Las generaciones más jóvenes no pueden ni imaginar cómo era el mundo sin los dispositivos digitales, las computadoras y el internet.
Yo no nací en ese mundo digital, pero fui introducido a él, cuando ya estaba en edad universitaria…imagínense. Estas manos tocaron por primera vez una computadora cuando estaba en el primer año de la universidad.
Y comparando la tecnología con la que me inicié a lo que hoy día estamos ya manejando, hay diferencias abismales y pareciera que se trata de cosas completamente distintas.
Recuerdo que en la primera computadora que usé, tenías que dar las instrucciones a través de frases o comandos que escribías, así que cuando empezaron a salir las computadoras que usaban un programa llamado “Windows”, fue una maravilla.
Ahora bien, ese primer “Windows” que conocí al inicio es muy distinto, en muchos sentidos, al Windows que usé mientras preparaba este sermón, no obstante, aunque ha pasado por muchos cambios y actualizaciones, el concepto básico de ese programa sigue siendo el mismo: son ventanas que se van abriendo de una manera muy ágil con un solo click.
El Windows que hoy usamos es una versión mucho más avanzada y clara que el Windows del inicio, pero sigue siendo básicamente el mismo Windows.
¿Por qué estamos hablando de esto? Porque esto podría funcionar como una analogía para entender un poco mejor el tema que estaremos abordando hoy.
Hoy terminamos nuestra serie de sermones basada en el libro de Deuteronomio llamada “No olvidarás”. En esta serie hemos estado abordando diversos aspectos o temas que Moisés es cuidadoso en advertir a esa nueva generación que iba a entrar a la tierra prometida después de varios años en el desierto.
Moisés recalca la importancia de que el pueblo siempre recuerde la misericordia de Dios, la ley de Dios, la fidelidad de Dios y la grandeza de Dios. Todo esto sería determinante en su caminar con el Señor en esta nueva tierra que les estaba entregando.
Hoy nos toca abordar una advertencia y exhortación más de Moisés para el pueblo y para nosotros que es central y de suma importancia para nuestro caminar con el Señor y nos referimos al Pacto de Dios. No olvides el pacto de Dios.
Como iglesia reformada nosotros vemos este concepto del Pacto como algo central en la enseñanza de la Escritura.
Tenemos que comenzar diciendo que Dios es un Dios de pactos. A todo lo largo y ancho de la Escritura, vemos a Dios actuando o dejando de actuar por causa de los pactos que él ha hecho. Dios no hace nada si no es por medio de pactos.
Entonces, podemos decir, que el pacto es la manera que tiene Dios de administrar su relación con el hombre. El pacto es el marco conceptual de nuestra relación con Dios; es decir, el Señor hace o deja de hacer cosas con base en lo que ha pactado. Un pacto es una relación solemne divinamente establecida entre Dios y los hombres.
La Biblia nos muestra que toda relación que Dios ha sostenido con el ser humano se ha regido por medio del Pacto.
Imagínate un círculo grande en el que todos los que están dentro de él están en pacto con Dios, mientras que los que están fuera, no lo están. No es lo mismo estar dentro que estar fuera. Los privilegios y las responsabilidades son diferentes. La relación con Dios es distinta cuando se está dentro del círculo pactual a los que se encuentran fuera de él.
Ahora bien, cuando leemos la Escritura vemos que Dios hizo múltiples pactos a lo largo de la historia, o al menos, así se podría notar, pues en varias ocasiones estableció el marco de referencia del pacto con diversas personas en distintas etapas de la historia bíblica. Por ejemplo, hizo un pacto con Adán, con Noé, con Abraham, con Moisés, con David y también se habla de un nuevo pacto.
¿Son estos pactos diferentes sin alguna relación o están organizados de alguna manera formando un todo congruente?
Como iglesia reformada nosotros vemos los pactos en la Biblia como conectados unos con otros, de tal manera que vemos mucha continuidad entre las diferentes manifestaciones del pacto. Así como “Windows” ha tenido varias fases de desarrollo, pero sigue siendo básicamente el mismo “Windows” en todo el proceso, así también vemos en la Biblia el mismo pacto desarrollándose en varias etapas a lo largo de la historia bíblica.
Aunque se mencionan varios pactos, los vemos como uno y el mismo, que podríamos llamar con un término que abarque a todos, como el pacto de gracia.
Dios por gracia se acerca a nosotros. Entonces, tenemos gracia desde Génesis 3 hasta Apocalipsis 22. El pacto de gracia es lo que encontramos en el desarrollo de básicamente toda la historia bíblica.
