Hoy comenzamos nuestra nueva serie del mes de diciembre: “El rey nació”. En esta serie estaremos recordando y celebrando la venida del Señor Jesucristo en su encarnación, según lo relatado en el evangelio de Mateo.
La encarnación de Jesucristo es una doctrina importante en la Escritura. De hecho, en las epístolas del apóstol Juan, la medida puesta para determinar si alguien estaba enseñando la verdad era si declaraba o confesaba que Jesucristo había venido en carne. La encarnación es la enseñanza de que verbo divino se hizo carne y habitó entre nosotros. Eso básicamente celebramos en el tiempo de Navidad.
Por supuesto, en realidad no celebramos una fecha, sino un evento de trascendencia cósmica. Sabemos que Jesús no nació el 25 de diciembre, así que celebramos este tiempo sin fanatismos ni legalismos; no obstante, no queremos dejar de puntualizar el hecho maravilloso de que cuando llegó el cumplimiento del tiempo Dios envió a su hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley, como nos dice Gálatas 4.
Así que este mes nos unimos al calendario litúrgico tradicional que coloca esta temporada como la época para celebrar la encarnación del hijo de Dios, que es conocida como la Navidad, por lo que los sermones girarán entorno a los eventos narrados en el evangelio de Mateo respecto a la entrada del hijo de Dios al mundo en su primera venida.
Sin duda, al reflexionar en estas verdades bíblicas encontraremos muchas más razones para celebrar, en esta época tradicional, que meramente los regalos, las luces, las cenas, las reuniones, etc. que son elementos totalmente secundarios a la verdadera razón del gozo en este tiempo de celebración: la llegada milagrosa y sui generis del hijo de Dios a la historia de la humanidad necesitada de un salvador.
Y hoy nos vamos a enfocar en los primeros versículos del evangelio de Mateo en su capítulo 1. En particular, en lo referente a la genealogía de Jesucristo. Es decir, nos enfocaremos en el linaje del rey que nació esa primera navidad.
Las genealogías en la cultura judía son muy importantes.
No sé si tu puedas trazar tu linaje de ancestros. Yo sólo llego a mis abuelos. Es increíble, pero básicamente los cuatro abuelos eran o hijos no reconocidos por su padre o eran huérfanos, así que no sé mucho más respecto de bisabuelos y tatarabuelos.
Pero para los judíos, mostrar la línea de tus antepasados y mostrar tu pertenencia al pueblo de Dios era muy importante y tenía implicaciones de todo tipo.
Ya desde el libro de génesis hay genealogías que muestran ese linaje del pueblo de Dios. También, lo podemos ver, por ejemplo, en el libro de crónicas, que se escribe para los que regresaban del exilio de babilonia, los primeros 9 capítulos son puras genealogías que marcaban el linaje de la comunidad postexilica para determinar quiénes formaban parte verdaderamente del pueblo de Dios en ese tiempo de reconstrucción de la comunidad.
Y aunque tendemos a saltar esos nueve capítulos de listas y listas de nombres, tienen el propósito importante de trazar la fidelidad del Señor para con su pueblo de generación en generación en el desarrollo del reino de Dios en la tierra.
Esas listas no son meramente nombres, sino son historias, son vidas, son decisiones, son relaciones, son al final, la demostración de que Dios es fiel a su pacto y a su pueblo en todo lo que hace.
Y al llegar al evangelio de Mateo en el Nuevo Testamento, nos encontramos que lo primero que se establece es el linaje de Jesucristo.
En el nuevo testamento encontramos dos genealogías de Jesucristo. Una aquí en Mateo y la otra en el capítulo 3 del evangelio de Lucas. Aunque estas dos genealogías tienen varias coincidencias, también encontramos varias discrepancias. En los nombres más conocidos, hay coincidencias plenas, pero luego en otros nombres hay ciertas diferencias.
¿Cómo explicamos estas diferencias? Primero, tenemos que recordar que la exactitud y precisión en el recuento histórico es un criterio moderno. Para nosotros como personas contemporáneas, la precisión es un criterio de verdad. No concebimos que algo impreciso pueda ser al mismo tiempo verdadero.
No obstante, vivimos llenos de imprecisiones verdaderas. Por ejemplo, esta mañana cuando despertaste dijiste: “Ya salió el sol”. ¿Es esto preciso? No. El sol no puede salir porque no es el que gira alrededor de la tierra, sino es al revés. Preciso sería decir, la tierra ha girado sobre su propio eje en cierto número de horas. ¿Pero es una declaración verdadera? Claro que lo es. Porque tu te asomaste a la ventana y viste el sol aparecer en el horizonte. Es un testimonio verdadero, aunque no tiene la precisión rigurosa que esperaría la mentalidad moderna.
