Summary: Detrás de la Ley está un Dios que ama infinitamente a su Pueblo.

En una ocasión, Delia y yo nos encontrábamos en una actividad organizada por el Ministerio de Matrimonios de nuestra iglesia y estaban haciendo una dinámica de convivencia y nos pidieron que nos formáramos todos los que estábamos allá en orden de acuerdo con nuestra fecha de aniversario.

Así que, comenzamos a formarnos buscando nuestro lugar en la fila con la fecha 11 de abril y fue cuando ambos caímos en la cuenta de que estábamos como a tres o cuatro día de nuestro aniversario, pues era como día 7 u 8 de abril y ni siquiera habíamos platicado del asunto ni mucho menos habíamos hecho planes.

En este caso no hubo mucho problema porque ambos estábamos despistados, pero que tal cuando a uno de los dos se le olvida. Ese sí se vuelve un olvido grave.

Puesto que somos susceptibles a olvidar cosas importantes, necesitamos recordatorios que nos ayuden a tener presente esas cosas que no debemos olvidar por su importancia.

En nuestra serie de sermones: “No olvidarás”, basándonos en el libro de Deuteronomio, estamos subrayando cosas importantes que Moisés advirtió al pueblo de Israel que no debían olvidar, sino siempre tenerlas en el centro de sus corazones. Una buena idea este mes sería leer todo el libro de Deuteronomio, además de hacer nuestro “A solas con Dios” en el cual estaremos meditando en porciones de este libro.

Deuteronomio es el último libro del Pentateuco, escrito por Moisés y toma su nombre de una palabra griega que quiere decir “Segunda ley” porque Moisés repite por segunda vez la ley de Dios en el libro.

Recordemos que el pueblo había sido liberado de la esclavitud de Egipto por medio de grandes portentos por parte de Dios a través de su siervo Moisés, sin embargo, el corazón duro del pueblo trajo como consecuencia de que casi toda esa primera generación que salió de Egipto muriera en el desierto mientras iban a la tierra prometida.

Solo Josué y Caleb quedaron de toda esa generación, ni el mismo Moisés iba a poder entrar a la tierra. Ahora estaba una segunda generación, es decir los descendientes de esa primera generación que vio las plagas de Egipto y el mar rojo abierto de par en par. Así que era necesario hacer ciertos recordatorios y advertencias a esta nueva generación para que no cometiera los mismos errores que sus antecesores y que había causado que se quedaran en el desierto.

Por eso escucharemos en Deuteronomio en varias ocasiones la frase: “Cuida de no olvidar…” “Recuerda que…” “No te olvides de…” en fin, el libro de Deuteronomio va a ser un recordatorio constante para que no olvidemos las cosas importantes. Esas cosas que son olvidos más graves que no recordar la fecha de tu aniversario. Cosas muy importantes que tienen que ver con nuestra relación con Dios.

La semana pasada hablamos de no olvidar la Misericordia de Dios. Esta semana nos centraremos en otro aspecto importante a recordar y tener presente siempre, y este es la ley de Dios. El pueblo y nosotros, somos exhortados este día a recordar siempre, a tener siempre presente, la ley del Señor, que nuestro Dios ha dado a su pueblo.

Por eso, en el capítulo 6 de Deuteronomio, donde te invito a tener tu Biblia abierta, encontraremos la enseñanza acerca de la ley este día.

Un día, siendo estudiante, un maestro nos mostró una hoja blanca tamaño carta que tenía un círculo negro pequeño en el centro y nos preguntó: ¿Qué ven en esta hoja? Todos contestamos, casi al unísono, “un círculo negro”. El maestro luego comentó: “Ciertamente hay un círculo negro, pero nadie vio que hay también en la hoja un gran espacio en blanco, sólo se fijaron en el círculo negro”.

Algo parecido nos puede pasar cuando pensamos en la ley de Dios. Tendemos a fijarnos casi sólo en los mandamientos, ordenanzas y estatutos de la ley de Dios en la Biblia, pero dejamos de ver todo el trasfondo y lo que hay detrás de esas instrucciones.

Tendemos a verlo como si se tratara nada más de una lista de leyes y reglas, como si fuera un simple código, pero dejamos de notar todo aquello que le da sentido profundo y que sostienen esas normas.

