Tradicionalmente, nuestra herencia reformada ha enseñado que la Iglesia verdadera se caracteriza por tres marcas particulares: (1) la predicación verdadera de la Palabra; (2) la administración correcta de los sacramentos y (3) el ejercicio fiel de la disciplina. Este mes hemos estado explorando esta tercera marca de la iglesia de Cristo, la disciplina bíblica o disciplina eclesiástica.
La misma palabra “disciplina” no nos parece muy atractiva a la mayoría. La palabra como que indica algo que no nos va a gustar mucho hacer o estar sujetos a ello. Pero es nuestro deseo, que esto vaya cambiando en nosotros a medida que vayamos comprendiendo el significado, importancia y efecto transformador de la disciplina eclesiástica en nuestras vidas como creyentes en Cristo.
Por eso hemos tratado de encuadrar la disciplina bíblica dentro del discipulado. El discipulado cristiano es como una moneda con sus dos caras: Por un lado, tenemos la enseñanza y formación bíblica que todo discípulo debe tener de manera regular (Grupos pequeños, predicación, conferencias, etc), y del otro lado de la moneda, está la exhortación, dirección y corrección que el discípulo debe tener cuando se está saliendo del camino trazado por la enseñanza bíblica. Ambos lados de la moneda son importantes en el discipulado.
Así que, si somos discípulos verdaderos del Señor, podemos esperar, entonces, en nuestro discipulado no sólo la enseñanza y formación bíblica, sino también podemos y debemos esperar vivir bajo el efecto transformador de la disciplina bíblica o eclesiástica.
Hemos aventurado una definición introductoria y por supuesto, perfectible, de lo que es la disciplina eclesiástica diciendo que se trata de procesos, acciones y actitudes, basadas en el evangelio, que la Iglesia aplica, de manera relacional y/o institucional, para prevenir, atender y corregir el pecado en la vida de los miembros del Cuerpo de Cristo.
Subrayemos algunas cosas de nuestra definición. Primero, cuando pensemos en la disciplina eclesiástica no pensemos meramente de sanciones y juicios. Tristemente, esta es una idea común que ronda en nuestras iglesias. Decir “Está en disciplina” para muchos significa meramente “está castigado”, “está en la banca” o cosas semejantes. Sino, cuando pensemos en disciplina eclesiástica, pensemos en toda una amplia gama de procesos, acciones, actitudes fundadas, no en caprichos humanos, sino en el evangelio, que tienen la finalidad de atender el pecado en la vida de los discípulos de Cristo.
Segundo, la disciplina es el ejercicio de la iglesia misma para atender la prevención, atención y corrección del archienemigo del cristiano, que es el pecado. La disciplina eclesiástica es la manera en la que la iglesia trata con el pecado dentro de su seno. Si somos discípulos aprendiendo a vivir a la manera de Cristo, entonces, esto implicará una lucha para combatir contra el pecado remanente y la disciplina eclesiástica nos va a ayudar en ello.
Tercero, es importante subrayar que cuando hablamos de disciplina estamos hablando de la prevención, atención y corrección del pecado en la vida de los miembros del cuerpo de Cristo, es decir de la iglesia. La disciplina no tratará con el pecado de cualquier persona, sino está enfocada en el pecado en la vida de aquellos que son identificados, reconocidos, recibidos formalmente como parte de la Iglesia de Jesucristo. La disciplina eclesiástica es la iglesia tratando solo con el pecado de los suyos. Es decir, este es un tema que compete directamente a los que somos de la familia, los que somos de casa.
¿Qué debemos hacer cuando se presente el pecado entre nosotros como iglesia del Señor? Por la gracia de Dios en Cristo, como hemos visto en semanas pasadas, no tenemos que inventar métodos o maneras de tratar con estas situaciones. El Señor Jesús nos da una serie de pasos concretos y consecutivos para tratar cuando se presente el pecado entre su rebaño.
Nos hemos centrado en Mateo 18:15-17. En esta enseñanza, Jesús está dando un mapa que debe guiar a la iglesia a tratar con los miembros de la comunidad del pacto cuando estos pequen.
El Señor delinea cuatro pasos distintivos: 1. Tú y él a solas, 2. Tú, él y testigos, 3. Dilo a la Iglesia 4. Tenle por gentil y publicano.
