Disciplina Eclesiástica: Qué es
Algunos años antes de fallecer, mi padre escribió una pequeña autobiografía. En ella narra un episodio de su juventud cuando estaba como en segundo año de Preparatoria. Puesto que los estudios eran muy cansados y agotadores para él, y buscando lo más cómodo, le dijo al abuelo que ya estaba muy cansado y que no seguiría estudiando.
Mi abuelo fue albañil, un hombre diligente y trabajador. Y como medida de disciplina y corrección a la actitud desobligada de mi padre, mi abuelo le dijo: “Si no vas a estudiar, vas a trabajar conmigo para ganar dinero con esfuerzo. Pero no te vas a quedar sin hacer algo productivo.”
Y el primer trabajo que tuvo que hacer fue blanquear con pintura de cal una albarrada, como solía hacerse en aquel tiempo. Él dice en sus memorias: “A las dos horas, mis manos finas ya estaban perforadas y adoloridas”.
En aquella ocasión mi abuelo le dijo mostrándole sus propias manos, “Ves hijo, para lograr algo en esta vida se requiere esfuerzo. Yo no pude estudiar; este es mi trabajo y requiere mi esfuerzo. Tú estás estudiando, esfuérzate para que llegues a ser profesionista. Tú debes llegar más allá de donde yo llegué.”
La lección disciplinaria y práctica fue muy efectiva. Mi padre abandonó de inmediato la idea de dejar de estudiar pues se dio cuenta que en cualquier escenario se requiere dedicación, esfuerzo y diligencia. Y mi abuelo vio coronado su esfuerzo al tener a un médico anestesiólogo en la familia.
Como padres que amamos a nuestros hijos necesitamos ejercer disciplina y corrección por su propio bien. Al momento, nosotros como hijos, no podemos ver todos los beneficios de la disciplina ni el amor que nuestros padres nos están prodigando al ejercerla, pero con el tiempo muchos de nosotros podemos ver el fruto de esas palabras confrontadoras y consecuencias incómodas.
Este mes, en nuestra serie, disciplina eclesiástica, vamos a explorar de manera introductoria, lo que la Escritura enseña acerca de la función que Cristo ha encomendado a su iglesia para la dirección, cuidado y santificación de los miembros de su cuerpo. Así como un padre disciplina a su hijo que ama, también Dios, a través de la iglesia, quiere hacer precisamente eso hacia sus hijos a quienes ama.
Jesús en Mateo 28 encomendó a sus discípulos ir a las naciones a hacer más discípulos, y ordenó que los nuevos discípulos fueran bautizados y fueran enseñados a obedecer todo lo que les había mandado. Es decir, que la iglesia tiene una fuerte misión formativa o educativa en formación de los nuevos discípulos.
Por eso podemos esperar que toda iglesia cristiana, fiel al mandato del Señor, debe poner un empeño intencional y observable en enseñar la Palabra de Dios a los discípulos. La iglesia es la gran escuela de Cristo. Y en este entorno educativo y formativo es que entra en escena lo que conocemos como disciplina eclesiástica.
La formación de discípulos es como si fuera una moneda con sus dos caras: Por un lado, tenemos la enseñanza y formación bíblica que todo discípulo debe tener de manera regular, y del otro lado de la moneda, está la exhortación, dirección y corrección que el discípulo debe tener cuando se está saliendo del camino trazado por la enseñanza bíblica. Ambos lados de la moneda son importantes en el discipulado.
Quizá como iglesia hemos hablado bastante del discipulado en su lado formativo y de enseñanza bíblica, pero no hemos hablado lo suficiente del discipulado en su lado disciplinario y correctivo que también es importante para que todos crezcamos como discípulos del Señor. Por eso, este mes estaremos explorando este sensible, pero necesario campo de la disciplina eclesiástica como parte de la tarea de la formación de “discípulos que hacen discípulos”.
Quizá al escuchar el título, “disciplina eclesiástica” vienen a nuestra mente imágenes de la inquisición, de ejecuciones de herejes, o de exhibiciones públicas de pecadores con la letra escarlata y obviamente, sentimos incomodidad en nuestras entrañas por la simple mención del término.
