Estamos en un mes de celebraciones. Parece como que todos los días estamos de fiesta. Con tanta celebración casi todos los días quizá ya ni sabemos el motivo, por eso es importante preguntarse: ¿Por qué celebramos?
Ante esta pregunta, quizá vamos a encontrar respuestas diversas que reflejarán la visión de cada quién. Algunos responderán porque “ya tengo mi aguinaldo y he podido salir de las deudas que adquirí durante el año o por fin, realizaré el proyecto anhelado”.
Otros más responderán: “Porque me encanta decorar mi casa con los colores de esta época” y unos más hablarán de las reuniones, de la comida, de las ofertas, de las vacaciones, de la música, del estreno de ropa, etc.
Todas estas cosas son características de esta época del año y son muy agradables, pero siguen siendo secundarias al motivo de la celebración.
Toda celebración se deriva de una narrativa o una historia que le da sentido. En esta temporada también hay narrativas o historias que le dan sentido a la celebración.
Aquí en la glorieta de la Dondé tenemos una muestra de estas narrativas. Por un lado de la glorieta hay una representación de personajes del polo norte acorde con la narrativa que se cuenta o promueve en estos días. Pero por el otro lado de la glorieta, hay una estampa del nacimiento de Jesús en Belén.
Me parece sumamente interesante este hecho, porque muestra la mentalidad de nuestros días. Estamos en el mundo de las versiones a modo. Tú escoges con cual te quedas. Tú escoges que narrativa le da más sentido a tu vida. Pareciera decir: No importa cuál escojas, total son igual de ficticias. Siempre y cuando te acomode, adelante.
¿Con qué narrativa te quedas? ¿Cuál le da sentido a la celebración en tu vida?
Pero nosotros, como creyentes en Cristo, no celebramos por razones secundarias ni por relatos ficticios, sino por el testimonio que hemos recibido en el Evangelio de los testigos oculares que presenciaron, escucharon y tocaron al Hijo de Dios en su entrada maravillosa a la tierra. Celebramos que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre lleno de gracia y verdad.
Aquí estamos, celebrando una vez más la historia de un nacimiento. Pero de un nacimiento que no tiene igual.
Siempre los nacimientos son ocasión de celebración. El nacimiento de un niño son noticias que queremos comunicar. En algunos lugares se tiene la costumbre de que cuando nace un bebé en la familia, se envían tarjetas a los familiares y amigos anunciando el nacimiento con el nombre del bebé, cuándo nació, donde nació, cuánto midió y cuánto pesó.
La Biblia nos dice que el nacimiento de Jesucristo también fue anunciado y proclamado y con un despliegue extraordinario de la gloria de Dios, pues el niño que nacía era glorioso y sublime. Hubo ángeles, huestes celestiales, luz resplandeciente, astros refulgentes, en fin, todo un despliegue de gloria pues ese día estaba ocurriendo un evento único en su clase: Dios hijo estaba entrando en la historia humana, haciéndose uno de nosotros, para salvar a su pueblo de sus pecados.
¡No era para menos el despliegue de tanto esplendor! Estaba ocurriendo un evento de repercusiones cósmicas y eternas. Estaba cumpliéndose, la esperanza guardada por generaciones y generaciones. Estaba siendo demostrada la fidelidad de Dios a su pacto para con su pueblo. Estaba derramándose la gracia infinita de Dios al entrar a este mundo que no merecía ni siquiera la mirada del Padre celestial.
No cabe duda, el nacimiento de Cristo debía ser anunciado con ese despliegue de gloria que se mostró aquella primera navidad, pero no deja de sorprendermos algo. Si tuvieras un anuncio de este tamaño, ¿A quién lo enviarías?
Quizá lo pondrías en los medios de mayor difusión, los principales medios y redes sociales, las páginas electrónicas más visitadas, los espectaculares más visibles, las plataformas de mayor rating. Dada la importancia del niño, quizá lo comunicarías a las personas en el poder y con mayor potencial de influencia.
Pero el proceder de Dios fue inesperado en este respecto. En vez de ir a proclamar estas maravillosas noticias a los poderosos que estaban en el palacio, el anuncio vino a un puñado de pastores que estaban aquella noche cuidando sus rebaños a los alrededores de Belén.
En las ilustraciones o representaciones navideñas, los pastores se ven como personajes atractivos, pero déjenme decirles algo sobre los pastores.
Los pastores en esos tiempos no gozaban de muy buena aceptación ni religiosa ni socialmente. Como la naturaleza de su trabajo era estar básicamente ausente de la vida religiosa la mayor parte del tiempo, no cumplían con los rituales, las fiestas y otro tipo de ceremonias religiosas, por lo que eran vistos como personas no aceptables religiosamente hablando.
