Recuerdo haber escuchado la historia de lo que ocurrió con un compañero de mi hermano cuando estaban en la secundaria, a quien llamaremos “Juan”. Juan era un buen estudiante, bien portado en el salón y respetuoso con los maestros. Nadie tenía alguna queja de él.
Con el tiempo, Juan comenzó a tener cercanía con unos jóvenes que eran un poco opuestos a lo que lo caracterizaba. No eran tan buenos estudiantes y siempre estaban metiéndose en problemas en la escuela.
En una ocasión, Juan acompañó a sus nuevos amigos al salir de la escuela camino a casa. La escuela era céntrica y las puertas de las casas del rumbo estaban a la orilla de la acera. A uno de ellos se le ocurrió hacer la broma de timbrar o golpear fuertemente la puerta de una casa e irse corriendo para que al abrir las personas no encontraran a nadie.
Y así este grupo de adolescentes inmaduros y necios iban caminando, golpeando puertas y corriendo para esconderse. En medio de la adrenalina de la necedad, Juan se animó a golpear en la siguiente casa, pero él, en vez de solo golpear fuertemente con la mano, lo que hizo fue darle una fuerte patada a la parte baja de la puerta.
Esta puerta era una de herrería con cristales. Cuando Juan pateo la puerta, por el golpe, varios cristales de la puerta se desprendieron y cayeron haciendo un ruido estruendoso. Los jóvenes corrieron despavoridos por los sucesos.
Pero en esta ocasión, en la sala de la casa afectada, muy cerca de la puerta, estaba un grupo de jóvenes mayores a estos adolescentes, quienes al instante dieron persecución a los muchachos quienes corrían por sus vidas. Al final de cuentas, sólo lograron dar alcance a un solo joven: a Juan. Después de darle unos buenos empujones y jaloneos, llamaron a la policía. Juan fue detenido y sus padres fueron localizados para dar atención al asunto.
Juan tuvo que enfrentar las consecuencias de sus malas decisiones. No sé qué más pasó luego con la vida de Juan, pero espero que haya aprendido la lección. Una mala decisión puede afectar el rumbo de tu vida.
Quizá estás escuchando la historia de Juan y estás recordando alguna historia parecida en tu propia vida y quizá aún hoy enfrentas consecuencias por haber tomado una decisión necia en el pasado.
Cuando has pasado por experiencias similares y has tenido que enfrentar las consecuencias de éstas, a veces te preguntas: ¿Por qué no hice o dije algo diferente? Si hubiera hecho tal o cual cosa, o si no hubiera hecho tal o cual cosa, no hubiera tenido que caminar por ese camino complicado. Pero llegas a la misma conclusión: El hubiera no existe.
Cuando somos jóvenes no tendemos a ver la vida así. Y muchos de nosotros, aun de adultos, nos seguimos metiendo en problemas porque carecemos de algo fundamental. Algo que nos ayuda a tomar mejores decisiones, a articular mejores palabras en nuestras interacciones, a emprender mejores acciones en todas nuestras relaciones. Y esto es Sabiduría.
La sabiduría no es tanto conocer intelectualmente mucha información o acumular mucha información, sino es poder distinguir en la vida real y cotidiana entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo mejor.
La sabiduría, por tanto, no viene con un título académico, sino con una vida guiada y vivida por principios y verdades eternas provistas por la Palabra del Señor.
Este mes, en nuestra serie, familia sabia, hemos estado explorando el libro de proverbios para encontrar esos principios que puedan guiar nuestras vidas y familias hacia la sabiduría.
Hemos hablado de las familias en general, la semana pasada hablamos de los padres y hoy toca hablar de los hijos. Queremos ser hijos sabios; hijos que disciernan entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto y entre lo bueno y lo mejor.
Queremos ser hijos que, cuando nos veamos en circunstancias como las que se encontró Juan podamos decidir bien en cuanto a nuestras relaciones y acciones. La buena noticia es que el libro de Proverbios para eso fue escrito.
