Cumpliendo el propósito único de Dios para nuestras vidas
Introducción: El éxito se trata de fidelidad, servicio y cumplimiento del propósito único que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Sagrada Escritura:
Isaías 53:4, Isaías 53:10-11,
Hebreos 4:14-16,
Marcos 10:35-45.
Reflexión
El éxito es una palabra que evoca respuestas variadas, según a quién le preguntes. Muchos lo interpretan como convertirse en el mejor en su campo, ser reconocido como superior a los demás o posiblemente acumular mayores riquezas, estatus o notoriedad que sus contemporáneos. Esta noción de éxito aceptada socialmente parece ser coherente con la actitud que tenían Santiago y Juan hacia Jesús en el Evangelio de Marcos de hoy. No solo querían estar cerca de Él, sino que también hicieron una súplica aspiracional de superioridad cuando pidieron sentarse a Su derecha e izquierda en la gloria. Para ellos, liderar el grupo y tener una relación cercana con la autoridad eran indicadores de éxito. Sin embargo, Jesús da vuelta esa comprensión, como lo hace tan frecuentemente. Les enseña que alcanzar el éxito tiene que ver con darse cuenta del propósito especial que Dios tiene para cada individuo, no con ganarse a los demás ni alcanzar posiciones de autoridad.
Existen numerosos ejemplos de este tipo de pensamiento en la vida cotidiana. Por ejemplo, pensemos en John, un joven que desde muy pequeño experimentó constantes comparaciones con los demás, sobre todo por parte de sus padres y profesores. Su hermano mayor sobresalía académicamente; siempre obtenía las mejores notas, se llevaba a casa honores y recibía becas. Era natural que se esperara que John imitara a su hermano e igualara o incluso superara sus logros. Su familia definía el éxito como tener un buen rendimiento académico, entrar en un campo prestigioso y ganarse bien la vida. Esto también estableció los estándares de éxito de John. A pesar de sus mejores esfuerzos por cumplir con las expectativas, a pesar de sus largas horas de estudio y trabajo duro, nunca pudo estar a la altura de ellas.
Incluso después de conseguir un trabajo lucrativo en una corporación multinacional, John seguía sin sentirse satisfecho. Estaba ascendiendo en la escala corporativa, ganando un salario respetable y todas las señales externas del éxito, pero se sentía incómodo por dentro. John no comenzó a hacerse preguntas más profundas hasta mucho más tarde en la vida, después de una época de lucha personal. Pero ¿y si ser mejor que su hermano no es la única manera de tener éxito? ¿Y si la vida que Dios planeó para él consistía más en alcanzar una meta especial que solo él podía lograr que en competir con alguien?
John había descuidado la docencia durante mucho tiempo, pero este momento de reflexión le hizo redescubrirla. John siempre había disfrutado ayudando a sus amigos con sus tareas escolares cuando era niño, explicándoles ideas complejas de una manera que pudieran entender. Sin embargo, lo había descartado porque no parecía tan respetable o lucrativo como otras profesiones. Pero al hacer un balance de su vida, desarrolló una nueva perspectiva sobre la docencia. No se trataba de obtener fama o fortuna; más bien, se trataba de fomentar el desarrollo de los demás y cambiar el mundo de una manera que solo él podía. Por lo tanto, John tomó una decisión arriesgada. Dejó su lucrativo trabajo corporativo para dedicarse a la docencia.
Al principio, sus amigos y familiares cuestionaron su decisión. Les parecía incomprensible que abandonara una carrera tan "exitosa" por algo tan banal. Pero John sintió que por primera vez en su vida estaba en sintonía con su verdadero llamado. Ya no medía su éxito compitiendo con otros, sino desempeñando el papel especial que Dios tenía reservado para él. Su vida se convirtió en un ejemplo de que la realización y la búsqueda del plan de Dios para nosotros es lo que verdaderamente define el éxito, más que los logros mundanos.
Esto nos lleva a la lección central que Jesús imparte a Santiago y Juan. Jesús los corrigió con gentileza, diciéndoles que no entendían lo que pedían, mientras buscaban fama y reconocimiento. Les presentó una nueva perspectiva sobre el éxito, una que se basa en el servicio y en el cumplimiento del propósito individual de cada persona para Dios, en lugar de en la ambición o la rivalidad.
Veamos otro ejemplo que difiere de la historia de John. Sonia era una joven cuya idea del éxito era completamente diferente. Sonia poseía un fuerte sentido de la compasión y un fuerte deseo de ayudar a los necesitados desde una edad temprana. Sonia se sintió llamada a una vida de servicio, mientras que sus compañeros se dedicaron al derecho, los negocios y la tecnología. Ella no tenía ningún deseo de hacerse famosa o rica; en cambio, su pasión era mejorar las vidas de los desfavorecidos y marginados. Después de graduarse en la universidad, empezó a trabajar para una organización sin fines de lucro que atendía a refugiados.
Su trabajo no era glamoroso ni muy lucrativo. Había días en los que le resultaba difícil llegar a fin de mes y muchos de sus amigos no entendían por qué no intentaba conseguir un trabajo "mejor". Sin embargo, Sonia tenía un fuerte sentido de realización en su vida. Podía ver los resultados de su trabajo de inmediato todos los días. Consoló a quienes lo habían perdido todo, ayudó a familias a encontrar vivienda y ayudó a los niños a recibir una educación. La verdadera medida de su éxito fue la capacidad de Sonia para cumplir con el llamado que Dios le había dado en la vida, no los estándares de este mundo. Ella simplemente estaba siguiendo el camino que se le había trazado, uno que la acercaba al plan de Dios para su vida, y no estaba compitiendo con nadie.
