, sino que tendríamos que decir, como quieren que digamos, “que cada quien haga lo que le dé la gana”. “Y que cada quien se defina según lo que sienta ser o quiera ser”.

Pero no podemos hacerlo, no podemos simplemente ceder a la presión tremenda que están ejerciendo los diferentes colectivos ideológicos en la educación, gobierno, entretenimiento y cultura, porque tenemos una autoridad sobre nosotros que es la norma absoluta de lo bueno y lo malo, de la verdad y de la mentira: la bendita Palabra del Señor de los ejércitos.

Respecto a la identidad, tenemos que ir a la luz de la Palabra del Señor y veamos si Dios nos ha concedido ese supuesto derecho de autodefinirnos, de construir nuestra identidad a modo, a gusto y preferencia.

Tenemos que ir primeramente al diseño original de todo el cosmos. Vamos al libro de Génesis.

En Génesis encontramos, por lo menos, dos elementos fijos que nos dan definición. Dos elementos que no nos permiten abrazar el autoengaño de la autodefinición.

El primer elemento es que Somos creación.

El primer versículo de la Escritura en Génesis 1:1 dice: Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra.

Así empieza la historia del universo. Comienza con Dios. Él ha existido por siempre, no tiene ni principio ni final, pero en un momento que fue el principio de la historia, él creó los cielos y la tierra.

El hecho de que Dios haya creado todo lo que hay en el cielo y la tierra, incluyéndonos como raza humana, establece una distinción muy importante que no debemos retirar nunca del centro de toda esta discusión. La distinción creador-criatura está en la base de la cosmovisión cristiana. No podemos entender nada si borramos del mapa esta distinción. Dios es el creador y nosotros somos su creación.

El hecho de haber sido creados establece que el creador es quien inventó, estableció y dispuso los parámetros de su creación. El Creador es quien nos define, no nosotros mismos. El Creador es quien tiene el derecho sobre su creación; la creación no tiene derecho de autodefinirse o decidir qué quiere ser: su esencia es definida por el creador.

Y en toda la Biblia esa distinción entre el Creador y la creación se mantiene. Dios nunca cede sus derechos a nadie. Él es el rey cuya voluntad debe ser hecha en el cielo y en la tierra, porque todo fue creado por él y por su poder subsiste.

Dios es el creador e inventor de la humanidad y nos hizo seres con identidad bien definida y sin dejar nada en ambigüedades, o para la inventiva o imaginación humanas.

Puesto que tenemos un creador y nosotros somos su creación, estamos sujetos al plan y diseño original del Creador para su creación.

Somos seres que formamos parte del ámbito de lo creado. Somos creación.

Pero hay un segundo elemento en nuestra identidad y este lo encontramos en Génesis 1:26.

En Génesis 1:26 dice: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo».

Esto pone más en perspectiva las cosas. ¿Qué es el ser humano? Somos, en segundo lugar, Imagen de Dios.

Fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios. Los demás seres fueron creados según su especie, pero el ser humano fue hecho teniendo a Dios como modelo. Y fue puesto en la tierra para que la administrara teniendo la dirección sobre todos los seres de la tierra.

El mismo hecho de haber sido creados a imagen de Dios nos dice, de entrada, dos cosas: 1. Que no podemos entender nuestra vida e identidad apartados de Dios. Somos imagen no somos el original.

Esta mañana antes de venir aquí seguramente te paraste frente al espejo. Lo sé porque todos están muy guapos y guapas. Imagínate que esa imagen que viste reflejada en el espejo quisiera rebelarse y se entercara en quedarse ahí independientemente de que estés parado frente al espejo o no. Esto es inimaginable. La misma existencia de esa imagen depende de que tú estés parado enfrente al espejo.

Así es nuestra vida. Sin nuestra conexión con Dios no tiene sentido alguno nuestra existencia. Si no nos vemos en nuestra conexión ineludible con nuestro creador, todo se distorsiona, todo se tergiversa.

