Hoy llegamos al final de nuestra serie de sermones que hemos llamado Iglesia ADAMI en la que hemos repasado las cinco acciones de compromiso que como discípulos deseamos fomentar en nuestra comunidad local. Como iglesia usamos el acróstico ADAMI para recordarlas con facilidad. A estas alturas seguramente ya las pueden repetir: Adorar, Dar generosamente, Aprender, Ministrar e Influir. Hoy abordaremos la quinta y última letra de nuestro acróstico: Influir.
A finales de los años ochenta y principio de los noventa, salió una serie de televisión de ciencia ficción. Se llamaba Quantum leap o también viajeros en el tiempo o salto cuántico. Y trataba del científico Sam Becket que con tal de probar su investigación entra a una especie de máquina del tiempo que lo va transportando por diferentes épocas de la historia reciente.
Lo interesante era que cada vez que saltaba a una nueva época, la manera de prepararse para saltar a una nueva, era componer o reparar algo que había salido mal en la historia de las personas con las que convivía o representaba (una mala decisión, una muerte, un logro, etc.).
Así que cada vez que llegaba a una nueva época, la primera pregunta que se hacía ¿Qué es lo que tengo que componer, afectar, cambiar para que esta historia termine bien y pueda saltar a mi próxima misión? (claro, él quería regresar a casa) Pero en cada episodio, tenía este sentido de la misión que tenía que cumplir y sabía que estratégicamente había sido puesto en esa época y ocasión para cumplir una misión. Sabía que no estaba donde estaba por casualidad, sino que todo era parte de un diseño bien planeado.
Sam Becket vivía cada episodio de su vida con un sentido de misión. Nosotros también, aunque no estamos dando saltos cuánticos por el tiempo, también debemos vivir nuestras vidas con un sentido de misión. Si hemos recibido las buenas noticias del amor de Dios en Jesucristo, entonces es nuestro gozo y privilegio tener la misión de influir en pro del Reino de Dios.
Esta es la misma lección que experimentaron los discípulos de Jesús desde el principio acerca de la misión de la iglesia. Como sabemos, después de la muerte de Cristo, los discípulos se sintieron desolados y frustrados, pero la resurrección de Cristo cambió el panorama.
Después de su resurrección todavía Jesús estuvo unos días más con sus discípulos. Ellos aunque estaban animados, todavía tenían temor de quedarse solos y estaban confundidos en cuanto a su misión.
En el primer capítulo de Hechos, donde hemos leído encontramos una de las últimas conversaciones que Jesús tuvo con sus discípulos antes de ascender al cielo:
Hechos 1: 4-8,
“Una vez, mientras comía con ellos, les ordenó: —No se alejen de Jerusalén, sino esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: Juan bautizó con agua, pero dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo. Entonces los que estaban reunidos con él le preguntaron: —Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino a Israel? —No les toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre —les contestó Jesús—. Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”
Las instrucciones de Jesús para sus discípulos fueron que no se salieran de Jerusalén porque algo extraordinario iba a ocurrir: serían bautizados con el Espíritu Santo. La tercera persona de la trinidad vendría sobre ellos.
Ellos estaban todavía un poco confundidos, pues pensaron que eso sería el fin de las cosas ¿ya vamos a Reinar contigo? ¿Restablecerás el Reino a Israel? ¿Este será el final feliz de la película? Pero Jesús les contesta que la decisión en cuanto la hora y momento de eso, está bajo la autoridad del Padre. Pero mientras eso ocurría tendrían una misión: Ser testigos.
La esencia misma de ser seguidor de Cristo, entre su primera y segunda venidas, es ser testigo. Eres testigo. Es tu identidad. Estás aquí para hablar, actuar y vivir para dar fe y constancia de alguien más: Aquel que te amó y se entregó a sí mismo por ti…el Señor Jesús. Estamos aquí para hacer más discípulos de Jesús.
Pero se aclara muy bien, que los seguidores de Cristo no estarían desprovistos de recursos en esta misión. Jesús afirma que recibirían poder cuando el Espíritu Santo viniera. Serían testigos con poder divino. Y luego marca la ruta o el rumbo que debía seguir ese testimonio de poder: Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra.
A estos discípulos temerosos y confundidos, les fue hecha una promesa que se cumplió días después el día de Pentecostés: El Espíritu Santo les dio poder para testificar partiendo de Jerusalén hasta lo último de la tierra.
Hoy podemos atestiguar que esta promesa se cumplió porque estas buenas noticias ya nos llegaron a nosotros que nos encontramos a miles de kilómetros de donde se dijeron estas palabras, cientos de años después de que se pronunciaron, hablando un idioma muy diferente al que se comunicaron. Los apóstoles recibieron poder cuando vino sobre ellos el Espíritu Santo para ser testigos hasta lo último de la tierra.
