Hay un dicho popular que dice: “El que espera, desespera”. Y quizá te identifiques con él. ¿No se si has ido a hacer tus compras navideñas y ves la fila para pagar larguísima y como que no avanzan rápidamente? ¿Cómo te pones mientras esperas tu turno?
¿O qué me dices de lo que has pedido por Amazon, Temu u otra plataforma en línea? Decía que llegaba en 48 horas y ya pasaron 50 horas y no ha llegado. ¿Y cómo te pones?
O cuando ya sabes que es la última semana escolar o laboral antes de salir de vacaciones ¡Qué tan lentos parecen pasar los días previos a la fecha establecida!
Esperar nunca ha sido fácil. Y se hace más difícil porque generalmente cuando esperamos no estamos seguros que las cosas llegarán conforme a nuestras expectativas cuando el plazo establecido se haya cumplido. La impaciencia y ansiedad mientras esperas se incrementa cuando no hay certeza de que llegará lo que esperas, al final de cuentas.
La gran mayoría de nuestras esperas son así de inciertas y por eso nos desesperamos, pero hay una espera que podemos llamar más bien “esperanza” porque podemos tener la certeza de que cuando el plazo se cumpla, tendremos esa realidad que esperamos.
La esperanza bíblica no es un simple anhelo de que ciertas cosas ocurran, o sea, un “ojalá” sucedan. Sino la esperanza bíblica es certeza de que algo que Dios ha prometido será cumplido cuando llegue el tiempo establecido.
Este día al seguir reflexionando en el testimonio de los “testigos de la Navidad” de acuerdo con el evangelio de Lucas, seremos recordados que Nuestra esperanza es segura porque tenemos un Dios que siempre cumple sus promesas.
Debemos saber que un día la espera terminará y viviremos lo que siempre fue nuestra esperanza gozando de la realidad del cumplimiento de las promesas del Señor.
El evangelio de Lucas incluye el testimonio de varios testigos de la Navidad, de la encarnación del hijo de Dios. Hemos visto al sacerdote Zacarías, a María y a Elizabeth, y hemos aprendido mucho de lo que ellos compartieron como testigos oculares de este gran acontecimiento.
Ahora seguimos en el capítulo 1 de Lucas y nos corresponde considerar el nacimiento de Juan el Bautista registrado en los versículos 57 al 80.
Recordemos que Elizabeth y Zacarías, los padres de Juan el Bautista, eran ya ancianos cuando milagrosamente pudieron concebir. En el anuncio de este hecho, Zacarías, había quedado mudo como señal y medida correctiva, con la indicación de que cuando el niño naciera también esta disciplina sería retirada.
Y así llegamos a los versículos 57-58 NVI: Cuando se le cumplió el tiempo, Elisabet dio a luz un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había mostrado gran misericordia y compartieron su alegría.
La llegada de un niño esperado siempre es motivo de alegría. En el caso de Elizabet todo era alegría porque este niño había sido esperado toda su vida y además, ellos ya sabían que sería un niño importante en el reino de Dios.
El plazo se cumplió y llegó el gran día del parto. Un niño siempre provoca movilización de la familia y amigos cercanos. Hay quienes viajan grandes distancias, incluso a otras partes del mundo, con tal de conocer a bebés recién nacidos de la familia. Pues el caso de Elizabet no fue la excepción. Todos reconocían la mano poderosa y misericordiosa de Dios en la llegada de este niño al seno de esta familia.
Después de la incógnita de a quien se va a parecer el bebé recién nacido, pienso que la segunda pregunta es cómo se va a llamar. Y esto es lo que vemos en nuestra historia.
A los ocho días de nacido lo llevaron a circuncidar. Con esto estaban marcando al niño como heredero del pacto y las promesas de Dios. Lo estaban incluyendo dentro de esta relación especial de Dios con su pueblo.
Y tal parece que era la costumbre asignar el nombre del bebé el día de la circuncisión. Así que los parientes hicieron lo que todos hubiéramos hecho, asumir que el primogénito varón se llamaría como su papá.