Proverbios te va a indicar hacia donde te lleva cierto camino, para que de antemano, sin transitar por ese camino, puedas saber cuál es su final y así tomes una mejor decisión. Eso es lo que hace la sabiduría.
Cuando eres un hijo sabio, no tendrán que estar tus papás junto a ti 24/7 en cada circunstancia de tu vida, sino con la sabiduría que has estado adquiriendo, puedes distinguir con bastante claridad hacia donde te llevará cierta decisión en caso de que la tomes. Esa es una gran bendición porque te evitarás muchos lamentos y tristezas innecesarias que muchos de nosotros como hijos tuvimos que experimentar por haber sido necios.
Y es que, como hijos, todos tuvimos y algunos tenemos una lucha constante en nuestro interior. Queremos hacer lo que nos plazca y encontramos siempre algún tipo de freno a nuestros deseos. Queríamos ir a lugares donde nuestros padres no nos dejaban ir o queríamos hacer cosas que se nos enseñaba que no se debían hacer y en nuestro interior experimentábamos esa tensión entre lo que desea nuestro corazón y lo que se nos plantea como el camino recto delante de nosotros.
Seguramente, muchos hijos, que viven aún bajo el techo familiar, experimentan algo semejante. Precisamente, para eso es la sabiduría. La sabiduría va reduciendo esa tensión interior y va poniendo en ti convicciones claras que te ayudan a llevar una vida buena y disfrutable, evitando que caigas en tantos problemas y aprendas lecciones dolorosas a golpe y porrazo.
Lo que podemos observar en el libro de proverbios en cuanto a los hijos en este respecto es que un hijo sabio es el que busca agradar a Dios antes que a sí mismo.
Los hijos que ponen a Dios y su consejo en primer lugar en sus vidas, son hijos que crecen en sabiduría y al final, llevan una vida edificante y creciente. Al contrario, los hijos, llamados en proverbios “necios”, son aquellos que dan rienda suelta a sus deseos y siguen el camino de su corazón sin restricciones, haciendo caso omiso al consejo de sus padres y mayores, haciendo rebeldemente lo que les da la gana.
El constante contraste entre el hijo sabio y el hijo necio es subrayable en Proverbios. El final de cada vida y sus resultados son advertencias vívidas para que busquemos la sabiduría con todo el corazón al buscar agradar a Dios antes que a nosotros mismos.
Por tanto, en Proverbios encontramos muchas advertencias y consejos para los hijos, para que lleguen a ser hijos sabios. Este día abordaremos tan solo tres. Tres acciones para crecer en sabiduría de lo alto. Tres acciones que nos llevan al camino de la sabiduría. Tres acciones que nos pondrán en una mejor posición para tomar decisiones que honren a Dios y sean de gran bendición para nuestras vidas. Tres acciones que nos llevarán a agradar a Dios antes que a nosotros mismos.
Primero, Teme al Señor.
Central a todo el libro de Proverbios está el “temor del Señor”. Dice Proverbios 1:7, El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.
Desde el inicio del libro de proverbios se nos da la clave para tener esta sabiduría tan necesitada y es precisamente, el temor del Señor. La sabiduría viene por temer al Señor.
Como hemos explicado antes, “temor del Señor” en la biblia, es una frase que tiene un amplio rango de significado según el contexto donde se use, que va desde el pánico, miedo, pasando por asombro, admiración, respeto, reverencia, y llegando a confianza, obediencia, amor y adoración.
Decir, “yo temo al Señor”, según el contexto, implica decir: “yo tengo un profundo respeto y reverencia ante la presencia y existencia de Dios” o “Yo confío en lo que Dios dice que es verdad”, o “yo me sujeto a la voluntad revelada de Dios para mi vida” o “yo amo al Señor con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas” o “Yo rindo toda mi vida en adoración delante del único Dios vivo y verdadero”.
La Escritura, entonces, nos está diciendo que lo primero que alguien tiene que hacer para ser sabio es ir creciendo en el temor del Señor.
