En estos días estaba platicando con un hermano de la iglesia que ha estado poniendo particular atención a los sermones de nuestra serie: Trabajo Santo y me compartía que al reflexionar y aplicar los principios bíblicos que hemos estado compartiendo, ha experimentado una visión renovada de su profesión y trabajo.
Me comentaba que cuando llega a su centro laboral y ve todo el desafío que tiene por delante ese día, recuerda que el trabajo es algo dignificante para él como imagen de Dios y se siente muy animado a cumplir, con su labor, el mandato de Dios de señorear la tierra en la esfera en donde le ha puesto a servir.
Cuando las complicaciones propias de su ocupación comienzan a surgir, se acuerda que el trabajo no será cosa fácil debido a la entrada del pecado a la humanidad. Lo que antes era solo algo dignificante, se ha tornado un tanto dificultoso. Sigue siendo algo maravilloso, pero la caída lo ha complicado. Pero se anima al considerar la obra de Jesucristo que ha venido a restaurar la imagen de Dios en el ser humano, con su vida y obra de redención.
Así que, aunque el trabajo sea difícil, podemos renovar nuestra visión porque Jesucristo completó su obra de redención y esto trae nueva luz y esperanza a todo, pues todas las cosas han sido reconciliadas con Dios en Cristo, incluyendo el trabajo.
Ese es el propósito de estar hablando del trabajo santo este mes. Que nosotros alineemos nuestra visión del trabajo con la enseñanza de la Escritura y al hacerlo, glorifiquemos a Dios con la actividad que es propia para el ser humano como imagen de Dios restaurada en Cristo Jesús.
Entonces, hasta este punto, ya debemos tener mayor claridad en cuanto a la relación entre el trabajo y nosotros como seres humanos, habiendo sido hechos a imagen de Dios, y también en la realidad de que trabajar como creyentes en Cristo, aun entre la primera y segunda venida de Jesucristo, será aún algo dificultoso y laborioso. No obstante, algo dignificante y cosa santa, pues, en Cristo, en nuestra redención, trabajamos para la gloria de Dios.
Ahora bien, queremos seguir profundizando un poco más en nuestra perspectiva del trabajo, y hoy en particular queremos explorar el propósito más fundamental por el cual trabajar.
Para esto nos basaremos principalmente en un versículo de la epístola a los Efesios, en su capítulo 4. Y me refiero al versículo 28.
Pero para entender mejor lo que abarca este versículo necesitamos considerarlo dentro de su contexto más amplio en el que está incrustado en el capítulo 4 de la epístola a los efesios.
Las epístolas paulinas normalmente tienen una secuencia general que consiste en primero hablar con mayor énfasis de lo que Dios ha hecho en Cristo por su pueblo y luego toman un mayor énfasis en instrucciones de aterrizaje o aplicación de las verdades expuestas anteriormente. La epístola a los Efesios no es la excepción.
Siguiendo esta pauta, entonces, no debemos leer las instrucciones y mandamientos, que vienen al final de las epístolas, sin antes entender el sustento provisto por las realidades logradas por la obra de Cristo en nosotros.
Así que al considerar la instrucción que se nos da respecto al trabajo en el versículo 28 de Efesios 4, debemos verla dentro del contexto de la obra de gracia realizada por Dios en nosotros por medio de Cristo.
De esta manera, si solemos caracterizarnos por tener dificultades sistemáticas en nuestra relación con el trabajo, si somos parte del pueblo de Dios, tenemos gran esperanza de cambios y transformaciones en nuestras vidas por todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. No se trata entonces de meros esfuerzos humanos, sino de vivir de acuerdo con lo que Cristo ha hecho en y por nosotros.
Nuestro pasaje comienza diciendo allá en Efesios 4:22-24: Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad.
Lo primero que notamos es que hay un contraste entre la vida antigua sin Cristo y la nueva vida en Cristo. Se habla de una vieja naturaleza o un viejo hombre (en otras versiones) y se habla de una nueva naturaleza o un nuevo hombre. Notemos que hace alusión a dos maneras diametralmente opuestas de vivir.