Claro está que hay algunas honrosas excepciones, como en mi caso, nadie supuso que llamaría “Wilbur” a mi primogénito. Así que está disponible el nombre para quien quiera.
Ellos pensaban que Zacarías sería su nombre, pero Elizabet es firme en decir que estaban equivocados en su suposición. Su nombre sería “Juan”. Juan significa “Jehová ha mostrado gracia”.
Entonces, se armó una pequeña controversia con los familiares. No entendían porqué se llamaría Juan si no había ningún juan en la familia. Así que este asunto se tenía que resolver con la cabeza del hogar, el padre del pequeño. Pero recordemos que el había estado mudo durante todo el embarazo.
Por 9 meses Zacarías no había podido articular palabra con su voz. Así que recurrieron al sistema que habían tenido para comunicarse, una tablilla, para que pudiera escribir cuál era su respuesta acerca del nombre.
Lucas 1:63-64 dice, El pidió una tablilla en la que escribió: «Su nombre es Juan». Y todos quedaron asombrados. Al instante abrió su boca y se desató su lengua, recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Zacarías confirma lo que Elizabet había estado diciendo a los parientes acerca del nombre y pone final a la controversia. El nombre “Juan” no fue escogido en la tierra por seres humanos, sino fue asignado desde el cielo. Zacarías y Elizabet simplemente estaban obedeciendo las indicaciones que habían recibido. Este niño sería un recordatorio de que “Jehová ha mostrado su gracia”.
Con esta declaración del nombre, Zacarías estaba reconociendo que lo que le había parecido algo imposible cuando se lo anunciaron por el ángel, se había cumplido. Y para reconfirmar que Dios siempre cumple lo que promete, en ese momento le fue retirada la disciplina que le habían puesto y por fin pudo hablar, tal como le había dicho el ángel.
Después de nueve meses de silencio y no poder expresar fluidamente sus pensamientos, por fin pudo articular palabras y lo primero que salió de su boca, no fueron quejas o lamentos, sino fueron alabanzas a Dios.
La espera había terminado. Dios había cumplido su palabra empeñada. Por eso confirmamos que Nuestra esperanza es segura porque tenemos un Dios que siempre cumple sus promesas.
Lucas registró las primeras palabras que Zacarías pronunció una vez que hubo recobrado el habla. Estas palabras son conocidas como el Benedictus o el canto de Zacarías.
La Escritura dice que estas palabras de Zacarías eran proféticas y por la llenura del Espíritu Santo.
En este canto de Zacarías vamos a encontrar promesas de nuestro Dios que el pueblo de Dios esperó por siglos y que los testigos de la primera Navidad estaban viendo cumplidas.
Este testimonio sigue vigente para nosotros. Porque también nosotros estamos esperando con esperanza el cumplimiento final y pleno de todas las promesas del Señor.
Hoy somos llamados a avivar nuestra esperanza de que así, como la primera navidad fue el inicio del cumplimiento de su palabra, así también un día traerá el cumplimiento final y pleno de todo en lo que el Señor ha empeñado su palabra.
Que los cumplimientos que vio Zacarías en la primera navidad nos lleven a fortalecer nuestra esperanza de que todo será cumplido porque Nuestra esperanza es segura pues tenemos un Dios que siempre cumple sus promesas.
Zacarías alaba al Señor porque estaba siendo testigo del cumplimiento de las promesas de pacto hechas por Dios desde tiempos antiguos y que el pueblo había esperado por siglos.
Hace alusión al pacto, a los profetas, a los antepasados, a Abraham y también a David. En fin, siglos y siglos de historia estaban finalmente viendo su cumplimiento y Zacarías estaba siendo testigo de todo esto. Zacarías estaba viendo a “Juan”. Estaba viendo como Dios estaba mostrando su gracia.