Dios hizo pactos universales, como el que hizo con Noé, es decir, porque abarcaban a toda la humanidad, pero también hizo pactos nacionales, que tenían que ver como punto de partida con el pueblo judío y de ahí llegaría la bendición a todos los pueblos del mundo, como los pactos con Abraham, Moisés y David.
Y finalmente, se reveló en el pacto de pactos, llamado el nuevo pacto o el pacto renovado, en el cual Jesucristo es la estrella y cumplimiento de toda la historia recorrida a lo largo de las edades.
Todos estos múltiples pactos: universales, nacionales y el nuevo pacto, están dentro de la categoría más amplia que llamamos el pacto de gracia.
Así que no nos confundamos. Al hablar del pacto, aunque hay muchas manifestaciones particulares del mismo en diversas épocas y diversos personajes, hay una conexión básica en todos porque son uno y el mismo pacto de gracia que apunta a Jesucristo, como el cumplimiento del nuevo y mejor pacto en el que vivimos y somos.
Como dijimos, esto es como Windows del principio y el Windows actual. Aunque hoy día notemos tantas funciones novedosas y avanzadas, el Windows de hoy no deja de ser en esencia, el Windows del principio. A lo largo de todo su desarrollo histórico ha sido uno y el mismo Windows. Así sucede con el pacto de gracia.
Es por eso, que podemos tomar, por ejemplo, el libro de Deuteronomio y hablar del pacto en los tiempos de Moisés y tener grandes enseñanzas también para nosotros hoy día. Claro está que tenemos que hacer ciertos ajustes y pasar por ciertos filtros, pero en esencia, lo que dijo Moisés es pertinente para nosotros hoy también que ya estamos en el nuevo pacto.
Así que hoy vamos a hablar del pacto, basándonos en los tiempos de Moisés en Deuteronomio 29 y 30, y encontraremos 5 realidades acerca del pacto de gracia que no debemos pasar por alto y mucho menos olvidar. Al contrario, debemos poner mucha atención y concentración en estas 5 verdades del pacto que tenemos con Dios como su pueblo.
¿Por qué debemos tener en cuenta y nunca olvidar el pacto con Dios?
En primer lugar, El pacto surge del corazón benevolente de Dios.
Deuteronomio 29:2-6 dice: Moisés convocó a todos los israelitas y dijo: Ustedes vieron todo lo que el Señor hizo en Egipto con el faraón, sus funcionarios y con todo su país. Con sus propios ojos vieron aquellas grandes pruebas, señales y maravillas. Pero hasta este día el Señor no les ha dado mente para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír. Durante los cuarenta años que los guie a través del desierto, no se les desgastó la ropa ni el calzado. No comieron pan ni bebieron vino ni ninguna bebida fermentada. Esto lo hice para que supieran que yo soy el Señor su Dios.
El capítulo 29 de Deuteronomio enmarca estas palabras que acabamos de leer en el contexto del Pacto de Dios con su pueblo. Moisés estaba hablando con los Israelitas acerca del pacto de Dios.
Y comienza, antes de cualquier cosa, por hablar del origen del pacto. El pacto no fue iniciativa del pueblo, sino vino por iniciativa del Señor. Él, con un corazón benevolente, mostró su poder y amor por su pueblo, liberándolo de la opresión en Egipto.
Después de sacarlos de la esclavitud, los sostuvo por cuarenta años en el desierto, bendiciéndolos de múltiples maneras, aunque eran un pueblo que parecía que aún no tenían ojos para ver, ni oídos para oír. No obstante, en su benevolencia Dios siempre se ha mostrado como su Dios. Su Dios libertador, su Dios Salvador, su Dios proveedor.
Este es el Dios del pacto. El Dios que es movido por su corazón benevolente hacia su pueblo.
Como podemos ver, en el pacto de Dios, la gracia es lo que pone en marcha las cosas. El pueblo no merecía este trato por parte de Dios (no veían con sus ojos, ni oían con sus oídos), sin embargo, él los liberó, los sostuvo y les concedía su presencia como su Dios.
El pacto no se pone en marcha por el desempeño del hombre, sino por la gracia de Dios. Por eso, es importante siempre recordar que el pacto surgió del corazón benevolente de Dios.
Esto es una realidad que vivimos a diario en el pacto con Dios. Estamos en una relación con él, no porque la merezcamos o nuestro desempeño sea acreedor de tal benevolencia, o porque nosotros tuvimos la iniciativa de acercarnos al Señor. Es todo lo contrario.