El evangelio llegó hasta nosotros porque cristianos del pasado tomaron la responsabilidad de la misión y estuvieron dispuestos a vivir el evangelio, a comunicar el evangelio e incluso a morir por el evangelio, y en una cadena ininterrumpida de discípulos haciendo discípulos, y los nuevos discípulos haciendo más discípulos, las buenas noticias llegaron a nosotros, a nuestras familias, a nuestra comunidad.
Por lo mismo cada uno de nosotros, debe verse como parte de esta misión de la iglesia de influir en pro del reino de Dios donde quiera que estemos. No estamos donde estamos, no conocemos a las personas que conocemos, no estamos en las circunstancias en las que estamos por pura casualidad. Todo forma parte de un diseño bien planeado.
Ahora bien, quizá pensarás que esto es algo complicado o muy difícil. Pero nuestro Dios es tan maravilloso que él se ha encargado de prepararnos para esta tarea y de colocarnos en el entorno de vida apropiado justamente para que compartamos las buenas noticias. Este día sal de aquí convencido que: Dios te ha colocado estratégicamente para influir en pro de Su reino.
Esta convicción llenó el corazón del Apóstol Pablo toda su vida. Por eso consideraremos un poco de sus enseñanzas para tener nosotros también esa pasión por influir con el evangelio en donde Dios nos ha colocado.
Sabemos que antes de su conversión, Saulo de Tarso, conocido después como Pablo, había decido acabar con los que creían en Cristo, pensando que esta era la misión que Dios le había encomendado. Pero cuando conoció las buenas noticias, cuando conoció a Jesucristo, su vida dio un cambio radical de dirección y de misión.
De perseguidor pasó a ser perseguido por compartir con todas las personas las buenas noticias. Habiendo entendido que Dios le había colocado y preparado para esta tarea a través de todo lo que había vivido, su formación, sus habilidades y rasgos característicos.
Al llegar a lo que se vislumbraba como el final de su vida, el evaluó su historia en la tierra a la luz de esa misión de influir en pro del reino de Dios y expresó su corazón en un pasaje en 2 a Timoteo 4:6-8.
No vivimos nuestras vidas en el vacío. Siempre estamos en algún tipo de contexto, situación u ocasión. Y es en todas estas esferas en las que nuestra fe en Cristo debe manifestarse y aplicarse de manera concreta a las situaciones diarias. El Cristianismo no es un simple conjunto de conceptos interesantes, sino es una fe que debe manifestarse e impactar en la manera en que se vive. A esto le llamamos nuestra influencia de vida ante el mundo.
Todos los días estamos siendo expuestos a oportunidades para mostrar nuestra fe con nuestras palabras y en forma práctica. Es allí, en la vida diaria donde mostramos lo que realmente creemos y tomamos como cierto.
Nuestra fe debe ser evidente en todas las áreas de nuestra vida: iglesia, familia, escuela, trabajo, entretenimiento, redes sociales, y demás esferas en las que somos y nos movemos. Si eres creyente en Jesucristo, no hay un solo momento, situación o esfera en la que tu fe no deba impactar, influir o determinar la manera en que vives, eres y hablas.
¿Cómo vemos o evaluamos nuestro impacto, testimonio, ministerio o influencia en el mundo en el que Dios nos ha colocado?
El apóstol Pablo en una de sus últimas epístolas hace una especie de evaluación de su vida al ocaso de su existencia sobre esta tierra. Considerar sus puntos o criterios de evaluación nos puede ayudar mucho para evaluar nuestras propias vidas.
Allá en 2 Timoteo capítulo 4 versículo 6, Pablo dice: “Yo, por mi parte, ya estoy a punto de ser ofrecido como un sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado”. Es obvio, por sus palabras, que él sabía que sus días estaban contados. Habla de su muerte de una manera muy elegante e inspiradora.
La describe de dos maneras: primero, no ve su muerte como una tragedia, más bien la ve como una ofrenda a Dios, algo con lo cual Dios será glorificado. Segundo, también describe su muerte como el inicio de un viaje. Dice: Ya pronto partiré, ya pronto iniciaré mi viaje. No es el final, sino el principio de una nueva etapa. Nuestra fe debe ayudarnos a mirar nuestra propia muerte de una manera similar. La muerte no es el final de la historia. Hay algo todavía mucho mejor para el que está por la gracia de Dios en una relación creciente con Cristo.
Su muerte es inminente. ¿Qué evaluación hace entonces de su vida, de su recorrido, de su trayectoria? ¿Qué evaluación harías de tu propia vida si estuvieras en esta misma situación?
Quizá algunos de nosotros haríamos un recuento de cuántas propiedades logramos adquirir, o a cuántos lugares fuimos de vacaciones, o a qué puestos logramos acceder o qué títulos logramos acumular. Pero el apóstol tiene otra manera de evaluar su vida.