La vida antigua sin Cristo se caracteriza por cierto ropaje del cual debemos despojarnos, retirarnos, quitarnos. Y la nueva vida en Cristo también tiene un ropaje especial el cual debemos ponernos y revestirnos.
Ese ropaje de la vida antigua se caracteriza por la corrupción de los deseos engañosos. Desde ahí vemos que la vida antigua sin Cristo tiene todo que ver con engaño, mentira, falsedad y corrupción. Pero la nueva vida en Cristo, en virtud de la obra completada por la vida, muerte y resurrección de Jesús, se caracteriza por ser modelada por el carácter de Jesús mismo, y nos dice que es creada a imagen de Dios en verdadera justicia y santidad.
La nueva naturaleza, el nuevo hombre, la nueva vida en Cristo se caracteriza por ser como Cristo mismo. Esta vida tiene todo que ver con justicia, verdad y santidad. En esta vida no tiene cabida lo que sea contario a la verdad y justicia de Dios. Eso forma parte de la vida antigua de la cual debemos despojarnos.
Hermanos, los que estamos en Cristo podemos experimentar esta tensión entre la vida antigua y la vida nueva. Hay una tensión cotidiana. Es tan real que el apóstol en esta parte de su epístola está abordando este tema con bastante detalle y mostrando todo aquello de lo cual hay que entrar a una especie de closet vestidor espiritual.
Se nos exhorta a mudar de ropa, a cambiar nuestras vestiduras. Tenemos una nueva identidad en Cristo cuyas vestiduras deben ser acorde con ella, pero todavía permanecen en nosotros restos de la manera antigua de vestirnos, por eso necesitamos un cambio de guardarropa urgente.
Imagínate que antes eras un vagabundo andrajoso, hediondo y sucio. Pero alguien te toma, te saca de la calle, te da un techo, un trabajo, una nueva identidad y te dice que ahora debes vivir en tu nueva identidad. Pero llegas al primer día en tu nuevo trabajo y te han nombrado supervisor del área de producción, pero cuando te presentas a trabajar tienes la ropa andrajosa y sucia que solías tener cuando estabas viviendo en la calle.
Esto es impensable, ¿verdad? Pues así de impensable es que alguien que ha sido regenerado por el Espíritu, justificado por la fe, adoptado como hijo, sellado por el Espíritu Santo, quiera seguir viviendo de acuerdo con el viejo hombre que era, o de acuerdo con la vieja naturaleza.
La Escritura nos dice, ¡No! Ya tienes una nueva identidad en Cristo, ya tienes una nueva vida, por eso cámbiate de ropa. No puedes tener aun el ropaje de la antigua naturaleza. Revístete de Cristo si estás en Cristo. Y esa vestidura es de acuerdo con la verdad, justicia y santidad como Cristo.
Luego de estos versículos, a partir del versículo 25, comienzan una serie de aterrizajes prácticos de esa nueva manera de vivir. O sea, las implicaciones prácticas de tener una nueva vida en Cristo.
Y así llegamos al versículo 28 que nos dice de esta manera:
Efesios 4:28: El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados.
Hemos definido operacionalmente “Trabajo”, como aquel esfuerzo mental o físico encaminado a cumplir el mandato de Dios de señorear la tierra ya sea que recibamos algún salario o no.
Como vemos, no nos estamos refiriendo sólo a actividades físicas por las que recibimos una remuneración económica, es decir, un empleo. Sino inclusive nos estamos refiriendo a un esfuerzo intencional, ya sea mental o físico, por el cual no recibes alguna remuneración. Lo que hay que observar es que esa actividad va encaminada a cumplir con el mandamiento cultural establecido desde la creación para el ser humano que consiste en dominar, administrar, reacomodar, señorear la creación del Señor, encomendada a sus imágenes.
Entonces, cuando hablamos de trabajo estamos hablando de un esfuerzo intencional de nuestra parte, y en este texto me gustaría resaltar tres características de este esfuerzo intencional al que llamamos trabajo y que forma parte de nuestra nueva manera de vivir en Cristo.
Lo primero que debemos observar es que nuestro trabajo debe caracterizarse por ser un Esfuerzo reorientado.
Dice la primera parte del texto: El que robaba, que no robe más (Efesios 4:28a).
