Había un canto que desde muy pequeñito me enseñaron en la iglesia y luego lo repasábamos en casa. Decía más o menos así: (no lo voy a cantar), “Cuidadito los ojitos lo que ven, cuidadito los ojitos lo que ven, hay un Dios de amor que mirando está, cuidadito los ojitos lo que ven”. Y así, luego, pasaba a las “Manitas…cuidadito las manitas lo que hacen” y la “boquita lo que dice”, y por último, los piecitos donde van”.
Parecía ser un canto sencillo y sin mucha trascendencia, sin embargo, en el fondo, lo que intentaba remarcar, muy a su manera y en el contexto de la época, era que seamos conscientes de que no importaba donde fuéramos y qué tanto nos escondiéramos, siempre estábamos viviendo ante Dios. Y a Dios no lo podíamos engañar, burlar o evadir.
Tener una consciencia constante y permanente de que el Dios que nuestros ojos no ven está presente y activo en la vida de su pueblo, es un rasgo característico del cristianismo bíblico.
Esta fue una lección aprendida desde los primeros días históricos de la iglesia cristiana en el nuevo testamento. A estos primeros cristianos les quedó muy clara la participación activa y evidente del Espíritu Santo en la Iglesia y esa misma consciencia debemos tener hoy mismo en nuestras iglesias contemporáneas, porque el Espíritu Santo vino para quedarse activamente con la iglesia hasta el fin de los tiempos.
Es precisamente lo que queremos estar subrayando en nuestra serie de sermones: “Hechos del Espíritu Santo” siguiendo algunos pasajes del libro de los Hechos en el Nuevo Testamento.
La semana pasada hablamos de cómo el Espíritu Santo, la tercera persona de la trinidad y el que es llamado por Jesús como el Consolador, vino históricamente sobre la iglesia en el día de pentecostés, e inmediatamente se vio su gran poder y participación al convertir a ese grupo de temerosos y escurridizos discípulos en fieles testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Cuando Jesús ascendió al cielo, el Espíritu Santo fue enviado para estar permanentemente con y en los creyentes en Cristo, en su iglesia, en su pueblo, hasta que el regrese en gloria.
El Espíritu Santo habita en cada creyente, lo sella para Dios y lo capacita para ser testigo en la tierra.
Ahora bien, el Espíritu Santo, no sólo habita en los verdaderos creyentes, sino es el encargado también de preservar pura a la iglesia del Señor. Hoy decimos, el Espíritu Santo preserva la pureza de la esposa de Cristo hasta su regreso.
El Espíritu Santo se manifiesta en la iglesia de muchas maneras para cuidar, preservar y purificar a la iglesia de todo lo que pudiera mancillarla y desviarla. Si podemos hablar de la pureza de la iglesia es sólo por la presencia y obra del Espíritu Santo con nosotros. Mientras más conscientes y atentos estemos de la realidad de su presencia y acción entre nosotros, más clara será para nosotros la urgencia diaria de crecer en santidad en nuestras vidas.
¿Te has dado cuenta cómo cambian tus actitudes, acciones, posturas, etc cuando sabes que estás siendo grabado ya sea en audio o en video? Cómo que somos más cuidadosos de lo que decimos o hacemos porque somos conscientes que estamos siendo observados y nuestro proceder será juzgado con una evidencia objetiva.
La iglesia tiene algo más que una grabación de muchas cámaras 24/7. Tiene la persona y obra del Espíritu Santo todos los días hasta el fin del mundo. El Espíritu no es un simple observador pasivo de nuestra conducta, sino conoce incluso los pensamientos e intenciones de nuestros corazones. No podemos escondernos del Espíritu. No podemos engañar al Espíritu. No podemos evadir al Espíritu Santo de Dios.
Por eso es que el Espíritu Santo preserva la pureza de la esposa de Cristo hasta su regreso. Desde el principio de la historia de la iglesia del nuevo testamento podemos ver esta obra maravillosa del Espíritu Santo que continúa hasta nuestros días.
Después del sermón inaugural del apóstol Pedro en el día del pentecostés hubo una respuesta impresionante al evangelio. Se unieron a la iglesia cientos de personas y se fue formando una comunidad de discípulos cada vez más creciente y compleja.
Esta comunidad de Cristo comenzó a experimentar oposición de las autoridades religiosas judías, llegando incluso a prohibirles que hablasen de Jesús, pero ellos no iban a dejar de hablar lo que habían visto y oído, de aquello de lo que eran testigos. Ese poder para ser testigos, como les había anunciado Jesús, había venido con la llegada del Espíritu Santo a la iglesia.