Mas que un momento de gozo personal por la llegada de su hijo tan esperado, Zacarías estaba celebrando los eventos redentores que estaban aconteciendo en el Reino de Dios y que habían sido el objeto de la esperanza del pueblo del Señor por tantos años.
Sin duda Zacarías estaba emocionado de tener un hijo, pero lo que más le emocionaba era el cumplimiento de la promesa del Señor tan esperada con la llegada de Jesucristo a la tierra.
En su testimonio tenemos por lo menos tres atisbos de lo que Jesús iba a cumplir con su venida.
Primero, Vino a Salvar.
Lucas 1:68-70 dice: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a redimir a su pueblo. Nos envió un poderoso Salvador en la casa de David su siervo (como lo prometió en el pasado por medio de sus santos profetas),
Zacarías alaba al Señor porque reconoce que Dios está cumpliendo su promesa de venir a redimir a su pueblo por medio de un salvador. Este salvador había sido anunciado por los profetas tantas veces en el pasado. Este salvador venía de la casa de David, el rey de acuerdo con el corazón de Dios.
Pero Zacarías ¿por qué tanta alegría por un salvador? ¿Quién necesita un salvador?
Un salvador lo necesita todo aquel que, si alguien no hace algo por él, está yendo a la catástrofe total. Todo aquel para quien no hay mañana. Todo aquel que está absolutamente inhabilitado para salir por sí mismo de su problema.
El problema más grande del ser humano es el pecado y por eso todos necesitamos un salvador. Es decir, Personas como yo, no tienen oportunidad sin un salvador. Personas como tú, tampoco la tienen a menos que cuenten con un salvador.
El motivo de gozo de Zacarías era porque Dios había enviado a un Salvador. Su misión era salvar al condenado, al perdido, al inhabilitado y lo hizo tomando nuestro lugar.
Él salvador, el hijo de David, vivió la vida perfecta que nosotros no podemos vivir, y a pesar de ser justo y santo, llevó a cuestas una cruz hasta el calvario, una cruz que no merecía, una cruz que él eligió cargar. Y allí extendió sus brazos y derramó su sangre preciosa.
Él recibió la exclusión de la gloria, él recibió la ira de Dios, él recibió la condenación en lugar de los verdaderos culpables, de los verdaderos pecadores.
Con Zacarías podemos decir: “Bendito sea el Señor”. Estas son buenas noticias para un pecador como yo.
Yo que crecí en la iglesia escuchando de Dios y de Jesús. Que aprendí muchos pasajes de la Biblia y los usaba para ganar argumentos a gentes de otras religiones.
Que participé en cuanta actividad de la Iglesia había. Que me ufanaba de mi buena conducta, mis buenas calificaciones y mis buenas amistades. Sin embargo, paradójicamente, todas estas bendiciones yo las usaba como una cortina de humo para no enfrentar mi realidad.
Yo estaba tan necesitado de un salvador como el peor de los asesinos, de los violadores, de las personas sin escrúpulos.
Puedes mirar a tu alrededor y cada una de las personas que ves necesitan un salvador, no importa cuánto tiempo tienes asistiendo a este lugar o a otra iglesia cristiana.
Con el apóstol Pablo también puedes decir como yo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuáles yo soy el primero”.
Todos necesitamos un salvador y precisamente esas son las buenas noticias de la navidad que pueden cambiar nuestro temor en gozo como dijeron los ángeles en aquella primera Navidad: “Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.”. Esto se estaba cumpliendo y Zacarías estaba siendo testigo de esta bendición.
Lo que más necesitamos como humanidad nos fue dado en la forma de un pequeño recién nacido. Puede haber alegría y gozo, en vez de temor pues nació nuestro rey, el salvador. Ese salvador es el Cristo (El Mesías), el ungido; ese Niño es El Señor.