La Biblia es un libro escrito en la antigüedad con los criterios propios de la época en que fue escrita, así que no encontraremos precisión rigurosa moderna en varias declaraciones, pero sí encontraremos verdad en todas sus declaraciones.
Esto mismo ocurre con las genealogías, no hay una metodología de rigor de historiográfico para escribir la lista de nombres, sino hay criterios diferentes a los nuestros para elegir los nombres incluidos en las listas. Así que podemos encontrar que se saltan varias generaciones entre nombre y nombre, pero no por esto hay un intento de engañar o reportar mal la historia, sino que se está buscando dar un mensaje y se seleccionan los elementos reales que mejor comuniquen ese mensaje.
Así que no encontraremos precisión historiográfica en las genealogías de la Biblia, pero también hay algo más que podemos tomar en cuenta para explicar las diferencias entre Mateo y Lucas. La mayoría de los estudiosos coinciden en comentar que Mateo está trazando la línea de José, como padre adoptivo de Jesucristo y que Lucas está trazando la línea de María, la madre de Jesús. José y María eran parientes en cierto grado, así que venían del mismo tronco, pero al llegar más cerca de la generación de Jesucristo, ese tronco se va dividiendo en las dos respectivas ramas, de ahí las discrepancias en esos nombres en la genealogía.
Mateo va por la línea de José, mostrando el linaje de realeza de Jesucristo como heredero de David y Lucas va por la línea de María, mostrando la ascendencia física de Jesucristo directamente de David.
Además, observemos que Mateo va del pasado al presente: Es decir, comienza con Abraham y termina con José, a quien no llama el padre de Jesucristo, sino se refiere a él como el “que fue el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado el Cristo” (Mt 1:16).
Lucas va del presente al pasado, Comenzando con Jesús y va retrocediendo hasta llegar a Adán, a quien llama, hijo de Dios.
En resumen, las diferencias observables en las genealogías no deben distraernos o inquietarnos en demasía al punto de que perdamos de vista el propósito que persiguen: mostrar el linaje de Jesucristo como el rey y la bendición prometidas al pueblo de Dios. Mostrar que Jesús de Nazaret es el Mesías, es el Cristo.
Mateo 1:1, el primer versículo del evangelio y del nuevo testamento comienza diciendo Registro genealógico de Jesucristo, hijo de David y de Abraham.
Este versículo nos provee un resumen enfático de lo que quiere mostrar la genealogía. Al llamar a Jesús como hijo de David e hijo de Abraham, está haciendo declaraciones muy importantes acerca del Señor que queremos subrayar este día. Así que nos centraremos, más bien, en estos dos personajes y lo que significa que Jesús sea el descendiente de Abraham y de David.
Jesús es llamado hijo de Abraham. ¿Quién es Abraham?
Algunos hablan de Abraham como el padre de la fe, porque sin duda su participación en la historia bíblica es preponderante y un referente frecuente. Es conocido por sus demostraciones de fe como cuando no le negó a Dios a su hijo Isaac para ser sacrificado y confió hasta el último momento al ser detenido de degollar a su hijo por instrucción del ángel del Señor, sacrificando en su lugar a un carnero que el Señor proveyó.
Este famoso Abraham, recibió la promesa más hermosa de parte de Dios en Génesis 12:1-3.
El SEÑOR le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. »Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!»
Al llamar a Abraham, Dios le promete una tierra, le promete una gran descendencia, una gran nación y también una bendición. Esa bendición llegaría a toda la tierra a través de Abraham. A través de Abraham, toda la tierra sería bendecida.
¡Esto es maravilloso! ¿Te imaginas que te prometieran estas cosas tan valiosas? ¿Qué más podrías pedir? Una tierra, una gran descendencia y una bendición que no sólo se queda contigo sino llega a todas las familias de la tierra.
Y Dios a lo largo de la vida de Abraham, no sólo le dijo esto una vez, sino se lo repitió y repitió en varias ocasiones y eventos. Porque aunque fue una promesa firme, el inicio de su cumplimiento tardó muchísimos años en llegar, y Abraham murió y no vio más que el inicio del cumplimiento de la promesa de Dios.
Ahora bien, había un pequeño problema con todo esto. El problema era Abraham mismo. Esta gran promesa, de envergadura cósmica, había sido depositada en manos de un pequeño, frágil, endeble, vulnerable, falible hombre.
Para empezar Abraham tenía un trasfondo cultural pagano. El venía de la región de Ur de los Caldeos. De hecho, parece ser que es llamado del paganismo para adorar al Dios único y verdadero. A mi parecer no sería la persona más idónea para entregarle una promesa tan especial, pero el Dios de Gracia llamó a Abraham aunque era la persona más inesperada.