Es como cuando tu mamá te decía: “Te comes todas tus verduras” y tu no entendías que tu mamá estaba tratando de que recibieras buenos nutrientes para tu crecimiento. Tú sólo veías el chayote haciéndote muecas y la calabaza riéndose de ti.

Así nos puede parecer la ley de Dios a veces, como algo estricto, rígido, anticuado, intransigente y sin sentido, pero cuando vemos todo esto sobrepuesto y contrastado con su trasfondo y propósito, vemos un cuadro mucho más completo y encontramos al Dios amoroso que da su ley a su pueblo movido no por un autoritarismo o dictadura espiritual, sino porque es un Dios bueno, fiel y compasivo, lleno de misericordia y verdad.

Por eso este día decimos: “Detrás de la ley está un Dios que ama infinitamente a su pueblo”. Por eso no debemos olvidar su ley bendita para sujetar nuestras vidas a ella en Cristo Jesús. Al conocer más y más de este Dios que nos ha amado infinitamente en Cristo, veremos como tiene todo el sentido del mundo guiar nuestras vidas con lo que ha ordenado y mandado para su pueblo.

En este capítulo 6 de Deuteronomio encontraremos, por lo menos, cuatro realidades que fungen como trasfondos para la ley de Dios y nuestra sujeción a ella. Cuatro realidades que dan sentido a todo lo que Dios nos ordena. Cuatro trasfondos que subyacen a toda la ley de aquel Dios que ama infinitamente a su pueblo.

La primera realidad que subyace a la ley es EL CORAZÓN DE DIOS. Debemos ver la ley a la luz del corazón de Dios.

Dice Deuteronomio 6:1-3, Estos son los mandamientos, estatutos y leyes que el Señor tu Dios mandó que yo te enseñara para que los pongas en práctica en la tierra de la que vas a tomar posesión. De esta manera, durante toda la vida, tú, tus hijos y tus nietos temerán al Señor tu Dios, cumpliendo todos los estatutos y mandamientos que te doy; así disfrutarán de larga vida. Escucha, Israel, y esfuérzate en obedecer. Así te irá bien y serás un pueblo muy numeroso en la tierra donde abundan la leche y la miel, tal como te lo prometió el Señor, el Dios de tus antepasados.

En el capítulo anterior, en el capítulo 5, Moisés repite al pueblo el resumen de la ley, mejor conocido como los Diez mandamientos. Los Diez mandamientos los encontramos en Éxodo 20 y en Deuteronomio 5.

Y luego, en el capítulo 6, les reitera que estos mandamientos, estatutos y leyes es lo que el Señor instruyó a Moisés que los enseñara al pueblo para que los practicarán, y sobre todo en ese momento crucial en el que estaban a punto de ingresar a la tierra que Dios les había prometido.

Estaban comenzando una nueva etapa en la que enfrentarían muchos desafíos y tentaciones también. Esas tierras que ocuparían estaban llenas de pueblos que podían desviarlos de su confianza y fe en el Dios vivo y verdadero y podían seducirlos para adorar dioses falsos.

Pero no sólo les estaba dando las reglas a seguir, como si fuera un Dios narcisista e inseguro, necesitado de seguidores, likes y fans exclusivos, sino en estas mismas líneas les dice el propósito de darles sus leyes y que ellos las obedecieran. Es decir, les permite ver su corazón maravilloso que está detrás de estas leyes.

Les dice que al recordar y tener presente siempre su ley ellos aprenderían a temer (confiar, adorar, servir) solo al Señor y esto produciría que les fuera bien en sus vidas a ellos, a sus hijos y a sus nietos. (Notemos aquí la teología del Pacto como incluye a los descendientes siempre).

Les reitera, como podemos ver en el versículo 3, “Así te irá bien y serás un pueblo numeroso”. Lo que vemos detrás de la ley es a un Dios con un corazón compasivo y bueno que está pensando en el bien de su pueblo a quien ama infinitamente. Sus leyes no eran para restringirlos y tenerlos cautivos, sino para darles una verdadera vida que pudieran disfrutar en verdad.

Ese corazón tan bondadoso y que pone en perspectiva toda la ley lo podemos escuchar en lo que dice Deuteronomio 5:29:

¡Ojalá tuvieran un corazón inclinado a temerme y cumplir todos mis mandamientos para que a ellos y a sus hijos siempre les vaya bien!