Observaremos que los dos primeros pasos del mapa implican a la iglesia actuando en su carácter relacional o no oficial y los últimos dos, implican a la iglesia actuando en su carácter oficial e institucional.
Además, el número de miembros de la iglesia involucrados en el proceso va en aumento a medida que sea necesario, buscando el arrepentimiento de los que han pecado. En cualquier caso, es la iglesia atendiendo el pecado de los miembros ya sea relacional u oficialmente.
Jesús fue muy cuidadoso en dejarnos este proceso que debemos aplicar con sabiduría y fidelidad para prevenir, atender y corregir el pecado dentro de los miembros del Cuerpo de Cristo.
Pero la Escritura no sólo nos da un proceso mecánico para aplicar fríamente, sino también en varios pasajes también nos provee el modo actitudinal en que debemos ejercer la disciplina. No sólo se nos proveen pasos, como si se tratara de un manual, sino se nos proveen los pensamientos y actitudes que deben gobernar esas acciones cuando las estemos aplicando en la vida real de la iglesia del Señor.
Por eso, hoy estamos hablando del énfasis restaurativo que tiene la disciplina. Es decir, de esas actitudes y pensamientos que deben guiarnos cuando estemos ejerciendo fielmente la tercera marca de la iglesia.
Para esto, estaremos explorando unos versículos del capítulo 6 de la epístola a los Gálatas donde veremos que la disciplina debe ejercerse manifestando un corazón de restauración. El propósito principal de la disciplina no es condenar, apartar, excluir sino restaurar al hermano que ha caído en pecado. Nuestro gozo en la disciplina es ver regresar al hermano al camino del evangelio y el discipulado. Ciertamente, la disciplina eclesiástica puede tomar medidas drásticas en algunos casos, pero el propósito y deseo final es ver en la persona los frutos del arrepentimiento que lo regresen a Cristo y a su evangelio. Nunca debemos, entonces, perder de vista que la disciplina en todos los casos, debe ejercerse manifestando un corazón de restauración.
Gálatas 6:1a comienza diciendo, “Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo…”.
Es importante notar aquí, nuevamente, que comienza hablándole a una audiencia muy particular, les llama “hermanos”. Se está dirigiendo a las personas que están dentro del Cuerpo de Cristo, que son miembros de la familia del Señor y son miembros de su cuerpo que es la iglesia. Esto es, como ya hemos dicho, característico de la disciplina eclesiástica, está indicada para los discípulos, para los creyentes, para los que han sido recibidos y reconocidos como cristianos profesantes de la fe en el Señor Jesucristo.
Luego, nos presenta un escenario que puede presentarse entre los “hermanos”: Alguien es sorprendido en pecado. Otras versiones traducen: alguien ha caído en algún pecado; si descubren que alguien ha pecado; Alguien ha incurrido en falta. Creo que captamos la idea. Un creyente profesante, conectado con el Cuerpo de Cristo, un hermano en la fe que es parte de la iglesia ha pecado y su pecado ha sido evidenciado o es ya del conocimiento de, por lo menos, algunos dentro de la comunidad de fe… ¿Qué se debe hacer ante tal escenario?
Tristemente, lo que hacemos muchos, es hablar de ello entre nosotros con una actitud de condenación, revelando los pecados de otros a personas que no pueden hacer mucho por ellos, más que seguir murmurando al respecto. Es decir, chismeamos de ello.
“¡No es chisme!” - dirás. “No estamos diciendo mentiras”. Chismear no es hablar mentiras acerca de otros, eso sería calumniar. Chismear es hablar de los secretos de otros a personas que no tenían por qué enterarse por no poder hacer mucho al respecto o bien, que no era de nuestra competencia el comunicarlos.
Es una realidad. El pecado se presentará entre los miembros de la iglesia y debe ser atendido diligentemente, pero el pecado no se atiende con más pecado. Chismear no es atender el pecado. Simplemente, hablar insensatamente entre nosotros acerca del pecado de algún hermano, no es atender el pecado, sino es aumentar pecados en la iglesia.