Para agravar las cosas, la Escritura nos aclara desde el principio en Génesis 11:30 que Sarai, la esposa de Abraham era una mujer estéril. ¿Cómo tendría una gran descendencia que heredaría toda esa tierra y sería de gran bendición para todas las familias de la tierra, si ni siquiera calificaba con lo más básico para iniciar el cumplimiento que era tener un hijo, un heredero que pudiera perpetuar a la familia?
La tensión se va agravando aun más porque los años pasaron y pasaron y la promesa fue incluso reiterada cuando tanto Abraham como Sara eran ya ancianos, de hecho, Sara hacía años que había entrado a la menopausia. ¿Cómo podrían tener un hijo? ¿Cómo se cumpliría la promesa de Dios si en términos humanos era imposible?
Aunado a todo esto, este hombre llamado Abraham, aun con todos esos actos heroicos de fe con los que se le recuerda, él seguía siendo un hombre de carne y hueso, un hombre frágil y limitado, un hombre que cometía imprudencias y faltas.
Por ejemplo, en dos ocasiones en escenarios muy parecidos dijo medias verdades con tal de salvar su pellejo. Dijo que Sarai era su hermana (cosa que era media verdad) y no su esposa, con tal de que las personas de esa región no lo fueran a asesinar para quedarse con la viuda. En ambas ocasiones, Dios los libró de malas consecuencias en su gracia.
También vemos a un Abraham y Sarai siendo impacientes y tratando ellos mismos de cumplir la promesa a través de medios humanos. Sarai entrega a su marido a Agar, su esclava, para que tuviera un hijo con ella y de esa manera tuvieran descendencia. Tomaron esta medida desesperada, que aunque culturalmente en esa época era aceptable, a la larga trajo muchas complicaciones a la familia. Nuevamente, Dios en su gracia, también tuvo promesas especiales para el hijo de la esclava. Pero no fue él el cumplimiento de la promesa.
Ni Abraham ni Sara vieron el cumplimiento pleno de la promesa, ni siquiera con el nacimiento milagroso de su hijo Isaac se llegó al cumplimiento pleno. Este cumplimiento pleno sólo lo encontramos en el desarrollo de la historia bíblica hasta la llegada de Jesucristo.
Esas promesas de bendición para todas las familias de la tierra tienen su cumplimiento con la llegada del Jesús el Cristo. Él es la simiente de Abraham en quien todas las naciones de la tierra han encontrado bendición.
El apóstol Pablo así lo confirma en Gálatas 3:16, Ahora bien, las promesas se hicieron a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: «y a los descendientes», como refiriéndose a muchos, sino: «y a tu descendencia», dando a entender uno solo, que es Cristo.
Cuando el evangelio llama a Jesús hijo de Abraham en la genealogía está afirmando que Jesús de Nazaret es el hijo que cumple la promesa de ser esa bendición que llega hasta todas las familias de la tierra. Y esa bendición llegó hasta tu familia y la mía sólo en Cristo Jesús.
Pero el Mateo 1:1 no sólo dice que Jesús es hijo de Abraham, sino también dice que Jesús es hijo de David. ¿Quién es David?
El Rey David es un personaje bíblico consentido. La mayoría de nosotros ha escuchado de como este pequeño pastor de ovejas venció al gigante Goliat y generalmente cuando pensamos en David pensamos positivamente de él. Después de todo, la Biblia lo describe como un rey conforme al corazón de Dios.
David ascendió al trono de Israel con todo el respaldo y apoyo de Dios y pronto afianzó el reino y extendió sus fronteras. 2 Samuel 8:14c-15: En todas sus campañas, el SEÑOR le daba la victoria. David reinó sobre todo Israel, gobernando al pueblo entero con justicia y rectitud.
O sea, David llegó para quedarse, contaba con el agrado de los hombres y sobre todo de Dios. Estaba en uno de sus momentos más gloriosos. Iba avanzando con todo. Nadie le podía hacer frente. Estaba en su mejor momento.
Pero sabemos que aunque David es un personaje consentido, no fue, de ninguna manera, perfecto. Tuvo fallas graves que trajeron consecuencias en su vida y familia. Como cuando cometió adulterio y posteriormente para cubrir su pecado, fraguó el asesinado del esposo de la mujer con la que había adulterado.
Fue reprendido por el profeta Natán y David experimentó arrepentimiento genuino y restauración en su reino, aunque tuvo que lidiar con consecuencias de esas decisiones funestas.
