Seguramente todos los que estamos aquí, en algún momento de nuestras vidas hemos experimentado una última noche o una última cena, antes de algo importante o el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas.
Por ejemplo, recuerdas la última cena que tuviste con algún familiar que ha partido, o la última noche que jugaste un partido de despedida con tu equipo de basquetbol. O tu última noche con tu familia antes del día de tu boda, o como en mi caso, la última cena con mi familia antes de viajar al seminario de Orlando donde viviría por tres años.
Esa noche, mi madre hizo unos panuchos sabrosos y hubo un tiempo de palabras. Recuerdo que mi hermano, dio una especie de discurso muy emotivo que terminó en lágrimas de todos los que estábamos ahí. Y luego los abrazos de despedida, pues al día siguiente salía nuestro vuelo hacia una nueva etapa de nuestras vidas, con la bendición de Dios. Han pasado más de 30 años de esa noche y todavía vienen recuerdos vívidos de ella.
Esas últimas noches de nuestras vidas, sin duda, dejan huellas indelebles en nuestros corazones.
Pues algo así sucedió en la vida de los discípulos de Jesús, al punto que los cuatro evangelios dejan el registro de esa última noche de Jesús con sus discípulos.
Hoy recordamos esa última noche de Jesús con sus discípulos antes de la prueba más grande que enfrentaría para lograr nuestra reconciliación con el Padre. Esa noche, Jesús nos dejó claro que él es el cordero sacrificado en nuestro lugar. Jesús es el cordero pascual que murió en nuestro lugar. A él le tocó sufrir para que nosotros podamos vivir. Él recibió el juicio para que nosotros seamos libres de condenación. Jesús es el cordero de nuestra pascua que murió en nuestro lugar.
Nos basaremos en el recuento que hace de estos hechos el evangelio de Marcos en su capítulo 14.
Al leer el capítulo 14 en su totalidad, algo salta a la vista inmediatamente. Todo lo que Jesús enfrentó ese día, no era algo que le tomaba por sorpresa. Jesús conocía todo lo que iba a acontecer. No fue algo accidental, sino se estaba cumpliendo algo ya programado. ¡Y Jesús conocía perfectamente el programa de esa noche!
Imagínate que sepas a ciencia cierta que mañana te va a pasar algo desagradable a ti o a tu familia y no solo es como un presentimiento, sino es una certeza y conoces punto por punto todos los detalles del evento que acontecerá. Cómo pasarías la noche anterior en la víspera del evento. Qué pensamientos rondarían tu cabeza en esos momentos.
Pero sabes, eso sólo lo podemos imaginar porque te aseguro que nunca experimentarás algo así en tu vida. Nunca te sucederá que sepas anticipadamente lo que te va a acontecer con exactitud milimétrica. A lo sumo tendrás una idea general de las probabilidades, pero nunca algo como lo que vivió Jesús.
El conocía todo, exactamente, como iba a suceder. Por ejemplo, él sabía dónde iba a celebrar esa última pascua con los discípulos y hasta pudo darles la ubicación y señales para llegar (mejor que google maps). El lugar exacto y hasta las palabras exactas para que les concedieran el lugar dispuesto para esto.
Jesús también sabía que sería traicionado por Judas. Cuando les dijo allá en Marcos 14:18, —Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar. Te imaginas estar comiendo junto aquel de quien sabes que ya te ha dado una cuchillada por la espalda, y ha estado fingiendo todo este tiempo ser tu amigo. Jesús conoció lo que es ser traicionado.
Jesús también sabía, al detalle, que Pedro, el discípulo más osado y arrojado, le negaría cobardemente esa misma noche. Aunque Pedro porfió de que él iría hasta la muerte por él, Jesús le predijo, lo que de hecho, sucedió, como dice Marcos 14:30, —Te aseguro —le contestó Jesús— que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces.
Jesús conocía todo el programa completo que debía cumplir al ser arrestado, por eso esa noche previa a sus sufrimientos atroces, hablaba con su Padre diciendo en Marcos 14:36, «Abba, Padre, todo es posible para ti. No me hagas beber este trago amargo, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú».
