Quizá en ese entonces yo tendría como 8 años. Recuerdo que salíamos casi todas las tardes-noches a montar bicicleta en los alrededores de la casa, y se juntaban todos los niños y jovencitos de la cuadra.
Un día, no recuerdo cómo, me vi dialogando con un par de adolescentes vecinas como de 12 o 13 años a quienes no conocía. Y una de sus preguntas en la plática fue quién le gusta a tu hermano, quién para ese entonces tenía más o menos esa edad.
Él me había revelado su secreto y yo, sin medir las consecuencias, estaba dispuesto a revelarlo. Así que señalé la casa donde vivía la chica y hasta dije su nombre.
La verdad es que lo único que sabía era que la chica se llamaba Cecilia y la casa específica donde vivía, pero nunca la había visto. Pero había otra cosa que no sabía: que una de esas chicas que con insistencia me interrogaban de los secretos sentimentales de mi hermano, era precisamente Cecilia. Así que esa noche, revelé imprudentemente el secreto que mi hermano me había confiado.
Aunque en realidad nunca pasó a más, ese evento ha quedado plasmado en mi memoria y lo recuerdo como un testimonio de lo fácil que nos podemos enganchar con las palabras. Lo fácil que podemos comunicar información que no nos corresponde decir o a nuestros interlocutores oír.
Por supuesto, posteriormente en la vida, he estado en la disyuntiva entre hablar o callar cuando se presentan oportunidades como éstas y he experimentado la verdadera lucha que se genera en el interior de uno mismo.
Por un lado, sabes que no debes decirlo, pero por otro, quieres decirlo. Sabes que no debes preguntarlo e indagar más del asunto que no te compete, pero sientes como una “necesidad” de saber entrometidamente más acerca del asunto.
Esto es sólo un ejemplo del problema que tenemos con las palabras. Nos enganchamos con las palabras, reaccionamos a las palabras, nos engolosinamos con las palabras, mal utilizamos las palabras.
Tenemos un Dios que habla y que nos hizo a su imagen, dándonos las palabras para edificar, para animar, para construir, para estimular e influir para su gloria, pero debido al pecado en nosotros, solemos dar a las palabras un uso muy distinto: engaño, adulación, burla, queja, chisme, calumnia, ofensas, sarcasmo, albur, chantaje, y la lista sigue y sigue. Tenemos un problema con las palabras. Esto es innegable.
Pero también es innegable la realidad de la libertad que Cristo vino a traer. No nos desanimemos ni perdamos la esperanza. Dios en su gracia nos ha dado la solución a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Gracias a su obra, Cristo nos ha reconciliado con el Padre, y en virtud de la nueva vida que tenemos en él no tenemos que seguir haciendo tan mal uso a nuestras palabras, no tenemos que seguir tropezando por nuestras palabras.
Al contrario, podemos usar nuestras palabras para la gloria de Dios porque el Espíritu Santo que Dios ha derramado en los corazones de sus hijos, nos habilita para hablar de acuerdo con aquello que edifique y traiga gracia a los oyentes.
Por eso, y por la gracia de Dios, no tienes que ser conocido como chismoso, adulador, mentiroso, grosero, mal hablado, sino para la gloria de Dios, puedes ser conocido como un hombre o una mujer que usa sabiamente las palabras que Dios nos ha dado. Cristo nos vino a hacer libres del poder del pecado sobre la lengua.
Este mes al reflexionar en la familia sabia, hemos querido aprender del libro de Proverbios, cómo crecer en sabiduría como familias, padres e hijos. Y hoy cerramos nuestra serie, reflexionando en el libro de Proverbios, respecto a las palabras, las palabras sabias. Este día decimos: Las familias sabias hablan y callan guiadas por el temor del Señor.
Ya hemos dicho que el libro de Proverbios plantea que el punto de partida para crecer en sabiduría es el temor de Señor. Es decir, que vivamos conscientes de que todo lo hacemos ante el rostro del Señor, que confiemos en su palabra, que obedezcamos sus mandamientos, que le amemos con todo nuestro ser, que le adoremos sólo a él. Esto es temer al Señor. Una entrega voluntaria y reverente de todo nuestro ser ante él.