El Espíritu Santo desde el principio, preservó la pureza de este grupo de discípulos a medida que crecía y las amenazas e influencias externas iban llegando. Entre los capítulos 4 y 5 de Hechos vamos a encontrar tres acciones del Espíritu Santo en la iglesia que realiza para preservar la pureza de la esposa de Cristo.
Hechos 4:32-35: Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera según la necesidad de cada uno.
Vemos que lo primero que hace el Espíritu Santo en su iglesia para preservar la pureza es que Produce Frutos de Justicia en la iglesia.
Cuando estas con un grupo de amigos, digamos como de 8 personas, y quieren ponerse de acuerdo en qué van a pedir a domicilio para cenar, es ¿fácil o difícil? Es de lo más complicado que existe. Se hace literal el dicho: “cada cabeza es un mundo”. Las personas somos muy complicadas para coincidir en opinión y perspectiva.
Pero notemos cómo habla este pasaje de lo que ocurría en esa iglesia incipiente: Todos los creyentes eran de un mismo sentir y pensar. Otra versión dice: eran de un corazón y un alma. La unidad en la iglesia no viene por casualidad o suerte. La unidad en la iglesia es un fruto de justicia producido por el Espíritu Santo en los creyentes.
La unidad es importante para todo en la iglesia y por eso, para su crecimiento y pureza, el Espíritu Santo se encarga de producir en nosotros ese deseo de conexión y de paz con nuestros hermanos. Una iglesia unida es una iglesia donde el Espíritu Santo está presente y actuando.
Pero vemos también, que el texto dice que estos creyentes dirigidos por los apóstoles estaban dando testimonio con poder de la resurrección de Jesús. Este es otro fruto de justicia producido por el Espíritu. Si los creyentes tenemos un ímpetu por compartir el evangelio y avanzar el reino de Dios, no es por algo en nosotros mismos, sino es por la presencia y acción del Espíritu Santo.
La iglesia que es intencional y enfocada en hacer discípulos de Jesús, es decir, la iglesia que está siendo testigo de la resurrección de Jesucristo, es una iglesia donde se hace evidente la obra del Espíritu Santo. Si somos testigos fieles, es por el Espíritu Santo.
Pero igualmente, vemos que estos cristianos con un corazón amoroso y generoso, comenzaban a estar tan interesados en las necesidades de otros, que con tal de aliviar esas necesidades y mostrando una generosidad voluntaria, incluso vendían posesiones y las ponían a los pies de los apóstoles para que se repartiera entre los necesitados.
Estas muestras de generosidad extraordinarias son obras de justicia producidas por la gracia del Espíritu Santo en la iglesia. Por nosotros mismos, no se nos ocurría hacer tal cosa, de hecho, pudiera parecernos actualmente, como algo exagerado.
Pero esto estaba ocurriendo de una manera voluntaria, sin presión alguna, surgida de un corazón generoso, impulsado por el Espíritu de Dios.
Como vemos, todas estas obras de justicia, no vienen de nosotros mismos, en nuestro estado natural y pecaminoso, sino sólo pueden ser una realidad en la iglesia, porque el Espíritu Santo es una realidad presente en la iglesia de Cristo. A través de esta cosecha de frutos de justicia, la iglesia es preservada por el Espíritu Santo de incurrir en prácticas que deshonren el nombre de Cristo.
El Espíritu Santo está presente en la iglesia y produce estos frutos en nosotros. Así que debemos estar muy atentos a esa dirección del Espíritu. Cuando tengas en tu corazón la convicción de hacer algo ordenado en la Escritura en una situación particular de tu entorno de vida, démosle la importancia debida y busquemos maneras de llevarlo a cabo. Esa obediencia a la Palabra del Señor es impulsada por el Espíritu Santo que habita en todo creyente y en la iglesia del Señor.
Pero vemos algo más en estos textos acerca de las acciones que realiza el Espíritu Santo para preservar la pureza de la esposa de Cristo hasta su regreso. En segundo lugar, el Espíritu Santo Revela el Pecado en la Iglesia.
Hechos 4:36 al 5:2 nos dice: José, un levita natural de Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa «Hijo de consolación», vendió un terreno que poseía, llevó el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles. Un hombre llamado Ananías, con su esposa Safira, también vendió una propiedad. En complicidad con su esposa, se quedó con parte del dinero y puso el resto a disposición de los apóstoles.
Se estaba haciendo una práctica muy linda y generosa el hecho de vender propiedades personales para aliviar las cargas de otros con esos recursos. Y un hombre a quién llamaban Bernabé (quién más adelante sería un consiervo muy cercano del Apóstol Pablo), vendió una propiedad y trajo el monto exacto de la venta como donativo para ser distribuido.