Proverbios 14:26 lo dice así: El temor del SEÑOR es un baluarte seguro que sirve de refugio a los hijos. No hay lugar más seguro al cual dirigirnos en esta vida que el temor del Señor. No hay otro refugio y baluarte más invulnerable para los hijos que aprendan a temer al Señor, a amar al Señor, a confiar en el Señor, a adorar al Señor. Que aprendan a agradar al Señor antes que a sí mismos.
Cuando tememos al Señor estamos conscientes de que, aunque no haya nadie más viéndome, o aunque no estén mis padres cerca, siempre hay alguien ante cuya presencia vivo, hablo, pienso y existo. Alguien a quien no puedo engañar, pues conoce hasta los más íntimos pensamientos de mi corazón. Esto produce en mí un temor reverente de ofender al Dios santo ante cuyo rostro vivo.
Cuando tememos al Señor, nos importa lo que él dice acerca de todos los temas porque queremos hacer lo que le agrada. Quiero saber qué dice él acerca de mis relaciones, mis decisiones, mis deseos, mis gustos, mis proyectos, mis metas, porque no hay nada más importante para mí que hacer su voluntad.
Entonces, lo primero es temer al Señor. La pregunta importante para los hijos aquí presentes: ¿Quién es el Señor para ti? ¿Es una costumbre dominical? ¿Es una idea empujada por mis padres? ¿Es el genio de la lámpara cuando quiero el cumplimiento de un deseo? ¿Es un juez severo y lejano que solo está esperando que falle para darme el martillazo? ¿Es mi último recurso cuando todo lo demás me ha fallado?
En fin, de acuerdo con lo que en verdad creas acerca de Dios, será tu temor de él. Por eso, es importante que, para crecer en el temor del Señor, conozcas al Dios verdadero revelado en la Escritura. No hay otra manera más que profundizando en su Palabra y desarrollar una relación real y cotidiana con él.
Cuánto más le conozcas como se revela en la Escritura, más te asombrarás, más reverencia le tendrás, más obediencia le mostrarás, más confianza le tendrás, más adoración le darás, más temeroso de él te volverás.
Hijos, para crecer en sabiduría, temamos al Señor. Pues recuerda que un hijo sabio es el que busca agradar al Señor antes que a sí mismo.
Pero además de temer al Señor, hay una segunda acción para crecer en sabiduría, en segundo lugar, Escucha el consejo de tus mayores.
Proverbios 6:20-23 dice: Hijo mío, obedece el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Grábatelos en tu corazón; cuélgatelos al cuello. Cuando camines, te servirán de guía; cuando duermas, vigilarán tu sueño; cuando despiertes, hablarán contigo. El mandamiento es una lámpara, la enseñanza es una luz y la disciplina es el camino a la vida.
También Proverbios 1:8-9 dice: Hijo mío, escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre. Adornarán tu cabeza como una hermosa diadema; adornarán tu cuello como un collar.
La semana pasada hablábamos de la parte tan importante que cumplen los padres hacia sus hijos para que crezcan en sabiduría, pero ahora nos toca ver el asunto desde la perspectiva de los hijos.
La instrucción directa a los hijos es casi la misma: Obedece el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Escucha las correcciones de tu padre y no abandones las enseñanzas de tu madre.
Dos cosas importantes resaltan, primero, como en otras partes de la Biblia la instrucción para los hijos siempre coincide en obedecer a sus padres, a escuchar a sus padres, a seguir la dirección de sus padres, a honrar a sus padres.
De todas las instrucciones que se pudieran haber dado a los hijos, la Biblia siempre coincide en resaltar y dar prioridad a la que indica que los hijos deben hacer caso a sus padres, seguir la instrucción de sus padres, honrar a sus padres. Ese es el deber más básico y fundamental de los hijos.
Lo segundo que resalta es la insistencia en que pongan atención, en que escuchen, en que hagan caso, en que sigan sin abandonar el consejo. ¿Por qué será que hay esta insistencia?