Las familias, entonces, que temen al Señor aprenden a comunicarse sabiamente, es decir, a hablar y a callar, guiadas por ese sometimiento reverente y voluntario ante el Señor, Dios todo poderoso.
Así es que, como familias, necesitamos aprender a cuando hablar y cuando callar. Por eso, consideremos algunas verdades presentadas en el libro de Proverbios, para crecer como familias dando un uso sabio a nuestras palabras, tanto en las expresiones audibles como en los silencios de nuestra boca. Porque las familias sabias hablan y callan guiadas por el temor del Señor.
Primero, las familias sabias aprenden a callar.
La comunicación santa no sólo se trata de hablar, sino también de saber cuando callar, y en Proverbios, encontramos sabiduría en el silencio también. Consideremos tres escenarios donde lo sabio es abstenerse de hablar o dejar de hablar. El silencio puede ser un elemento de gran sabiduría.
Las familias sabias aprenden a callar, en primer lugar, Para escuchar.
Proverbios 18:13 dice: Es necio y vergonzoso responder antes de escuchar.
En nuestro afán por hablar, pocas veces consideramos apropiado dejar de hacerlo con la finalidad de escuchar. Queremos que nuestra versión de los hechos sea conocida, queremos aclarar las cosas de acuerdo como nosotros las vemos, queremos que nuestra voz sea escuchada.
Pero aquí la Escritura nos está diciendo que no siempre hablar y hablar es lo más sabio, sino que antes de hablar hay que callarnos para escuchar. Si no escuchamos, ¿cómo vamos a responder? Si no escuchamos primero, existe una gran posibilidad que nuestra respuesta sea necia y vergonzosa.
Así que un primer ejercicio para la familia sabia es aprender a escucharse antes de responder. Para esto, necesitas callar.
Pon atención a las palabras de la persona con quien estás hablando. Haz contacto visual, observa su lenguaje corporal, no te distraigas con tu celular u otra fuente que llame tu atención.
No interrumpas a cada rato su discurso. Si no dejas que complete sus ideas, no podrás entender lo que te quieren decir.
No te impacientes, no quieras el resumen, deja que la otra persona diga todo lo que tiene que decir y escúchala con atención.
Haz preguntas que te ayuden a comprender o clarificar lo que te están diciendo. Aclarar lo que es confuso, ayudará a que entiendas el mensaje que te quieren dar.
Las personas sabias escuchan primero antes de responder. En nuestras familias necesitamos hablar menos y escucharnos más.
Pero las familias sabias aprenden a callar, no sólo para escuchar, sino también, en segundo lugar, Para Pensar.
Proverbios 13:3 dice: El que guarda su boca guarda su alma; Mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad. Y Proverbios 21:23 también dice: El que refrena su boca y su lengua se libra de muchas angustias.
Las personas sabias piensan bien lo que van a decir antes de decirlo. Las personas sabias escogen con cuidado sus palabras.
Estos proverbios nos hablan de alguien que no dice todo lo que en el impulso pudiera decir. Nos habla de guardar su boca, de refrenar su lengua. Es decir, que podía haber respondido al vuelo algo, pero que considero sabio retener esas palabras sin pronunciarse y de esta manera guardó su alma de la calamidad y libró su vida de muchas angustias.
¿Quiere decir esto de que nunca hables? Claro que no, sino que pienses bien lo que vas a decir. Que midas las consecuencias y efectos de tus palabras. Normalmente, lo que decimos cuando estamos enojados, frustrados, alterados y estados semejantes, no suelen ser palabras sabias.
Detrás de una comunicación sabia, hay bastante tiempo de reflexión y elección de las mejores palabras para comunicarnos y eso, muchas veces, no suele pasar en unos segundos irreflexivos e impulsivos. La comunicación sabia requiere tiempo para pensar bien lo que se dirá.
Quizá puedes pensar en varias ocasiones en las que por no haber pensado antes de hablar, te metiste en problemas o dificultades innecesarias.
En proverbios el sabio no es el que dice al vuelo todo lo que piensa (es que yo soy muy sincerote), sino el que calla, frena, piensa, elige palabras, y luego responde con palabras de construyen y edifican.
Por todo esto, cuando te encuentres en una conversación con una persona que te está ofuscando, frustrando o enojando, es válido pedir tiempo para reflexionar, pensar y orar, antes de responder. Tomarse ese tiempo y regresar a platicar con una respuesta bien pensada.