En esta vida para lograr algo tenemos que esforzarnos. Hay quienes nos esforzamos más que otros, estamos más activos que otros. Pero de que hay que esforzarse, hay que esforzarse. Nada viene sin esfuerzo alguno.
En ese sentido, incluso el que roba, el que despoja, el que extorsiona, el que defrauda, el que engaña, también se esfuerza, por supuesto, en una dirección pecaminosa y perversa.
Un ladrón para lograr el mejor de los atracos tiene que planear, cuidar detalles, ser cuidadoso y diligente para completar su acto malvado.
En una ocasión intentaron entrar a la casa a robar cuando no estábamos y comenzaron a romper la pared para bajar los protectores, pero nuestro herrero había puesto muchos puntos de anclaje del protector a la pared, más de los usuales, y me imagino que calculando el esfuerzo para retirarlos, los ladrones desistieron de ese punto de ingreso a la casa. Al final, no pudieron entrar, pero sí nos dejaron la evidencia de su esfuerzo en la pared agujereada. Un ladrón se esfuerza.
Pero el que está ahora en Cristo, ya no debe esforzarse por robar, hurtar, defraudar, engañar, abusar de la confianza, pasarse de listo, sino debe tener un esfuerzo reorientado.
Un esfuerzo intencional que este orientado a buscar el bien y no el mal de los demás. El trabajo del creyente sigue siendo un esfuerzo, pero ahora su orientación es buscar el bien de otros donde antes se buscaba su mal. Perseguir el beneficio de otros donde antes se perseguía egoístamente el propio. Un esfuerzo reorientado hacia la gloria de Cristo y su evangelio.
Recordemos a Zaqueo que era conocido por su trabajo que se caracterizaba por enriquecerse a base de robo, fraude y extorsión aprovechando su posición como cobrador de impuestos. Pero cuando fue alcanzado por la gracia de Señor, estuvo dispuesto a esforzarse por devolver a los demás incluso mucho más de lo que les había robado. El que robaba ya no robe más. El que se esforzaba por quitar a los demás, debe reorientar su esfuerzo para ahora dar a los demás.
Reflexionemos si es el caso que en nuestro trabajo ya sea remunerado o no, de alguna manera, nos estábamos esforzando en algún punto por perjudicar a los demás. Ahora en Cristo, como persona que ha entendido su papel como imagen de Dios restaurada por la obra de Jesucristo, nuestro esfuerzo ha de estar reorientado sólo para glorificar al Señor y beneficiar a los demás. Nuestro trabajo debe ser un esfuerzo reorientado.
Pero hay una segunda característica de nuestro trabajo ahora en el Señor; lo segundo que debemos observar es que nuestro trabajo debe caracterizarse por ser un Esfuerzo esmerado.
Dice el texto: El que robaba que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos.
Recordemos que en este pasaje, en su contexto, está hablando de la nueva vida en Cristo, y por supuesto, algunos de nosotros nos caracterizábamos por tener un corazón ladrón, un corazón que defraudaba, que hacía trampa, que engañaba y que tomaba lo que no le pertenecía, perjudicando a los demás. ¿Cuál es el contraste de tal estilo de vida? ¿Qué debe hacer el que antes se caracterizaba por robar? Ahora en Cristo Jesús, el cambio se verá en que será un buen trabajador esmerado.
El énfasis en poner el esfuerzo honrado y con las manos en este contexto, nos habla de un involucramiento esmerado e intencional para lograr estos objetivos santos.
Si antes dedicabas esfuerzo intencional en despojar a los demás, cuanto más ahora que estás en Cristo, debes meter las manos en esfuerzos buenos, honestos y santos para dar en vez de quitar.
El creyente en Cristo es llamado a esforzarse esmeradamente en el trabajo honrado con sus propias manos. Antes usaba sus manos para robar, ahora las debe usar para trabajar y así poder suplir necesidades.
Es importante recalcar esto. El trabajo esmerado e intencional es el medio que Dios usa para proveer para nosotros. Por eso cuando te ofrecen ganancias o beneficios extraordinarios sin mediar un esfuerzo esmerado de tu parte, ten mucho cuidado, porque lo más probable es que sea un fraude o una trampa que luego lamentarás haber creído. No hay prosperidad verdadera sin esfuerzo esmerado.