No somos un fin en nosotros mismos; somos imagen, fuimos creados para reflejar a alguien más. El problema hoy día es que el ser humano quiere entenderse a sí mismo aparte de Dios o sin estar en esa conexión con Dios. Esto es tan absurdo como decir que la imagen del espejo quiere tener una existencia independiente del original de quien es un reflejo.

No podemos tener una existencia independiente del Creador de quien somos su imagen. Pero hay una segunda implicación del hecho de haber sido creados a imagen de Dios y es que, como imagen, no nos corresponde definirnos a nosotros mismos, ni nosotros construimos o de-construimos nuestra identidad porque no somos un fin en nosotros mismos, sino somos imagen de alguien más. El original, cuya imagen somos, marca quienes somos y cómo debemos ser.

Esa dependencia de Dios siempre estará implícita en nuestra existencia. Él es quien marca qué es verdad o mentira, él marca quienes somos y cuál es nuestro propósito. No queda esto en nuestro rango de decisión.

Por eso las ideologías del mundo actual son una abierta rebelión contra el diseño del creador de quienes somos imágenes. Le estamos diciendo a Dios: “No estamos de acuerdo con tu diseño, es anticuado, es retrógrada, es para ignorantes” “No nos importa lo que tú digas, nosotros queremos autodefinirnos y ser lo que queramos ser o lo que sentamos ser”. Es una franca rebelión contra el creador del universo.

En este tipo de ideologías resuenan las palabras de la serpiente en Génesis 3:4-5: Pero la serpiente le dijo a la mujer: —¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal.

La idea de no tener que depender de Dios ni de su diseño, sino vivir en independencia del Creador, es la misma mentira con la que Satanás sigue seduciendo al mundo. La misma mentira que dice: “Dios te está mintiendo”. “Su diseño no es perfecto”. “Al contrario, Dios no quiere que seas independiente de tal forma que tú definas que es bueno y que es malo, porque tiene miedo de que lo derroques de su dictadura sobre ti”. “Dios es este dictador que quiere tenerte sojuzgado y atormentarte privándote de la felicidad”.

¡Qué tan contrario es esto al verdadero propósito de Dios al establecer su diseño para nuestras vidas en la Escritura! Es para nuestro bien, que nos ha dado su Palabra para que sepamos quiénes somos y para qué estamos aquí. Cuando abandonamos su Palabra y queremos autodefinirnos nuestra vida se vuelve un verdadero desastre.

Es muy gráfico lo que pasa cuando nos vamos por el consejo humano en vez de seguir y confiar en el Señor y su Palabra.

Hemos leído Jeremías 17 que nos ilustra por medio de un contraste muy gráfico la diferencia entre confiar en ti mismo, en el mero pensamiento humano y confiar con todo tu corazón en lo que Dios ha definido como nuestro creador a quien reflejamos como su imagen.

Jeremías capítulo 17:5-10 establece un contraste que nos ayuda a entender la definición de quién debe guiar nuestras vidas y decisiones.

El versículo 5 comienza diciendo: Así dice el SEÑOR: « ¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del SEÑOR!

¡Palabras muy fuertes! Maldición es lo contrario a bendición. Maldición es estar sin la bendición de Dios. Es estar como barco a la deriva. Es vivir en futilidad. Es arruinar todo lo que haces. Es ir directo a la bancarrota y ruina total.

¿Cómo acarreas hacia ti tal condición? Cuando confías en el ser humano y en el poder y fuerza humana. Aquí confiar se refiere a depositar absolutamente tu vida y todo lo que eres en las manos de la opinión, poder, recursos y vigor del ser humano.

Confiar en el hombre en este contexto es vivir como si lo único que existiera meramente fuera el plano horizontal, el plano humano. Como si lo único que existiera fuera los recursos humanos, la inteligencia humana, la cultura humana, las emociones humanas, los deseos humanos, los esfuerzos humanos, el poder humano. Este es el tipo de vida que se propone como la vida misma y la felicidad en el mundo posmoderno: Autodefínete a modo y de acuerdo a tu gusto.