También, en nuestra sociedad cada vez más individualista, podemos ver, cada vez menos, las implicaciones obvias de ser parte de una colectividad, de una comunidad, de un cuerpo como lo es la iglesia. Estamos cada vez más acostumbrados a que cada quien viva su vida y que nadie se meta con nosotros. Esto nos hace mucho más difícil entender la función de cuidado que la iglesia debe tener hacia sus miembros y que esto sin duda, implicará que precisamente, alguien se “meta” en nuestras vidas.
Factores como estos hacen más complejo que los cristianos contemporáneos lleguen a estar cómodos y agradecidos con el tema de la disciplina eclesiástica. Esperamos que, si es tu caso, al terminar esta serie, puedas por lo menos, estar convencido de que el tema es bíblico y es la voluntad del Señor para la vida de sus hijos y su iglesia.
Y mejor aún, a que estés dispuesto a ser forjado no sólo por el discipulado en su parte formativa y educativa, sino también en su parte correctiva que es la disciplina eclesiástica.
Para ir entrando en materia, podríamos entonces, de manera introductoria e imperfecta, aventurar una definición inicial de lo que es la disciplina eclesiástica diciendo que se trata de procesos, acciones y actitudes, basadas en el evangelio, que la Iglesia aplica, de manera relacional y/o institucional, para prevenir, atender y corregir el pecado en la vida de los miembros del Cuerpo de Cristo.
Subrayemos algunas cosas de nuestra definición. Primero, la disciplina eclesiástica no se trata meramente de sanciones y juicios, sino toda una amplia gama de procesos, acciones, actitudes fundadas, no en caprichos humanos, sino en el evangelio.
Segundo, la disciplina es el ejercicio de la iglesia misma para atender la prevención, atención y corrección del archienemigo del cristiano, que es el pecado. Si somos discípulos aprendiendo a vivir a la manera de Cristo, entonces, esto implicará una lucha para combatir contra el pecado remanente y la disciplina eclesiástica nos va a ayudar en ello.
En fin, lo que queremos decir, es que cuando escuchemos “disciplina eclesiástica” no lo tomemos automáticamente como algo desagradable o retrógrada, sino como una provisión que el Señor Jesús ha hecho para que los miembros de su cuerpo sigamos creciendo a semejanza de Cristo. Todo cristiano verdadero está bajo la autoridad de Cristo y de la disciplina bíblica que debe reinar dentro de su Cuerpo.
No hay un solo pasaje bíblico que pueda englobar exhaustivamente la enseñanza acerca de la disciplina eclesiástica, pero uno de los más destacados es el que estaremos considerando en este día y se encuentra en el capítulo 18 del evangelio de Mateo. En particular los versículos del 15-17, aunque estaremos considerando otros versículos del mismo capítulo para redondear aun más la enseñanza acerca de este tema.
Aquí en Mateo 18, destacaremos tres cosas: 1. Las actitudes de la disciplina. 2. Las condiciones de la disciplina. 3. El proceso de la disciplina.
Las actitudes de la disciplina.
Comencemos con las actitudes requeridas para practicar la disciplina eclesiástica.
En este capítulo 18 de Mateo, Jesús nos enseña lo que debemos hacer como iglesia cuando se presente el pecado entre nosotros. Nos muestra cómo debemos responder y qué pasos debemos tomar para tratar con el pecado. Pero no sólo eso, sino también nos enseña las actitudes que debemos tener al tratar con el pecado cuando se presenta entre los miembros de la iglesia.
El pasaje central del proceso, es decir, Mateo 18:15-17, que veremos más adelante, está encerrado por dos parábolas muy conocidas. Es decir, esa porción donde se nos dice el cómo, está en medio de estas dos historias que nos ilustran primeramente las actitudes que debemos tener para al practicar la disciplina.
Cada una de estas parábolas nos muestran una actitud importante para cuando tratemos con el pecado entre nosotros.
La primera parábola es la parábola de la oveja perdida, en Mateo 18:12-14, »¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en las colinas para ir en busca de la extraviada? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se pondrá más feliz por esa sola oveja que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños.
¿Ante el escenario de cuando nuestro hermano peca, qué actitud debemos tener? ¿Según la parábola, debemos ser indiferentes? ¿Debemos burlarnos o señalar o chismear acerca del asunto? ¡NO! La actitud es una actitud redentora. Una actitud de buscar al extraviado, de tomar la iniciativa para rescatar al perdido.