Aun con todas sus fallas, Dios tuvo gracia para con él y le hace una promesa increíble en 2 Samuel 7:12-16, Cuando tu vida llegue a su fin y vayas a descansar entre tus antepasados, yo pondré en el trono a uno de tus propios descendientes y afirmaré su reino. Será él quien construya una casa en honor de mi Nombre y yo afirmaré el trono de su reino para siempre. Yo seré su Padre y él será mi hijo. Así que, cuando haga lo malo, lo castigaré con varas y azotes, como lo haría un padre. Sin embargo, no le negaré mi amor, como se lo negué a Saúl, a quien abandoné para abrirte paso. Tu casa y tu reino durarán para siempre delante de mí; tu trono quedará establecido para siempre”».
El heredero de David, su hijo Salomón, vio cierto cumplimiento de esta promesa, pero sabemos que aunque Salomón fue reconocido en toda la tierra por su poder y sabiduría, al igual que su padre David, no fue perfecto y cometió crasos errores también. No obstante, la promesa de un rey, descendiente de David, que establecería su trono para siempre, seguía vigente.
Podemos notar esa expectativa en el tiempo de los profetas como dice Jeremías 33:15-16: En aquellos días, y en aquel tiempo, haré que brote de David un renuevo justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país. En aquellos días Judá estará a salvo, y Jerusalén morará segura. Y será llamada así: El SEÑOR es nuestra justicia.
Cuando Mateo 1:1 y todo el nuevo testamento identifica a Jesús de Nazaret como el hijo de David, está haciendo referencia a ese rey prometido, sucesor legítimo al trono de David cuyo reino no tendrá fin. Entonces, la genealogía al identificar a Jesucristo como Hijo de David, está afirmando que Jesús es el cumplimiento de la venida de ese rey que regirá en el cielo y en la tierra para siempre.
Jesús es hijo de Abraham y es hijo de David. Esto afirma que es el cumplimiento de la promesa de bendición a toda la tierra y es el cumplimiento de la venida del rey que reina en el cielo y en la tierra.
El evangelio de Mateo arranca identificando a Jesús, sin lugar a dudas, como el personaje central de toda la Escritura. Es el esperado por generaciones y toda la historia bíblica, todas esas vidas, historias y acontecimientos, tuvieron lugar en el tiempo y el espacio para que cuando se cumpliera el tiempo, Dios enviara a su hijo para redimir a su pueblo, siendo el hijo de la promesa y el hijo de la realeza.
Si revisas todos los nombres de la genealogía, algunos más conocidos que otros, algunos con más información bíblica que otros, notarás que todos fueron personas de carne y hueso, con sus virtudes y grandes defectos, que no hubo nadie perfecto en todo el linaje de aquel que es él varón perfecto.
Además, notarás que Mateo es intencional en incluir nombres de mujeres, cosa que no era algo común en las genealogías de su época. Y la mayoría de las mujeres mencionadas nos recuerdan algunos momentos que si fuéramos nosotros trataríamos de ocultar o de omitir para no manchar la imagen. Como por ejemplo se menciona a Tamar, que nos recuerda las fallas del patriarca Judá, o bien Rahab que fue una ramera de un pueblo pagano que creyó en el Dios de Israel y ocultó a los espías en Jericó. O Rut, la moabita, mujer que no pertenecía al pueblo de Israel que fue bisabuela de David o bien la misma Betsabé, madre de Salomón, que fue la mujer con la que David pecó.
Esta genealogía como podemos ver, no está maquillada. No es propagandista del régimen. No es semblanza política en tiempo electoral. Es un recuento, sin un rigor de precisión contemporánea, cuyo propósito es mostrar como en la historia de la redención, a través de personas imperfectas que vivieron vidas reales con sus aciertos y errores, fueron el camino histórico de generación en generación por el que vino el hijo de Abraham (hijo de la promesa de bendición) y el hijo de David ( hijo de la realeza) y todo por plan y propósito del Dios de gracia, del Dios fiel a su pacto.
Esta genealogía nos asegura que, si hemos puesto nuestra fe y confianza en el hijo de Abraham y de David, hemos puesto nuestra vida en las mejores manos.
Esta genealogía nos asegura que, en nuestras vidas, en las manos de un Dios de gracia, siempre se cumplirán sus propósitos redentores y santos, a pesar de malas decisiones que pudiéramos tomar y de las que seremos responsables. Nada pone en jaque mate al Dios del propósito y de la gracia.
La genealogía termina diciendo en Mateo 1:16, y Jacob, padre de José, que fue el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado el Cristo.
Jesús es el hijo de David, es el hijo de Abraham, es decir es el Cristo, el Mesías, el Ungido del Señor. Aquel que esperábamos por generaciones.
Esta genealogía nos asegura que, al celebrar la encarnación, llegada y nacimiento de Jesús, estamos celebrando la llegada del Mesías, del ungido, del Rey. Por eso en esta época podemos decir con toda seguridad: El rey nació. Y que nuestras vidas sean solo para su gloria.