Por eso mis hermanos, en nuestra nueva vida en Cristo no debemos estar buscando maneras de evitar el trabajo a toda costa. Que no nos pase que veamos trabajo y nos cambiemos de acera.
Joven, cuando ves que tu mamá entra a tu cuarto el sábado en la mañana, ¿Qué piensas? ¿Celebras porque tu mamá vino a visitarte o tratas de esconderte porque sabes que te van a dar tus tareas para completarse ese día?
Hermano ¿Estás dispuesto a dar la milla extra para lograr el proyecto? ¿O sólo lo haces cuando hay un interés económico de por medio? ¿Cuánto más me van a pagar es tu pregunta inmediata?
Debemos recordar que el trabajo nos dignifica como seres humanos. Es lo que hace la imagen de Dios. Entonces, el trabajo no es algo opcional para aquellos que tenemos las facultades físicas y mentales para realizarlo. No estemos buscando maneras para no trabajar. Si tiendes a la pereza y a la vida fácil, debes recordar que el trabajo es una obligación. Dios nos quiere activos, diligentes y productivos. Esfuerzo esmerado caracteriza a aquellos que han sido revestidos de Cristo.
Pero aún hay una tercera característica de nuestro trabajo ahora en el Señor; lo que debemos observar es que nuestro trabajo debe caracterizarse por ser un Esfuerzo dadivoso.
Dice el texto en efesios 4:28: El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados.
Es claro que el trabajo es instrumental para suplir necesidades. Ahora bien, la pregunta que surge enseguida es ¿suplir las necesidades de quién? Inmediatamente, nos parece obvia la respuesta … ¡Nuestras! Eso pensaría cualquier persona que no está en una relación con Cristo.
Enseguida pensaría el fruto de mi trabajo es para mí y si acaso, las necesidades de mi familia…y deja de contar. Es muy fácil que cuando pensemos en el beneficio que trae el trabajo, sea económico o de otra índole, pensemos primero en nosotros mismos. Si bien es cierto que no podemos negar que el trabajo es un medio o instrumento para suplir nuestras necesidades, como creyentes en Cristo somos llamados a pensar de una manera mucho más profunda que como piensa el mundo.
Cualquiera terminaría de leer el versículo hasta donde dice: el que robaba, ya no robe, sino trabaje con sus manos. Hasta ahí nos puede parecer suficiente. Dejas el robo y te dedicas a trabajar para sostenerte. Dejas de tomar lo que no es tuyo y ahora de dedicas a ganar tus propias cosas. Eso está muy bien.
Pero notemos que la historia no termina ahí. El texto continúa ampliando nuestra visión de las cosas. Y nos da la razón para dejar el robo y comenzar a trabajar honradamente con nuestras manos… “para tener qué compartir con los necesitados”.
Como vemos, los beneficios que produzca nuestro esfuerzo al trabajar no es sólo para suplir nuestras necesidades, sino también para suplir las necesidades de otros. Esto marca la diferencia entre la mentalidad cristiana de otras. El beneficio no es sólo para ti y para mí, sino para compartir con otros. El fruto del trabajo no es sólo para suplir nuestras necesidades sino también para suplir las necesidades de otros.
Entonces, tener más no es tener más para mí, sino es tener más para compartir y suplir necesidades de alguien más.
El trabajo es un instrumento para suplir necesidades. Pero no sólo pensemos en las nuestras, sino también en las necesidades de otros a nuestro alrededor.
La Escritura nos llama a actuar diferente al mundo. Nos llama a pensar en otros también cuando pensemos en nuestro trabajo y en su función instrumental para suplir necesidades. Si esperabas que la Escritura te dijera, lo que saques de tu trabajo es sólo para ti y tus necesidades, estás equivocado. El trabajo que Dios te provee también tiene una función instrumental para suplir las necesidades de otros. Debe ser un esfuerzo dadivoso.
Mi hermana mayor y mi cuñado participan en un ministerio de enseñanza sobre el matrimonio. Con cierta frecuencia, iglesias los invitan para que vayan y den pláticas a sus matrimonios. En una ocasión los invitaron para participar en una iglesia de Villahermosa, Tabasco.