Ante el pecado del hermano no debemos ser indiferentes sino tener el corazón de redención que refleja al Padre que no quiere que ninguno de estos pequeños se pierda.
Así que en ese pecado que amenaza el orden en la iglesia, la primera actitud que debemos mostrar es la actitud redentora de este pastor que deja las noventa y nueve ovejas y va en busca de la perdida.
Pero en este capítulo hay una segunda parábola que nos muestra una segunda actitud que debemos mostrar ante la presencia del pecado que amenace el orden en el cuerpo de Cristo.
Y esta parábola es la parábola de los dos deudores en Mateo 18:21-35. Creo que la recuerdan. Es aquella parábola donde había un hombre que tenía una deuda impagable con el rey. Y cuando el hombre al verse perdido en su deuda ruega clemencia al rey, y éste le perdona toda su deuda y lo hace un hombre libre. Pero al salir de la presencia del rey se encuentra a un hombre que le debía a él un dinero. Era bastante, pero nada comparado con lo que a él le había perdonado el rey.
El deudor le rogó que le diera más tiempo para pagar, pero éste no quiso esperar y llamó a los guardias para que lo apresaran. Este hecho llegó a oídos del rey quien se enojó muchísimo y llamó a cuentas a aquel a quien le había perdonado la deuda. Y Jesús termina esta historia diciendo en el versículo 35: »Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su hermano.
Esta parábola también nos enseña una actitud que debemos mostrar ante el pecado de nuestro hermano. Cuando nuestro hermano peque debemos mostrar una actitud perdonadora. En lugar de guardar rencor, de buscar venganza, de buscar desquitarnos con la persona, nuestra actitud debe ser conciliadora, pacificadora, perdonadora porque así hemos sido tratados por Dios quien nos ha perdonado en Cristo todos nuestros pecados.
En lugar de estar buscando maneras de buscar revancha o perjudicar a aquel que ha pecado contra nosotros, debemos mostrarnos dispuestos a conciliar, a perdonar, a pacificar. Así hemos aprendido de Cristo.
Entonces, estas dos parábolas, que están antes y después de las instrucciones directas sobre la disciplina, nos enseñan dos actitudes muy importantes para realizar la serie de pasos bíblicos que debemos seguir ante la presencia del pecado que amenaza la paz: una actitud redentora y una actitud perdonadora.
Así que hermanos, cuando alguno de nosotros, que nos consideramos parte del cuerpo de Cristo, peque, ya sea contra nosotros o contra alguien más, debemos inmediatamente, tener dos actitudes: una actitud redentora y una actitud perdonadora antes de iniciar con el proceso.
Las condiciones de la Disciplina
Habiendo visto las actitudes, pasemos ahora a considerar las condiciones de la disciplina. Es decir, qué elementos debemos considerar para activar esta parte del discipulado cristiano.
Para esto consideremos las primeras palabras de Mateo 18:15 donde dice: “Si tu hermano peca…”. De esta pequeña frase podemos sacar dos condiciones importantes para que se ejerza la disciplina.
Primero, dice “Si tu Hermano”. Es decir, no está hablando de cualquier individuo o cualquier ser humano, sino uno que es considerado “hermano”. Es decir, es considerado creyente, parte de la familia, que la iglesia identifica como uno de los suyos.
Esta es la primera condición, la disciplina eclesiástica sólo se ejerce en aquellos que son parte del Cuerpo de Cristo. Se trata de la iglesia atendiendo, previniendo y corrigiendo el pecado en aquellos que son identificados y respaldados como miembros del cuerpo de Cristo.
Es decir, la disciplina eclesiástica no se ejerce por el pecado de cualquier persona, sino solo de aquellos que se identifican como creyentes y son parte de un cuerpo local de creyentes. El pecado dentro de la iglesia se trata con la disciplina eclesiástica.
Pero esta frase nos muestra una segunda condición, dice: “si tu hermano…peca”. Es decir, que el pecado dentro de los miembros de la iglesia es lo que activa el ejercicio de la disciplina.
La disciplina está diseñada para atender el pecado en los miembros de la iglesia. Básicamente, es la iglesia previniendo, atendiendo y corrigiendo el pecado de los suyos.