En este tipo de vida, confías tanto en el hombre, en otros o en ti mismo, que sacas a Dios del cuadro, como si no existiera. Como dice el texto: “apartas tu corazón del Señor”.

Es cuando piensas, Dios dice que no, pero tal o cual persona, tal o cual investigación, tal o cual cultura, tal o cual costumbre, tal o cual emoción, tal o cual influencer dice que sí. Y es más fiable el hombre que Dios. En ese momento, has apartado tu corazón del Señor.

Al apartar tu corazón del Señor, el criterio que usas para tomar tus decisiones es la opinión, deseo, consejo del hombre. La referencia que usas para guiar tu vida en la oscuridad es simplemente humana.

Y el versículo 6, nos habla de lo que pasa cuando sacas a Dios del cuadro y pones tu confianza en el ser humano: Será como una zarza en el desierto: no se dará cuenta cuando llegue el bien. Morará en la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita.

La imagen es de una planta seca, a penas con vida en un ambiente inhóspito. Aun cuando hay bendición, esa planta no la aprovecha, sino sigue igual y de mal en peor. En pocas palabras, confiar tu vida y tus decisiones, autodefinirte con base en opiniones, costumbres, filosofías, deseos meramente humanos es la fórmula para una vida sin propósito ni sentido; una vida vacía y de constante necesidad.

Pero en este pasaje hay un gran contraste. Confiar en el hombre es una vida de maldición. Pero no tienes que vivir así. La Palabra de Dios nos habla de cómo fuimos diseñados como creación y como imagen para funcionar y vivir correctamente. Dice el versículo 7: »Bendito el hombre que confía en el SEÑOR, y pone su confianza en él.

En contraste con la confianza en el hombre está la confianza en el Señor. En vez de maldición, hay bendición inefable para el que confía en el Señor. Confiar, en este contexto, es depositar absolutamente tu vida, decisiones y dirección a lo que Dios dice en su Palabra. Hacer caso sólo a su consejo. Obedecer sólo sus mandamientos. Es recibir la definición y dirección de nuestro Señor.

Y es que a veces, confiar en el Señor, implicará ir en contra de la corriente de lo que escuchas a tu alrededor, de lo que te aconsejan tus amigos, de lo que todo el mundo hace. Pero es ahí donde se muestra quién guía tu vida.

Qué definición vas a escuchar para decidir qué vas a hacer con tu matrimonio o la educación de tus hijos

Según quién o qué vas a llevar la administración de tu negocio o empresa.

Bajo qué principios vas a resolver los conflictos en los que te encuentras.

Qué criterio usarás para escoger el entretenimiento o esparcimiento.

Qué medidas tomarás para regular tu relación con el sexo opuesto.

Qué principios guiarán tu visión de la vida y del mundo a tu alrededor.

Cómo vas a definir tu identidad y propósito en la vida.

Aquí el pasaje nos dice que la respuesta es Dios. Ante las encrucijadas de la vida, la respuesta es la confianza en Dios. Si quieres una vida de bendición, una vida abundante, una vida de esperanza a pesar de las crudas realidades de este mundo, entonces, necesitas confiar, seguir, atesorar, obedecer, aquello que dice el Señor.

El efecto de esa confianza plena en el Señor es también evidente. Dice el versículo 8: Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto.»

La imagen es de un árbol frondoso porque está cercano a corrientes de aguas. Sus raíces están bebiendo constantemente agua fresca, pura y vivificante. De hecho, está tan nutrido por su contacto con el agua que, aunque llega el tiempo de calor, sus hojas no dejan de estar verdes. Aunque vengan tiempos malos, no deja de dar frutos.

Ese árbol es la persona que está conectada con la fuente de vida, con el agua de vida. Es la persona que confía en el Señor. Es aquel que no vacila entre la voz del Señor y la voz del mundo. Es aquel que pone sus ojos sólo en Dios y espera sólo en él.

