Recuerdo que una vez escuché el cuento de la lecherita. Había una mujer que se dedicaba a vender leche y en cierta ocasión estaba llevando al mercado su producto en un balde sobre su cabeza y en el camino, iba ilusionada con sus planes.
Ella planeaba vender ese balde de leche y con eso se compraría unos huevos, que con el tiempo se convertirían en pollos, y con las ganancias de los huevos y la carne de los pollos, con el tiempo, planeaba comprar una vaca que le produciría más leche y entonces, podría tener más ganancias…y en eso iba pensando cuando de pronto no vio una piedra y se tropezó y toda su leche quedó en el piso y ahí quedaron también todos sus planes.
¡Qué historia tan triste, pero lamentablemente, tan real! Es una realidad, nuestros proyectos y planes no siempre salen como los habíamos pensado. Estoy seguro que todos, esta semana, quedamos frustrados por algo que no salió como lo habíamos pensado o planeado.
Pero en medio de este mundo en el que vivimos en el que no todo sale como lo habíamos previsto o planeado, hay algo que podemos tener la seguridad y certeza de que no fallará, que es certero y que sin duda llegará a su cumplimiento final, y esto es la salvación tan grande que es en Cristo Jesús.
Este mes y el anterior hemos estado abordando diversos aspectos de nuestra gran salvación en Cristo y ya hemos hablado de la predestinación, la regeneración, la conversión, la justificación, la adopción, la santificación y hoy nos toca hablar de una de las doctrinas bíblicas que subraya la iglesia reformada que debe traer fortaleza, paz y ánimo a los creyentes verdaderos en Cristo y esta es la doctrina bíblica conocida como la perseverancia de los santos o la seguridad de los elegidos.
La Confesión de fe de Westminster en su capítulo 17 primera sección lo resume así: A quienes Dios ha aceptado en su Amado, y que han sido llamados eficazmente y santificados por su Espíritu, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente han de perseverar en él hasta el fin, y serán salvados eternamente.
La pregunta clave que está respondiendo esta doctrina bíblica es si un creyente genuino y verdadero en Jesucristo puede perder la salvación que ha recibido por gracia y por medio de la fe. Si ya he sido predestinado, regenerado, convertido, justificado, adoptado, santificado ¿Puedo de todas maneras perder la salvación en Cristo Jesús?
Hay ciertas corrientes teológicas que enseñan que sí. Que en cualquier momento un creyente verdadero puede perder aquello que ha recibido por gracia.
La respuesta que las iglesias reformadas encontramos en la Biblia, es que aquellos que fueron elegidos desde antes de la fundación del mundo, que fueron regenerados por el Espíritu Santo, que respondieron con arrepentimiento y fe al evangelio, que fueron justificados por gracia por medio de la fe, que fueron adoptados como hijos de Dios, que fueron sellados por el Espíritu Santo de la promesa, que están siendo santificados en él, no pierden esta salvación tan grande, sino que perseverarán hasta el final por esa misma gracia y promesa de Dios.
Entonces, nosotros respondemos ante la pregunta: ¿La salvación se puede perder? Un verdadero creyente en Jesucristo no pierde su salvación, sino persevera hasta el fin y puede tener la seguridad de su salvación.
Ahora bien, al decir que la salvación no se pierde no se está diciendo que una persona deba tener esa seguridad si vive como le da la gana, si Jesucristo en realidad no es su prioridad en la vida, si no le interesa en verdad obedecer al Señor y crecer en Santidad, si el amor a Dios y al prójimo no es un propósito rector en su vida, si la Palabra de Dios representa para él solo un libro de consulta, en fin, si no es un creyente verdadero, tal persona se autoengaña si dice tener seguridad de su salvación en virtud de la doctrina de la perseverancia de los santos.
Tal persona necesita arrepentirse y creer en verdad en el evangelio por primera vez, porque por lo visto por sus frutos, tal persona no ha conocido aún la gracia de la salvación en Cristo, aunque sea miembro de una iglesia o tenga años asistiendo a una.
En tal caso no decimos que la salvación se perdió, sino que nunca la ha tenido. No puedes perder lo que nunca has recibido.
Así que los que acusan a los reformados que con la frase: “Una vez salvo, siempre salvo” estamos dando licencia a las personas para que vivan como quieran y aun así considerarse parte del pueblo salvado por Cristo, les decimos que están equivocados y que nunca es esa nuestra postura.
Por otra parte, al afirmar la enseñanza bíblica de que el verdadero creyente no puede perder jamás su salvación tampoco estamos diciendo que un verdadero creyente no pueda de manera temporal y parcialmente alejarse de su fe firme en Cristo y mostrar rasgos de pecado en sus decisiones y acciones. Lo cual le hace acreedor de disciplina de parte del Padre celestial, pero con la finalidad de corregirlo y regresarlo al camino recto. Si es verdaderamente hijo justificado y adoptado, regresará al camino. Su extravío no fue total y definitivo, sino temporal y en parte.
