Mucho antes de que la cultura del reciclaje y la reutilización se empezara a establecer en nuestra sociedad, mi madre la practicaba celosamente. Con mi mamá no podía haber algo que se desperdiciara o tirara sin razón.
Por ejemplo, en la casa tirar comida era pecado capital. La comida era para comer, no para tirarse. Así que si tu notabas que te servían más de lo que podías comer, debías indicarlo antes de probar el primer bocado para que regresaran, a tiempo, la comida a la olla. Una vez tocado el plato debía acabarse por completo, si no, el remanente en tu plato se volvía tu cena automáticamente.
Lo que sobraba de un guisado se iba volviendo muchas otras cosas con el tiempo, como trapo viejo, tacos para la cena, una ración para la viuda que vivía en la esquina y así hasta que la olla quedaba vacía. Pero nada se tiraba.
En los baños siempre había una cubeta. El propósito de esa cubeta era recolectar el agua que salía del tubo mientras esperabas que llegara el agua caliente desde el calentador a tu regadera. Esa agua luego le dabas otros usos en el baño. Pero nada se debía desperdiciar a lo loco.
Cuando comenzó a ser popular el uso de los utensilios desechables, por supuesto, ella después de la fiesta, los lavaba para que se volvieran a usar y sobre todo, los de materiales más resistentes y durables.
Podríamos seguir mencionando otros ejemplos como los contenedores con tapa de varios productos, garrafas, frascos, retazos de telas que uniéndolos se volvían tapetes de baño, en fin, en la casa de mi madre muy pocas cosas eran consideradas de entrada como basura. Siempre se intentaba reutilizar o aprovechar las cosas de la vida cotidiana.
Cuando osabas desperdiciar algún recurso como el agua, la electricidad, la comida o cualquier otra cosa que fuese utilizable, la reprimenda maternal venía en dos líneas de argumentación entrelazadas: Primero, “todo esto es lo que Dios nos da y debemos cuidarlo”. Y segundo, “Tu papá se mata a trabajar para que disfrutemos estas cosas y no para que las desperdiciemos”.
Con el tiempo he podido notar que, en un sentido, haber sido expuesto a estas cosas desde la niñez me han ayudado a recibir con mayor facilidad la perspectiva bíblica de las cosas en la que vemos a Dios como el dueño de todo y el proveedor de todo, y nos vemos como cuidadores o administradores de los bienes de Dios. Así que debemos ser cuidadosos con todo lo que Dios pone en nuestras manos para administrar.
Esto no quiere decir no podemos disfrutar de aquellas bendiciones que vienen implícitas en lo que Dios nos da para administrar, y de hecho, pareciéramos los dueños y propietarios de todo, porque disponemos, vendemos, compramos, utilizamos, disfrutamos de todo esto. Pero, nunca debemos olvidar que somos administradores de lo que Dios nos da y daremos cuenta de todo esto al dueño.
Esta enseñanza debe estar presente y modelada en nuestras familias cristianas. Este mes hemos estado hablando de diversos rasgos que deben destacar en la familia que se llama, a sí misma, cristiana. Hemos dicho que en esta familia obedecemos a Jesucristo, que en esta familia nos amamos, que en esta familia hablamos la verdad y hoy terminamos nuestra serie añadiendo que en esta familia cuidamos lo que Dios nos da.
Para reflexionar en esta gran verdad aplicable a nuestras familias iremos a un salmo bastante conocido por nosotros. Es el Salmo 8.
Este salmo es atribuido al rey David y en él encontraremos tres realidades que nos deben ayudar a mantener en perspectiva las cosas. Tres Realidades que debemos siempre apuntalar en nuestros corazones para entender quién es el dueño y Señor de todo y qué lugar tan especial y de honor se nos ha concedido para glorificar al Señor, siendo nosotros casi nada.
Las bendiciones de Dios tomadas con un corazón soberbio y vano pueden llevarnos a pensar que somos gloriosos en nosotros mismos, pero este Salmo nos pone en nuestro lugar y nos recuerda quién es verdaderamente glorioso y qué misericordioso ha sido al poner en nuestras manos tantas bendiciones para que las cuidemos y le glorifiquemos en la tierra.