También cuando tengas algo delicado qué hablar con alguien, incluso es recomendable escribir lo que dirás para que con tiempo y oración puedas escoger tus palabras y no cometas imprudencias derivadas de la impulsividad del momento.
Las palabras son armas o herramientas dependiendo de como las usemos. Armas para destruir o herramientas para edificar. A veces necesitamos callarnos, refrenar, repensar las cosas para que usemos nuestras palabras como herramientas que construyan.
Las familias sabias aprenden a callar para escuchar y para pensar, pero también, en tercer lugar, aprenden a callar Para no pecar.
Proverbios 11:13 dice: La gente chismosa revela los secretos; la gente confiable es discreta. Y también Proverbios 10:19 dice: En las muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus labios es prudente.
Los pecados con las palabras son unos de los más comunes y cotidianos y de los que casi pasan debajo de nuestro radar espiritual. Estamos muchas veces tan acostumbrados a cometerlos que ya ni cuenta nos damos que estamos ofendiendo a Dios.
Pecados como el chisme, la presunción, la adulación, el engaño, el albur y otras manifestaciones de palabras, a veces son tan cotidianas que no nos hacen mella y ya ni los cuestionamos en nosotros.
Pero la Escritura nos indica que mientras más hables sin estar atento a tus palabras, más posibilidades hay que caigas en pecados relacionados con tu lengua. Por eso, callar, es una medida sabia cuando no estamos prestando atención a lo que decimos.
Tomemos por ejemplo el chisme. El Chisme es la comunicación o propagación de una información privada o confidencial acerca de una persona, ya sea falsa o verdadera, cuando no hay razón bíblica para que los demás se enteren.
Como podemos observar en el proverbio que leímos, el chismoso no propaga mentiras, sino secretos. El chismoso se ha enterado o le han confiado información que es confidencial y en lugar de ser discreto, la propaga insensatamente con personas que no tenían por qué enterarse o está fuera de su competencia hacer algo al respecto.
Sin duda, te has enterado alguna vez de información privada o confidencial acerca de alguien, digamos una información que es secreta a la mayoría de las personas, quizá alguien te la reveló o la misma persona confiando en ti, te la compartió.
Aquí tienes que hacer un alto y verdaderamente reflexionar si hay alguna razón bíblica por la que alguien en particular deba enterarse de este asunto. Y aun si fuera el caso, preguntarte si eres tú o la persona misma la que debe enterar a esas personas del asunto.
Ante el Chisme, calla, refrena tus palabras. Ante las ganas de paladear el manjar que promete el chisme, controla tus impulsos. Guarda silencio, antes de revelar los secretos de otros ante personas que no tienen por qué saberlos; cierra tu boca ante la tentación de divulgar indiscriminadamente aquello que te confiaron porque pensaban que eras una persona sabia y que podías ayudar.
En pocas palabras, ama lo suficiente a tu prójimo como para darle un uso sabio a la información que te revelen acerca de él o ella.
En ese sentido, tengamos cuidado con la información que a veces se comparte en el grupo pequeño. Comunicarla a otros a quienes no les compete saberlo es chisme, aunque venga camuflajeada como “motivo de oración”.
Como discípulos de Cristo, necesitamos callar sabiamente para no pecar. No debemos vivir habituados a los pecados de las palabras pues queremos vivir como familias sabias.
Las familias sabias hablan y callan guiadas por el temor del Señor.
Pero como vemos, las familias sabias no sólo aprenden a callar para escuchar, para pensar y para no pecar. Sino también las familias sabias aprenden a hablar.
Consideremos ahora esto: Las familias sabias aprenden a hablar.
En primer lugar, las familias sabias aprenden a hablar Palabras verdaderas.
Proverbios 12:22 dice: Los labios mentirosos son abominación a Jehová; Pero los que hacen verdad son su contentamiento. Y también Proverbios 13:5 dice: El justo aborrece la mentira; el malvado acarrea vergüenza y deshonra.
No podemos construir nuestras familias sobre la base de palabras mentirosas, sino sólo en la verdad. La mentira no sólo es algo malo, sino es clasificado como abominación. La verdad es tan importante que Jesús mismo se identifica como la Verdad y la vida.