Al contrario de todo esto, el pecado dentro de la iglesia se atiende por medio de la disciplina eclesiástica y Jesús nos ha dejado el mapa de Mateo 18:15-17 para ejercerla de tal forma que no nos perdamos como iglesia. Comienza de una manera relacional (Tú y él a solas, tú él y testigos) y si es necesario por la falta de arrepentimiento, sigue avanzando hacia pasos formales o institucionales (Dilo a la iglesia y tenle por gentil y publicano).
Lo importante, es no perder de vista la instrucción que es clara aquí en Gálatas. La acción que debe ser casi instintiva ante el pecado de algún hermano es ser intencionales, oportunos y firmes en buscar la restauración del hermano siguiendo la disciplina bíblica. Eso hacen las personas “espirituales”. Es decir, las personas llenas del Espíritu Santo. Personas que evidentemente, se comportan como verdaderos creyentes en Cristo.
Los “espirituales” muestran la calidad de su fe, no al mirar bajo el hombro a los demás, o condenar farisaicamente al que ha caído, sino en buscar la restauración del hermano sorprendido en pecado.
Así que debe quedarnos claro, que la disciplina eclesiástica no está buscando de entrada condenar, expulsar, señalar, exhibir, y cosas semejantes, sino su propósito y objetivo principal es restaurar. La disciplina eclesiástica, primariamente, tiene un énfasis restaurativo.
Lo que se busca es que el hermano que ha caído pueda experimentar la dicha del arrepentimiento para recibir el perdón del Señor, primeramente, y comenzar el proceso de atender y afrontar las consecuencias que el pecado ha traído a sus relaciones y circunstancias.
En el mapa de la disciplina que Jesús nos dejó en Mateo 18:15-17, precisamente, al atender el pecado a solas con la persona, con testigos, decirlo a la iglesia e incluso cuando se le excluye de la membresía de la iglesia, lo que se busca es que el hermano “escuche” o “haga caso” a la confrontación amorosa que la iglesia le está haciendo para que se arrepienta del pecado.
Y lo que hace que el proceso siga avanzando a fases más formales y drásticas es si no hay arrepentimiento evidente en la persona. En cualquier fase del proceso, el arrepentimiento sincero acompañado de frutos evidentes es lo que detiene el avance de las fases, pues lo que se busca es la restauración que siempre inicia con el arrepentimiento. El arrepentimiento es el camino a la restauración.
Así que es claro hacia donde debe dirigirse todo proceso disciplinario que ejerza la iglesia. Pero también en los siguientes versículos de este pasaje en Gálatas 6, se nos dan indicaciones puntuales acerca de nuestras actitudes y pensamientos como iglesia al momento de estar ejerciendo este proceso hacia la restauración de nuestro hermano.
¿Qué debemos tomar en cuenta acerca de nosotros mismos para buscar la restauración de nuestro hermano cuando haya pecado? Veremos tres verdades importantes de nosotros mismos para tomar en cuenta cuando estemos en el proceso de restauración de un hermano.
Primero, para restaurar debemos tomar en cuenta nuestra vulnerabilidad (v.1).
Dice Gálatas 6:1, Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado.
Una primera realidad que debemos tener muy en cuenta cuando la iglesia ejerce disciplina para restaurar a uno de los suyos que ha pecado es que, sin excepción, todos los que somos parte del Cuerpo de Cristo, estamos en la misma vulnerabilidad respecto al pecado. En la iglesia no existe ningún “superman” espiritual que sea invulnerable al pecado. Todos tenemos nuestro talón de Aquiles o nuestra kriptonita y somos vulnerables a caer.
Por lo tanto, cuando estamos atendiendo el pecado en la vida de nuestro hermano, no estamos tratando con alguien distinto a nosotros o que se encuentra en un nivel inferior a nosotros, sino se trata de un hermano que bajó la guardia, que no resistió la seducción del pecado y ha caído.
Si es que nosotros no hemos caído, y nos toca estar del otro lado de la mesa, no es algo en nosotros mismos, sino es sólo por la gracia de Dios que nos sostiene. Con esa realidad en mente, nuestro trato al hermano debe ser manso, debe ser humilde; debe ser sin jactancias de nuestra parte o con burla o sarcasmo de nuestra parte hacia nuestro hermano.