Entonces veremos tres realidades, derivadas de este salmo que nos ubican para que cuidemos, con gran entrega, todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos y podamos decir: En esta familia cuidamos lo que Dios nos da.
Primero, La realidad de quién es Dios
Cuán fácilmente perdemos de vista quién es Dios y qué hace y ha hecho Dios. Nos desubicamos con mucha facilidad. Damos por sentado tantas cosas. Comenzamos a pensar que nosotros somos gloriosos y que todo ocurre por nuestro poder y mano.
Pero el Salmo 8 nos recuerda la realidad de quién es Dios en verdad.
En el salmo 8, David comienza su celebración con una conciencia renovada de quién es Dios. Se dirige a su Creador y le dice en los versos 1 y 2: ¡Oh Jehová, Señor nuestro, Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos; de la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo.
Si pusiéramos este texto en lenguaje moderno, leeríamos algo semejante a esto: "Señor, eres grandioso; has puesto tu nombre bien alto e iluminado para que todos lo puedan ver!"
Dios hizo algo que puso Su nombre en la marquesina celestial. ¿Por qué David estaba tan emocionado? ¿Qué era lo que había hecho Dios? No lo podemos saber con precisión, pero se nos dejan entre ver un par de cosas en el versículo 2.
Se nos habla de enemigos y vengativos. Los términos "enemigo," y "vengativo" sugieren que David pudo haber estado celebrando una victoria militar.
Quizás David volvía de la batalla y hubo un desfile de victoria donde "los niños y los que maman" sumaron sus voces a los gritos de júbilo de sus padres. Cualquiera que hayan sido las circunstancias específicas del salmo, David estaba experimentando un importante logro en su vida y comenzó la celebración al anunciar valientemente que su victoria había sido un acto poderoso de Dios. La victoria no fue un simple logro humano; sino atribuyó su triunfo enteramente a Dios.
Al reflexionar en estas palabras es evidente que su actitud contrasta grandemente con la manera en que nosotros usualmente pensamos de nuestras vidas. ¿Qué hubiéramos dicho nosotros si estuviéramos en esa situación?
Muchos de nosotros simplemente hubiéramos dicho: Qué buen trabajo he hecho. Qué cosas tan buenas he logrado. Cuán glorioso soy.
Tenemos que admitir que no solemos atribuirle a Dios los eventos de nuestras vidas de manera automática y con convicción.
¿Por qué es tan natural para nosotros reaccionar de esta forma? No es que Dios esté inactivo; más bien, el problema es que nosotros hemos desarrollado malos hábitos.
Vivimos en una época en la que las personas que nos rodean explican la realidad, tanto como pueden, en términos ordinarios y de causas naturales.
El mundo le da el crédito a Dios, sólo si no existe otra explicación disponible. Estas perspectivas seculares no han permanecido fuera de la iglesia, sino que también han infestado al pueblo de Dios.
Nosotros no rechazamos audazmente la doctrina de un Dios vivo y activo, pero tristemente, a veces no la tomamos en serio. ¿Cuántas veces hemos sonreído sarcásticamente cuando alguien nos dice que, "Dios hizo esto" o "El Señor hizo aquello" cuando hay se refiere a cosas muy ordinarias y donde las causas naturales son evidentes? Por ejemplo, cuando alguien te dice que Dios lo sanó de un catarro. En el fondo de tu mente dices, “bueno… tu sistema inmune hizo su trabajo”.
Cuando damos una explicación de un evento ¿Qué viene primero a nuestra mente? Por ejemplo, ¿Por qué crece la semilla que los granjeros siembran? A menos de que estemos hablando con niños pequeños, nosotros usualmente no reconocemos la obra de Dios. Más bien, hablamos de las muchas cosas que los granjeros hacen para asegurar una buena cosecha.
