Generalmente, una buena historia capta nuestra atención. Nos suelen gustar las historias. Y sobre todo, las historias que tienen un final feliz. No sé si te ha pasado que, viendo una película, sobre todo si es cine de arte, a veces te quedas confundido cuando empiezan a aparecer los créditos de la película, y no es un final feliz. El protagonista muere, o la pareja protagónica no quedan juntos o el niño nunca encuentra a sus padres o cosas así. Y te quedas preguntándote, ¿Así termina?
Nos confunden las historias que dejan sin resolución la trama o nos dejan sin una certeza resolutiva del problema planteado en el argumento de la historia.
Algo así nos pasaría si dejáramos nuestro recuento de los últimos eventos en la vida de Cristo en su primera venida en lo que sucedió en su crucifixión. Si la historia de Jesús terminara con la crucifixión, quizá fuera una historia conmovedora y dramática, pero estaría inconclusa. Porque la historia de Jesús no podía terminar sólo con su muerte.
Jesús mismo, de antemano, había comunicado a sus discípulos lo que iba a acontecer en esos últimos días. Este era, como hemos dicho, un programa inalterable orquestado divinamente. Jesús dijo en Marcos 10:33, «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero a los tres días resucitará».
Jesús les dio la película completa, pero los discípulos en ese momento no captaron. Ahora sí, como nos decían nuestras mamás cuando no recordábamos la lección, “fuiste de noche a la escuela”. Los discípulos pasaron de noche por la escuela al respecto de este tema.
Para empezar como que no les quedó claro lo de los padecimientos y muerte de Cristo, y mucho menos alcanzaron a escuchar a conciencia la última parte de este anuncio, que era de suma importancia para interpretar todos los acontecimientos y sus vidas. Se perdieron el “pequeño detalle” de que iba a resucitar al tercer día.
La resurrección de Jesucristo ha formado parte indispensable del mensaje cristiano desde el principio. No se tiene una exposición del evangelio puro sin la piedra central que es la verdad de que en Jerusalén no podrás encontrar los restos mortuorios de Jesucristo. Visitar la tumba de Cristo es sólo ir a ver un sepulcro vacío. La verdad de que Jesucristo resucitó ha sido una columna fundamental del cristianismo. Sin la resurrección de Jesús, el cristianismo se cae por completo.
Así que este día necesitamos terminar bien la historia que empezamos desde la semana pasada con la entrada triunfal, luego la noche anterior a su muerte, pasando por su crucifixión y ahora hablaremos de los acontecimientos que sucedieron ese primer día de la semana, después de su muerte.
Hoy queremos irnos con ese final feliz que esperamos de toda historia, y esta que es la historia de historias no podía ser la excepción. Y para celebrarlo queremos recordar un poco de la tradición cristiana. Hay una manera tradicional de celebrar la resurrección de Cristo que consiste en que el líder dice: “El Señor ha resucitado” y la congregación responde: “verdaderamente ha resucitado”. ¿Qué les parece si lo practicamos?
Hoy estamos muy emocionados por la realidad de la resurrección de Jesús y la celebramos. Pero sus discípulos en esos momentos posteriores a su muerte, estaban en un estado muy diferente al que nos encontramos hoy.
Los discípulos estaban completamente desconcertados, decepcionados, tristes, desanimados y temerosos. Habían pasado tres años de sus vidas siguiendo a este Jesús de Nazaret en quien habían abrigado la esperanza de que era el redentor de Israel, de que era el Cristo, el Mesías prometido, el que liberaría a Israel de sus enemigos.
¿Te imaginas? Hacía tres días que habían enterrado todas sus esperanzas, habían enterrado tres largos años de sus vidas habiéndolas invertido en lo que se visualizaba como un decepcionante fraude más.
¡Con razón se encontraban en ese estado de ánimo! Porque ellos lógicamente habían concluido en esta verdad: ¡Un Cristo muerto para nada sirve!
¡Así es! De nada servían las experiencias tan emocionantes que habían pasado, los portentos que habían presenciado, las enseñanzas maravillosas que habían escuchado. Si Jesucristo estaba en ese sepulcro, todo había sido una decepcionante e indeseable farsa. ¡Un Cristo muerto para nada sirve!
Y el Evangelio de Marcos en sus últimos capítulos nos muestra que los seguidores de Jesús dieron los pasos necesarios después de su muerte para honrar a Jesús fallecido. El tono es sombrío, es de tristeza y silencio. Ese silencio reflexivo con el que nos deja la muerte de alguien que amamos.
Marcos 15:42-43 nos dice: José de Arimatea, miembro distinguido del Consejo, y que también esperaba el reino de Dios, se atrevió a presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Este José de Arimatea, era miembro del consejo de ancianos, el consejo que había condenado a Jesús días antes, pero al parecer él sí había creído en el mensaje de Cristo, pues como dice el texto, se atrevió a pedir a Pilato el cuerpo de Jesús que estaba colgado aún en la cruz. Sin duda, esto era un acto valiente, pues se delataba como simpatizante de Jesús ante sus compañeros del consejo.
Este hombre, en un sentido, fue más valiente, que Pedro que había dicho que iría hasta la muerte de ser necesario por causa de Cristo, pero lo negó tres veces al verse delatado por una jovencita como seguidor de Jesús.
Pilato concedió la petición de José, el cual, nos dice el evangelio de Marcos 15:46-47, bajó el cuerpo, lo envolvió en una sábana que había comprado, y lo puso en un sepulcro cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la madre de José vieron dónde lo pusieron.
Este hombre, era una persona de recursos, y puso el cuerpo de Jesús en un lugar especial, en una cueva cavada en la piedra y le pusieron una puerta de piedra para sellar la entrada. Y luego se menciona a unas mujeres.
No es la primera vez que vemos esos nombres, estas Marías ya las habíamos vista en escena, justamente al momento de la crucifixión. Eran varias mujeres, no sólo las mencionadas por nombre, que estuvieron en el momento justo en que Cristo murió en la cruz. Habían sido testigos de su muerte, ahora eran testigos de su sepultura.
¿Y los discípulos? Escondidos ¡bien gracias! Nuevamente, estas mujeres fueron más valientes que los discípulos, pues ellas si estuvieron en el momento de su crucifixión y luego en el momento de su entierro. Y como veremos a continuación, también fueron testigos de la resurrección.
El capítulo 16 de Marcos, inicia nuevamente con estas mujeres allá en los versículos 1-2: Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé compraron especias aromáticas para ir a ungir el cuerpo de Jesús. Muy de mañana el primer día de la semana, apenas salido el sol, se dirigieron al sepulcro.
Estas mismas mujeres que estuvieron en la crucifixión, en el entierro, ahora iban camino al sepulcro para cumplir rituales funerarios y tenían una sola preocupación: ¿quién les ayudaría a remover la piedra de la entrada? Por lo visto era una piedra muy pesada.
Como podemos ver, todos estaban actuando como se actuaría ante un Jesús muerto, el cual va a permanecer así. Los discípulos estaban escondidos, pensando, “ya que acabaron con Jesús irremediablemente, ahora nosotros seguimos”. José de Arimatea honró el cuerpo de Jesús con el mejor sepulcro que pudo conseguirle. En su mente, esto no era solo para un ratito. Y las mujeres estaban enfocadas en honrar el cuerpo de Jesús con sus aceites y especias, como se hacía con alguien que ya había muerto para siempre. La resurrección no aparecía en el radar, ni remotamente.
Nos sigue diciendo Marcos 16:4-7:
Pero, al fijarse bien, se dieron cuenta de que estaba corrida. Al entrar en el sepulcro vieron a un joven vestido con un manto blanco, sentado a la derecha, y se asustaron. —No se asusten —les dijo—. Ustedes buscan a Jesús el nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Pero vayan a decirles a los discípulos y a Pedro: “Él va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán, tal como les dijo”.
Cuando las mujeres llegaron se dieron cuenta de que su preocupación por la piedra estaba resuelta, ya estaba removida. Y cuando entraron, se dieron cuenta que la preocupación por la piedra era cosa de niños comparado con la realidad que tenían que enfrentar ahora.
Al entrar al sepulcro estaba allá un hombre desconocido vestido de blanco y les dijo algo que, al parecer, no esperaban escuchar. Si estaban buscando a Jesús Nazareno, les aclaró aquel varón que no se encontraba allá.
¿Por qué no estaba? ¿Se habían equivocado de sepulcro? ¿Cambiaron el cuerpo de lugar? ¿Qué había pasado? ¿Por qué no estaba aquel a quien habían visto enterrar?
La respuesta de este mensajero fue: ¡Ha resucitado! Y les da luego pruebas físicas. Vean el lugar exacto donde le pusieron. No está. Está vivo.
Y les da una indicación importante. Les dice que vayan a darle la noticia a sus discípulos y nombra a uno en particular. Les dice: y a Pedro. Este énfasis no es porque Pedro era el más importante o el Jefe. Sino porque de todos los discípulos el que en ese momento necesitaba saber que Jesús estaba vivo era sobre todo aquel que, cobardemente, lo había negado.
Pedro tenía una segunda oportunidad. Esa mención debió marcar la vida Pedro. Imáginate, el Señor dice que te ve en Galilea, que no faltes a la cita, después de que te había advertido que fallarías y tú soberbiamente dijiste que jamás te pasaría aquello. Pedro experimentó la gracia del Cristo resucitado que restaura aquel que ha fallado.
El Evangelio de Lucas, en su reporte de este mismo evento, lo plantea así en Lucas 24:5-7, —¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive? No está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará”.
Nuevamente, el recordatorio de que esto de la resurrección no era algo novedoso, desconocido o nunca anticipado. La resurrección siempre fue parte del plan. Por eso era absurdo estar buscando entre los muertos a aquel que ya se les había dicho de muchas formas y ocasiones que iba a resucitar.
Todos habían estado actuando como si Jesús nunca les hubiera dicho que resucitaría. Pero los evangelios nos muestran que este tema de la resurrección de Jesús fue profetizado por Jesús mismo y que con esto queda demostrado de que Jesús es el Profeta prometido, el sacerdote fiel y el rey de reyes y Señor de Señores.
Pero ese reconocimiento de la profecía de la resurrección y de las implicaciones de la misma, tardaron un poco en asentarse en los corazones de los discípulos. El evangelio de Juan reconoce este hecho cuando dice en Juan 20:9, Hasta entonces no habían entendido la Escritura, que dice que Jesús tenía que resucitar.
Tenían la enseñanza de la Escritura, se los había dicho directa y claramente Jesús, fueron y vieron con sus propios ojos el sepulcro vacío y aún así, tardaron en dimensionar y aterrizar en sus corazones la realidad de la resurrección de Jesucristo y sus implicaciones para sus vidas.
Pero saben hermanos, podemos pensar, ¡ay! ¡Esos discípulos! ¡Qué barbaridad! Cómo no prestaron atención a las palabras de Jesús, cómo no pusieron más atención a la Escritura, cómo no estuvieron más abiertos a las evidencias contundentes de su resurrección. ¡Qué personas tan distraídas y tan incrédulas eran!
Pero la verdad, nosotros no somos tan diferentes. Tenemos el testimonio de la Escritura también, tenemos el testimonio de los que vieron a Jesús resucitado, tenemos el testimonio del Espíritu Santo en nuestras vidas que fue enviado porque Jesucristo ascendió al cielo después de su resurrección y aun así, seguimos como los discípulos sin entender la realidad y las implicaciones de la resurrección de Cristo.
Seguimos a veces viviendo como si Jesús no estuviera vivo. Cómo si Jesús solo hubiera muerto en la cruz, pero lo dejamos allá en la cruz. Mis hermanos, Jesús no se quedó en la cruz, sino está vivo. Es real. Es el Señor. Es el Rey. El tiene toda autoridad en el cielo y la tierra. Jesús no está muerto, sino ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado.
Puesto que Cristo Resucitó al tercer día y él es Señor, tiene todo el sentido del mundo seguir el consejo del evangelio. Tiene todo el sentido del mundo perdonar al que me hace mal. Tiene todo el sentido del mundo amar a mi esposa como Cristo amó a la iglesia. Tiene todo el sentido del mundo vivir bajo autoridad. Tiene todo el sentido del mundo poner a los demás antes que yo. Tiene todo el sentido del mundo ser íntegro, paciente, perseverante en las cosas que traen gloria a Dios. Tiene todo el sentido del mundo guardar mi corazón para no pecar contra Dios. En fin, la resurrección de Cristo le da sentido a mi vida sobre esta tierra bajo el Señorío del Cristo vivo.
La resurrección de Jesús confirma que su obra de redención fue recibida por el Padre. Ya no hay condenación para el que está en Cristo porque todo fue pagado en la cruz y confirmado por el Padre por medio de resucitar a Jesucristo.
La resurrección de Jesús nos asegura de que la muerte que entró a la humanidad por el pecado ya no tendrá un efecto eterno en aquellos que son de Cristo. Él fue la primicia de una gran cosecha de resurrección al final de los tiempos.
La resurrección de Jesús nos asegura que ni la muerte puede separarnos del amor de Dios, porque Cristo es la resurrección y la vida y aquel que cree en él, aunque este muerto vivirá.
Como los discípulos, nosotros también, debemos seguir creciendo y viviendo en las realidades que se derivan del hecho de que Jesús se levantó de entre los muertos al tercer día.
Este día celebramos y nos gozamos porque Jesucristo después de haber vivido, sufrido y muerto en nuestro lugar, muy temprano el primer día de la semana, la roca que cerraba el sepulcro de Cristo fue removida de su lugar por el poder de Dios y Jesucristo resucitó como las primicias de una cosecha completa de resurrección que aguarda al final de los tiempos para todos aquellos que viven y creen en él, quien es la resurrección y la vida. Nuestra historia sí tiene un final feliz.
Este es nuestro consuelo en la vida y la muerte, que el Señor Jesucristo resucitó y porque él culminó su obra de redención, todos los que viven y mueren en él, serán también resucitados para vida eterna y abundante en Dios.
Por eso si has sentido en tu vida el flagelo de la muerte, si has sentido en tu pecho su espina venenosa que oprime tu vida y te desanima a seguir adelante, recuerda que hubo alguien que luchó con la muerte y la venció y él es la resurrección y la vida.
Si has visto partir a personas que amabas y la muerte te ha dejado con un sentido de derrota, recuerda que es un enemigo vencido por que Jesús se levantó de entre los muertos al tercer día.
Si vives con temor o angustia por tu propia muerte, pon tu fe en el Señor Jesús quien es la vida y la resurrección pues su promesa es que el que cree en él, aunque esté muerto vivirá.
Hoy y cada domingo celebramos ese evento histórico, central en el evangelio, que atestiguaron aquellas mujeres en la mañana del primer día de la semana cuando el ángel les dijo: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí pues ha resucitado”.
Porque hermanos, “El Señor ha resucitado” y “Verdaderamente, ha resucitado”. Y a Él sea la gloria.