Cada vez que tratamos con el pecado de alguien más, es una llamada de atención para nosotros mismos, porque si no fuera por la gracia del Señor, nosotros pudiéramos estar en la silla donde está ahora nuestro hermano que ha caído. Por eso, este proceso ha de llevarse con el mayor cuidado, humildad, mansedumbre, amor y prudencia, pues nosotros mismos no estamos exentos de caer.
Así que al enterarte del pecado de alguien más, no seas rápido para simplemente sentenciar y condenar, sino se manso y humilde, considerando tu propia vulnerabilidad, para tener la actitud correcta en la restauración que se debe buscar en el hermano.
Un maestro en el seminario siempre nos decía: Cuando escuchen a alguien decir, eso a mí nunca me va a pasar, tengan por seguro que es el próximo en la lista de los caídos.
Tengamos cuidado, no bajemos la guardia, somos vulnerables y con esa realidad en mente, con temor y temblor, debemos abordar el proceso de restauración de nuestro hermano.
Pero el pasaje nos sigue diciendo en Gálatas 6:2, Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo.
En segundo lugar, Para restaurar debemos tomar en cuenta nuestra responsabilidad (v.2).
Ante el escenario de encontrar a un hermano que ha caído, no sólo debemos tomar en cuenta nuestra propia vulnerabilidad, sino también reconocer que tenemos una gran responsabilidad.
En la iglesia de Cristo, no podemos simplemente decir, “Cada quien su vida”, “Él se lo buscó, que vea qué hace”, “Lo que haga de su vida, es muy su problema”. Esas son actitudes de personas que no son parte de una comunidad de creyentes, personas individualistas que no ven ninguna responsabilidad hacia los demás.
Pero este versículo nos aclara que no es nuestro caso. Como parte de la familia de Dios y miembros del cuerpo de Cristo, tenemos una responsabilidad de sobrellevar las cargas, los unos de los otros. De ayudarnos a hacer más soportable la carga de nuestro hermano, aunque haya sido causada por sus decisiones insensatas.
No está diciendo que libremos a nuestro hermano de enfrentar sus consecuencias, sino que cuando arrepentido esté enfrentando las consecuencias, seamos solidarios, seamos iglesia para aquel que está en un proceso de restauración, de tal forma que se aliviane un poco su carga porque sus hermanos estamos dispuestos a sobrellevarlas con él.
El pecado siempre trae consecuencias catastróficas en todos los ámbitos. Las relaciones se rompen, las circunstancias se complican, las decisiones se enredan, y una persona arrepentida de su pecado en un proceso disciplinario restaurativo, que tiene que afrontar dichas consecuencias necesita apoyo, dirección, oración, ánimo, ayuda, soporte, de parte de sus hermanos en el Cuerpo de Cristo.
Esta es nuestra responsabilidad ineludible. Es tan firme este servicio hacia el hermano que está en restauración, que, al hacerlo, dice el texto, estamos cumpliendo la ley de Cristo. Sobrellevar las cargas de mis hermanos, es cumplir con la ley de Cristo, y la ley refleja el corazón de Cristo. Esto es lo que Cristo mismo ha hecho por nosotros. Él llevó nuestras cargas sobre sus hombros. Él es el pastor que deja las 99 ovejas en el redil y va por la oveja perdida y cuando la encuentra la pone sobre sus hombros y la trae al redil.
Así de intencionales y proactivos debemos ser en la restauración de nuestros hermanos que han caído y están en un proceso disciplinario. Debemos ser iglesia, debemos involucrarnos en su restauración, tomando parte de su carga.
Por ejemplo, si sus decisiones pecaminosas lo han llevado a la enfermedad física, no lo podemos simplemente dejar sin la atención médica que requiere ahora que está enfrentando arrepentido sus consecuencias. Podemos ver maneras de apoyarlo para que reciba la atención que necesita.
O bien, si por sus malas decisiones sus relaciones más fundamentales se han roto y está en un proceso de restauración, no debemos dudar el participar en la pacificación y restablecimiento del diálogo y compañerismo entre las partes distanciadas. No debemos simplemente decir: “bien merecido se lo tiene, qué vea que hace”.
Los que somos espirituales estamos dispuestos a sobrellevar las cargas de aquellos hermanos que cayeron y arrepentidos están enfrentando las consecuencias en su proceso de restauración a la comunión con Dios y su iglesia.