Cuando el pecado se presenta en la escena, la pregunta es ¿Qué hacer? Cuando el pecado esté presente ¿qué debes hacer? Cuando el pecado amenace el orden en la iglesia ¿Cómo deben tratarlo?
Pensemos un poco en cómo solemos responder en una situación semejante. Quizá cuando alguien peca, has dicho, “Qué me importa, cada quien su vida” y te alejas indiferente. O bien, quizá ante el pecado de alguien has comunicado el hecho a personas que nada podían hacer al respecto más que deleitarse en hacer leña del árbol caído.
Quizá aprovechas los grupos de whatsapp o en el muro de Facebook para poner directas e indirectas, para hablar de alguien más anónimamente o con firma y apellido.
O bien, quizá al sentir el efecto de ese pecado, has arremetido con todo buscando venganza o perjudicar a la otra parte para que aprenda a no meterse contigo. En fin, ante la presencia del pecado podemos responder de maneras nada bíblicas y todo esto pone en peligro directamente el orden y armonía del Cuerpo de Cristo.
Pero el Señor Jesús, nos muestra la ruta que debemos seguir para prevenir, atender y corregir el pecado en su Cuerpo y esta es, precisamente, la disciplina. Entonces, para que se active la disciplina debe estar en amenaza o presente el pecado entre los miembros de un cuerpo de creyentes.
Pero podemos notar, aun una tercera condición para que se dé la disciplina eclesiástica y esta la encontramos en Mateo 18:18, »Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
La tercera condición es que debe ser ejercida por la iglesia con base en la autoridad delegada por el Señor. La iglesia ejerce esa autoridad no de manera caprichosa, sino solo con base en la voluntad revelada en la Palabra Santa.
En ese sentido, cuando la disciplina está fundamentada en la Palabra, podría decirse que el cielo confirma las acciones de la tierra puesto que es un acto de la iglesia en el que participa Cristo mismo.
“Atar y desatar” significan tener autoridad para permitir o prohibir; aquí está en referencia todo el proceso de disciplina que Su iglesia ejerce en Su nombre. Cristo está diciendo, “Les doy autoridad para ejercer disciplina, permitiendo y prohibiendo aquellas cosas que he autorizado o prohibido en MI Palabra. Cuando ustedes ejerzan mi autoridad y el cielo mismo los respaldará”. Por lo mismo, la iglesia debe ejercer la disciplina con temor y temblor, pues es la aplicación de la autoridad de Cristo que le ha sido delegada.
Habiendo visto las condiciones de que es sólo para miembros del cuerpo cuando el pecado está presente y que es el privilegio y responsabilidad de la iglesia en su calidad de la depositaria de la autoridad delegada de Cristo, entonces, pasemos por último al proceso de la disciplina que encontramos en Mateo 18:15-17.
El proceso de la disciplina
¿Qué debemos hacer cuando se presente el pecado entre nosotros como iglesia del Señor? Por la gracia de Dios en Cristo, no tenemos que inventar métodos o maneras de tratar con estas situaciones. El Señor Jesús nos da una serie de pasos concretos y consecutivos para tratar cuando se presente el pecado entre su rebaño.
Nos centraremos en Mateo 18:15-17. En esta enseñanza, Jesús está dando un mapa que debe guiar a la iglesia a tratar con los miembros de la comunidad del pacto cuando estos pequen.
El Señor delinea cuatro pasos distintivos: 1. Tú y él a solas, 2. Tú, el y testigos, 3. Dilo a la Iglesia 4. Tenle por gentil y publicano.
Observaremos que los dos primeros pasos del mapa implican a la iglesia actuando en su carácter relacional o no oficial y los últimos dos, implican a la iglesia actuando en su carácter oficial e institucional.
Además, el número de miembros de la iglesia involucrados en el proceso va en aumento a medida que sea necesario, buscando el arrepentimiento de los que han pecado. En cualquier caso, es la iglesia atendiendo el pecado de los miembros ya sea relacional u oficialmente.
Encontramos, entonces, cuatro pasos que debemos seguir cuando nuestro hermano peque.
El primer paso “Tu y él a solas” lo encontramos en Mateo 18:15 »Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.