En ese mismo contexto de estas muestras de generosidad extraordinaria producida por el Espíritu Santo, ocurrió que un hombre llamado Ananías, casado con Safira, quizá viendo lo que otros hacían como en el caso de Bernabé, se sintió atraído por la idea de hacer lo mismo.
No sabemos cuáles fueron exactamente sus pensamientos, pero quizá vio en ello una oportunidad para destacar entre la comunidad de los discípulos, de recibir una especie de admiración de las personas, (después de todo, quién se deshace de una propiedad que bien pudo haber sido una inversión para tener más dinero), en fin, no sabemos cuáles fueron sus pensamientos, pero podemos tener una idea general de su motivación.
Quizá cuando ya habían vendido la propiedad y tenían el importe, tal vez vieron que era mucho y quizá pensaron: “Esto es mucho para donar, nos podemos quedar con un poco y donamos el otro tanto”, pero al mismo tiempo, pensaron, “los demás están dando el monto completo de la venta y nos vamos a ver como codos si no lo damos, ¿qué hacemos?”
La solución que se les ocurrió a ambos (porque dice que en este caso hasta la esposa estaba enterada de todo) fue que iban a entregar el dinero, como los demás lo estaban haciendo, y mintiendo, dirían que era el monto exacto de la venta del predio. Así tendrían el escenario que les parecía más conveniente, lograrían una buena opinión en la iglesia y se quedarían con un dinerito extra.
Siendo sincero, cuando escuchas algo así, quizá piensas, “no fue tan grave lo que hicieron. Yo también me he echado una que otra mentirita para quedar bien o para quedarme con un dinerito extra”. Pero en este pasaje, nos muestra que el Espíritu Santo consideró vital mostrar su acción de revelar el pecado en la iglesia porque de esta manera preserva la pureza de la misma. Si la iglesia va a avanzar, el pecado tiene que ser atendido.
Hechos 5:3-4 dice: —Ananías —le reclamó Pedro—, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste por el terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios!
Ananías y Safira tienen el record Guinness de haber cometido los primeros pecados registrados en la vida de la iglesia del Nuevo Testamento. Seguramente, muchos de los discípulos cometieron pecados, pero los de Ananías y Safirá quedaron registrados en la Biblia.
Con sus acciones pecaminosas de mentira e hipocresía, a la vista del ser humano se pensaría que no le hacían daño a nadie y eran poca cosa, pero se muestra aquí la crudeza de todo pecado y la realidad descomunal de sus implicaciones.
Para empezar en las palabras de Pedro se hace notar la naturaleza satánica de la idea que a Ananías y Safira les había parecido atractiva. Esta idea de mentir en este asunto que quizá les parecía trivial, estaba llena de lo que abunda en Satanás, el padre de la mentira.
Mentir en esto que parecía insignificante, implicaba la convicción de que en la iglesia no reinaba el todopoderoso, omnisciente y soberano Señor del cielo y la tierra. Implicaba que podemos hacer y deshacer a nuestra conveniencia, total no hay nadie que reine y nos pida cuentas.
Mentir o tener la pretensión de lograr burlar o engañar y salirnos con la nuestra reflejaba el corazón mismo del diablo que se opone y se rebela contra el Santo Dios, rey soberano.
Pedro recalca la naturaleza del pecado de Ananías: con estas acciones no has intentado engañar a los hombres, sino al mentir al Espíritu Santo, que está en la iglesia, has intentado engañar a Dios.
El Espíritu Santo puso al descubierto el pecado de Ananías y Safira de una manera severa porque era necesario para la pureza de la iglesia.
La iglesia necesita saber y tener la convicción de que Dios no puede ser engañado ni burlado. Que el Señor es el rey soberano y está presente en todo momento de la vida. En el sentido más estricto, nunca hacemos algo de manera privada o secreta. Siempre hay un Dios que ve y juzga los corazones con justo juicio. Tarde o temprano, todo lo que el hombre sembrare esto también cosechará.
La Escritura nos dice que resultado de este asunto, Ananías cayó muerto y los jóvenes de la iglesia lo llevaron a enterrar.
La esposa Safira, llegó al lugar tres horas después, ignorante de lo que había pasado. Pedro, casi como un detective investigador que ya sabe la verdad, pero quiere una confesión del crimen, le pregunta si habían vendido el terreno por el importe que había finalmente entregado.
Aquí ella tuvo la oportunidad de actuar correctamente, pero insistió en su estrategia de engaño. Pedro entonces le dice en el versículo 9: —¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? —le recriminó Pedro—. ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo están a la puerta y ahora te llevarán a ti.