En pocas palabras, cabe la posibilidad de que aún un verdadero creyente pase por tiempos de necedad que recibirán corrección oportuna por parte del padre para que regrese a la familia, pero no será expulsado definitiva y eternamente de la misma. Los que nunca más regresan a Cristo después de haber estado en la iglesia del Señor, no es que hayan perdido su salvación, sino que nunca fueron salvos en verdad.
Pero la pregunta importante para nosotros este día que ya gozamos de tan grande salvación en Cristo sería: ¿En dónde puedo depositar mi confianza de que la salvación que he recibido en Cristo está segura por la eternidad?
La respuesta, por supuesto, no la encontramos en algo que nosotros mismos hayamos hecho o en nuestro desempeño. Si así fuera, este asunto sería como todos los demás de nuestras vidas: incierto, inseguro, frágil, falible e imposible. Como los planes de la lecherita.
Pero esta perseverancia nuestra en la fe no está basada en algo de nosotros mismos, sino está basada en la fidelidad y promesas de nuestro Dios. Podemos tener seguridad de nuestra salvación porque Dios es siempre fiel a sus propósitos y promesas.
La perseverancia de los santos es certera porque el que prometió la salvación en Cristo lo asegura.
Pablo lo dice así en Filipenses 1:6: Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.
Nuestra seguridad está en que Dios no deja proyectos inconclusos, no deja obras sin terminar. El que comenzó la buena obra de salvación en sus hijos, se asegurará que lleguen y estén presentes en el día que Jesucristo venga por segunda vez. Podemos animarnos y perseverar hasta el fin, porque hay alguien más allá de nosotros obrando de tal manera que los que son suyos permanezcan siendo suyos hasta recibir la herencia completa. En pocas palabras, nuestra confianza no está en el hombre, sino en Dios.
Y es precisamente el apóstol Pablo en el capítulo 8 de Romanos que nos da tres razones indudables de que los creyentes verdaderos perseverarán hasta el final y todas tienen que ver con aquel que comenzó la buena obra en nosotros, con aquel que se cerciora que todos los suyos lleguen hasta el final.
Por eso en Romanos 8:28-39 encontraremos tres razones por las que los santos perseveran.
Primero, los santos perseveran porque Dios tiene un Propósito infalible.
Dice Romanos 8:28-29: Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito. 29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que sean hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Te has preguntado alguna vez ¿Cuál es el propósito de Dios en tu vida y en mi vida como sus hijos? ¿Cuál es el compromiso que Dios tiene y que lo va a cumplir con toda seguridad e infaliblemente?
Estos versículos nos dan una buena respuesta. Romanos 8:28 es quizá uno de los versículos más usados para dar aliento a las personas que están pasando por dificultades.
Es muy apropiado para dar ánimo cuando alguien está en el hospital, o está atravesando alguna dificultad económica, laboral o escolar, cuando hay algún problema relacional y asuntos semejantes. Solemos decirle: “Mira, no te preocupes, confía en el Señor porque ha prometido que todas las cosas, inclusive esta situación, al final de cuentas, redundará para tu bien, dado que tú amas a Dios”.
¡A cuantas personas esta verdad ha traído nuevos alientos y fortaleza en momentos de dificultad! Es una gran verdad de la Palabra de Dios: Todas las cosas que te ocurran serán dispuestas por Dios para tu bien…todas las cosas, incluso las feas, las desagradables, las frustrantes, las indeseables, los horribles, las destructivas, las engorrosas…en fin…todas las cosas.
Pero hay algo más en estos versículos que a veces pasamos inadvertido. Lamentablemente dejamos de leer en el versículo 28 y raras veces leemos con detenimiento el siguiente versículo, el versículo 29 de Romanos 8. Y Romanos 8:29 es clave para entender por qué razón Romanos 8:28 es una realidad infalible en nuestras vidas.
Fíjense cómo empieza el versículo 29, con la palabra “porque”. Es decir, esto es clave para entender que el versículo 29 nos va a decir la razón por la que Romanos 8:28 (el versículo anterior) es una realidad en la vida de los que aman a Dios. Romanos 8:29 nos dice por qué todas las cosas redundarán en el bien de los que aman a Dios. ¿Y cuál es esa razón?
Aquellos que aman a Dios, aquellos que fueron llamados conforme al propósito de Dios, aquellos que fueron conocidos de antemano por Dios, han sido predestinados para ser hechos conforme a la imagen de su Hijo. Es decir que Dios tiene el propósito principal de transformarnos a semejanza de Jesús.