¡Qué hermoso es el corazón de nuestro Dios! Sus leyes no tienen el propósito de dominarnos, de subyugarnos, de nulificarnos, sino todo lo contrario. Sus leyes, sus ordenanzas, sus mandamientos, nos dirigen hacia una vida de bien, no solo a nosotros, sino también a nuestros hijos.

Tendemos a ver la ley de Dios como una carga, como un yugo, como una imposición, y claro, el Nuevo Testamento, pudiera mal interpretarse como que es algo negativo, algo de lo cual te quieres alejar, como que la gracia de Dios se opone a la ley en sí. Pero este no es el caso.

Ciertamente, la ley mal usada como medio de salvación, nos condena y es en nuestro detrimento. Pero cuando somos salvados por la gracia de la obra de Cristo Jesús, la ley de Dios vista desde la perspectiva de la cruz, se vuelve bendición.

Cristo mismo dijo que no había venido a abrogar la ley, sino a cumplirla, y como él fue el único que la cumplió perfectamente en nuestro lugar, ahora, los que se identifican con él por medio de la fe, reciben la bendición de que la ley ahora no los condena, sino que, en Cristo, los considera ahora justos y rectos delante de Dios, sólo por la rectitud de Cristo que es atribuida a su favor.

Entonces para los que están en Cristo, la ley se vuelve una bendición porque ahora en Cristo encontramos en la ley el corazón de Dios que ama infinitamente a su pueblo y quiere que le vaya bien y tengan la vida abundante que emana de su Palabra.

Por eso hermano, si eres creyente en Cristo Jesús, la ley no es tu enemiga, sino tu guía. La ley no es una maldición, sino una bendición. Lo que Dios ordena no es restricción, sino vida abundante y libertad verdadera. Por eso, no olvidemos la ley, sino prestemos oído a lo que él dice y ordena, pues es para nuestro bien en Cristo Jesús.

Pero no sólo encontramos el corazón de Dios como el trasfondo de la ley, sino también en segundo lugar, encontramos la realidad de LA CENTRALIDAD DE DIOS.

Dice Deuteronomio 6:4-6 dice: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando.

Este pasaje se volvió para el pueblo judío una especie de confesión de fe y es conocida como el “Shemá”, Por la primera palabra “Escucha”, que en hebreo es Shemá Israel.

Esta palabra “Escucha” no significa tener nada más la percepción del sonido, sino es poner atención, concentrarse, disponerse a oír para responder prontamente a lo que se escucha. ¿Y a qué debemos poner tal atención o concentración?

Básicamente, a lo central que es Dios para la vida de su pueblo. Él es el único, exclusivo Señor. No hay otro más que él. No hay otro dios fuera de él. Si es el único Dios, entonces, nuestro propósito central de existir es él.

Por eso debemos amarlo con todo nuestro corazón, alma y fuerzas, con todo nuestro ser, con todo lo que somos.

Jesucristo mismo cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más importante de la ley, reafirmó la centralidad de Dios en la vida de su pueblo. No hay cosa más importante que el de amar a Dios con todo el corazón, alma y fuerzas. De hecho, Jesús afirma que básicamente toda la Biblia se resume en los dos mandamientos gemelos de amar a Dios y amar al prójimo.

Y Moisés pone la ley de Dios en este trasfondo de la centralidad del Señor para la vida de su pueblo. Si él es el Señor, el único Dios, entonces sus palabras deben ser centrales y deben ser tomadas muy en cuenta. Por eso les dice: “Grábate en el corazón estas palabras”.

No es la sabiduría propia, ni las ideas humanas las que deben ser grabadas y cinceladas en el corazón sino la ley y palabra de Dios.

La centralidad de Dios en nuestras vidas se muestra con la atención que les ponemos. Si nosotros “Shemá” o “no Shemá” su ley y palabra. Yo puedo decir que Dios es central en mi vida, pero su ley en verdad no me importa, si no estoy siendo intencional en poner por obra lo que manda, aunque sea difícil, impopular o vaya en contra de mis deseos, entonces, tengo que hacer una revisión seria de qué lugar tiene Dios en mi corazón.

Amar a Dios con todo el corazón, alma y fuerzas implica amar su ley y palabra, aquilatarla, leerla, memorizarla, estudiarla, compartirla y sobre todo obedecerla.

Cuando pones la importancia y centralidad que Dios tiene en la vida de su pueblo como el trasfondo para la ley, entonces tiene todo el sentido del mundo enfatizar la lectura, estudio y obediencia a su palabra.