¿Por qué tenemos éxito en la escuela? No fue porque Dios nos enseñó, sino porque estudiamos. ¿Por qué algunas personas disfrutan de buena salud? No es porque Dios les ha dado a ellos ese precioso don, más bien es porque ellos tienen una buena nutrición y cuidan sus cuerpos con esmero.
Por supuesto, no es malo reconocer los medios que Dios utiliza para causar cualquier evento, porque usualmente Dios obra por medio de causas secundarias.
Sin embargo, los creyentes nunca debemos sentirnos satisfechos solamente con la observación superficial de los eventos. Debemos siempre reconocer que la mano de Dios está detrás de todas nuestras experiencias de la vida.
Los cristianos generalmente afirmamos que todas las áreas de nuestras vidas están bajo el control de la providencia de Dios. En teoría este concepto es aceptado, pero a todos nos queda un largo camino por recorrer en cuanto a la aplicación de este concepto a nuestras vidas. Manejamos nuestros autos, vamos al trabajo, comemos, dormimos, y jugamos, pero raras veces reconocemos que Dios está obrando en nuestras vidas. Es de esperarse que de vez en cuando nuestra percepción del actuar de Dios en nuestras vidas varíe en intensidad.
Aun el mismo rey David no tuvo esa sobrecogedora percepción de la mano de Dios todo el tiempo. Pero existe un serio peligro si constantemente dejamos de reconocer las bendiciones de Dios. Al no reflexionar en Su bondad, nos privamos del gozo que produce el conocer lo mucho que Dios nos cuida.
¿Cuándo fue la última vez que nos maravillamos por algo que Dios hizo en nuestras vidas? Por supuesto, nosotros empezamos nuestras oraciones diciendo, "Dios, gracias te damos por este día y por todas las bendiciones que Tú nos has concedido." Pero ¿Cuándo fue la última vez que de todo corazón te regocijaste por lo que Dios hizo en su vida?
Al perder de vista quién es Dios y qué hace Dios todos los días todo el tiempo, estamos en peligro de ver a Dios como ausente, irrelevante e innecesario. Pero la perspectiva bíblica es todo lo contrario.
En los primeros versículos se nos recuerda la realidad de que Dios es verdaderamente glorioso, que es un Dios vivo y verdadero y que está obrando en nuestras vidas. Nuestras vidas se llenarán de entusiasmo y celebración solamente cuando veamos a Dios como realmente está involucrado en nuestras vidas.
Dios es glorioso y activo en nuestras vidas, todo viene de él, por él y para él. Pero hay una segunda realidad importante en este salmo. No sólo nos recuerda quién es Dios sino también nos confronta con la realidad de quiénes somos nosotros.
Segundo, la realidad de quiénes somos nosotros.
Dice el Salmo 8:3-4: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?
David sabía que él había recibido una bendición de parte de Dios. Pero ¿por qué estaba tan entusiasmado? A lo largo de su vida, le habían sucedido muchas cosas buenas, así que entonces, no era lo particular del evento lo que lo emocionaba. Estaba celebrando porque entendió que el Dios glorioso, maravilloso, asombroso, había puesto su atención en una insignificante y humilde partícula de polvo.
David comprendió algo de él mismo al observar la magnificencia de la luna y las estrellas: " Si ellas son la obra de las manos de Dios, ¿Quién soy yo para que Dios se interese por mí?" Los cuerpos celestes eran tan espectaculares y David tan insignificante. Sin embargo, Dios había puesto su atención personal sobre él.
Los pensamientos de David contrastan con la forma en la que nosotros solemos pensar acerca de nosotros mismos.
Normalmente no andamos contemplando nuestra insignificancia; más bien, actuamos como si fuéramos el centro del universo.
Si te preguntara ¿Fue la semana pasada una semana buena o mala? ¿Cómo responderías? Quizá respondas fue una semana excelente o tal vez, fue una semana muy terrible. ¿Por qué respondemos así? ¿Qué criterios utilizamos para evaluar nuestra semana?
La verdad es que respondemos con un solo pensamiento en mente: la semana pasada fue buena si fue buena para mí y fue mala si fue mala para mí.