Tampoco gozaban de buena reputación socialmente. En las cortes no se les permitía ser testigos. La palabra de un pastor de ovejas en aquellos tiempos no tenía mucha credibilidad.
Además, imagínate estar todo el día cuidando un rebaño de animales mal olientes a la intemperie. Los pastores no eran el tipo de personas que quizá invitarías a tu cena navideña de esta noche. Cuando un pastor trabajando pasaba junto a ti, no podía pasar inadvertido. En fin, los pastores eran las personas más inesperadas para recibir este anuncio. Lo último que harías sería pensar en dar este anuncio a los pastores.
Pero Dios, no sólo les envía una simple nota sino envía todo un destacamento de ángeles para anunciarles, como nos dice Lucas 2:9-12: “Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»”
Ya de por sí, lo sorpresivo del momento era suficiente para darle un infarto a cualquiera, y casi colapsan los pastores ante tal visión. Como cualquiera de nosotros, los pastores se llenaron de temor.
Los pastores estaban haciendo lo que se suponía que debían hacer: cuidar sus rebaños en la noche. Pero de pronto sucedió algo totalmente fuera de lo común y extraño: Se les presentó un ángel del Señor y la gloria del Señor los rodeó de resplandor Y TUVIERON GRAN TEMOR.
Cualquier persona se hubiera puesto a temblar con tal experiencia. No sólo por el ángel sino que la gloria del Señor los rodeó de resplandor. (Moisés experimentó algo así cuando estuvo ante la zarza ardiente, Isaías tuvo una experiencia similar en el templo) No puedes estar delante de la gloria de Dios sin que te llenes de temor.
Por eso no es para menos que hayan tenido gran temor ante esta visión celestial. Antes de decir cualquier otra cosa, el ángel les dice: No tengan miedo. No teman. Este mensaje inicial es una constante en toda la historia de la navidad: A Zacarías le dijeron: No temas. A José le dijeron: No temas. A María le dijeron: No temas. A los Pastores también les dijeron: No temas.
Y entonces, les da la clave para disipar su temor. Les indica porqué en vez de temor o pánico, debían tener gozo exuberante y les dice: Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.
Dios despliega su gloria ante un grupo de insignificantes pastores y les anuncia que en la ciudad de David (Belén) había nacido el salvador. Que ese día era día de fiesta y celebración. Día de salvación, día de gloria. El Cristo, el Mesías había nacido. El ángel también les da una señal para que identificaran y confirmaran lo que les estaba diciendo.
La señal no sería el lujo de las ropas que tendría el niño. No sería lo majestuoso del palacio donde estaría este rey. No sería el séquito que tendría a su alrededor el pequeño. La señal era algo totalmente inesperado. El niño estaría envuelto en trapos acostado en un pesebre, acostado en un cajón donde se le da de comer a los animales. ¡Qué raro! ¡Qué contraste! ¡Qué paradoja! ¡Qué giros tan inesperados!
En su anuncio se indica que el niño nació en la ciudad de David, que era la pequeña Belén. Y se describe la naturaleza de su misión. El es Salvador. Nació un salvador.
Lo que más necesitamos como humanidad nos fue dado en la forma de un pequeño recién nacido. Puede haber alegría y gozo, en vez de temor pues nos ha nacido un salvador. Ese salvador es el Cristo (El Mesías), el ungido; ese Niño es El Señor. Su nombre es Jesús, que significa Salvador, y él vino para salvarnos de la exclusión de la gloria, de la condenación eterna y de la ira venidera. Jesús es buenas noticias para los que necesitamos a un salvador, porque Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
El anuncio a los pastores es a simple vista inesperado para nosotros y ese impacto debe causar en nosotros el relato bíblico, pero cuando analizamos el evento más cuidadosamente a la luz del Antiguo Testamento, podemos ver que, aunque indignos de tal mensaje aquellos pastores, eran al mismo tiempo, los más indicados para recibirlo.
No tanto porque ellos eran dignos de recibirlo sino por la naturaleza de la misión del niño que les era anunciado. El niño que nació, era básicamente, uno de ellos. Era un pastor. Era el pastor prometido, deseado, profetizado, pactado y esperado por generaciones.
Recordemos que el niño era el hijo de David, es decir, era descendiente de David, y había nacido al igual que David, en aquella insignificante, pero tan relevante Belén de Judea.