Su nombre es Jesús, que significa Salvador, y él vino para salvarnos de la exclusión de la gloria, de la condenación eterna y de la ira venidera. Jesús es buenas noticias para los que necesitamos a un salvador, porque Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
Pero el canto de Zacarías no solo nos dice que Jesús vino a Salvar, sino también, en segundo lugar, Vino a liberar
Dice Lucas 1:71-75: para liberarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos aborrecen; para mostrar misericordia a nuestros antepasados al acordarse de su santo pacto. Así lo juró a Abraham nuestro padre: nos concedió que fuéramos libres del temor al rescatarnos del poder de nuestros enemigos, para que le sirviéramos con santidad y justicia, viviendo en su presencia todos nuestros días.
Estar bajo el yugo y opresión de alguien es algo que te impide vivir y servir con libertad a Dios. El pueblo del Señor en diferentes etapas de su historia ha vivido bajo la opresión de enemigos diversos, pero Dios siempre había prometido que él liberaría a su pueblo de sus enemigos y de los que les hacían mal.
En Egipto lo hizo al liberarlos de la opresión de faraón, y a lo largo de la historia bíblica lo vemos hacerlo una y otra vez, pero ahora con la llegada de Jesús, su pueblo iba a ser libre en verdad.
Todos los poderes que los oprimían serían destruidos. Quizá Zacarías pensaba en la libertad física de los enemigos en términos de poderes y gobiernos humanos, pero lo que vemos es que esta liberación es mucho más profunda que la de una opresión de poderes humanos. La Biblia nos enseña que Jesús nos libra también de cosas mucho más profundas como del poder del pecado y de la muerte.
Todos los enemigos nos infunden temor y nos perjudican en nuestro servicio al Señor, pero Jesús vino a liberarnos de nuestros enemigos tanto físicos como espirituales para que siendo libres podamos servir al Señor con santidad y justicia todos los días de nuestras vidas.
Es aquí donde tenemos que entender el propósito de nuestra libertad en Cristo.
Nos agrada muchísimo cuando la Biblia nos dice que Jesús nos hizo libres. Nos atrae muchísimo la idea de que somos libres del poder del pecado, libres de la condenación, libres del poder de la muerte, libres de la culpa, libres…libres…libres.
Como que estas verdades de la Escritura pudieran, en nuestra mente, escucharse como que ahora eres libre para hacer lo que quieras. Ahora eres libre para ser rey de tu propio mundo. Eres libre para ser el Señor absoluto de tu vida y que nadie nunca más te diga qué hacer y cómo hacerlo.
Pero la idea bíblica de la libertad con la que Cristo nos hizo libres va en un sentido o tiene un propósito muy distinto al que podríamos pensar. Como nos indica el cántico de Zacarías, la idea bíblica del propósito de la libertad que Cristo ha traído a nuestras vidas es para que sirvamos sin temor al Señor.
¿Para qué soy libre? Para vivir y servir solo al Señor sin temor a nada ni nadie más.
Esto va en contra de nuestra tendencia natural. Es decir, de manera natural y sin esfuerzo lo que hacemos tú y yo es vivir para nosotros mismos. Velar por nuestros intereses, Buscar nuestro propio beneficio. Exigir lo que deseamos. Quejarnos cuando no nos dan lo que creemos merecer. Usar a los demás como medios para nuestros fines. En fin, queremos ser libres para servirnos a nosotros mismos.
Cristo murió y resucitó para que tú y yo, que estamos en una relación creciente con él, no vivamos más de esta forma. Dios hizo todo lo que hizo a través de Jesús para que tú y yo vivamos ya no para nosotros mismos, sino para alguien más.
Eso es lo que significa ser cristiano: Significa que vives para alguien más. Significa que Fuiste hecho libre, para servir a Cristo.
Esta verdad debe afectar todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, todo lo que decimos. No me pertenezco ni vivo para mí mismo, sino soy y vivo para Cristo. No hago lo que me da la gana, sino fui hecho libre para ser siervo o esclavo de Cristo.