Es verdad que pudo ser una buena semana para nosotros, pero no fue buena para algunos padres que pasaron noche tras noche al lado del lecho de muerte de algún hijo o hija. El joven que sufre de leucemia no tuvo una buena semana y tampoco lo fue para algunos de nuestros hermanos en Cristo que están padeciendo persecución. Sin embargo, cuando evaluamos la semana pasada, no tomamos en cuenta lo que ha pasado con otros y simplemente consideramos lo que ha pasado en nuestras vidas. Solemos vivir como si el mundo entero girara a nuestro alrededor.
Aunque estemos tan centrados en nosotros mismos, de vez en cuando somos confrontados con la realidad de nuestra insignificancia. En el caso de David miró a la luna y las estrellas y exclamó, "¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria...?" (Sal. 8:3).
Nuestra insignificancia nos queda clara cuando caminas entre tantas tumbas en un cementerio. Pudiste haber sido un personaje famoso e importante. Pudiste haber gozado de mucho reconocimiento de parte de la gente. Pudiste haber hecho que tu nombre se asentara en los libros de historia, pero sabes, tarde o temprano, tus restos acabarán en una tumba que poco a poco será cada vez más relegada y olvidada en un rincón lóbrego de un cementerio.
Todas estas personas que están en esas tumbas pensaron que eran importantes, así como nosotros pensamos; todos ellos actuaron como si el mundo girara alrededor de ellos, así como también nosotros pensamos. Estas personas pensaron que eran el centro del universo, pero hoy, en el mejor de los casos, apenas un puñado de personas de vez en cuando los recuerdan.
¿Sabían ustedes que la mayoría de las personas no conocen los nombres de sus bisabuelos? Probablemente nuestros bisnietos tampoco los sabrán. Cuán rápido todos los recuerdos acerca de nosotros se colarán por las ranuras del vaivén de la vida.
Es un hecho, el universo no gira alrededor de nosotros; somos tan insignificantes. No obstante, David sabía algo que nosotros frecuentemente olvidamos. Para apreciar verdaderamente nuestras bendiciones, debemos entender primero cuán insignificantes somos. Hasta que no aceptemos que no somos el centro del mundo, no estaremos en la capacidad de apreciar cuán alto nos han colocado las bendiciones de Dios.
Para llegar a ser personas que celebran y cuidan las bendiciones de Dios debemos reconocer primero nuestra insignificancia. Debemos exclamar, "¿Quién soy yo para que te acuerdes de mí?"
Considera todas las cosas que has recibido y que normalmente damos por sentado: la salud, hijos, la iglesia, la Biblia, la salvación en Cristo. Estas bendiciones no dependen de nosotros, sino que están lejos de nuestras posibilidades. Solo cuando reconozcamos cuan indignos somos, entonces seremos capaces de celebrar y cuidar, con gran entusiasmo y alegría, los regalos que Dios nos ha dado.
Ser confrontado con la realidad de quién es Dios y quiénes somos nosotros es importante para aprender a cuidar lo que Dios nos da. Sobre todo, cuando entendemos una tercera realidad de la que nos habla este salmo.
En tercer lugar, la realidad de la posición que se nos ha otorgado.
Dice el Salmo 8:5-8, Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies: Ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.
Hemos visto que David reconoció lo glorioso que es Dios y que, aun así, puso su atención en él. Y ahora se enfoca en el lugar de honor que se le ha otorgado al ser humano.
La manera en la que lo describe en el salmo hace alusión a otras porciones del Antiguo Testamento. Nos hacen recordar el libro de Génesis cuando Dios puso a Adán y a Eva por encima de toda la creación y cuando reafirmó su plan de dar dominio a la humanidad después del Diluvio.
En ambos pasajes, Dios estableció que sus imágenes, los seres humanos, fueran viceregentes de la creación. ¿Por qué David se refiere a estos pasajes al tiempo de celebrar su propia vida?