La historia de Sonia es un hermoso ejemplo de cómo Jesús definió el éxito como el cumplimiento del propósito específico que Dios tiene para cada individuo en lugar de tratar de ser mejor que los demás. María, la madre de Jesús, es un ejemplo de ello. María no eligió quedarse embarazada de Jesús por ningún deseo o esfuerzo personal de su parte. El papel siempre fue suyo; no tuvo que ganárselo. Sin embargo, cuando llegó el momento, Dios le pidió su ayuda. La respuesta de María a Dios, un "sí", es el epítome del éxito. Vivió su vida con humildad y fe, aceptando el plan de Dios en lugar de esforzarse por alcanzar la grandeza como la define el mundo.
Todos deberíamos prestar atención a este importante recordatorio. El evangelio presenta un punto de vista muy diferente del que nos insta continuamente a competir, lograr más y ser los mejores. Esto indica que alcanzar el éxito no implica dominar a los demás ni situarse en la cima de la escalera. Identificar la voluntad de Dios para nuestras vidas y llevarla a cabo fielmente es lo que realmente significa el éxito. Cada individuo fue dotado con un propósito específico al nacer, y estos propósitos difieren de persona a persona. Algunas personas, como Sonia, podrían interpretarlo como una vida de servicio silencioso. Para otros, como John, podría implicar poner sus habilidades a un mayor uso en una capacidad más visible como maestros. Lo que importa es si estamos llevando a cabo el papel que Dios nos ha dado, no cómo nos desempeñamos en comparación con otros.
La definición contemporánea de éxito fomenta la rivalidad y la competencia malsanas, lo cual es uno de sus problemas. Esto es evidente en muchas esferas de la vida, incluidas las familias, el lugar de trabajo y las escuelas. Las personas siempre quieren ser mejores y lograr más, por lo que se comparan con los demás con frecuencia. Sin embargo, esta forma de pensar a menudo resulta en fastidio y un sentimiento de incompetencia. No importa lo que logremos, siempre habrá alguien mejor que nosotros. Cuando pidieron sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús, Santiago y Juan cayeron en esta trampa. Tenían en mente el éxito en el mundo material, así como posiciones de honor y autoridad. Pero Jesús les muestra un camino hacia el éxito que es diferente: tiene menos que ver con la rivalidad y más con el cumplimiento del propósito de Dios para cada persona.
Esto no implica que la ambición sea siempre algo negativo. Siempre que se centre en los objetivos correctos, puede ser constructiva. Lo importante es asegurarnos de que nuestras metas no estén motivadas por una necesidad de fama o poder, sino por el plan de Dios para nuestra vida. Aunque mal encaminadas, Santiago y Juan tenían mucha ambición. Jesús les mostró que la verdadera gloria viene de servir a los demás y llevar a cabo la voluntad de Dios, aunque ellos todavía deseaban la gloria.
En la sociedad actual, con frecuencia se nos dice que podemos ser todo lo que queramos ser. La intención detrás de este mensaje es inspirar a las personas a seguir sus aspiraciones. Sin embargo, también puede ser engañoso. A Santiago y Juan Jesús les dijo: "No sabéis lo que pedís". Lo mismo sucede con los deseos: el hecho de que pensemos que queremos una determinada carrera, función o estilo de vida no siempre significa que sea lo que Dios quiere para nosotros. Buscar y obedecer la voluntad de Dios, incluso cuando nos lleve por caminos inesperados, es el camino hacia el verdadero éxito, en lugar de perseguir nuestros propios deseos.
Dios tiene un propósito para cada uno de nosotros, según la doctrina de la predestinación. No se trata de un plan al azar, sino que está diseñado a medida para adaptarse a nuestra personalidad única y a las capacidades y habilidades que Dios nos ha dado. Dios prepara a cada persona para su papel específico en el mundo, tal como preparó a María para ser la madre de Jesús. Esto no niega nuestra capacidad de libre albedrío. Siempre tenemos la opción de seguir nuestro propio camino o colaborar con el plan de Dios. Sin embargo, el logro genuino surge de aceptar la voluntad de Dios para nuestras vidas y decir "sí", tal como lo hizo María.
La definición de éxito que Dios da a la gente difiere mucho de la que da el mundo, y esto debe tenerse presente cuando consideramos lo que realmente significa el éxito. El éxito a los ojos del mundo exterior se define por la riqueza, el poder y el reconocimiento. Sin embargo, el éxito a los ojos de Dios tiene que ver con servirle, permanecer fiel y lograr el propósito especial que Él tiene para cada uno de nosotros. Se trata de aprovechar al máximo las habilidades y capacidades que Él nos ha dado, no tanto para superarnos unos a otros, sino para hacer avanzar Su reino y el bien común.
En definitiva, el éxito no tiene nada que ver con nuestra posición en relación con los demás. La cuestión es si hemos respondido con fidelidad al llamado de Dios en nuestra vida. Todos estamos hechos para un propósito específico, y el verdadero éxito proviene de lograr ese propósito.
Que el corazón de Jesús viva en los corazones de todos. Amén…