El estar en confiado en el Señor, no implica que no vendrán problemas. El calor llega, el tiempo de sequía lo alcanza, pero a pesar de esto, su corazón sigue confiando en el Señor pase lo que pase y no deja de dar fruto para la gloria de Dios.

Este es el tipo de vida que aguarda a aquellos que son benditos por haber confiado sus vidas en el Señor, por haber sido guiados no por sus emociones, por la tradición, por la cultura o por sus razonamientos humanos, sino por la Palabra de Dios.

Pero tenemos un problema muy serio. Y esto reafirma el hecho de que no podemos ni nos corresponde autodefinirnos. Nuestro problema no está fuera de nosotros, sino muy dentro de nosotros. Dice el versículo 9: Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?

Nuestro problema es que nuestro corazón con mucha facilidad cree mentiras. Con mucha facilidad sigue puntos de referencia falsos, en vez de seguir el faro de luz y esperanza que es nuestro Señor. Con mucha facilidad nos autoengañamos que estamos haciendo lo correcto cuando estamos caminando derechito a nuestra perdición. Y ya vimos el final de aquellos que siguen confiados de una mentira.

¿Qué haremos entonces ante esta problemática? ¿Quién puede dar solución a nuestro problema de corazón? ¿Quién puede comprender y guiar nuestro corazón?

Nuestro Dios responde en el versículo 10: «Yo, el SEÑOR, sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras.»

La solución es otra vez y siempre nuestro Dios. Él es el único que examina y conoce el corazón humano. Él conoce cada uno de nuestros pensamientos y deseos y él los juzga y los pone en balanza.

Él ha dado solución a nuestro problema por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo en quien tenemos un corazón renovado, un corazón que ha sido habilitado para seguir la verdad, que ha sido establecido con una nueva disposición para obedecer a Dios, que está siendo guiado por el Espíritu Santo por medio de Su Palabra.

Gracias sean dadas a Jesucristo que transforma nuestros corazones para que podamos seguir y servir a la verdad.

Algo parecido pasa con nuestra confianza en Dios. Él sabe qué es lo mejor para nosotros. Él sabe cómo funcionamos. Todo esto lo ha revelado en su Palabra. Cuando confiamos y seguimos su voluntad, nuestras vidas cobran sentido.

Quizá al momento no alcanzamos a ver toda la bendición que es el mandamiento de Dios, sobre todo cuando se opone a nuestros deseos; pero si obedecemos confiando en Dios, al fin de cuentas, experimentamos su paz y su bendición.

Así que, si estás en Cristo, hay nueva esperanza para esa situación que estás enfrentando en la que quizá estás en una encrucijada entre confiar en el consejo del hombre o en el consejo de Dios.

Quizá obedecer a Dios y definir lo correcto en esa situación que vives no parece lo más atractivo ni lo más fácil, ni viable. Quizá todos te están diciendo que no sigas ese camino de Dios. Quizá a nivel emocional no te sientes con el ánimo para seguirlo y piensas que si lo desecharas estarías mejor. Yo te animo y exhorto, basado en lo que hemos visto en este pasaje, que confíes en el Señor. Que no confíes en otra sabiduría sino sólo en la del Señor, porque él sabe lo que dice y por qué lo dice. Sólo en él hay bendición al final de cuentas.

Si estás pensando sólo en el corto plazo, quizá seguir tus emociones, la cultura o tus razonamientos te hagan experimentar cierta comodidad o sensación de bienestar temporal. Pero si estás pensando en la bendición total, verdadera y definitiva, debes ser guiado sólo por el Señor nuestro Dios.

Ante la pregunta ¿Quién me define? ¿Yo mismo? ¿Mis preferencias? ¿Mis conveniencias? ¿El hombre? Que podamos responder hoy y siempre: Me define tu Palabra. Me define tu Santo Espíritu. Me define tu inmensa sabiduría en Cristo Jesús. Y puedas decir: ¡Señor yo no voy a confiar en el hombre! ¡Señor yo voy a confiar en ti!