Tú y yo quizá hemos tenido momentos de sufrimientos difíciles, y aunque fueron sorpresivos y angustiantes, si lo piensas, fue una verdadera bendición no saberlo de antemano, porque los hubieras sufrido desde el momento que lo supiste hasta que aconteció históricamente. Pero Jesús sabía todo lo que iba a enfrentar y aun así, dijo pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Su deseo de obedecer al Padre era más grande que cualquier sufrimiento previsto y conocido de antemano.
Jesús estaba llevando a cabo el plan acordado en la eternidad para reconciliarnos con Dios. No había plan B, no había plan de contingencia. No había salida de emergencia. Esto tenía que acontecer como estaba previsto. Ya lo había dicho de antemano, en Marcos 10:33-34, «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero a los tres días resucitará».
Mis hermanos, Jesús conocía todo el programa al detalle, aun así, no se echó para atrás, sino prosiguió hasta las últimas consecuencias. Jesús es el cordero pascual que murió en nuestro lugar.
Ahora bien, esa última noche con sus discípulos, transcurre en el contexto de una celebración judía muy importante: la pascua. Marcos 14:12 nos dice: El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, cuando se acostumbraba sacrificar el cordero de la Pascua, los discípulos le preguntaron a Jesús: —¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas la Pascua?
De entrada, hay una celebración importante para el pueblo judío y hay de por medio, un sacrificio. Pascua implicaba que un cordero moriría. No había de otra. Alguien tenía que morir, el cordero de la Pascua.
Para entender a mayor profundidad esto de la Pascua y sus implicaciones para esa noche, necesitamos ir al Antiguo Testamento, al libro de Éxodo, donde encontramos la institución de la pascua.
Recordemos que el pueblo de Israel había sido esclavo de Egipto por cientos de años y Dios, acordándose de su pacto, al ver el sufrimiento de su pueblo, envió a Moisés y a Aarón, para ser los interlocutores con Faraón para que dejara libre a su pueblo.
A través de grandes señales y prodigios en forma de plagas, Dios doblegó el corazón duro de Faraón para dejarlos ir.
Esa última noche en Egipto, previo a su éxodo, el pueblo debía practicar una ceremonia que se llamó la Pascua para recordar por siempre, lo que Dios había hecho por su pueblo Israel.
Dice Éxodo 12:3-8, 3 Hablen con toda la comunidad de Israel, y díganles que el día décimo de este mes todos ustedes tomarán un cordero por familia, uno por cada casa. 4 Si alguna familia es demasiado pequeña para comerse un cordero entero, deberá compartirlo con sus vecinos más cercanos, teniendo en cuenta el número de personas que sean y las raciones de cordero que se necesiten, según lo que cada persona haya de comer. 5 El animal que se escoja puede ser un cordero o un cabrito de un año y sin defecto, 6 al que cuidarán hasta el catorce del mes, día en que la comunidad de Israel en pleno lo sacrificará al caer la noche. 7 Tomarán luego un poco de sangre y la untarán en los dos postes y en el dintel de la puerta de la casa donde coman el cordero. 8 Deberán comer la carne esa misma noche, asada al fuego y acompañada de hierbas amargas y pan sin levadura.
En ese momento histórico, el pueblo debía sacrificar a este cordero y marcar la puerta de cada casa con su sangre para que el ángel exterminador pasara de largo esa noche y no matara al primogénito de esa casa. La sangre de ese cordero fue derramada en lugar de la vida de los primogénitos. Ese cordero murió para que pudieran vivir.
A partir de ese momento, cada año debían practicar el sacrificio de ese cordero, aunque ya no iban a poner la sangre en las puertas, sí debían comerlo y acompañarlo con hierbas amargas y el pan sin levadura, para que recordaran por siempre que el Señor los había liberado de la esclavitud de Egipto y los había llevado a la tierra prometida. Cada año el pueblo de Dios debía recordar y conmemorar esta celebración.
Exodo 12:24-27 recalca la importancia de esta celebración:
24 »Obedezcan estas instrucciones. Será una ley perpetua para ustedes y para sus hijos. Cuando entren en la tierra que el SEÑOR ha prometido darles, ustedes seguirán celebrando esta ceremonia. Y cuando sus hijos les pregunten: “¿Qué significa para ustedes esta ceremonia?”, les responderán: “Este sacrificio es la Pascua del SEÑOR, que en Egipto pasó de largo por las casas israelitas. Hirió de muerte a los egipcios, pero a nuestras familias les salvó la vida”».