Estas alusiones de David al libro de Génesis revelan su estima por las bendiciones de Dios. El comparó su propia experiencia como rey de Israel con el honor conferido a Adán en el principio, y a Noé después del diluvio. David declaró que Dios estaba levantándolo del lodo de la futilidad y restableciéndolo como viceregente sobre la creación.
Se nos ha dado como humanidad un lugar y posición de gran honor. Se nos confió como humanidad este lugar de honor para administrar para la gloria de Dios toda la creación.
David, siendo un hombre de campo y de exteriores, nos habla del cielo que seguramente observaba en las noches estrelladas cuando cuidaba su rebaño, nos habla de las bestias del campo, de las aves y de los peces, resumiendo en unas cuántas categorías de la naturaleza que fue puesta bajo los pies del ser humano para que como viceregente los administrara para la gloria de Dios.
Pero sabemos que esta encomienda de alto privilegio fue alterada y distorsionada porque el primer representante de la humanidad falló y todos caímos con él. El primer viceregente de la creación se rebeló en contra del dueño y señor de la creación. Y por eso hoy día, tenemos tantos problemas por cuidar las bendiciones que Dios ha puesto en nuestras manos.
Pero Dios no nos dejó así quebrados y desvalidos, sino envió a un segundo representante que cumpliría con la encomienda perfectamente y todos los que se identifican por la fe con este segundo representante pueden experimentar la reconciliación con Dios que es tan necesaria para poder vivir en esta creación para la gloria del Señor.
Como cristianos, tenemos aún mucho más que celebrar de lo que tenía David. El escritor de Hebreos nos dice que la exaltación de la humanidad mencionada en el Salmo 8, fue cumplida en la resurrección de Cristo, el segundo representante de la humanidad: "Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos." (He. 2:9).
Cuando Jesús fue levantado de la tumba, tomó la posición de gloria y honor que le pertenece a la imagen de Dios. Nosotros estamos unidos con Cristo en su resurrección y un día reinaremos con Él. Jesucristo cumple perfectamente las expectativas y bendiciones de las que nos habla el salmo 8.
Es así que en tanto regresa Jesús, en el diario existir, las bendiciones que Dios nos concede son un gozo anticipado de las bendiciones eternas que recibiremos cuando Cristo vuelva por segunda vez.
Por eso decimos que en Cristo, se nos ha concedido en verdad la bendición de seguir administrando la creación como viceregentes, coronados de gloria y honra, aunque somos polvo, pero siendo habilitados por su obra perfecta de redención.
La realidad de quién es Dios, la realidad de quienes somos nosotros y la realidad de la posición que se nos ha concedido en Cristo, nos llevan a concluir que en nuestras familias debemos modelar, enseñar y practicar con mucho esmero el cuidado de lo que Dios nos encomienda. En nuestras familias cristianas, tenemos razones de peso para decir: En esta familia cuidamos lo que Dios nos da.
Por eso en tu familia:
Enseña de palabra y ejemplo que todo lo que Dios pone en nuestras manos no es nuestro sino es de Él y que daremos cuenta, como administradores, de todo lo que nos da.
Reconoce en todos tus caminos la mano del Señor. Qué tu familia sepa claramente a quien se debe la bendición, la prosperidad, el éxito y el avance.
Compórtate como administrador, no como dueño. ¿Qué compras? ¿Qué vendes? ¿Cómo inviertes? ¿En qué gastas? Todos tus movimientos financieros deben reflejar quién es el dueño.
Modela en tu familia una actitud de gratitud y contentamiento por el cuidado y provisión de Dios en tu vida.
Pide sabiduría al Señor para ejercer tu viceregencia para su gloria y busca consejo sabio para seguir mejorando como administrador.
Al final de cuentas, el propósito de nuestras vidas es el de glorificar a Dios. Que al final de nuestros días sobre la tierra y al evaluar nuestra administración de las bendiciones de Dios, los demás puedan, no sólo recordarnos o escribir nuestros nombres en libros de historia, sino que la manera en la que vivimos les lleve a exclamar como termina el salmo 8:9: ¡Oh Jehová, Señor nuestro, Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!