El apóstol hace esta evaluación y declara en el versículo 7 de 2 Timoteo 4: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe”. Utiliza tres imágenes que ha empleado antes en esta misma epístola para describir su vida de testimonio ante el mundo. Anteriormente, en el capítulo 2, ha comparado al creyente con un soldado, con un atleta y con un labrador.
El cristiano es un soldado de Jesucristo que se somete a su capitán y soporta lo que venga por mantener su compromiso con Cristo en un mundo que le es contrario. El cristiano es como un atleta que se esfuerza con disciplina y ahínco por vivir de acuerdo con las normas de la competencia. El cristiano es como un labrador que debe ser perseverante, disciplinado y diligente para poder cosechar al final el fruto.
Ahora, usa básicamente esas mismas imágenes para ver en retrospectiva su propia vida y dice: “He peleado la buena batalla”. La vida no ha sido fácil, he tenido que sufrir muchas penalidades, pero seguí soportando la batalla que vale la pena pelearse. La pregunta para nosotros sería: ¿Cómo he o estoy peleando la batalla de la fe en Jesucristo? ¿Estoy siendo leal al que me reclutó en este ejército? ¿Busco la honra de mi superior con mis palabras y acciones en todas las misiones especiales a las que me envía mi capitán?
Así es, pues todo lo que acontece en tu vida no es casualidad. Son misiones especiales que como Soldado de Cristo debes cumplir. Esa situación difícil en el trabajo, en la escuela o en la iglesia es una misión especial para que pelees la buena batalla y honres a aquel que te reclutó en el ejército.
Esas nuevas relaciones que estás entablando con vecinos, conocidos, compañeros, no están allá por casualidad, son misiones que tu capitán te ha encargado para que influyas para su Reino.
Esa nueva posición en la que Dios te ha puesto como madre o padre, como trabajador o jefe, como maestro o alumno, como cliente o prestador de servicios, no están allá por casualidad. El gran estratega te ha puesto en esa trinchera para que pelees la buena batalla en pro del Reino de Dios. Mirémonos siempre en nuestro modo misión. Una vida misional es la vida del discípulo de Cristo, del soldado de Cristo.
El apóstol dice al final de sus días: He peleado la buena batalla. Las misiones, incursiones, rescates, invasiones, defensas a las que mi capitán me envió, fueron cumplidas en obediencia para influir en pro de Su reino. He peleado la buena batalla.
Pero el apóstol también dice: “He acabado la Carrera”. Me sorprenden mucho las personas que pueden correr grandes distancias. Yo camino algunos kilómetros con facilidad, pero correr en una carrera sería otra cosa. He escuchado decir a personas que corren esas carreras de muchos kilómetros, que lo que más los desafía es llegar a la meta; no importa que no lleguen en primer lugar, lo importante es pasar por esa línea de meta.
Pablo, como un atleta, dice llegué a la línea de meta. La vida cristiana no es una carrera de 100 metros, sino un maratón. Se trata de correr, correr, correr hasta llegar a la meta. Implica constancia, perseverancia, disciplina, sacrificios, paciencia y esfuerzo. Mantener el paso en cada tipo de terreno, seguir corriendo, aunque sea difícil y duela el cuerpo.
Nuestra influencia ante el mundo requerirá constancia, intencionalidad, disciplina, paciencia. No se trata de mantener una buena fachada por un momento, sino buscar diligentemente ser en cada esfera de la vida, el reflejo del carácter de Cristo. Habrán caídas en la carrera, pero el atleta debe levantarse y seguir corriendo.
¿Cómo estoy corriendo la carrera? ¿Estoy buscando atajos en la carrera o sigo las normas establecidas en la competencia? ¿Estoy intentando correr solo o busco el apoyo de los otros corredores para recibir ánimo y consejo? ¿En mi vida estoy avanzando varios kilómetros de la carrera o me estoy quedando estático en el camino? He acabado la carrera.
Pero Pablo termina su evaluación diciendo: “He mantenido la fe”. Como un labrador que cuido, protegió, cultivo y mantuvo su cosecha con paciencia cada día, el apóstol puede decir: la fe encomendada en mis manos ha sido cuidada, protegida y compartida en mi vida. Con esmero, trabajó para velar por ese cuerpo de creencias enseñadas por Jesucristo para pasarlas a la siguiente generación de creyentes con fidelidad. Sin desviarse ni tergiversar la verdad de Dios.
¿Cómo nos esforzamos para guardar la fe? ¿Cómo estamos robusteciendo nuestra fe? ¿Cómo estamos compartiendo nuestra fe con la siguiente generación y con el mundo alrededor? ¿Cómo estamos dejando que la influencia del evangelio permee a todos los entornos donde nos movemos?