La Pascua era una celebración en la que moría alguien para que otros vivieran. Y debía recordarse perpetuamente y ser incluso, de enseñanza didáctica para los hijos, para que ellos aunque no estuvieron esa noche del hecho histórico, siempre pudieran saber y recordar que Dios pasó de largo o perdonó la vida de los condenados porque hubo alguien que murió por ellos y gracias a esto, fueron verdaderamente libres.
Ahora regresando a Marcos 14, vemos a Jesús, en el contexto de la Pascua, ya con todas las particularidades de la celebración cumplidas, establece una ceremonia que es también para que los cristianos sigamos perpetuando hasta que el Señor regrese en gloria. Jesús estableció su Cena, llamada también, la mesa o cena del Señor, para que nosotros también miremos el evangelio representado por medio de señales, sellos y símbolos y comamos por medio de la fe de ese cordero sacrificado por nosotros. Porque Jesús es el cordero pascual que murió en nuestro lugar.
Dice Marcos 14:22-24: Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos, diciéndoles:
—Tomen; esto es mi cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. —Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—.
Esa noche, habían cenado el cordero pascual, pero Jesús aquí les habla de la realidad a la que ese cordero de la pascua sacrificado apuntaba. Ahora no debemos pensar en un animalito que muere por alguien más, sino ahora debemos pensar en la realidad a la que apuntaba ese sacrificio. Ahora no era el cuerpo de un cordero el que era sacrificado, sino sería Jesús el cuerpo sacrificado. Ya no sería la sangre de un cordero la que haría que pasara de largo la muerte de los condenados, sino ahora sería la sangre de Cristo, el cordero de Dios, la que nos libra de la condenación eterna.
Con estas palabras Jesús estaba estableciendo una cena que sustituía a la Pascua. La pascua era una señal que apuntaba a Cristo, ahora la cena del Señor también apunta a la realidad y cumplimiento de la obra eterna del cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Esta cena es un símbolo, señal o sello que Cristo nos dejó para recordar o conmemorar lo que hizo por nosotros y comunicar los efectos espirituales que se desprenden de su obra.
A lo largo de la historia ha habido discusiones teológicas respecto al significado o sentido en el que Cristo pronunció estas palabras: “esto es mi cuerpo” o este pan es mi cuerpo. Algunos lo toman en sentido literal, asumiendo que en esta mesa está físicamente el cuerpo de Cristo. Pero nosotros sabemos que Jesús dijo esto en sentido figurado. Es decir, Jesús estaba diciendo: Este pan representa o es un símbolo de mi cuerpo.
El mismo Cristo habló en otras ocasiones de esta manera diciendo, “Yo soy el pan de vida, o yo soy la puerta, o yo soy el camino. Todos estos son ejemplos de que Jesús usaba cotidianamente el lenguaje figurado para hablar de realidades espirituales.
Además, de que se trata de un símbolo nos queda claro por la frase “haced esto en memoria de mí”. Estando presente en la escena en ese momento, hizo una distinción entre el pan y él mismo al decir que este pan serviría para que los discípulos lo recordasen. El pan es un símbolo que apunta hacia Cristo y sirve para conmemorar a Cristo.
Entonces, la cena que tenemos al frente es una cena de recuerdo, en un sentido, como lo fue la Pascua para los judíos. Jesús nos dejó su cena para que recordemos su obra, para que recordemos el evangelio.
Pero este recordatorio es muy distinto a todos los demás recordatorios. Cuando hacemos conmemoraciones generalmente pensamos en personas que ya no están con nosotros. Recordamos lo que hicieron, lo que dijeron, como nos trataron y cosas semejantes. Pero la Cena del Señor es una conmemoración diferente porque no estamos recordando a alguien que ya no existe, sino a una persona que vive y reina para siempre.
Y no sólo eso, sino que es en una conmemoración en la que el conmemorado está presente, no físicamente, pero sí espiritualmente. Él está presente espiritualmente por medio del Espíritu Santo en nuestros corazones. Y a través de este sacramento, el creyente tiene verdadera comunión espiritual con el Cristo Resucitado por medio del Espíritu Santo y nuestra alma es nutrida, alimentada y fortalecida por la gracia de Dios.
Así que en la mesa experimentamos la presencia real y espiritual de Jesús en nuestros corazones al conmemorar este sacramento del pacto de gracia.
Esta cena conmemora la obra de reconciliación con Dios realizada por el cordero de Dios, el cordero pascual, eterno que es Cristo.
¡Que hermosa es una reconciliación! Dos partes que estaban divididas o enemistadas, finalmente se unen y viven de nuevo en armonía. La Biblia nos habla de reconciliaciones famosas como la de Jacob y Esaú quienes después de años de estar separados, quizá odiándose o deseando venganza por las faltas del pasado, al final, se reencuentran, se perdonan, lloran y se abrazan. La reconciliación es algo maravilloso.
Pero no hay reconciliación más dramática que la de Dios con el ser humano. Esta mesa representa el costo que Dios asumió para reconciliar todas las cosas consigo mismo. Esta cena nos habla del sacrificio de reconciliación.
Esta mesa nos señala que Cristo se presentó una vez y para siempre como un sacrificio para quitar de en medio el pecado. Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos.
En esta cena está representado el cuerpo partido de Cristo y su sangre derramada como un sacrificio de reconciliación, cuando él se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Y a través de ese sacrificio, Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mismo al mundo. En esta cena se representa el drama de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, quien es nuestra reconciliación con el Padre. Tenemos representado el evangelio mismo.
Y en virtud de esa sangre derramada, representada por la copa del nuevo pacto, podemos ahora acercarnos, no como arrimados o advenedizos, no como huérfanos, sino como hijos. Ya no a recoger las migajas que caen de la mesa, sino con un lugar en la mesa como coherederos con Cristo.
Estas son las bendiciones de la reconciliación con Dios por medio de la gracia del Señor Jesucristo. ¡Qué maravillosa es la cena del Señor que podemos disfrutar hoy mismo!
Pero mis hermanos, tan especial como es esta cena, aún esta cena apunta a una realidad maravillosa que ocurrirá cuando el Señor regrese de nuevo.
El mismo lo reconoce en Marcos 14:25 donde dice: Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios.
Esa noche que comió esta cena con sus discípulos expresó su gozo de por fin tener ese tiempo especial con ellos. Tuvo este momento de intimidad con ellos que tanto anhelaba, según sus propias palabras, antes de enfrentarse a la recta final de su misión en la tierra.
Les dijo bien claro que no volvería a comer de esta cena sino hasta que el reino de Dios sea establecido en su plenitud en la tierra. Así que esta cena apunta al regocijo final que tendremos cuando Cristo coma de nuevo con su iglesia esta cena porque significará que el Reino de los cielos se ha establecido en su plenitud en la tierra.
Y cuando esto suceda, y cuando Él regrese, el regocijo será inefable, como nos indican atisbos de ese día que nos dejan entrever pasajes como Apocalipsis 19:6-9:
Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos que decía: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso Reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”.
Qué maravilloso día de regocijo, cuando por fin, el reino de Dios esté plenamente establecido en la tierra y Cristo Jesús, el Cordero de Dios, finalmente se una de manera plena y eterna con su esposa, la iglesia, en la cena de las bodas del cordero.
La cena apunta a esa realidad segura en nuestro futuro. Pablo nos recuerda que cada vez que comemos de este pan y bebemos esta copa, la muerte del Señor estamos anunciando hasta que él venga. Cada vez que participamos de la mesa, estamos anticipando, anhelando e incrementando nuestra esperanza en la llegada de ese día de regocijo cuando el Señor venga por segunda vez y el Reino de Dios se establezca final y plenamente en la tierra.
Esta noche al recordar la última noche de Jesús con sus discípulos hemos sido invitados a la cena más especial de todas: La cena del Señor.
Es una cena para que conmemoremos su obra y presencia. Es una cena de reconciliación, que nos muestra que hemos sido reconciliados con Dios por medio del Cordero pascual, del sacrificio de Cristo y que ahora somos parte de la familia de Dios y somos embajadores del Reino de los cielos. Es una cena de regocijo que apunta a la realidad inminente que un día comeremos con él en la venida del Reino.
Gózate por lo que Cristo ha hecho por ti. Gózate porque Jesús es el cordero pascual que murió en nuestro lugar.
No dejemos de Proclamar su obra de amor, anunciemos su muerte hasta que él venga y fortalezcámonos para vivir cada día para su gloria hasta el día que le veamos cara a cara y cenemos con él al ser llamados a la cena de las bodas del Cordero para vivir con él por los siglos de los siglos. Amén.