Summary: Los conflictos se originan adentro y revelan lo que ama nuestra corazón en verdad.

Te has dado cuenta qué tan fácil es pelear con alguien. Mi suegro le decía a sus dos hijas, Nadia y Delia: “Se necesitan dos para pelear” o “Las voy a hervir juntas para que cada una tome el caldo de la otra” pero de todas maneras, de niñas, era muy fácil para ellas encontrar ocasión y motivo para pelear.

Si creciste con hermanos como yo, sabes de lo que estoy hablando: pleitos por quien va utilizar el baño, por el juguete, por la ropa, por la comida, por el cariño de los padres, hasta por respirar.

Y la cosa es que, tristemente, este tipo cosas no solo se dan cuando somos pequeños, sino también en el mundo adulto encontramos estas realidades.

Acaban de pasar tiempos de muchas reuniones familiares y estoy seguro que más de una familia tuvo en ese contexto alguna situación de conflicto, aún después de haber cantado “noche de paz”.

¿Por qué nos es tan fácil pelear? ¿De dónde vienen tantos pleitos?

Todo este mes en nuestra nueva serie, “Pacificación” estaremos hablando de cómo resolver nuestros conflictos de una manera bíblica. Y es que, siendo sinceros, en esta lado de la eternidad, los conflictos ya son parte de la vida diaria de toda persona.

Todos en algún momento, en alguna circunstancia experimentamos un choque de deseos con una o más personas. Puede ser con el cónyuge: tú quieres salir a dar un paseo porque hace tiempo que no lo hacen y él o ella quiere quedarse en la casa a limpiar o a arreglar algo descompuesto (Un choque de deseos).

Puede ser con tus hijos: Tú deseas que él sea más activo en las labores de la casa y él desea descansar bastante al llegar de la escuela. Cada uno empuja su deseo y se inicia una guerra.

Puede ser con tus hermanos o parientes: Tú deseas que sean más participativos económica o prácticamente en el cuidado de sus padres ancianos y ellos piensan que lo que hacen ya es suficiente.

O con tus vecinos: La señora de alado pone su música muy fuerte, o quema su basura o no recoge las heces de sus perros en la calle.

En fin, es imposible en este lado de la eternidad, no verte envuelto, ya sea que tú lo inicies o lo continúes, en conflictos de muchas índoles. Siempre tenemos deseos a los cuáles nos aferramos que chocan con los deseos a los que se aferran otras personas.

Entonces, la pregunta no es tanto si es que vamos a tener conflictos, sino la pregunta más importante es cómo vamos a atender nuestros conflictos de una manera bíblica y santa, que traiga gloria a Dios.

Debemos tener bien claro que la paz, la unidad y la reconciliación no son algo accesorio, circunstancial o superficial para los que están en una relación creciente por la gracia de Dios.

Los que hemos sido reconciliados con Dios por medio de Jesucristo somos llamados a vivir en paz. Es más, algo que caracteriza a los hijos de Dios es la búsqueda decidida y diligente de la paz. Mateo 5:9 RVC dice: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Si has sido alcanzado por la gracia reconciliadora de Dios, has sido equipado con todas las herramientas para vivir en paz. El evangelio de Jesucristo resplandece en nuestras vidas cuando aplicamos los principios de pacificación que la Palabra de Dios nos enseña.

Por lo tanto, aunque no es posible ser invulnerable al conflicto, no tenemos excusa para buscarlo, promoverlo o perpetuarlo, cuando está a nuestro alcance el solucionarlo.

¿Pero cuál es origen de todos estos conflictos? En la Biblia, Santiago se hace esta misma pregunta y nos da respuestas muy interesantes, aunque nada comunes, ni esperadas.

Sant 4:1 dice: ¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿Cómo respondes a esta pregunta? ¿Cuál es origen de las guerras y los pleitos? ¿Cuál es el origen del conflicto?