Considero que este es uno de los pasos más importantes y que nunca deberíamos omitir. Cuando el pecado ha irrumpido entre los miembros de la iglesia, las partes involucradas deberían sentarse a solas para hablar del asunto.
Tristemente, lo primero que hacen muchos es hablar del asunto, pero no con la persona indicada. Sino que van hablando con otras personas que nada pueden hacer al respecto y esto va creando una atmósfera inestable en una comunidad. O peor aún, difunden el asunto por las redes sociales directa o indirectamente en lugar de sentarse a solas y hablar maduramente del asunto.
¿En qué consiste esta primera plática del asunto a solas? Como podemos ver por las palabras de Jesús, no se trata de reclamar, acusar, hacer sentir mal, ofender ni cosas semejantes. Sino la intención es ir con una actitud conciliadora, pacificadora, redentora y perdonadora, porque lo que queremos es “ganar” a nuestro hermano. Es hacerlo regresar como la oveja perdida. Es estar dispuestos a cancelar la deuda como hemos sido perdonados.
Es una plática franca, amorosa, sabia y enfocada para poner en claro lo que puso en movimiento el pecado y renovar la paz entre la iglesia.
La gran mayoría de los casos se puede solucionar en este paso. Por eso, no hay que esperar mucho, sino tan pronto se esté gestando algún problema por el pecado, debemos tomar la iniciativa: Jesús dice: “ve”. El nos envía, nos llama a dar el primer paso.
Si en este momento es de tu conocimiento que algún hermano está teniendo algún asunto de pecado en su vida, Jesús dice: “ve” y habla a solas con dicha persona. No esperes más. Se trate de quien se trate: tu cónyuge, tu hermana, tus padres o hijos, tu vecino, tu compañero. Pero ve con una actitud humilde, conciliadora, pacificadora, analizando primeramente tu corazón y estando dispuesto a escuchar con una mente abierta lo que la otra persona tiene qué decir. En fin, somos llamados a tener la iniciativa para atender los asuntos de pecado en el cuerpo de Cristo.
Aunque la mayoría de los asuntos puede solucionarse en este paso, lamentablemente, no siempre sucede así y por eso Jesús nos da un siguiente paso secuencial para atender el pecado cuando éste amenace la paz en el Cuerpo de Cristo.
El Segundo paso, Tú, él y testigos, lo encontramos en Mateo 18:16 Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”.
Cuando ese intento de encontrar solución al pecado al hablar a solas no rinde los frutos esperados, tenemos un segundo paso para dar y este consiste en encontrar personas maduras y sensatas que puedan ayudar a mediar entre las personas involucradas. Dos o tres testigos era la medida del Antiguo Testamento para resolver los asuntos y es una magnífica medida para resolver los problemas causados por el pecado.
Estos testigos no sólo van a escuchar lo que las partes dicen sino como sugiere el pasaje, ellos también van a hablar, quizá haciendo preguntas, quizá dando perspectivas, exhortando fielmente y ayudando a las partes a ver sus puntos de concordancia. O quizá sugerirán soluciones creativas que beneficien a todos para restablecer el orden y armonía en la iglesia.
Este paso, muchos no lo hacemos. Pero en la comunidad de Cristo hay muchas personas sabias y rectas que podrían ayudarnos a atender los problemas de pecado. Cuando por ejemplo, como matrimonio han hablado a solas y no han podido resolver el conflicto, quizá es tiempo de acudir y solicitar la ayuda de dos o tres testigos de entre la comunidad cristiana que puedan ayudarles. Muchas veces, las parejas esperan hasta que ya sea la tercera guerra mundial para buscar esta ayuda. No esperen tanto. Las instrucciones de Jesús funcionan para todas nuestras relaciones como iglesia.
Aunque la mayoría de los asuntos que llegan a este paso pueden solucionarse aquí, lamentablemente, no siempre sucede así y por eso Jesús nos da un siguiente paso secuencial para atender el pecado cuando éste amenace la paz de la iglesia.
El tercer paso “Dilo a la iglesia”, lo encontramos en Mateo 18:17ª: Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia;
Si nos hemos dado cuenta esta secuencia de pasos van llevando las cosas de menos personas involucradas a más personas involucradas. Es decir, se va cuidando el número de personas que se enteran del asunto con la mira de que se solucione y la paz y el orden general de la iglesia se mantenga.