Esta es la respuesta principal que debe regir nuestra perspectiva de Dios y nuestras vidas. Este el filtro por el cual interpretar lo que ocurre a nuestro alrededor.
Ante la pregunta ¿Qué está haciendo Dios en mi vida? ¿Qué tienen que ver estas circunstancias con mi relación con Dios? ¿Cuál es el propósito de que esté yo inmerso en estas situaciones que quizá no me son agradables ni deseables? ¿Cómo puede ser que una circunstancia como ésta pueda ser dispuesta para mi bien?
La respuesta que la Biblia nos da para fortalecernos, consolarnos y darnos visión en esta vida es que Dios tiene el propósito principal de transformarnos a semejanza de Jesús y usará toda relación, toda situación, toda circunstancia, toda dificultad, toda bendición…todas las cosas para completar, cumplir, lograr este propósito.
Esta es la expectativa que debemos tener de Dios, que él está arduamente involucrado en nuestras vidas para llevar a feliz término su propósito principal e infalible.
Por eso podemos estar confiados en que los santos perseverarán hasta el día final porque han sido predestinados para cumplir el propósito infalible de Dios.
Dios tiene un solo propósito para sus elegidos por gracia. No tiene el propósito de hacernos ricos o invulnerables a la enfermedad y a los problemas. Él está comprometido desde la eternidad a transformarnos a semejanza de Jesús y esa es su definición de “bien” para nosotros.
¿Qué cosa podría ser mejor que ser semejante a Jesús en su carácter, actitudes y manera de vivir? Esto es lo mejor que podría pasarle a una persona. Jesús es el ser humano por excelencia. Es el primogénito de una nueva humanidad. Jesús es todo lo que un verdadero ser humano debe ser de acuerdo con el plan de Dios. El refleja la imagen de Dios perfectamente y es la medida a la cual Dios nos está dirigiendo y llevando. El que comenzó la buena obra la va a concluir, esa es nuestra seguridad de que vamos a perseverar en la gracia.
Pero no sólo tiene Dios un propósito infalible para sus hijos, sino en segundo lugar, podemos decir que los santos perseveran porque Dios tiene un Plan inalterable.
Romanos 8:30-34 dice: 30 Y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
31 ¿Qué más podemos decir? Que si Dios está a nuestro favor, nadie podrá estar en contra de nosotros. 32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.
Como vemos este pasaje nos asegura, por medio de grandes verdades, que Dios cumplirá su propósito y nada será suficientemente poderoso para frustrar sus planes. Ese plan concatenado de eventos es delineado en estos versículos.
Dios tiene un plan inalterable para aquellos que ha predestinado, aquellos que llamó conforme a su propósito, aquellos que lo aman.
Notemos la sucesión inalterable de eventos en sus vidas. Los que predestinó es a los que llama, los que llama son justificados, a los que justifica finalmente los glorifica. Ninguno de los que predestinó se queda en el camino, sino todos llegan al final, para ser semejantes a Jesús, habiendo sido glorificados.
El plan de Dios no es como los nuestros. Estoy seguro que algo que planeaste hacer hoy no salió como lo previste o al final del día no se cumplirá exactamente como lo programaste. Pero el plan de Dios es inalterable.
Si estás en una relación verdadera y auténtica con Dios por medio de Cristo, puedes dar por sentado que Dios completará su plan inalterable en tu vida.
Y con esa convicción puedes mirar lo que ocurre a tu alrededor y saber que Dios en su plan ha previsto todas estas circunstancias y que al final las está encaminando para tu sumo bien que es ser semejante a Jesús.
Fíjate también cómo reafirma estas verdades y nos asegura que una vez que estás en este plan, no hay nada que te saque de él. Esta es la seguridad que podemos tener de que perseveraremos, su plan es inalterable.
Por medio de ciertas preguntas retóricas, el apóstol quiere resaltar estas certezas y seguridades que tenemos para siempre en Cristo.
Pregunta: Si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién acusará a los elegidos? ¿Quién condenará?
Y la respuesta implícita y explícita es: para los que están en Cristo…nada ni nadie, pues Dios ha garantizado todo con la realización inalterable de su plan en Cristo Jesús.
¿Quién puede estar en contra de aquellos por los que Dios ha entregado incluso lo más grandioso que tenía que es su hijo para morir en nuestro lugar?
¿Quién podrá acusar como de culpables a aquellos a los que Dios ha declarado justos y rectos por la rectitud de Cristo que está siendo acreditada a su favor?
¿Quién podrá condenar a aquellos por los que Cristo murió y resucitó y que aun hoy está intercediendo por ellos delante de Dios?