Si somos sinceros, todos hemos sido hijos o bien hemos estado bajo el cuidado de otra generación por encima de nosotros y todos sabemos que no se nos hace fácil escuchar, seguir, hacer caso a personas mayores que nosotros que nos están dando indicaciones de cómo debemos vivir.
Lo que nos sale con mayor facilidad es querer hacer lo que nos place y decidir de acuerdo con nuestros deseos. De hecho, como generaciones más jóvenes tenemos cierto sentido de orgullo y nos creemos más sabios que las generaciones mayores, nos sentimos más preparados, más listos y adecuados que las generaciones anteriores, y por supuesto, tendemos a menospreciar los consejos e indicaciones de nuestros padres.
Pero aquí la Escritura nos está diciendo que, si queremos crecer en sabiduría, debemos hacer caso, escuchar, valorar, aquilatar la enseñanza y consejo de nuestros padres.
La premisa aquí es que, en condiciones normales y salvo algunas penosas excepciones, los padres generalmente están buscando el bien de sus hijos. Sus palabras suelen ser buscando su bien. Claro está que no tenemos padres perfectos, pero en la generalidad, los padres, aun imperfectamente, buscan lo mejor para sus hijos.
Es deber de los padres ser los mejores consejeros, discipuladores y autoridades sobre sus hijos. Pero es deber de los hijos también nutrirse de esa sabiduría que los padres les puedan brindar, sobre todo, de esos padres cristianos que están siendo intencionales en forjar en sus hijos el temor del Señor.
Las buenas enseñanzas de nuestros padres nos acompañarán el resto de nuestras vidas. Como dice el texto, esas buenas enseñanzas te guían cuando te acuestes y te levantes, incluso cuidarán tu sueño, pues tendrás una consciencia tranquila por estar en un camino de bien.
Como hijos, en su momento, a veces no alcanzamos a dimensionar la sabiduría de nuestros padres en sus indicaciones, pero con el tiempo, y sobre todo, cuando vamos creciendo y tenemos nuestros propios hijos, podemos comenzar a valorar cada día más sus enseñanzas.
Por ejemplo, en el tiempo en que estudié la secundaria tenías que elegir un taller práctico obligatorio. El taller que escogieras lo continuarías los tres años de secundaria.
Por sugerencia insistente de mi mamá (más bien por coerción maternal) elegí el taller de taquimecanografía, al que sólo iban las chicas en ese entonces. Los varones iban generalmente a zapatería o a electricidad. Pero con unos cuantos varones más, acabé en el taller de mecanografía por tres años por pura obediencia a mi madre.
Aunque los primeros días no fueron los más agradables, con el tiempo aprendí a aprovechar las clases, sobre todo la de mecanografía. Con el tiempo, me he dado cuenta que tengo tanto que agradecer a mi madre por haberme casi obligado a tomar ese taller porque el saber cómo escribir rápidamente en un teclado me ayudó muchísimo en todo mi tiempo de estudiante y lo sigue haciendo ahora en el ministerio que desarrollo con la palabra hablada y escrita. Si no hubiera obedecido a mi madre, hubiera tenido muchas dificultades innecesarias.
Así que hijos, el camino de la sabiduría está en escuchar a nuestros mayores, aquilatar sus buenas enseñanzas, imitar su fe en el Señor y por supuesto, honrar a nuestros padres.
Que nuestros padres puedan experimentar lo que dice Proverbios 23:24, El padre del justo experimenta gran regocijo; quien tiene un hijo sabio se deleita en él.
Que maravilloso poder ser esos hijos que traigan regocijo a sus padres por haber echo caso de sus buenas enseñanzas y haber valorado todo el esfuerzo puesto en nosotros. No hay mayor honra para un padre cristiano que ver a sus hijos caminar en la verdad. No hay mayor honra para un padre cristiano que tener un hijo sabio. Un hijo que busca agradar a Dios antes que a sí mismo.
Teme al Señor, escucha el consejo de tus mayores, pero nos falta una tercera y última acción para crecer en sabiduría y esta es: Aléjate del mal.