Ahora bien, cuando llegamos al tercer paso, ya pasamos dos filtros y las cosas no se arreglan aún. En este paso, lo que sigue es enterar a la iglesia. Esto no quiere decir que a la hora de los avisos te pongas de pie y enuncies tu problema a la iglesia reunida o que en las redes sociales de la iglesia publiques tu problema con otra persona.
Lo que significa es que presentas la situación a las autoridades de la iglesia. A aquellos que tienen la facultad de considerar los asuntos y velar por la paz y buena marcha de la iglesia. En el caso de la iglesia presbiteriana, éste sería el Consistorio. Es hasta este tercer paso que el asunto llega a los ancianos de la iglesia como cuerpo eclesiástico.
Las autoridades de la iglesia, sin duda, tomarán el asunto con seriedad y tratarán de solucionarlo de una manera pastoral o si es necesario, a través de medidas más firmes, ayudando a las partes a ver su pecado y arrepentirse del mismo.
Las personas cristianas hasta este punto habrán tenido tres oportunidades de arrepentirse, de ceder, de pacificar, de perdonar, de dar marcha atrás a su orgullo y egoísmo. Por lo tanto, si después de estos tres pasos consecutivos, la persona insiste en su actitud pecaminosa, lo que está mostrando es lo que hay verdaderamente en su corazón.
Por eso, Jesús nos habla de un cuarto paso en todo este proceso, donde la persona ha tenido oportunidades de arrepentirse. El último paso lo encontramos en Mateo 18.17b y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado.
La persona que después de todo este proceso no muestra arrepentimiento, no muestra temor del Señor, no muestra amor por la iglesia, entonces tenemos razones para pensar que esta persona no es un verdadero creyente y que debe ser considerado como una persona que no tiene una relación con Cristo.
¿Y qué trato les damos a las personas que no tienen una relación con Cristo? Les compartimos el evangelio. Esa persona necesita arrepentirse y creer en Cristo como su Señor y Salvador, aunque haya estado por años en la iglesia.
La iglesia llega a este punto que no puede seguir afirmando o atestiguando de que tal persona es un verdadero creyente en Cristo y le retira su respaldo y reconocimiento como parte del Cuerpo del Señor.
Hacia una persona así, no tenemos la expectativa que se comporte como cristiano, pues ha demostrado que no lo es. Y lo único que tenemos hacia él o ella como iglesia es la oración por su verdadera conversión y la insistencia de que crea en Cristo.
Si la persona en verdad no es creyente, pues ya estaría claramente en donde pertenece, pero si sí lo es, pues la esperanza es que esta medida lo lleve al arrepentimiento y busque nuevamente a su Señor con un corazón contrito y humillado para ser restaurado a la comunión en el cuerpo de Cristo. Medidas firmes y extremas, pero medidas motivadas por el amor verdadero.
Por supuesto, llegar al cuarto paso con una persona, es muy triste. Pero será necesario en algunos casos. Sea como sea, estas instrucciones de Jesús son vitales para prevenir, tratar y corregir el pecado entre nosotros como miembros del Cuerpo de Cristo.
Vimos las actitudes de la disciplina, las condiciones para la disciplina y el proceso de la disciplina y seguramente encontramos algunas respuestas, pero sin duda, quedamos con muchas dudas. Nuestra oración es que muchas de esas inquietudes encuentren respuesta en la Palabra del Señor ya sea este mes o en nuestro estudio diligente como discípulos del Señor. No dejemos de asistir, hacer nuestro a solas con Dios y seguir estudiando el tema.
Hermanos, la disciplina eclesiástica no es algo del pasado, obsoleto o irrelevante. Al contrario, es la bendición y privilegio que tenemos los hijos del Señor que formamos parte de la familia de la fe, identificados como tales, que vivimos en comunión plena con los creyentes de una comunidad local. Por algo, los reformadores identificaron el ejercicio fiel de la disciplina como la tercera marca de una iglesia verdadera. La disciplina eclesiástica no es nuestra enemiga, sino nuestra aliada en la lucha contra el pecado y para llevar una vida para la gloria de Dios.