Amar Su palabra y mandamientos es un reflejo de nuestro amor a Dios. Por eso, si ya amas al Señor tu Dios, te animamos a poner en el centro de tu vida la Palabra.

Como iglesia promovemos el devocional “A solas con Dios” que semanalmente presenta seis pasajes relacionados con el sermón que escucharás el domingo. Lo puedes descargar gratuitamente en la página de la iglesia (sección de recursos) y también puedes acceder a él diariamente en nuestras redes sociales. Además, este devocional propone un plan para leer la Biblia en un año. Puedes hacer uso de esta buena herramienta.

Esta es tan solo una manera en que experimentemos la centralidad de Dios y para que su ley esté grabada en nuestros corazones y nuestras vidas.

Pero no sólo encontramos el corazón de Dios y la centralidad de Dios como el trasfondo de la ley, sino también en tercer lugar, encontramos la realidad de LA SIGUIENTE GENERACIÓN. La siguiente generación es muy importante para Dios.

Dice Deuteronomio 6:7-9: Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo, llévalas en tu frente como una marca y escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.

La ley del Señor es de tal bendición para su pueblo que no puede quedar con una generación. Aquí Moisés le estaba hablando a la segunda generación de los que habían salido de Egipto. Y a estos les estaba recordando de la importancia de pasar la estafeta a la siguiente generación.

De manera particular, enfatiza que los padres creyentes tienen la prioridad y responsabilidad de inculcar, repetir y enseñar de manera intencional a sus hijos la ley del Señor. Los padres han sido colocados de manera estratégica para ser la influencia más duradera en sus hijos y sobre todo para dirigirlos hacia una relación con Dios.

Este proceso del pase de la ley de Dios de una generación a otra, debe hacerse aprovechando toda oportunidad cotidiana y usando todo recurso disponible. La idea es que ya sea que esté amaneciendo o anocheciendo, estés donde estés, ya sea en el camino o en la casa aproveches toda ocasión para recalcar, enseñar, instruir la ley del Señor en el contexto de la relación personal con la siguiente generación.

Hay que usar los recursos disponibles y de maneras visibles modelar y mostrar la ley y palabra del Señor ante la siguiente generación.

La siguiente generación es un trasfondo importante para entender la ley. La siguiente generación necesita ser enseñada de la ley del Señor. Esta relación con Dios debe perpetuarse en ellos y los padres tienen el gozo y privilegio de ser esos perpetuadores del pacto en la siguiente generación.

Así que a los padres aquí presentes esta verdad nos desafía directamente, no podemos bajar la guardia ni descuidar en aquello que quizá sea la tarea más importante que Dios te ha dado al concederte descendencia. Más allá de un título académico, una salud formidable, un contexto social de conexiones, (cosas muy buenas, por supuesto), nuestra tarea principal es enseñarles a amar a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas.

Pero esto tiene que ser visible y audible, primeramente, en nosotros. Así que piensa muy bien que estás enseñando activa e intencionalmente a la siguiente generación con tus palabras y tus acciones visibles cotidianas. Con solo verte y escucharte qué están aprendiendo tus hijos acerca de Dios, de las prioridades en la vida, de lo que es importante en la vida, del matrimonio, de la iglesia, etc. Si no tienes idea de qué hacer, no dejes de asistir a todos los talleres y pláticas para padres que nuestra iglesia ofrece.

Ahora bien, dirás, yo no tengo hijos, ya me salvé de ésta. Pero la verdad es que, aunque no tengamos hijos, seguimos teniendo una responsabilidad hacia la siguiente generación. Hay muchos de esa segunda generación que necesitan padres, tíos, amigos, maestros, guías, que los lleven al Señor y tú estás en posiciones privilegiadas para ser ese factor de influencia en la vida de estas personas jóvenes. No hay nada más noble y maravilloso que invertir tu vida para discipular a la siguiente generación sean tus hijos o personas que Dios te ha puesto para que los guíes a su palabra y puedan vivir una relación con Dios en Cristo Jesús.

Pero no sólo siguiente generación, la centralidad de Dios y su corazón son trasfondo para dar mayor sentido a la ley del Señor sino también, en cuarto y último lugar, está LA GRACIA DE DIOS.