Proverbios 1:10-11 y 15: Hijo mío, si los pecadores quieren engañarte, no vayas con ellos. Estos te dirán: «¡Ven con nosotros! […] ¡Pero no te dejes llevar por ellos, hijo mío! ¡Apártate de sus senderos!
También Proverbios 14:16 dice: El sabio teme al SEÑOR y se aparta del mal, pero el necio es arrogante y se pasa de confiado.
Algo que va produciendo en nosotros la sabiduría es que somos más prontos en distinguir lo bueno de lo malo. Y cuando temes al Señor eres más pronto para alejarte del mal.
El sabio ve venir el mal y se aparta, pero el que es necio cae fácilmente en la trampa del mal.
Para agudizar nuestra sensibilidad espiritual para discernir el mal del bien hay que crecer en la Palabra del Señor. La Palabra es una lámpara que pone su luz en la oscuridad y podemos ver mejor que el que no tiene la palabra.
Hijos, vamos a recibir muchas invitaciones de todo tipo que nos alejarán del camino del Señor. Te dirán “ven con nosotros” pero recuerda, la sabiduría viene en apartarte de esos caminos. Los necios siendo sabios en su propia opinión se quedan y son arrasados por el mal. Pero si aprendes a temer al Señor más que al hombre, podrás decir no, aunque te digan aguado, anticuado, santito, etc. pero estarás librando tu alma de las consecuencias de decisiones necias.
La famosa cantante Whitney Houston murió a sus 48 años de edad. Todos la recuerdan por su extraordinaria voz y también por su recurrente esclavitud a las drogas y al alcohol. Hasta donde me enteré su muerte tuvo que ver con su adicción.
Imagínate que podamos retroceder el tiempo a ese momento cuando por primera vez alguien le ofreció una droga a la cantante. Imagínate que existiera algún tipo de aparato que te pudiera mostrar el final al que te lleva cierta decisión antes de tomarla.
¿Será que si Whitney hubiera sabido hacia dónde conduciría su vida al tomar esa decisión de recibir por primera vez las drogas, las hubiera aceptado? Quizá sí, quizá no. Pero creo que hubiera sido un poco más difícil.
¿Te imaginas si existiera tal aparato que te mostrara el final de una decisión antes de que ocurra? ¿Cómo te ayudaría a tomar decisiones en tu vida? ¿Cuántos dolores de cabeza, dificultades y sufrimientos por malas decisiones te hubieras evitado en tu vida? ¿Cómo sería diferente tu historia si hubieras sabido a dónde te conduciría aquella palabra, aquella decisión, aquella acción?
Quiero decirte que tal bendición existe y que puede decirte a dónde te conducen ciertas decisiones, ciertas acciones, ciertas palabras. Te advierte de las trágicas consecuencias de tomar ciertas decisiones. Te da instrucciones claras para evitar caer en esas desgracias. Esta bendición se llama la Palabra de Dios.
Así que hijos, necesitamos estudiar la Palabra de Dios para discernir entre lo bueno y lo malo, para que cuando lo malo se presente en tu vida, puedas tener la sabiduría suficiente para alejarte de él, temiendo al Señor por sobre todas las cosas. Porque el sabio es el que busca agradar al Señor antes que a sí mismo.
¿Cómo podemos aspirar a ser hijos sabios si somos tan necios? Claramente en nuestros meros esfuerzos humanos no podemos, pero es gracias al único hijo verdaderamente sabio y perfecto que vivió en nuestro lugar, que murió en nuestro lugar, que resucitó en nuestro lugar y nos reconcilió para siempre con el Padre celestial, es que podemos tomar los proverbios y aplicarlos a nuestras vidas.
Es por la obra y gracia de Jesús que hoy podemos decir que queremos ser hijos sabios como lo fue él. Que queremos ser hijos que busquen agradar a Dios antes que a sí mismos. Que queremos ser hijos que teman al Señor, que escuchan el consejo de sus mayores y que se apartan del mal tan pronto aparece en su camino.
Seamos, como Jesús, hijos sabios que busquen agradar a Dios antes que a sí mismos para la gloria de Dios.