Podemos encontrar varias respuestas comunes a nuestro alrededor:

1. Las acciones y faltas de los demás. “El comenzó”, “Siempre me hace esto”, “Me puso una cara que tuve que decirle algo”, “Es que si me dejo una vez, ya estuvo”, “Esta vez sí se pasó”

2. Las circunstancias. “Si no hubiera estado tan apurado ese día”, “Cuando me lo dijo, había tenido un mal día en el trabajo”, “Es que cuando toma esa pastilla está de un humor” “Es que ya sabes cómo afecta la menopausia”, “Qué quieres, es un adolescente, son las hormonas”

3. Técnicas deficientes de comunicación. “Es que no sabe escuchar”, “No podemos hablar tranquilamente”, “siempre está gritando”, “no me ve cuando le hablo”

4. El signo zodiacal. “Es que un libra y un tauro no pueden estar juntos en el mismo cuarto”

Exceptuando al signo zodiacal, no podemos negar lo difícil que hacen nuestras vidas, las acciones y faltas de los demás, las circunstancias difíciles que pasamos, y las técnicas deficientes de comunicación. Hacen más difícil hacer lo correcto, pero no son el origen o la causa de los conflictos. Ciertamente, se “sienten” como la causa u origen, pero no es así.

Observemos dos cosas de estas respuestas comunes:

1. tratan de encontrar la explicación fuera de uno de mismo. Estas respuestas nos hacen pensar que el problema es ajeno a nosotros mismos. La causa del conflicto viene de fuera, no de adentro.

2. Tienden a hacernos creer que nuestra responsabilidad es mínima o nula en el conflicto. Si el problema viene de fuera, y yo soy neutral o ajeno al asunto, entonces alguien más es responsable de que haya respondido así o haya dicho lo que dije.

Pero la Escritura en éste y otros pasajes nos enseña de una manera diferente. Y este pasaje, encontraremos tres grandes verdades acerca de los conflictos.

Lo primero que debemos entender acerca del conflicto para poder aspirar a la pacificación bíblica es que:

Los conflictos inician adentro de uno mismo.

Santiago 4:1-3 dice:

¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes?¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos? Desean algo y no lo consiguen. Matan y sienten envidia, y no pueden obtener lo que quieren. Riñen y se hacen la guerra. No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones.

La Escritura nos enseña aquí que el punto de origen, el punto de partida de los conflictos y las guerras entre nosotros son nuestras pasiones, es decir, nuestros deseos más profundos. Los deseos en nuestro interior quieren el control, la primacía y batallan en nosotros mismos. Estos deseos no necesariamente son malos de origen, pero, aunque sean inofensivos al principio, al entrar en la lucha y la batalla se oscurecen y se vuelven pasiones desordenadas.

El pasaje también nos describe la dinámica de esta batalla campal en nuestro interior una vez que ese deseo se ha convertido en una pasión desordenada: codiciamos, matamos y ardemos de ira, combatimos y luchamos y pedimos mal.

En búsqueda de cumplir de nuestro deseo hacemos toda clase de cosas y lo único que encontramos cada vez es insatisfacción y frustración. Y cuando miras hacia atrás ves el caos, la confusión, las heridas en otros que has causado en la búsqueda frenética de tu deseo.

Entonces, hermanos, no tenemos que buscar muy lejos el origen de los conflictos y pleitos. No busquemos afuera, busquemos adentro, porque los conflictos, los pleitos, las guerras inician adentro de uno mismo.

Aunque otros cometan faltas contra nosotros, aunque las circunstancias no sean las ideales, aunque necesitemos mejorar en nuestras técnicas de comunicación. Tenemos una participación causal y activa en los conflictos. Los conflictos no vienen de afuera sino de adentro.

Piensa en el último conflicto que has tenido o estás teniendo: ¿Qué estabas deseando más que nada? ¿Qué querías antes que todo? ¿Qué aquilatabas, amabas, atesorabas más que cualquier cosa?

Pongamos un ejemplo. Supongamos que un día yo deseo más que nada una tarde relajada, tranquila y apacible antes de mis actividades de la noche. Así que después de la jornada matutina y después del almuerzo me dispongo a tener un rato de relajación.

Pero supongamos también que mi esposa Delia desea que yo apoye con ciertas cosas de la casa.

Dos deseos, ninguno pecaminoso de origen. En esa encrucijada cada uno externa su deseo para ese tiempo, y resulta que no se pueden hacer ambas cosas a la vez. No puedes apoyar con las labores domésticas y no puedes relajarte a la vez. ¿Qué puedes hacer?