Pedro le está diciendo, cómo se les ocurrió que podían desafiar o poner en tela de juicio la obra real del Espíritu Santo en la iglesia. Sus acciones suponían la premisa de que no había alguien llevando el control soberano de la iglesia y que se podía actuar pecaminosamente en completa impunidad. Con sus acciones pusieron a prueba o desafiaron la verdad de la presencia y acción del Espíritu Santo en la iglesia.
Y para que se demostrara que efectivamente, está el Espíritu en el Cuerpo de Cristo, ella corrió el mismo final que su esposo y fue enterrada junto a su esposo.
Quizá nos pueda parecer severo el juicio de Dios sobre este matrimonio, porque estamos más acostumbrados a enfatizar la paciencia y misericordia de Dios, pero no nos confundamos, el Señor aborrece el pecado y le ofende grandemente.
En otras ocasiones ha mostrado su justo juicio severo sobre el pecado como con los hijos de Aarón Nadab y abiu que ofrecieron fuego que no les había ordenado, o sobre Acán y su familia que tomó de lo que Dios había destinado para destrucción.
Ananías y Safira se unen a esa lista de los que recibieron el juicio inmediato que merece el pecado para que por un lado, apreciemos la gran misericordia de Dios que tiene hacia nosotros que no nos fulmina cada vez que pecamos porque ha descargado su ira justa sobre su Hijo Jesús que murió en nuestro lugar. Pero también, por el otro lado, para que aborrezcamos el pecado y nos alejemos de él, pues es preciosa la sangre que fue necesario derramar para que seamos perdonados.
Por eso hermanos, cuando el Espíritu Santo traiga convicción de nuestro pecado o revele nuestro pecado, corramos arrepentidos a la cruz de Cristo, confesando y abandonando aquello que deshonra al Señor.
Esta es la manera en la que el Espíritu Santo preserva a la iglesia, revelando o sacando a la luz el pecado en ella, para que sea atendido con el poder del evangelio.
El Espíritu santo preserva a la iglesia produciendo fruto de justicia y revelando el pecado, pero hay una tercera y última acción del Espíritu con la que preserva a la esposa de Cristo hasta su regreso.
En tercer lugar, el Espíritu Santo Produce temor al Señor en la iglesia.
Hay una cosa que se repite en este capítulo en los versículos 5b y 11:
Hechos 5:5b: Y un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido.
Hechos 5:11: Y un gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que se enteraron de estos sucesos.
En el pasado hemos hablado del temor santo al Señor que debe ser una realidad en cada uno de nosotros como parte del pueblo de Dios.
Temer al Señor significa que estamos conscientes de su presencia, poder, majestad y soberanía de tal forma que entregamos toda nuestra vida y ser a su servicio.
Es reconocer que Dios es Dios y que sus obras y carácter son perfectos. Es adorar, amar, confiar, obedecer al Señor con todo nuestro corazón.
El temor al Señor es algo indispensable en la iglesia del Señor. Cuando temo al Señor le sirvo. Cuando temo al Señor le obedezco. Cuando temo al Señor le adoro.
La iglesia que iniciaba debía aprender desde el inicio que el principio de la sabiduría es el temor del Señor. El Espíritu Santo se encargó de producir ese temor reverente en la iglesia ante estos hechos para preservar su pureza y crecimiento.
Como nos dice Hechos 9:31, un tiempo más adelante en la historia de hechos: Mientras tanto, la iglesia disfrutaba de paz a la vez que se consolidaba en toda Judea, Galilea y Samaria, pues vivía en el temor del Señor e iba creciendo en número, fortalecida por el Espíritu Santo.
Aquí están los elementos: el temor del Señor ligada a la obra y persona del Espíritu Santo. Él se encarga de que en la iglesia no demos a Dios por sentado, sino que le temamos para servirle, obedecerle y sujetarnos a su soberana dirección.
Crecer en el temor del Señor es crecer en madurez y obediencia cristiana. Por eso, cada vez que en tu vida y en mi vida quedamos asombrados con el temor del Señor, podemos estar seguros que es el Espíritu Santo haciendo su labor de preservar la pureza de la iglesia hasta que el Señor regrese.
El Señor Jesús está sentado a la diestra del Padre, pero no nos dejó solos. Ha sido enviado el Espíritu Santo para que esté con la iglesia y en la iglesia. Su obra y persona es indispensable para todo el ser y hacer de la iglesia de Cristo.
No solo habita la iglesia sino la preserva en pureza para que Jesús a su regreso encuentre una iglesia vestida de lino blanco, fino y resplandeciente. La preserva produciendo frutos de justicia en la iglesia, revelando el pecado en la iglesia y produciendo temor del Señor en la iglesia.
Qué especial es tener con nosotros al Santo Espíritu de Dios quien nos preserva para la gloria de Dios.