El Salmo 78:70-72 nos dice: Escogió a su siervo David, al que sacó de los apriscos de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió.” Así como David fue elegido de entre los pastores de ovejas para ser el pastor de Israel, también Jesús, el hijo de David, es anunciado a los pastores porque sería el Pastor de pastores del pueblo de Dios.
Esta es la esperanza reflejada en la época de los profetas del Antiguo Testamento también:
El profeta Isaías 40:10-11 dice: “Miren, el SEÑOR omnipotente llega con poder, y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas.”
Y el profeta Ezequiel 34:11-16 “Así dice el SEÑOR omnipotente: Yo mismo me encargaré de buscar y de cuidar a mi rebaño [...] Yo mismo apacentaré a mi rebaño, y lo llevaré a descansar. Lo afirma el SEÑOR omnipotente. Buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las extraviadas, vendaré a las que estén heridas y fortaleceré a las débiles […] Yo las pastorearé con justicia.
La esperanza del pueblo era que vendría un pastor que sería el que guiaría al pueblo de Dios hacia su libertad. Esa noche, los indignos e insignificantes pastores de Belén, recibieron el anuncio de la gloriosa venida del pastor deseado, profetizado y esperado por tantos años. Venía uno de ellos para pastorear al pueblo de Dios.
Dios entregó este anuncio de la manera que mayor gloria trajera a su nombre, siguiendo su acostumbrada pauta: ¡Cuánto más indigno es el que recibe, más glorioso es el que da!
Jesús, el hijo de David, quien nació esa primera Navidad, es nuestro pastor. El dijo: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10:11) El es el Pastor que dio su vida por personas que no lo merecíamos. Y esto muestra aún más la gloria de Dios en que siendo indignos de su gracia, de su fidelidad, de tener una esperanza gloriosa, él dio su vida por nosotros. ¡Cuán glorioso es el pastor que nació en Navidad!
Cuando por fin, este despliegue glorioso terminó y los pastores comenzaron a asimilar lo que les habían dicho, corrieron hacia Belén. Y cuando fueron, encontraron al niño tal
como se les había dicho. Entonces, aquel temor que tenían fue cambiado en gozo porque habían encontrado al Salvador. Lucas 2:20 nos dice: Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por lo que habían visto y oído, pues todo sucedió tal como se les había dicho.
Ellos respondieron al nacimiento de Cristo con palabras de gloria y alabanza al Señor. Comprendieron que habían sido testigos de algo que por siglos había sido esperado y que se estaban cumpliendo todas las promesas del Señor al enviar al rey Jesucristo, que es el pastor eterno del pueblo de Dios a quien debemos seguir, servir y obedecer.
Estos pastores en vez de vivir en temor, dieron testimonio y glorificaron a Dios por las maravillosas noticias de la llegada del Rey de sus vidas. Por el testimonio de ellos y otros testigos de la Navidad es que nosotros hoy creemos y estamos firmes en Cristo.
¿Y nosotros? ¿Estamos viviendo en temor o estamos glorificando a Dios por el cumplimiento de sus promesas? ¿Cuál es tu temor en esta noche? ¿Qué es lo que te angustia e inquieta? ¿Qué es aquello que te tiene sin gozo esta noche?
Recordemos las palabras del ángel: “No temas”. Y en todo el relato de la navidad estas mismas palabras se repiten una y otra vez.
¿Por qué? Porque hay buenas noticias. Hay razón suficiente para tener una nueva esperanza, una nueva vida, una nueva paz y seguridad: El Cristo, El Señor, el Mesías, El Salvador, ha llegado. El ha llegado y las cosas ahora son diferentes.
Si por primera vez estás escuchando acerca de este gran salvador nacido en la primera navidad, te animo a que te arrepientas de tus pecados y pongas tu fe y tu vida en él porque sólo a su lado puedes encontrar paz en medio de tribulaciones y aflicciones, sólo en Jesús el salvador puedes ser llevado de la realidad del temor a la realidad del gozo de estar seguros en las manos de nuestro gran salvador.
Si ya estás en una relación creciente con el Salvador, vive para glorificar a tu Señor y rey. Adora a Dios en medio de tus circunstancias difíciles. Anímate en medio del temor. Obedece en medio de las circunstancias confusas. El Cristo, el Mesías el Salvador ha llegado. Él es quien te conduce en medio de las dificultades al gozo de Dios. Confía y comparte estas buenas noticias a tu alrededor.
Este día y siempre, celebremos la gloria de nuestro gran Salvador, amando lo que él ama, anhelando lo que él anhela, haciendo lo que él hizo: vivir cada día para la gloria de nuestro Dios.