El que se acercó a nosotros en el nuevo pacto en Cristo, fue Dios mismo por pura gracia. Aunque la obediencia en el pacto es importante, siempre está basada, no en meros esfuerzos humanos, sino solamente en la benevolencia y gracia del Dios del pacto.
Esto siempre nos debe mantener humildes y asombrados ante la gracia y benevolencia del Señor y que esto se derrame a nuestro alrededor hacia nuestro prójimo.
Nuestro trato a los demás debe ser un reflejo de la benevolencia de Dios en Cristo que nos tiene en esta relación especial de pacto que no vino por nuestra iniciativa, sino por la gracia del Señor. El pacto tiene se origen en Dios y no en nosotros, por tanto, no hay lugar para la vanagloria y presunción.
Pero hay una segunda verdad que hace importante no olvidarnos del pacto y esta es…
El pacto incluye a hombres y mujeres y a sus descendientes por generaciones.
Deuteronomio 29:9-12 dice: Ahora, cumplan fielmente las condiciones de este pacto para que prosperen en todo lo que hagan. Hoy están ante la presencia del Señor su Dios todos ustedes, sus líderes, sus jefes, sus oficiales y todos los hombres de Israel, junto con sus hijos y sus esposas, así como los extranjeros que viven en sus campamentos, desde los que cortan la leña hasta los que acarrean el agua. Están aquí para hacer un pacto con el Señor su Dios, quien hoy lo establece con ustedes y lo sella con su juramento.
Y el 14 y 15 dicen: … Este pacto y juramento no lo hago solamente con ustedes, los que hoy están aquí presentes delante del Señor, sino también con los que todavía no se encuentran entre nosotros.
Estamos muy acostumbrados hoy día a pensar muy individualistamente. No se nos da con facilidad esa mentalidad de comunidad. Pero, como podemos ver, para Moisés era importante recalcar que este pacto no era cosa individualista, sino que abarcaba a todos los que eran parte de la comunidad del pacto: los líderes y oficiales, los varones, las mujeres, los hijos, los extranjeros que eran ya parte de la comunidad e incluso, las generaciones que aun no nacían. El pacto era pertinente a todos ellos.
Esta pauta la vemos en todo el desarrollo del pacto de gracia; no solo los adultos presentes en el momento de sellarlo están incluidos, sino también las generaciones que vienen detrás de ellos.
Por ejemplo, Abraham hizo pacto con Dios y esta decisión afectó a sus descendientes Isaac, Jacob y a la casa de Israel. Lo mismo ocurre con el rey David. Incluso hasta en el nuevo pacto, los efectos del pacto de Jesucristo, los hijos de los creyentes también son incluidos en los beneficios del pacto.
Entonces, el pacto no es un asunto individual sino familiar y multigeneracional. Los descendientes se vuelven herederos de las promesas de ese pacto con Dios.
No estamos diciendo que nuestros hijos son automáticamente salvos porque nosotros estamos en el pacto con Dios. Estar en pacto con Dios y ser salvo no es lo mismo. Aunque todos los salvos están en pacto con Dios, no todos los que están en pacto son automáticamente salvos.
No obstante, cuando pensemos en el pacto debemos siempre tener en cuenta que las generaciones que vienen detrás de nosotros están incluidas y que tenemos una gran responsabilidad hacia ellas. El pase de la estafeta de nosotros hacia ellos es un encargo que no podemos ni debemos eludir.
Por eso, los que somos padres debemos recordar que somos los primeros responsables de perpetuar el pacto en la vida de nuestros hijos. Seamos constantes en la instrucción y dirección de nuestros hijos en el camino del Señor. La iglesia nos puede apoyar, como lo hace el ministerio infantil y juvenil de nuestra iglesia local a través de todos los recursos, capacitaciones y oportunidades que se preparan para apoyarnos en nuestra labor, pero nosotros tenemos que ser intencionales en guiar a nuestros hijos todos los días y en todas las circunstancias de la vida.
Pero aun los que no tenemos hijos, no por ello pensemos que estamos libres del encargo de velar por la siguiente generación. El pacto con Dios incluye a los que aún ni están con nosotros, así de importante es buscar perpetuar el pacto por generaciones y eso nos toca a todos. Así que la pregunta importante para todos los que ya estamos en el pacto es ¿cómo estoy contribuyendo para que la siguiente generación conozca al Señor de pacto? ¿A qué me está llamando el Señor? ¿En qué personas de la siguiente generación debería invertir tiempo, esfuerzo y dedicación para que crezca como discípulo de Cristo? El pacto abarca a toda una comunidad conformada por los adultos y sus descendientes.