Y es que es muy fácil deslizarnos en nuestras familias para alejarnos de las palabras verdaderas. Seamos analíticos de nuestras vidas y familias. ¿De qué maneras practicamos la mentira en el contexto de nuestras familias?
Consideremos algunos ejemplos de las mentiras que debemos dejar o abandonar en el contexto de nuestras familias.
Primero, quizá decimos falsedades. “¿Cómo está tu familia? Todo bien. Magnífico. No pudiéramos estar en mejor momento”, cuando sabemos que, hace varias semanas que mamá y papá no se hablan.
O bien, engañamos. ¿A dónde vas ir el sábado? Tengo un trabajo de equipo en casa de Lupita y lo más seguro es que me tenga que quedar a dormir porque se entrega el lunes y es muchísimo. Esos maestros no tienen consideración. Cuando ya nos pusimos de acuerdo con el grupo de amigos que nos vamos a ir a progreso a un lugar que está de moda.
Otra manera es exagerando las situaciones. Te he dicho un millón de veces que no salgas sin arreglar tu cuarto. Nunca lo limpias. Siempre está de cabeza. Cuando sabemos que nadie es tan consistente como para que nunca o siempre haga las cosas. Esas exageraciones distorsionan la realidad percibida y frustran las relaciones entre nosotros.
También hacemos trampa. Si te preguntan tu edad di que tienes 12, porque a partir de los 13 ya tienes que pagar. Vas a ver como pasas por uno de 12 sin pagar.
Hacemos promesas falsas. Te prometo hijo que el sábado te llevo a ese lugar que quieres, pero hoy estoy muy ocupado. Cuando sabemos que el sábado no vamos a poder tampoco y sólo se lo dijimos para quitárnoslo de encima.
Damos excusas falsas. Hoy no puedo ir al grupo pequeño porque tengo mucho dolor de cabeza. Pero la verdad es que queremos ver el partido del América y el Cruz Azul.
Otras veces adulamos. Mamita que guapa estás, qué bien te queda ese vestido, eres la mejor mamá del mundo, porque estamos preparando el camino para el permiso que queremos pedir al rato. O bien, cuando hablamos a las espaldas. No es por hablar mal de mi esposo, pero la verdad nunca está y cuando está, está como ausente. No creas que es tan buen esposo como parece cuando está en la iglesia…
Y pudiéramos seguir pensando en nuestra comunicación en la familia y nos daremos cuenta de que hay mucho de qué despojarnos con relación a la mentira. Esa vida no corresponde a los que son de aquel que es verdadero y justo.
Entonces, se trata de un constante evaluar nuestras palabras e interacciones para detectar ese hablar que está corrompido por los deseos engañosos. Para detectar donde ese viejo hombre quiere hacer de cuenta como si todavía fuera quien reina.
Pero debido a la obra del Señor Jesucristo y de acuerdo con la nueva vida en él, en nuestras familias podemos y debemos aprender a hablar palabras verdaderas, dejando la mentira.
Las familias sabias aprenden a hablar palabras verdaderas, pero también, en segundo lugar, aprenden a hablar Palabras Edificantes.
Proverbios 12:18 Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; Mas la lengua de los sabios es medicina.
También Proverbios 12:25 dice: La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra.
Las palabras tienen la particularidad que pueden dar golpes destructivos o bien pueden ser verdadera medicina para el alma. Una palabra sabia y bien colocada puede ser de ánimo para el abatido y angustiado.
Todos hemos experimentado esto. Hemos sido heridos con palabras, pero también hemos sido sumamente edificados con las palabras. Las familias sabias buscan que sus palabras sean para edificar.
Al considerar nuestra comunicación en nuestra familia, no sólo debemos buscar que sea verdadera, sino que logre su propósito de edificar y construir. Para esto necesitamos más que solo palabras ciertas o verdaderas.
Hablar con la verdad con nuestro prójimo no sólo se trata de meras palabras. Sino que es más profundo. Son las palabras correctas y ciertas, con el tono correcto y sabio y con el propósito justo y santo de edificar a mi prójimo. Si digo palabras verdaderas con un tono pecaminoso, ya no estoy hablando conforme a la verdad y desvirtúo el propósito de la comunicación.