Zacarías vio el principio de todo esto y se gozó. También nosotros gocémonos y sirvamos al Señor con toda libertad, porque el hijo de Dios vino a hacernos libres para que le sirviéramos con santidad y justicia, viviendo en su presencia todos nuestros días.
Jesús vino a salvar, a liberar, pero también en tercer y último lugar, Jesús vino a transformar
Dice Lucas 1:78-79 Así nos visitará desde el cielo el sol naciente, para dar luz a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por la senda de la paz».
El sol naciente o la aurora es en la historia bíblica una alusión a la venida del Mesías, el Cristo, el ungido. Zacarías afirma que desde el cielo o desde lo alto, vendrá la aurora o el sol naciente. Es decir, está hablando de la llegada del Mesías.
Y en seguida nos habla de la transformación que ocurre con su llegada. Hay un mundo de tinieblas y sombra de muerte, pero la aurora o el sol naciente disipa las tinieblas con su luz que transforman la realidad del caos de la oscuridad a la luz de la paz, a la luz del shalom.
Esta es la transformación total de todas las cosas que esperamos cuando el tiempo sea cumplido. Esa realidad descrita aun en imágenes como en el apocalipsis donde nos dice que habrá un cielo nuevo y una tierra nueva donde reina la justicia.
Hoy en día, en Cristo, tenemos atisbos de esta realidad futura que ya irrumpió en este siglo. Gozamos de anticipos maravillosos del poder del Espíritu en nuestros corazones que nos permiten contemplar y experimentar en parte ese shalom en nuestras vidas, matrimonios, familias y comunidades.
Esto es lo que vio Zacarías y lleno de gozo exclamó: “Bendito sea el Dios de Israel”.
Y aunque Zacarías vio el inicio del cumplimiento de las promesas del Señor, y con la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, el reino ha sido establecido en la tierra, sabemos también que todavía hay espacio para la espera, y por ende para la esperanza.
La salvación, la liberación y la transformación, aunque son realidades ya presentes en Cristo, todavía no las experimentamos en su plenitud y totalidad. Esto será una realidad plena cuando el Señor cumpla su promesa de venir por segunda vez a culminar la historia.
Todavía permanece, entonces, entre nosotros la necesidad de avivar nuestra esperanza. A veces, podemos desanimarnos, podemos comenzar a dudar si al final de cuentas recibiremos lo prometido, si al final toda la maldad de este mundo será erradicada y exiliada para siempre. En fin, comenzamos a desalentarnos porque pensamos que hemos esperado mucho tiempo y no llega el cumplimiento.
Debemos recordar que así estuvo el pueblo de Dios en el pasado y pasaron varias generaciones que murieron sin haber visto el cumplimiento, pero esto no menguo su esperanza.
Pero también debemos recordar que hubo una generación que sí vio con sus propios ojos en su tiempo en la tierra, el cumplimiento inicial de las promesas de Dios y ellos dieron su testimonio para que, como dice Lucas al principio de su evangelio, para que tengamos certeza de la verdad de las cosas que nos han enseñado en Cristo.
Y el testimonio y lección que nos dejan es que Nuestra esperanza es segura porque tenemos un Dios que siempre cumple sus promesas.
Por eso hermano, ánimo en medio de tus pruebas, ánimo en tu servicio a Cristo, ánimo en tu esperanza de salvación solo en Cristo, ánimo en tus luchas contra el pecado remanente, ánimo en tus pérdidas de cosas temporales, ánimo en tus esfuerzos por servir sin temor al Señor.
Así como Zacarías, testifiquemos que nuestra esperanza no es en vano, sino segura, porque un día vino el salvador, el libertador y el transformador de nuestras vidas y desde entonces, todo tiene sentido solo en él y por él.
Y aguardamos ese día en el que la espera deje de ser esperanza y se vuelva realidad con su venida y podamos decir como dice apocalipsis 21:3-4, «¡Aquí, entre los seres humanos, está el santuario de Dios! Él habitará en medio de ellos y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. 4 Él enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte ni llanto, tampoco lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir».