En esta familia: Obedecemos a Jesucristo
Desde hace dos semanas tenemos a mi madre internada en el hospital. Gracias a Dios, está bien y ya está programada para un procedimiento quirúrgico por cateterismo para el 10 de mayo. Aunque es mucho más noble que una cirugía a corazón abierto, no deja de ser riesgoso para una mujer de 88 años.
Así que como ustedes se imaginarán, mis tres hermanos y yo hemos tenido que estar más coordinados y comunicados que nunca para poder atenderla en este tiempo.
Sé muy bien, que, en tiempos intensos como estos, las relaciones familiares se ponen a prueba. El cansancio y las presiones hacen aflorar asuntos no resueltos del pasado y muchas veces las familias acaban muy mal al atravesar momentos como estos. Doy gracias a Dios porque tengo el privilegio de ser parte de una familia que hasta ahora, en momentos de crisis que hemos atravesado en el pasado, se ha caracterizado por mantenerse más unida y comprometida que nunca.
Sé que mis padres no fueron perfectos, pero por la gracia de Dios, hicieron una cosa muy bien. Nos enseñaron en todos esos años de crecimiento a amar a Dios y a seguir a Jesucristo por todos los medios posibles, no sólo de palabra, sino con todo su ejemplo y vida.
La identidad como una familia cristiana era recalcada y subrayada en las conversaciones, diversiones, actividades, prioridades, de una manera natural y relacional. Y ahora, ya de adultos podemos reconocer esos esfuerzos intencionales que hicieron mis padres para mostrarnos que lo más importante en la vida es amar a Dios y amar al prójimo.
Reconozco que no tuve la familia perfecta, pero sí debo dar gracias a Dios, que lo que mi familia influyó en mí y en mis hermanos, me ha pavimentado o allanado el camino en mi recorrido y en la formación de mi propia familia.
Las familias son influyentes en nuestras vidas. Por eso es importante apuntalar la nuestra con los principios de la Escritura que nos dirigen a un puerto seguro. Por eso, este mes estaremos hablando en nuestra serie: “En esta casa” acerca de rasgos, enfoques y principios bíblicos que debemos aplicar a nuestras familias.
“En esta casa” hace alusión a esa frase que suelen decir los padres, como quizá alguna vez te dijeron: “No sé cómo sea en casa del vecino, pero en esta casa… (completa la frase). Claro, que cuando nos decían este tipo de cosas el tono de la conversación no era muy suave. Pero completaban la frase con cosas que eran importantes y distintivas en la cultura de esa familia.
En nuestra serie queremos enfatizar algunas de esas cosas distintivas de una familia cristiana, para que vayamos en esa dirección en nuestras propias familias.
Hoy comenzamos con uno de esos rasgos distintivos que deben caracterizar a una familia cristiana. Hoy decimos, “En esta casa obedecemos a Jesucristo”. Que este sea nuestro sello de identidad como familia. No sé a qué influencer sigue el vecino; no sé qué ideología sigue el vecino; no sé qué teoría sigue el vecino, pero en esta casa obedecemos a Jesucristo. Somos leales a las enseñanzas de Jesucristo. Regimos nuestras relaciones siguiendo lo que Jesucristo nos enseñó. En esta casa, Jesucristo es el Señor. Nuestra oración es que cada familia de las que nos llamamos cristianas, tengamos esta firme convicción y lealtad como una realidad evidente en nuestra cultura familiar.
Recuerdo que tuvimos la bendición de recibir el regalo de unos boletos a Xcaret cuando mis hijos eran chicos. Mi hijo tendría unos 13 o 14 y su hermanita tendría unos 6 o 7. Algo que caracterizó a Nadia, mi hija, desde muy pequeña era que le gustaba atenerse a las reglas casi de una manera muy estricta.
Estando en el parque de Xcaret cuando íbamos a entrar al río subterráneo, nos pedían que pongamos todas nuestras pertenencias en unas bolsas con cierre que entregabas para que ellos transportaran y te las devolvieran a la salida del recorrido. Pero te advertían que no pusieras cosas frágiles o delicadas, supongo para evitar el riesgo de reclamos posteriores de objetos rotos.
Nosotros no tuvimos más remedio que meter en la bolsa, envuelto en toallas y otras cosas que amortiguaran los golpes, nuestra cámara, teléfonos y otras cosas que nos habían advertido de no introducir en la bolsa. Pero midiendo el riesgo y asumiendo la responsabilidad si algo salía mal, los introdujimos a la bolsa.
Y recuerdo que mi hija se puso muy contrariada por lo que estábamos haciendo y nos dijo: “No pongan eso. No se puede poner eso allá”. Y nosotros lo seguimos haciendo con apuro porque ya era momento casi de entregar la bolsa. Entonces, Nadia, con voz entrecortada y llorosa, un tanto desesperada nos suplicó por última vez: “Obedezcan”.
Gracias a Dios, no hubo pérdidas que lamentar, sino sólo un tiempo familiar muy agradable. Por supuesto, le explicamos a mi hija porque lo habíamos hecho y le explicamos el sentido de la regla que tenía el parque, pero esa palabra: “obedezcan” se volvió un referente familiar de muchas charlas de sobremesa.
Y aunque mi hija a su corta edad quizá no entendía la importancia e implicación de la obediencia en la familia, su frase anecdótica es un recordatorio de este importante elemento que debe caracterizar todo lo que hacemos en nuestra familia.
La obediencia no es algo accesorio, opcional o secundario. Es vital, es elemental, es lo más básico. Recordemos que Jesucristo mismo al enviarnos a hacer discípulos, puso como un propósito elemental para esos futuros discípulos de entre las naciones, no sólo que fueran bautizados, sino que se les enseñara a guardar u obedecer todo lo que nos ha mandado. Así que una de las cosas esenciales del discipulado es la obediencia, y qué mejor contexto para el discipulado de las nuevas generaciones, que la familia misma.
En la familia es el lugar más estratégico para enseñar la obediencia al Señor Jesucristo. Por eso decimos: “En esta casa obedecemos a Jesucristo”. Pero como veremos en el pasaje que nos ocupa hoy, no es solo decirlo, sino vivirlo.
Para reflexionar sobre la obediencia a Jesucristo, consideraremos un pasaje en 1 Juan 2. En este pasaje encontraremos tres verdades acerca de la obediencia que la hacen tan importante para la vida del creyente y para la vida de la familia cristiana. Juan nos va a mostrar qué implica la obediencia para que cuando digamos, en esta casa obedecemos a Jesucristo, dimensionemos la importancia de lo que estamos diciendo y practicando.
La primera epístola de Juan emplea un buen espacio a definir y delimitar al verdadero creyente en Jesucristo. Era muy importante identificar quién sí es y quién no es. Así que Juan se enfoca en gran parte de su epístola a delatar las versiones espurias del cristianismo para separarlas de la verdadera fe en Jesucristo. Y como veremos en estos versículos del capítulo 2 estará hablando del lugar que tiene la obediencia a la palabra de Cristo como una marca del cristianismo auténtico.
Pero antes de empezar a hablar de una manera tajante y directa de la obediencia, nos recuerda la base de todo, nos recuerda el evangelio. Porque para no entender mal las palabras de Juan, y llegar a pensar que la obediencia o nuestro desempeño es la base de nuestra relación con Dios, nos hace la aclaración de que es Jesucristo y su obra anunciada en el evangelio la única base segura de nuestra relación con Dios. La obediencia tiene un lugar importante, pero no es la base, Jesucristo es.
El capítulo 2 de 1 de Juan comienza diciendo: Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen. Pero, si alguno peca, tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo.
Juan comienza haciendo una doble admisión. Por un lado, admite que el pecado no puede ser lo característico de alguien que está en Jesucristo. Una vida deliberada y neciamente en el pecado no es compatible con alguien que ha conocido verdaderamente a Jesucristo. Por eso nos recuerda que todo lo que ha escrito es para que no pequemos. El creyente debe alejarse del pecado no ir hacia el pecado.
Y Juan nos va a definir pecado como la transgresión de la ley en 1 Juan 3:4. Es decir, que al decir que se ha escrito todo para que no pequemos, está diciendo que el cristiano no debe estar buscando las maneras de transgredir la ley de Dios. Estar buscando la manera de desobedecer los mandamientos de Dios. Estar procurando alejarse de una vida de obediencia a los mandamientos del Señor.
Esto es lo que debe ser característico del verdadero creyente. No obstante, Juan hace una segunda admisión. Reconoce que, entre la primera y la segunda venida de Cristo, existe la posibilidad que aún los verdaderos creyentes resbalen y pequen. Aunque nunca puede ser excusa, existe la posibilidad que aun un creyente verdadero transgreda la ley. Es decir, es una realidad que aun no existe entre los verdaderos creyentes una obediencia perfecta y permanente a la ley de Dios. ¿Qué hacemos cuando esta realidad ocurra?
Entonces, nos recuerda las buenas noticias que son una realidad para los verdaderos creyentes en Jesucristo. Nos dice que siempre, cuando estamos firmes o cuando caemos incidentalmente, tenemos un intercesor, un abogado, un consolador, delante del Padre que es Jesucristo.
¿Por qué Jesucristo es nuestro abogado cuando no cumplimos perfectamente la ley de Dios? ¿Por qué Jesucristo es quien nos avala y endosa delante de Dios aun cuando no mostramos perfección? Porque él fue el que ocupo nuestro lugar y recibió la ira de Dios por nuestro pecado. Él ha apaciguado la ira de Dios por el pecado de aquellos que son del Señor en el pasado, en el presente y en el futuro. El verdadero creyente está seguro por su abogado que es Jesucristo quien fue el que pagó por sus pecados.
Este es el evangelio. Las buenas noticias. Todos deben obedecer perfectamente, pero nadie puede. Pero gracias a que un hombre obedeció perfectamente y con su muerte apaciguó la ira de Dios hacia nosotros, es que hoy podemos llamarnos hijos de Dios y creyentes en Jesucristo. Tenemos un abogado que nos defiende e intercede a favor de nosotros, aun en momentos en los que hemos fallado.
¿Pero será esto licencia entonces para pecar? Puesto que tengo un abogado, ¿puedo simplemente dedicarme a desobedecer a Dios, total y mi abogado me defiende? Por supuesto que no. Esa actitud tomaría alguien que en verdad no ha recibido el verdadero evangelio, alguien que no ha conocido a Cristo en verdad. Por eso Juan en los siguientes versículos aclara con bastante precisión el lugar que tiene la obediencia en nuestra relación con Dios.
Ciertamente, la obediencia no es la base de nuestra relación con Dios, lo es lo que hizo Cristo a nuestro favor y es anunciado en el evangelio. No obstante, la obediencia sí tiene un papel importante cuando se trata de remarcar lo que debe caracterizar a alguien que es defendido por el abogado celestial delante del Padre. No todos son representados por ese abogado, sino sólo los que a través de la obediencia dan evidencia de ser verdaderos creyentes en Cristo.
Por eso veremos tres verdades acerca del papel de la obediencia en nuestra relación con Dios y que es tan importante experimentar en nuestras familias.
Primero, La obediencia es el indicador de que tengo una relación con Dios.
Dice 1 Juan 2:3, ¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos.
Recordemos el contexto inmediato, nos acaba de hablar de la posibilidad de que un verdadero creyente en algún momento de debilidad deje, temporalmente, de obedecer el mandamiento de Dios. No obstante, ese verdadero creyente tiene un abogado que lo defiende por el sacrificio eficaz que hizo a su favor. Gran verdad que nos anima.
Pero por causa de haber caído en pecado quizá te preguntes, ¿Será que conozco a Dios en verdad? ¿Será que soy hijo de Dios? ¿Será que Jesús es mi abogado delante del padre?
Para orientarnos, Juan nos dice. Cómo sabemos que en verdad hemos llegado a conocer a Dios. La pregunta es qué indicador hay de que en verdad conoces a Dios. La respuesta es: el indicador es si obedecemos sus mandamientos.
Si no tuviéramos el contexto inmediato donde Jesús es nuestro abogado, creo que todos tendríamos que reconocer que no conocemos a Dios porque no obedecemos perfectamente los mandamientos del Señor. Pero con este contexto, podemos entender que la pregunta no es si nunca pecas, sino más bien, qué es lo que te caracteriza, ¿obedecer o desobedecer?
El verdadero creyente se caracteriza por buscar de manera intencional obedecer al Señor. Su corazón tiene este empeño constante de buscar lo que sea de acuerdo con sus mandamientos.
La obediencia es el indicador característico de aquel que ha conocido al Señor. Repito, no obediencia perfecta, pero sí obediencia intencional y decidida.
Así como cuando vemos las burbujas de la ebullición en el caldo de la comida nos indica que está hirviendo ese guiso, así también cuando la búsqueda de la obediencia es lo que caracteriza a una persona, sabemos que esa persona tiene una relación con Dios.
Esto nos debe orientar. Por un lado, si te sientes desanimado por haber caído en pecado en esta ocasión, mira tu vida y pregúntate qué es lo que me caracteriza, y si la obediencia te caracteriza entonces agradece a Dios por tu abogado delante del Padre y ocúpate en restaurar tu vida y depender del Señor.
Por otro lado, si al ver tu vida te das cuenta que en realidad no te interesa obedecer a Dios y esto te caracteriza, esto es un indicador de que muy probablemente no has conocido al Señor, así que arrepiéntete y entrégate de una buena vez a Cristo.
Evaluemos nuestras familias, ¿En esta familia nos caracterizamos por obedecer a Jesucristo? Son sus palabras y enseñanzas lo que queremos aplicar, aunque sea difícil o no sea lo más cómodo. La obediencia es un indicador de que tenemos una relación con Dios.
Pero hay una segunda verdad acerca de la obediencia en este pasaje: La obediencia es el respaldo de mi confesión de fe v.4
Dice 1 Juan 2:4 El que afirma: «Lo conozco», pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad.
Sabemos muy bien, que una cosa es hablar y otra cosa es vivir en la práctica lo que hablamos.
Siendo adolescente, tuve la oportunidad de asistir a una reunión nacional de jóvenes de una denominación presbiteriana de Estados Unidos. Ya en el país, para llegar hasta el lugar en Indiana donde se realizaría la reunión nos transportaron en un Autobús.
En ese autobús iban también otros invitados de otros países. Allí conocimos a unos jóvenes de Francia y de África. De África había un joven de Camerún. Un joven fornido. Y una señorita y un Joven de Ruanda.
El muchacho de Ruanda era muy extrovertido, y a veces rayaba en presumido. Cuando llegamos al tema del fútbol soccer, hablábamos de cómo aquí en México es un deporte muy practicado y por supuesto, nuestro compañero de Ruanda no podía quedarse atrás y también nos habló de sus habilidades y glorias en dicho deporte.
Cuando llegamos al lugar, en una ocasión había un campo de césped precioso y teníamos un balón de fútbol. El momento de la verdad había llegado. Así que mi hermano, yo y el gigante de Camerún formamos un equipo contra el hablantín y otros dos.
¿Han visto jugar a la selección de Brasil? Pues no jugamos así… pero, como se dice, le dimos samba al hablantín de Ruanda, que resultó ser más hábil con su boca que con sus pies. Ese día aprendí una lección de vida: No importa cuánto hables del juego, la realidad de lo que eres se demuestra en la cancha.
Lo mismo pasa con nuestra confesión de fe. Podemos hablar todo el día de nuestra fe, de nuestra confianza, de nuestra relación con Dios, pero no es sino cuando estás en la cancha que se muestra quienes somos en verdad.
Dice Juan que podemos afirmar y afirmar que conocemos a Dios, pero si no obedecemos los mandamientos del Dios que decimos conocer, entonces queda evidenciado que somos unos mentirosos y no hablamos conforme a la verdad.
Por lo tanto, la obediencia en nuestras vidas tiene la función de ser el respaldo de nuestras palabras. La obediencia práctica de los mandamientos de Dios debería ser tan clara y evidente que hagan innecesarias las palabras. Es decir, el hacer sea cada vez más para que el hablar sea cada vez menos.
Esto nos confronta. Nos hace preguntarnos, si nuestra familia dejara de hablar de su identidad cristiana, ¿sabrían los demás lo que somos por la manera en que vivimos? Las palabras de nuestra confesión de fe requieren el respaldo de la obediencia para comprobarse ciertas.