Dice Deuteronomio 6:10-12: El Señor tu Dios te hará entrar en la tierra que juró a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. Es una tierra con ciudades grandes y prósperas que tú no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes que tú no acumulaste, con cisternas que no cavaste, y con viñas y olivares que no plantaste. Cuando comas de ellas y te sacies, cuídate de no olvidarte del Señor, que te sacó de Egipto, la tierra donde eras esclavo.

Muchas veces vemos la ley como algo que el hombre hace y con ello se gana un lugar con Dios. Ciertamente, la ley requiere obediencia e intencionalidad, pero detrás de esa ley que es para obedecerse, está un Dios de gracia que fiel a su pacto de gracia cumplió sus promesas y ha llenado a su pueblo de toda clase de bendiciones que no las obtuvieron por haberlas ganado, sino por pura gracia.

Moisés aquí está recordando al pueblo que estaban a punto de entrar a una tierra que estaba llena de cosas que ellos no habían ganado o merecido, sino que Dios teniendo gracia a su pueblo que estaba esclavo en Egipto, lo liberó con poder para llevarlo a una tierra donde estaba recibiendo bendiciones que no había ganado o merecido.

Y les advierte, cuando goces de todas estas bendiciones, cuídate de no olvidarte del Señor que te sacó de Egipto, la tierra donde eras esclavo.

El pueblo debía estar consciente de la gracia de Dios para con ellos y esto sería el motivo de obedecer solo al Señor en sus mandamientos.

Deuteronomio 6:20-21 dice:En el futuro, cuando tu hijo te pregunte: «¿Qué significan los mandatos, estatutos y leyes que el Señor nuestro Dios nos mandó?», le responderás: «En Egipto nosotros éramos esclavos del faraón, pero el Señor nos sacó de allá con gran despliegue de fuerza.

Y sigue hablando de cómo el Señor los llevó a tierra de bendición. Miremos cuál es la respuesta que debemos dar a las siguientes generaciones cuando pregunten acerca de la ley. Cuando te pregunten ¿Qué es esto de la ley de Dios? ¿Por qué debemos estar obedeciendo estos mandamientos del Señor?

La respuesta no es, porque con esto te ganas un pedazo del cielo. Porque con esto mereces el favor de Dios. Porque con esto garantizas las bendiciones de Dios.

La respuesta es porque Dios ha sido un Dios de gracia hacia nosotros, por eso debemos obedecerle. Porque éramos esclavos, pero Dios, por su gracia, nos sacó del yugo de esclavitud.

Esta es la verdadera motivación para obedecer la ley de Dios. No obedecemos para que nos acepte el Señor, sino obedecemos porque por gracia ya nos ha aceptado en Cristo.

La gracia cambia todo nuestro acercamiento a la ley. Éramos esclavos del pecado, pero Cristo nos hizo libres por su sacrificio de gracia y ahora queremos servir solo aquel que dios su vida por nosotros. Aquí es donde la ley y la gracia se encuentran.

El cumplimiento de la ley no nos puede salvar, pero Cristo cumplió la ley perfectamente en nuestro lugar para que ahora, los que creemos en él, podamos obedecer su palabra no por obligación o mero deber, sino como una respuesta de adoración y servicio al único que merece ser seguido y reverenciado por siempre.

No debemos ver la obediencia a la ley sin el trasfondo maravilloso que tiene en la gracia. Obedecemos porque hemos recibido la gracia de Dios. Obedecemos porque éramos esclavos, pero Cristo, por gracia, nos hizo libres para ser ahora siervos de la justicia. La ley de Dios y la gracia no están en conflicto, sino están unidas en Cristo Jesús.

Qué necesario es recordar lo importante. Hoy hemos sido recordados a nunca dejar de ver la ley y palabra del Señor como algo importantísimo. La ley del Señor es para nosotros que estamos en Cristo una gran bendición, pues ya no nos condena sino nos dirige a una vida que glorifica a Dios.

La ley tiene un nuevo brillo cuando la vemos a la luz de Cristo y notamos el corazón de Dios, la centralidad del Señor en nuestras vidas, la importancia de la siguiente generación y la maravillosa e incomprensible gracia de Dios en nuestras vidas. Vemos que detrás de la ley hay un Dios que ama infinitamente a su pueblo.

Que el Señor nos ayude a nunca olvidar su ley, sino a amarla, aquilatarla y obedecerla, por la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas y para la gloria de Dios.