Aquí es donde se generan los problemas porque si yo amo más mi deseo que la gloria de Dios, si yo amo más mi descanso que a mi esposa, entonces comenzará una batalla en mi interior que puede acabar muy mal. Lo mismo, si Delia se aferra a sus deseos y ama más su deseo que a mí. Entonces, la cosa puede terminar muy fea. Ya la Biblia nos ha descrito esa batalla.

Cuando no tenemos un entendimiento bíblico de las cosas, lo primero que hacemos es atacar activa o pasivamente. Pero comienza la batalla. Puedo ser muy activo, como reclamar, echar en cara las cosas, aporrear una que otra puerta, acusar de egoísta a la otra persona y cosas peores. O bien puedo atacar pasivamente, con la famosa “ley del hielo” o hacer como que no escuché lo que me dijo, etc.

El conflicto empeora y la cosa va en un espiral descendente que nos aleja el uno del otro y a cada uno con Dios.

Por eso es muy importante ubicar el origen del conflicto. El problema principal aquí no es la otra persona, sino mi propio deseo al que me estoy aferrando más que mi deseo de glorificar a Dios y ser un pacificador.

Así que lo primero es entender que el conflicto inicia adentro de uno mismo, en nuestros propios deseos o pasiones. Pero hay una segunda verdad acerca del conflicto que nos enseña este pasaje y es que,

Los conflictos revelan nuestra verdadera lealtad.

Santiago 4:4-5 dice: ¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios. ¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros?

Notemos con qué palabras inicia el versículo 4: ¡Oh gente adultera! Adultero es alguien que ha faltado a la lealtad y fidelidad al vínculo indisoluble matrimonial.

¿Por qué Santiago nos acusa de adúlteros a los que entramos en pleitos y conflictos?

Porque cuando seguimos nuestras pasiones y deseos, cuando les damos el control de nuestras vidas, cuando nos hacemos amigos de nuestros deseos, adulteramos al retirar a Dios del lugar que le corresponde en nuestro corazón. Estamos siendo desleales e infieles a Dios al anteponer cualquier cosa o persona que nuestro corazón desea.

El pleito, la guerra, la ira, etc. revela nuestra verdadera lealtad. Cuando respondemos así en un conflicto, nuestra lealtad no está en el Señor, sino en alguien o algo más. Y el Señor no nos comparte con nadie. El desea fidelidad y exclusividad total.

Cuando los deseos ocupan un lugar más allá del que les corresponde, se vuelven pasiones desordenadas y comienzan a controlar nuestras vidas. Se sienten como necesidades, derechos o algo imprescindible para la vida.

Entonces, comenzamos a demandar su cumplimiento y respondemos pecaminosamente a quien frustra su cumplimiento o quien creemos que debe satisfacerlos. Lo que comenzó como un simple deseo acaba siendo una demanda acompañada de pensamientos, palabras y acciones pecaminosas.

Piensa en el último conflicto en el que estuviste envuelto. ¿Qué es aquello que fue más importante para ti que glorificar a Dios con tus palabras y acciones? ¿Qué fue aquel deseo impostor que tomó el control de tu corazón, usurpando el lugar de Dios, de tal manera que hiciste todo lo que estaba a tu alcance con tal de obtener lo que amaba en ese momento tu corazón?

¿Sabes cómo detectar un deseo usurpador de Dios en tu vida? Mira los frutos que produce en tu corazón. Cuando deseamos algo más que a Dios, se nota nuestro adulterio en los frutos que traemos a nuestras vidas, dejando una estela de destrucción a nuestro paso.

Y cuando estamos recogiendo los pedazos rotos de relaciones con otras personas, todavía nos preguntamos ¿Cómo paso esto? Fuimos hechos para que el Señor y su gloria sea nuestro mayor deseo en la vida, pero cuando nuestro corazón se desvía siguiendo a falsos dioses, nuestra vida colapsa y se autodestruye.

Podemos ver, hermanos, que los conflictos son algo espiritual. Los pleitos entre nosotros no son simplemente problemas en el plano horizontal, sino tienen una conexión evidentemente vertical, tienen que ver con nuestra relación con Dios.