Pero encontramos aun una tercera verdad acerca del Pacto que no debemos olvidar y esta es, El pacto establece nuestra identidad.
Deuteronomio 29:13 dice: De esta manera confirma hoy que ustedes son su pueblo, y que él es su Dios, según lo prometió y juró a sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob.
Esta es la esencia del pacto, el compromiso solemne de parte del Señor de ser nuestro Dios, con todo lo que esto implica, y que nosotros seamos su pueblo, con todo lo que esto implica. Esta es nuestra identidad de todos los que estamos en el pacto. Somos su pueblo, somos sus ovejas, somos su nación santa, somos su real sacerdocio, somos su iglesia, somos suyos. Somos de él, por él y para él.
El pacto nos provee una identidad distinta al mundo. Somos una comunidad peculiar y distinta que, aunque estamos en el mundo, no somos del mundo. Y mientras estemos en el mundo debemos vivir de acuerdo con lo que somos en Cristo.
Por eso Moisés estaba advirtiendo al pueblo que no se olvidaran del pacto porque allí mismo radicaba su identidad. Estaban a punto de entrar a una tierra llena de pueblos que les ofrecerían identidades diversas, pero ellos debían verse siempre como lo que eran: el pueblo del pacto, el pueblo santo del Señor.
Mis hermanos, tengamos siempre presente nuestra identidad como pueblo del pacto. Tú y yo, que estamos en Cristo, tenemos una identidad marcada por el evangelio. El mundo no nos define, sino nuestra relación con el Señor. Por eso, consideremos quién dice el Señor que somos y vivamos de esa manera. Nuestra identidad está en Cristo y no en el mundo.
Pero tenemos aun una cuarta verdad por señalar en este pasaje acerca del pacto y esta es El pacto implica consecuencias muy serias.
En el capítulo 28 de Deuteronomio podemos encontrar toda una serie de grandes bendiciones para los que están el pacto y lo guardan, pero también encontramos grandes maldiciones para los que quebrantan y abandonan el pacto con Dios. Todo esto nos muestra la seriedad de las consecuencias que hay en el pacto, sea para bien o para mal de los que están en él.
Y aquí en el capítulo 29, Moisés reitera la seriedad de las consecuencias de estar en el pacto o de abandonarlo.
Deuteronomio 29:18-21 dice: Asegúrense de que ningún hombre ni mujer ni clan ni tribu entre ustedes aparte hoy su corazón del Señor nuestro Dios para ir a adorar a los dioses de esas naciones. Tengan cuidado de que ninguno de ustedes sea como una raíz venenosa y amarga.
19 Si alguno de ustedes, al oír las palabras de este juramento, se cree bueno y piensa: «Todo me saldrá bien, aunque persista yo en hacer lo que me plazca», provocará la ruina tanto en la tierra regada como en la seca. 20 El Señor no querrá perdonarlo, sino que su ira y su celo arderán contra ese hombre. Todas las maldiciones escritas en este libro caerán sobre él, y el Señor hará que desaparezca hasta el último de sus descendientes. 21 El Señor lo apartará de todas las tribus de Israel, para su desgracia, conforme a todas las maldiciones del pacto escritas en este libro de la Ley.
Esto de tomar a la ligera el pacto con Dios es cosa muy seria. La persona que estando en el pacto aparta su corazón del Señor para servir a cualquier cosa o persona que considere su dios está entrando en una zona de gran peligro. Está permitiendo que en su corazón crezca una raíz venenosa y amarga.
Y podemos escuchar su pensamiento al decir: Puedo persistir en este camino sin Dios, pensando que todo saldrá bien y haga lo que me de la gana, quizá al mismo tiempo aparentando que sigo en el pacto con Dios como si nada. Esto es cosa muy grave y puedo acarrear sobre mí y mi comunidad consecuencias muy lamentables.
En el pacto con Dios hay grandes promesas hermosas, pero también hay advertencias muy serias. No podemos estar jugando. Sino debemos siempre considerar nuestros corazones.
Estas advertencias están ahí para que las tomemos en serio y constantemente estemos revisando nuestros corazones, para que nos arrepintamos y permanezcamos en el camino con un temor santo ante nuestro Dios.
Debemos tener cuidado de no volvernos cínicos y pensar que podemos vivir en pecado como nos plazca y al mismo tiempo pretender estar en una buena relación con Dios y su comunidad del pacto.
Hermanos, temamos al Señor, sus promesas son verdaderas, pero sus juicios son justos también. No pensemos que en el nuevo pacto las cosas son distintas, no saldremos bien libramos si con cinismo pisoteamos el nombre de Cristo. Por eso es importante cuidar nuestros corazones y cuidarnos unos a otros para mantenernos firmes en el camino del Señor.