Si digo la verdad, pero con el propósito incorrecto, para hacer daño, para lastimar, para herir, tampoco estoy hablando conforme a la verdad. Cristo no habla así con nosotros. El habló la verdad, de la manera o forma correcta con los propósitos más justos y santos.
Nuestro hablar la verdad tiene que ser como el de Cristo: para edificar y construir. No pienses que, porque estás diciendo algo que es cierto, no importa el cómo lo digas, a quién lo digas y el porqué, lo digas.
Hablar la verdad con nuestro prójimo es todo un reto.
Por eso, antes de abrir tus labios hazte estas preguntas. ¿Lo que voy a decir es verdad o me consta? ¿Tengo el consentimiento de la persona en cuestión para contar esto? ¿Lo que voy a decir es de edificación para los oyentes? ¿La persona a la que se lo voy a decir debe saberlo o le compete saberlo?
Son preguntas importantes porque Dios nos hace responsables de nuestras palabras. Hablar la verdad con nuestro prójimo tiene la finalidad de edificar, no de que se haga lo que tú quieres o tener tu revancha al hacer sentir mal al otro.
Como pastor he tenido la ocasión de atestiguar el efecto maravilloso que ocurre cuando las personas hablan la verdad santamente entre ellas para edificar. He visto con gozo a personas cristianas hablar de temas duros de su relación, pero aplicando con madurez los principios de la Escritura y al final, es maravillosa la sanidad relacional que se puede experimentar porque se ha hablado la verdad en las palabras, en la forma y con el propósito de glorificar a Dios, edificándose mutuamente.
Hermanos, por la gracia de Dios, esto puede ser una realidad en nuestras familias, por muy difícil o complicado que te parezca en este momento.
Pídele a Dios que te dé más dominio propio para resistir la tentación de usar mal tus palabras. Pídele a Dios que te dé una boca que sea una “fuente de vida”. Que cuando terminemos de comunicarnos como familia, nos sintamos más animados a vivir para la gloria del Señor.
Las familias sabias aprenden a hablar palabras verdaderas y edificantes, pero también, en tercer y último lugar, aprenden a hablar Palabras Pacificadoras.
Proverbios 15:1 dice: La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor. Y también Proverbios 18:6 dice: Los labios del necio son causa de contienda; su boca incita a la riña.
Como solían decir los abuelos: Se necesitan dos para pelear y esto cuan verdadero es en la familia. Pareciera que en la familia estamos muy dispuestos a pelear por casi cualquier cosa. Hasta la preparación dominical para venir al culto se puede volver el contexto ideal para riñas, discusiones y enojos.
Hay una tendencia hacia el conflicto, pero como familias temerosas del Señor que estamos aprendiendo de su sabiduría, podemos poner atención a nuestra actitud para no engancharnos en el conflicto cuando se esté suscitando.
Cuando tu respuesta ante el ataque es una respuesta de pacificación, es una respuesta blanda, esto contribuirá a que el conato de conflicto se vaya disipando. Pero si te enganchas neciamente enseguida acabarás en una riña sin duda.
¿Cuál es nuestra actitud en nuestras relaciones familiares? ¿Buscamos agilizar las cosas y las situaciones o siempre estamos complicando cada asunto con nuestras exigencias?
El conflicto es un choque de deseos. ¿Cuánto nos estamos aferrando a nuestros deseos al punto de no importarnos nada más que salirnos con la nuestra? ¿Cómo soy conocido en mi familia como pacificador o como conflictivo?
Al final de cuentas, como vemos en los proverbios, el cambio debe empezar reflejarse en mis palabras de tal forma que contribuyan a la paz y no al conflicto, que calmen la ira y que desalienten la riña. La familia sabia aprende a hablar palabras de pacificadoras.
Todos anhelamos ser una familia sabia. Una familia donde se aprenda a hablar y callar guiados por el temor del Señor. Por la obra de Jesús en nuestros corazones podemos seguir creciendo cada día en nuestras familias en sabiduría, callando sabiamente para escuchar, pensar y no pecar, y hablando sabiamente palabras verdaderas, edificantes y pacificadoras. Crezcamos en el temor del Señor; crezcamos en sabiduría; seamos una familia sabia para la gloria de Dios.