El conflicto y nuestra manera de atenderlo habla muchísimo de nuestra relación con Dios. Nuestra respuesta al conflicto revela nuestra verdadera lealtad. Revela a quien amamos, servimos, atesoramos, aquilatamos, adoramos. Los conflictos inician dentro de nosotros y muestran a quien verdaderamente amamos en nuestros corazones.

Pero hay una tercera verdad acerca del conflicto en este pasaje y es,

Los conflictos nos deben llevar al arrepentimiento

Santiago 4:.6-10 dice: Pero él nos da más gracia. Por eso dice la Escritura: «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes» Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo y él huirá de ustedes. Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes, los indecisos, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto y su alegría, en tristeza. Humíllense delante del Señor y él los exaltará.

Hay buenas noticias para los que estamos en un conflicto. El versículo 6 comienza diciendo: “Pero él da mayor gracia”. Para los que están envueltos en el conflicto, la solución es la gracia de Dios en Cristo que se aplica a nosotros a través del arrepentimiento.

¡Estas son buenas noticias! Dios da mayor gracia. Mayor que cualquier conflicto, mayor que cualquier ídolo de nuestro corazón, mayor que tú y que yo. Una gracia sobreabundante en Cristo.

Pero esta gracia la reciben sólo los humildes y nunca los soberbios (v.6b). Necesitamos arrepentirnos humildemente. Necesitamos reconocer nuestra necesidad de él en medio del conflicto. Debemos dejar la soberbia, el egoísmo, el orgullo y vernos como lo que realmente somos, simples personas carentes de sabiduría, llenos de pecado y necesitados de la gracia de Dios.

Y es que normalmente cuando estamos en un conflicto es cuando más sabios en nuestra propia opinión nos ponemos. Estamos tan montados en nuestro caballito que no queremos dar nuestro brazo a torcer ni queremos escuchar consejo. El conflicto puede sacar de nosotros una gran muestra de soberbia. Pero es justamente lo contrario lo que necesitamos. En el conflicto necesitamos vernos como realmente estamos: necesitados de la gracia de Dios para poder saber cómo actuar humildemente de acuerdo con su voluntad.

Después, Santiago, puntualiza, en los versículos del 7 al 9, ciertas acciones que muestran este arrepentimiento humilde:

• Someterse a Dios. Es decir, dejar de buscar mis deseos y buscar los de Él.

• Resistir al diablo. Resistir sus mentiras, engaños y estratagemas para comenzar a creer la verdad de Dios.

• Acercarse a Dios. Depender de Dios en cada paso, acción y pensamiento para poder experimentar su presencia pacificadora en mi vida.

• Abandonar prácticas, pensamientos y palabras que hago en concordancia con mis deseos desordenados. Es decir, purificar mis manos y mi corazón con la gracia y la verdad de Jesucristo.

• Tomar en serio la gravedad de nuestro pecado. Debemos entristecernos por nuestro pecado porque ha ofendido al Santo. No hay motivo de risa o gozo; el pecado sólo trae tristeza.

• Arrepentimiento humilde para que el poder de la gracia en Cristo nos lleve mucho más allá de donde nuestra fuerza de voluntad nos ha llevado: una transformación desde adentro.

La clave para resolver los conflictos es comenzar reconociendo cómo nuestros deseos han usurpado el lugar de Dios y por medio del arrepentimiento verdadero, comenzar a experimentar la gracia transformadora de Dios en Jesucristo.

Hermano, quizá hoy mismo estás en medio de un conflicto y no sabes cómo actuar. Recuerda que los conflictos se originan adentro y muestran a quién amamos y adoramos en verdad.

Pero también recuerda que la gracia de Dios en Cristo es más grande que cualquier conflicto y deseo de nuestro corazón. El da gracia a los humildes y resiste a los soberbios.

Hoy es el día para dejar de echar la culpa a otros, a las circunstancias o a la comunicación deficiente, y tomar tu responsabilidad en los pleitos y conflictos.

Abracemos la gracia transformadora que Dios nos ofrece en Cristo Jesús, para vivir como pacificadores, pues estos serán llamados hijos de Dios para la gloria del Señor.