Pero nos resta una quinta y última verdad acerca del pacto en estos pasajes y esta es El pacto establece una esperanza verdadera.
Deuteronomio 30:1-8 dice: 30 Cuando recibas todas estas bendiciones o sufras estas maldiciones de las que te he hablado, y las recuerdes en cualquier nación por donde el Señor tu Dios te haya dispersado; 2 y cuando tú y tus hijos se vuelvan al Señor tu Dios y le obedezcan con todo el corazón y con toda el alma, tal como hoy te lo ordeno, 3 entonces el Señor tu Dios restaurará tu fortuna[a] y se compadecerá de ti. ¡Volverá a reunirte de todas las naciones por donde te haya dispersado! 4 Aunque te encuentres desterrado en el lugar más distante de la tierra, desde allá el Señor tu Dios te traerá de vuelta y volverá a reunirte. 5 Te hará volver a la tierra que perteneció a tus antepasados y tomarás posesión de ella. Te hará prosperar y tendrás más descendientes que los que tuvieron tus antepasados. 6 El Señor tu Dios circuncidará tu corazón y el de tus descendientes, para que lo ames con todo tu corazón y con toda tu alma y así tengas vida. 7 Además, el Señor tu Dios hará que todas estas maldiciones caigan sobre tus enemigos, los cuales te odian y persiguen. 8 Y tú volverás a obedecer al Señor y a cumplir todos sus mandamientos, tal como hoy te lo ordeno.
¡Cuan maravilloso y misericordioso es el Señor! Aquí Moisés pinta el peor de los escenarios en el que el pueblo se hubiere abandonado el pacto al extremo y hubiere recibido el juicio justo de Dios al haberlos expulsado de su tierra, si aun allá en los lugares más recónditos del mundo donde estuvieran esparcidos, si se arrepentían de todo corazón y regresaban al Señor, Dios es tan misericordioso que podía perdonarlos y restaurarlos con todas las bendiciones del pacto.
Moisés conocía al pueblo y sabía que se podían desviar tanto que acarrearían sobre ellos las maldiciones del pacto, pero también conocía al Señor que es un Dios perdonador y lleno de misericordia y en el recordatorio del pacto de Dios, también les recuerda que hay verdadera esperanza de restauración en el pacto.
Y señala algo maravilloso, el Señor habría de circundar (que es el sello de pacto) pero ya no su prepucio, sino sus corazones, tanto de ellos como de sus descendientes para que pudieran amar al Señor con todo su corazón y con toda su alma, y pudieran así cumplir los mandamientos del pacto.
En el peor de los escenarios, viene la mejor de las promesas: la promesa de un nuevo corazón capaz de amar y obedecer a Dios.
Y esa promesa es cumplida en el nuevo pacto en Jesucristo. Por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, en el nuevo pacto experimentamos el cumplimiento de esa circuncisión del corazón por el Espíritu Santo que prepara nuestro corazón para obedecer la ley del Señor por su gracia.
Por eso si estamos en Cristo, podemos tener la esperanza verdadera de vivir en el pacto con un corazón renovado, un corazón no de piedra sino de carne, que es sensible a los mandamientos del Señor y en el cual permanece el temor santo del Señor.
Es sólo en Cristo, que ahora queremos obedecer los mandamientos del pacto, no por mera obligación sino porque queremos agradar y glorificar al Dios que nos libró de las tinieblas y nos ha traído a su luz admirable.
Es en Cristo que experimentamos todas las bendiciones y promesas del pacto de gracia y vivimos confiados en su amor que ha derramado en nosotros por el Espíritu Santo.
Es en Cristo que podemos tener esperanza verdadera de vivir en el pacto para la gloria de Dios.
Hermanos, este día hemos sido recordados de la importancia de este marco relacional con Dios que viene desde tiempos antiguos hasta nuestros días. El pacto de gracia y sus dinámicas es una realidad para nosotros en Cristo por el cual podemos gozar del corazón benevolente de nuestro Dios, y no sólo nosotros sino también nuestros hijos. Viviendo de acuerdo con nuestra identidad en Cristo, siendo conscientes de la gravedad y seriedad de lo que implica el pacto, sabiendo que en Cristo tenemos una esperanza segura de poder vivir a la altura del pacto por su obra maravillosa de redención que ha cambiado nuestros corazones incircuncisos en corazones que amen a Señor con todas sus fuerzas para la gloria de Dios.