Creo que por haber crecido en un ambiente de médicos aprendí a no darle tanto énfasis a la enfermedades comunes y cotidianas. En la casa cuando tenías calentura, te daban el medicamento y te mandaban a acostarte. Allí pasabas el día y luego, ya te sentías mejor y seguías con la vida. No se movían ambulancias ni paramédicos, sólo te daban tu medicina y te mandaban a acostarte. Por eso, normalmente, una enfermedad común no suele ser el fin del mundo para mí.
Recuerdo, en especial una vez, que me enfermé del estómago. Sabía qué tomar, así que simplemente comencé a tomarlo. El problema continuó… entonces, sencillamente me acosté y tomé algunos remedios caseros que conozco. Seguía con mi mentalidad… es “un problema estomacal común, ya pasará”.
Para no hacerles largo el cuento, cuando ya había tenido más de 12 deposiciones fue que levanté el teléfono para pedir ayuda a los expertos. Acabé con un suero intravenoso y un antibiótico bastante fuerte para acabar con el mal.
Pensé que podía librármela yo sólo. Pensé que tenía los recursos suficientes para salir airoso de esta situación, pero no fue sino hasta que reconocí mi verdadera necesidad que pude recibir la ayuda que realmente requería y así tuvo solución mi problema.
Así somos, queremos salir adelante basándonos en nuestros propios recursos y medios. No nos gusta reconocer nuestra necesidad. Es nuestro orgullo que no nos deja recibir la ayuda que realmente necesitamos.
En nuestra relación con Dios las cosas son muy parecidas a esto. Y es precisamente esto que estaremos considerando en el encuentro con Cristo que tuvo un hombre de notable moralidad general, en este último sermón de nuestra serie: Encuentros con Cristo. Aunque durante el mes de abril seguiremos considerando el evangelio de Marcos. Así que es muy buena idea seguir leyendo todo el evangelio.
En este encuentro entre el joven rico y Cristo aquí en Marcos 10:17 al 27, estaremos aprendiendo que “Nuestra relación con Dios no se basa en lo que nosotros hacemos, sino en lo que él hace en nosotros”.
Así como con en las enfermedades y otros aspectos de la vida pensamos que nosotros sabemos más que los expertos, así también en nuestra relación con Dios, solemos querer basar nuestra relación con él en lo que nosotros hacemos, en nuestros esfuerzos y recursos. Y pensamos que esa es la clave para tener una relación eterna con Dios.
Ciertamente, la Biblia nos llama a la acción y a responder intencionalmente al evangelio. Es decir, hay mucho qué hacer de nuestra parte. Pero no nos confundamos. Lo que nosotros hacemos nunca podrá ser la base de nuestra relación con Dios, sino más bien, será el efecto o consecuencia de lo que Dios hace en nosotros para que tengamos una relación con él.
Hoy veremos que, si algo puede considerarse la base de nuestra relación con Dios, es precisamente lo que él hace en nosotros por medio de su Espíritu y Palabra.
El pasaje en Marcos 10, nos dice que un hombre llegó a toda prisa para hablar con Jesús (este relato está en tres de los cuatro evangelios). Este hombre es bastante peculiar: Era un hombre importante (según Lucas). Era joven (según Mateo). Y también nos enteramos en el mismo relato de que era muy rico.
Este hombre mostrando respeto ante Jesús, doblando la rodilla le dijo en Marcos 10:17 “—Maestro bueno —le preguntó—, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”
Piensa por un momento, si viene alguien importante, rico, te hace reverencia y te trata con respecto y además te dice “maestro bueno”, ¿Qué le responderías a tan buen mozo? Seguramente, le agradecerías el alago, haciéndole saber que tiene toda tu atención. Pero Jesús le dijo: v.18 “ —¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino solo Dios.
¿Qué respuesta es esta? ¿Está diciendo Jesús que él no tiene el atributo divino de la bondad? ¿Será que Jesús no es bueno en verdad? Por supuesto, que es bueno y efectivamente, sólo Dios puede ser llamado o considerado bueno en verdad, y Jesús es Dios.
En este encuentro, desde el principio, Jesús ya estaba dando una lección fundamental a este hombre. Este hombre tenía una idea equivocada de lo que es ser bueno. De hecho, como veremos más adelante, él se consideraba a sí mismo como bueno.
Pero Jesús, lo comienza a centrar desde el principio diciéndole: le estás tirando muy bajo con tu concepto de “bueno”, bueno sólo es Dios. ¿Eres tu igual a Dios?
Por el contexto, podemos entender que Jesús responde así porque conocía a fondo el problema de este joven. Este Joven quería relacionarse con Dios con base en lo que hacía, lo cual, de acuerdo con él, era suficiente para heredar la vida eterna. Estaba confiando en su “buen” desempeño.
Al preguntarle a Jesús ¿Qué haré para heredar la vida eterna? En el fondo, estaba pensando que ya casi estaba allí. Que ya la había hecho. Sólo quería una confirmación de este maestro bueno, como él.