Cumplamos la ley de Cristo. Cumplamos nuestra responsabilidad en el proceso de la restauración de nuestro hermano sorprendido en pecado.
Pero estos versículos nos dicen aún una tercera verdad para tomar en cuenta en la restauración de nuestro hermano que ha caído.
Tercero, Para restaurar debemos tomar en cuenta nuestra realidad (v.3-5)
Dice Gálatas 6:3-5, Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo. Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con nadie. Que cada uno cargue con su propia responsabilidad.
Cuando estamos atendiendo el pecado de nuestro hermano para restaurarlo, con mucha facilidad podemos caer en la tentación de compararnos con él y con una actitud de autojusticia, sentirnos mejores que él, porque él pecó y nosotros no.
Nos empezamos a sentir superiores o mejores que ellos porque no caímos en ese pecado en el que ellos cayeron. Nos pasa algo así como el síndrome del gordito que ha bajado un poco de peso. Te lo digo por experiencia propia.
Cuando has estado tratando de bajar un poco de tu sobrepeso, y logras bajar algunos kilos, comienzas a ver a los demás con una mirada de juicio. Tú sigues con sobrepeso, pero como ya has bajado algo, comienzas a juzgar lo que hacen tus compañeros que no han bajado. Piensas: ¡Mira cuánto va a comer, por eso no baja! ¡No hace nada de ejercicio, y cómo quiere bajar! Y hasta empiezas a dar consejos como experto a todos los gorditos a tu alrededor, sin que te los hayan pedido.
Comienzas a hablar como si estuvieras en otro nivel cuando estás todavía en el mismo problema que los demás. Tu pequeño avance te hace creer que ya estás en otro nivel y tiendes a mirar bajo el hombro a los demás.
Algo así nos está diciendo Gálatas. Es muy fácil, cuando no has caído en pecados escandalosos o notorios mirar bajo el hombro a tus hermanos que han caído. Como has tenido ciertas victorias en la vida cristiana, piensas que ya estás en otro nivel espiritual y que eso te hace experto en victoria sobre el pecado y mueves la cabeza cuando ves a tus hermanos que han caído con pecados tan básicos, según tu apreciación.
Pero desde el versículo 1 de Gálatas nos ha advertido de que este tipo de actitud se puede desarrollar en nosotros, pero los espirituales no tratan así el pecado de los demás, sino que, al tratar con el pecado de otros, comienzan con ellos mismos.
Es muy fácil autoengañarte de que tu ya estás en otro nivel y que sólo te pongas a juzgar y condenar farisaicamente a los demás, sino también te puedas confiar de que a ti nada te hará caer. Esa es la actitud más peligrosa ante la restauración de nuestro hermano. Creer que somos algo, cuando en realidad no somos eso que pensábamos ser.
Por eso, al restaurar, debemos ser muy conscientes de nuestras propias debilidades, de nuestras propias luchas, de nuestras propias batallas con el pecado.
Por eso Jesús en el evangelio nos dice que no comencemos con la paja en el ojo ajeno, sino que comencemos con el tronco que tenemos en el nuestro, así podremos ayudar a nuestro hermano con su paja.
En pocas palabras, cuando vayamos a restaurar al hermano por su pecado, comencemos con el nuestro. Como dice el texto, cada uno cargue su propia responsabilidad, cada uno este consciente de su propia realidad. Eso nos debe llevar a una actitud de humildad, de paciencia con el hermano, de sabiduría para tratar con el pecado de nuestro hermano, pues estamos en el mismo barco con él.
En resumen, el pecado en los miembros del cuerpo de Cristo se previene, se atiende y se corrige con la disciplina eclesiástica. Y hoy hemos enfatizado el propósito de dicha disciplina la cual busca restaurar al pecador, llevándolo al arrepentimiento y guiándolo a la plena restauración de su comunión con Cristo y su Iglesia.
Por eso hemos dicho que La disciplina debe ejercerse manifestando un corazón de restauración. Un corazón reconozca su propia vulnerabilidad, que asuma su responsabilidad y que actúe de acuerdo con su realidad en el proceso de restaurar al hermano que ha caído.
Como vemos, la disciplina bíblica no es nuestra enemiga, sino nuestra aliada cuando se trata de luchar contra el pecado en nosotros y seguir creciendo a semejanza de Cristo para la gloria de Dios.