En todas estas declaraciones en forma de metáforas, el apóstol está concluyendo una sola cosa: Al final de mi vida puedo decir que para mí el vivir ha sido Cristo y la encomienda que Cristo me ha dado. He podido vivir una vida congruente con el evangelio de Jesucristo. He podido vivir una vida de influencia en pro del reino de Dios. Porque Dios nos ha colocado estratégicamente para influir en pro de su Reino.
Y termina hablando de su perspectiva del futuro. En el versículo 8: Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida.
Lo que sigue después de una vida en Cristo en la tierra es una vida con Cristo para siempre. Estar con Cristo para siempre, no es por supuesto, algo que ganamos manteniendo una vida de testimonio e influencia en la tierra. La bendición de estar con Cristo para siempre es sólo por la gracia de Dios. Por la vida, muerte y resurrección de Cristo es que podemos recibir este regalo por medio de la fe. Pero sí esa vida de testimonio cristiano en la tierra es la evidencia de la obra de esa gracia recibida en nuestros corazones.
Y esto es lo que podemos esperar por la gracia de Dios, que un día el Señor, por su gracia, nos diga: Buen siervo fiel, sobre poco has sido fiel sobre mucho te pondré, entra al gozo de tu Señor.
Entonces, al considerar nuestras vidas en cuanto a la congruencia entre lo que creemos y vivimos a diario, debemos recordar que no importa el ámbito al que nos refiramos, si somos creyentes, nuestra fe debe manifestarse y hacerse evidente en la manera en que vivimos y somos para influir en pro del reino.
Recuerdo que cuando estaba en la secundaria cómo me gustaba discutir con los que no eran protestantes. Me encantaba darles una cátedra de Biblia y demostrarles cómo ellos no sabían nada de nada acerca de Dios. ¿Qué provecho obtuve de esto? Ninguno de mis compañeros fue alcanzado para Cristo. Pero en la Preparatoria, por la gracia de Dios, se me aclaro más el panorama. En vez de hablar mucho y entrar en discusiones “necias”. Me dediqué a tratar de mostrar mi fe, mayormente, a través de mi vida y por supuesto, hablar del evangelio en momentos providenciales. Por la gracia de Dios, esto fue mucho más útil porque hay personas en iglesias y puestos de liderazgo en las iglesias que fueron alcanzadas en ese tiempo, por el testimonio de varios jóvenes enfocados en influir en pro del Reino de Dios.
Por eso hermanos, es prioritario para este cierre de serie que peleemos la buena batalla, que acabemos la carrera y que mantengamos la fe siendo, entre muchas otras cosas,
• esposos y esposas que vivan en fidelidad, amor, respeto y cuidado el uno hacia el otro.
• Personas pacientes, amables, perdonadoras y perseverantes.
• Hijos que obedecen a sus padres y respetan a sus autoridades
• Padres y madres que dan el ejemplo del estándar moral que piden a sus hijos.
• Ciudadanos que respetan a las autoridades civiles y están listos para colaborar en toda buena obra.
• Trabajadores que cumplen su horario con responsabilidad y entrega
• Patrones que consideran a sus empleados antes que a sus ganancias
• Siendo personas pacificadoras en vez de promotoras de conflictos.
• Vecinos preocupados por el bienestar de su comunidad
Comencemos a ver nuestras vidas con esta misma visión. Recuerdo que cuando estábamos en la preparatoria participábamos en un ministerio estudiantil en la prepa. Recuerdo que nuestros líderes nos decían: “Ustedes vienen a la escuela a hablar de Cristo y de paso a estudiar”. Algunos tomaron muy literalmente estas palabras y no estudiaron y tampoco acabaron la preparatoria. Pero lo que estas palabras significaban era que viéramos nuestras vidas y circunstancias como oportunidades dadas por Dios para extender su reino.
Por supuesto, debíamos ser muy buenos estudiantes, pero como parte de estar convencidos de que “Dios te ha colocado estratégicamente para influir en pro de Su reino”.
Así es mis hermanos que al pensar en la I de Influye en el ADAMI, es un recordatorio amable y constante de la misión que tenemos de influir en pro del Reino.
¿Dónde te ha puesto Dios? ¿En qué red de relaciones estás incluido? ¿Qué recursos están a tu disposición? ¿Qué privilegios gozas y puedes ejercer? ¿Qué habilidades y fortalezas tienes? Todo esto no es por casualidad ni sólo para tu goce personal. Dios te ha colocado estratégicamente allá en donde estás y con quien estás para que influyas en pro del Reino.
Por eso ¡Influye! Comunica con tu vida, ejemplo y palabras las buenas noticias del evangelio de Jesucristo. Pues las buenas noticias deben llegar más allá de nosotros.