Dime hermano, en este plan inalterable, ¿Cómo puede perderse alguien que verdaderamente está en Cristo Jesús, si no hay quien pueda estar en su contra, si no hay quien pueda acusarle, si no hay quien pueda condenarle por todo lo que Jesús ha hecho y hace a su favor?
Los santos perseveran porque Dios tiene un propósito infalible y un plan inalterable, pero aún hay una razón más en este pasaje. En tercer lugar, los santos perseveran porque Dios tiene un Amor inquebrantable.
Romanos 8:35-39 dice: ¿Qué podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? Como está escrito: «Por causa de ti siempre nos llevan a la muerte, Somos contados como ovejas de matadero.» Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor.
Ya para el final de su mensaje en todo este capítulo 8 de Romanos, Pablo está aterrizando en la confianza en el inquebrantable amor de Dios. Con la pregunta “¿Qué podrá separarnos del amor de Cristo?” Está afirmando una gran verdad que ha sostenido a los cristianos para perseverar en la fe de Jesús a pesar de grandes dificultades y sufrimientos a los que se han enfrentado y este es el inquebrantable amor de Dios.
Cuando enfrentamos la vida en Cristo en un mundo complejo hay dificultades y sufrimientos que pudieran hacernos dudar si podremos continuar en el camino porque como que estas cosas nos han apartado o alejado de Dios.
¿Quieres hablar de circunstancias difíciles? Aquí tienes un ramillete de ellas: Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada. Todas ellas le podrían estar gritando: Dios ya te abandonó, estas cosas te han apartado de su amor.
Todas ellas habían sido el pan diario para el apóstol, pero todas ellas no le llevaron a concluir que el propósito de Dios no se cumpliría o que Dios lo había abandonado en medio del proceso.
Las circunstancias que pasaba no eran termómetro para saber cuánto lo amaba Dios. Al contrario, él sabía que en medio de cualquier circunstancia con lo que podía contar era, precisamente, con el amor de Dios, que lo estaba transformado a semejanza de Jesús, el sumo bien.
Por eso el pasaje concluye con ese canto de victoria del amor inquebrantable de Dios: Ni la muerte, ni la vida, ni los seres espirituales, ni lo presente ni lo porvenir, ni ninguna otra cosa creada nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.
¡Qué manera tan bíblica de ver la vida! Tener la firme convicción de que el amor de Dios en Cristo es inquebrantable. No hay circunstancia o cosa que exista en el universo que pueda cambiar el plan y amor de Dios para aquellos que amó desde antes de la fundación del mundo. Por eso somos más que vencedores. Ya se ha ganado la victoria por medio de Cristo Jesús. Por eso los santos perseveran, no por algo en nosotros mismos, sino porque tenemos un Dios que tiene un propósito infalible, un plan inalterable y un amor inquebrantable.
Como vemos, esto de la perseverancia de los santos es más bien por la perseverancia de Dios que por la perseverancia de los santos. No obstante, no debemos dejar de subrayar que la respuesta bíblica a estas verdades no sería vivir una vida a mi antojo porque “total mi salvación está segura” (pensar así sería un indicador de no ser creyente en verdad), sino todo lo contrario.
El verdadero creyente en Cristo, al saber de la gracia de la seguridad de salvación con más fervor, devoción y entrega:
1. Confía en las promesas. Pone su seguridad en Cristo y no en su desempeño, viviendo y creciendo en la gracia, sabiendo que Dios completará su obra en él.
2. Obedece las exhortaciones. Pone empeño diligente en poner por obra los mandamientos y estatus del Señor. Vive en el temor del Señor y para la gloria de Dios.
3. Haz caso a las advertencias. Pone atención a esas advertencias de no tomar a la ligera la gracia de Dios, sino de ocuparse de su salvación con temor y temblor. Aun estas advertencias son medios para seguir perseverantes en el camino del Señor.
La doctrina de la perseverancia de los creyentes verdaderos es una de las enseñanzas más consoladoras de la Escritura. Nos enseña que Dios, por su poder, guarda a sus hijos de caer totalmente de su gracia, que Cristo nunca permitirá que alguien sea arrebatado de sus manos, y que el Espíritu Santo nos ha sellado para el día de la redención. Al final de cuentas, no dependemos de que nosotros hayamos tomado la mano de Dios sino de que él nos ha tomado para siempre.
No obstante, esta doctrina también nos insta a perseverar en la fe, sabiendo que sólo podemos perseverar a través de la fortaleza que viene del Señor y de su gracia. Nunca tomemos solo el consuelo sin el llamado a la acción que requiere esta enseñanza.
Pongamos atención a nuestra salvación tan grande y a sus implicaciones prácticas que hemos recibido por gracia, por medio de la fe y sólo para la gloria de Dios.