Ellos se habían transportado hasta allá en Autobús y la idea era regresar de la misma manera. A mitad de la semana, los hermanos de Villahermosa les dijeron que había un hermano de la iglesia que quería que regresaran a Mérida en Avión y estaba donando el dinero para que se compraran los boletos.
Ellos quisieron conocer al hermano para agradecerle personalmente. Insistieron en ir a visitarlo y así fue como conocieron al hermano Nachito que estaba confinado a una cama tipo hospital en su casa.
Y ahí conocieron su historia. Nachito, nació prematuro hacía varias décadas en una familia muy pobre con el diagnóstico de hidrocefalia. Por no haber tantos adelantos en la medicina, ni oportunidades en ese entonces, fue expuesto a muchas cirugías para drenar el líquido.
A su familia le dijeron que no viviría muchos años. Su hermana Libertad, se hizo cargo de él, desde que nació. A corta edad le pidió a su hermana cinco pesos, con la promesa de devolvérselos tan pronto pudiera. Con esos 5 pesos, compró una caja de chicles, y esa caja de chicles se convirtió, con el tiempo, en una librería cristiana, una maquiladora de uniformes y una fuente de bendición para muchas personas, en especial, para personas con alguna discapacidad.
A pesar de sus limitaciones, cursó sus estudios normales, y además hizo estudios teológicos superiores. Hacía seis años que lo habían atropellado y como consecuencia de ese accidente quedó cuadripléjico, lo que lo confinó en una cama, dependiendo del cuidado de su hermana y su sobrino, quien en su momento, estudió medicina con el apoyo de su tío.
Vivía en ese entonces con oxígeno permanente, ya no podía hablar mucho por la traqueotomía que le practicaron, pero aún con todo esto y todas sus necesidades, Nachito comprendía la verdad del evangelio de que las bendiciones que trae el esfuerzo esmerado de su trabajo no sólo eran par él, sino que era para compartir con los demás. Es un ejemplo desafiante del por qué trabajamos y que debe caracterizar nuestro esfuerzo al hacerlo. Debe ser un esfuerzo dadivoso.
Esto hace eco práctico de las palabras del apóstol Pablo reportadas en el libro de Hechos cuando se estaba despidiendo de los ancianos de Éfeso y dando las últimas indicaciones a estos siervos del Señor que continuarían la obra tras la partida del apóstol. En Hechos 20:33-35 No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir”».
Nuevamente es muy interesante cómo se liga aquí el trabajar con el dar para ayudar a los que necesitan. Piénsalo…¿Para qué trabajas? Siendo sinceros, para que vivamos mi familia y yo (tengamos comida, vivienda, ropa, transporte, comodidades, diversión, vacaciones). No hay nada malo en pensar en obtener cosas buenas para tu familia. Pero el asunto es que nuestra visión es muy cerrada debido al egoísmo.
La verdad no estamos pensando que debemos trabajar para tener para dar a alguien más que necesite. Pensamos “que cada quien se rasque como pueda”. Pensamos sólo en nosotros. Pero somos desafiados este día a trabajar de una manera diferente a como lo haría el mundo. Somos llamados a trabajar revestidos del evangelio de Cristo, con un esfuerzo reorientado, un esfuerzo esmerado y un esfuerzo dadivoso.
Por eso afirmamos y repetimos las palabras que Cristo vivió en carne propia: “Es mejor dar que recibir”. A través del fruto de nuestro trabajo es mejor dar que recibir.
La vida, muerte y resurrección del Señor Jesucristo no sólo fueron un gran ejemplo de generosidad y de que dar es mejor que recibir, sino mucho más aún, por su redención somos habilitados por su gracia para poder dejar nuestra codicia y egoísmo y comenzar a disfrutar la bienaventuranza de dar generosamente a los demás del fruto de nuestro trabajo. Tenemos un nuevo corazón que está siendo forjado para ser un corazón generoso y se goce en dar con alegría a través del esfuerzo diligente, intencional y enfocado que viene de nuestra nueva vida en Cristo para la gloria de Dios.