La obediencia es un indicador y es respaldo, pero es algo más. Tercero, La obediencia es el fruto maduro del amor de Dios en nosotros.
Dice 1 Juan 2:5, En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente en la vida del que obedece su palabra.
Juan muestra el contraste entre el que sólo dice que conoce a Dios pero no obedece, con aquel que sí está obedeciendo al mandamiento de Cristo. ¿Qué es lo que está ocurriendo en el que muestra obediencia? El amor de Dios se manifiesta plenamente en su vida. En otras versiones dice, el amor de Dios se ha perfeccionado en su vida. Aquí “perfeccionado” tiene que ver con madurez, llegar a la plenitud, estar en un punto óptimo e idóneo.
En pocas palabras, la obediencia en nuestras vidas está mostrando que el amor de Dios derramado en nosotros está dando frutos de madurez en nuestra vida. La obediencia muestra nuestra madurez, nuestro crecimiento, nuestra plenitud en Cristo.
Entonces, mientras más comprendas y vivas en la plenitud del amor de Dios, más rápido para obedecer a Dios serás.
La obediencia tiene que ver con la confianza en el Señor y mientras más le conoces y confías en él, más dispuesto y maduro estarás para obedecer su palabra.
Entonces, podríamos decir que la madurez espiritual tiene mucho más que ver con obediencia que con conocimiento de datos. De hecho, Jesús mismo dijo que el hombre sabio es aquel que oye su palabra y la hace.
Esto debe animarnos. En la medida que veas muestras de obediencia en tu vida, quiere decir que el amor de Dios en ti está dando sus frutos de madurez y crecimiento.
Juan concluye este pensamiento sobre la obediencia de esta manera en 1 Juan 2:5b-6. De este modo sabemos que estamos unidos a él: el que afirma que permanece en él debe vivir como él vivió.
Después de presentar la obediencia como el indicador de la relación con Dios, como el respaldo de la confesión de fe y como el fruto maduro del amor de Dios en nosotros, hace una especie de resumen y dice: si decimos que estamos en él debemos andar como él. Debemos parecernos a él. Debemos ser reconociblemente como él. Debemos vivir como él vivió.
No hay de otra, si vamos a identificarnos como una familia cristiana, entonces nuestra familia debe ser reconociblemente parecida a Jesús. Podremos fingirlo por un rato, pero no para siempre. La fachada se puede sostener por un tiempo, pero tarde o temprano se derrumba. La obediencia a Cristo es algo que no se puede fingir por mucho tiempo. Si somos de Jesús debemos andar como el anduvo.
Si decimos: En esta casa obedecemos a Jesucristo. ¿Qué implicará en cada caso particular en este lugar?
Quizá implique comenzar a ser muy intencionales en estudiar la Palabra como familia para conocer los mandamientos de Cristo para obedecerlos.
Quizá implique comenzar a obedecer el llamado que Cristo hace al esposo y a la esposa para que vivan en unidad y como una sola carne.
Quizá implique comenzar a aplicar principios de disciplina y dirección bíblicos para educar a nuestros hijos en vez de guiarnos de influencers que no temen al Señor.
Quizá implique buscar la reconciliación, el perdón y la unidad entre los miembros de la familia, así como hemos sido reconciliados y perdonados en Cristo.
Quizá implique establecer prioridad en nuestros horarios y actividades de tal manera que se muestre quién es el Señor de nuestras vidas.
Quizá implique alejarnos de todo tipo de comunicación ofensiva, irrespetuosa o violenta y comenzar a hablarnos la verdad en amor, como Cristo nos ha enseñado.
En fin, no sé qué implique para cada familia aquí presente, pero Dios permita que cada familia pueda decir con convicción: En esta casa obedecemos a Jesucristo y que esto no sea sólo un letrerito en la pared o un comentario piadoso, sino sea una realidad cotidiana y evidente en cada relación, interacción y acción de nuestras familias.
Porque familias donde Cristo es obedecido son semilleros de discípulos de Cristo que avanzan el reino en donde quiera que estén. Oremos y movámonos para que esto sea una realidad en nuestra familia para la gloria de Dios.