Las palabras de Jesús le recuerdan que nunca podemos con nuestros esfuerzos llegar a ser buenos como Dios. Que nuestras obras no pueden ser la base y el fundamento de esa relación. Nadie es lo suficientemente bueno, obviamente, excepto Jesús.
No sé si te pasa algo parecido como a este joven. Yo tengo que reconocer que sí. Quizá sea nuestro caso, que nos sentimos como “buenas personas”. Pensamos, “no le hago mal a nadie, respeto las reglas, vengo a la iglesia, procuro a mi familia, soy responsable en el trabajo, trato de ser buen vecino, soy buen hijo, soy buen estudiante, mis amistades son sanas, no soy adicto a alguna substancia o al alcohol, no me voy de parranda, procuro ayudar a los necesitados…o sea, soy bueno”.
Con todo este paquete preconcebido, si nos fuéramos a acercar a Jesús a preguntarle, ¿Qué tengo que hacer para ser salvo, es decir, para tener una relación abundante y eterna con Dios? Pues como que esperaríamos que simplemente nos dé una palmadita en el hombro y nos diga, tú eres en un buen chico, no te preocupes, ya la hiciste, síguele así y eso es todo”.
Pues más o menos, esta era la actitud con la que este joven se acercó, quería la confirmación final por parte de este maestro bueno como él, de que su desempeño era suficiente para asegurar una relación abundante y eterna con Dios.
No obstante, vemos que, ya entrados en el tema, Jesús continúa diciendo en el versículo (v.19) Ya sabes los mandamientos: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”.
Esta lista que enuncia Jesús, forma parte de la lista de mandamientos conocida como los “10 mandamientos” que encontramos en el libro de Éxodo y también en Deuteronomio. De esos 10 mandamientos, los primeros tienen que ver directamente con nuestra relación con Dios y los últimos, con nuestra relación con el prójimo. El Nuevo Testamento, los resume con los dos más grandes mandamientos: Amar a Dios y Amar al prójimo.
Es interesante notar que aquí, Jesús, sólo menciona los últimos mandamientos de la lista. Es decir, los que tienen que ver con nuestras relaciones horizontales. Este detalle es algo intencional, no está ahí por casualidad.
El joven inmediatamente respondió (v.20) —Maestro —dijo el hombre—, todo eso lo he cumplido desde que era joven. Casi puedo imaginar a este hombre mientras Jesús hablaba diciendo, “la tengo, la tengo, la tengo”. Y con cada mandamiento aprobado su supuesta autosuficiencia y autojusticia se iban confirmando.
Me recuerda un poco una ocasión que estaban describiendo a la persona que sería la ganadora de un premio académico en mi escuela en la ceremonia de premiación. Con cada atributo mencionado por el que iba a entregar el premio, parecía que me estaba describiendo. Comencé, entonces, a prepararme en mi silla para levantarme y pasar a recibir mi premio y cuando ya estaba a punto de ponerme de pie, mencionó el nombre del galardonado y no era yo.
Así estaba este joven con cada mandamiento mencionado por Jesús. Su autojusticia y autosuficiencia le gritaban: Ya ganamos. Por eso responde con toda seguridad y triunfalismo: Todo esto lo he cumplido desde mi juventud…gracias, gracias, gracias.
Quizá te identificas con el joven de la historia. Quizá como yo, tuviste la bendición de conocer los mandamientos de Dios desde tu niñez y en términos generales has sido “un buen chico”. Quizá has vivido todo este tiempo pensando que tu relación con Dios depende de lo que haces, de tu desempeño, de tus logros espirituales. Que todo esto es lo que te sostiene en una relación con Dios. Si este es el caso necesitamos considerar lo que Jesús hace a continuación en la historia.
Dice la Biblia algo precioso, (v.21a): “Jesús lo miró con amor y añadió:” La mención de ese detalle es muy importante. Porque lo que le dijo Jesús a continuación no era lo que el joven quería escuchar, sino lo que necesitaba escuchar. Jesús conocía la verdadera necesidad de este corazón. ¡Qué precioso! Jesús le miró y le amó. Su mirada fue de amor al verlo ciego a su propia necesidad y las palabras que dijo, aunque fueran duras, eran palabras de amor porque le llevarían a recibir lo que realmente necesitaba.
Así son los encuentros con Cristo. Si pensabas que un encuentro con Cristo será como un viaje a Disney, donde todo es alegría y felicidad, pues estamos equivocados. A veces, el encuentro con Cristo resultará en lágrimas y quebranto, porque el Señor nos dirá no lo que queremos escuchar, sino lo que necesitamos escuchar. Benditas las lágrimas que son causadas en un encuentro con Cristo, son mil veces mejores que muchas risas sin Él.
Entonces, Jesús, finalmente, le da una estocada de amor directamente al corazón y le dijo: (21b) “—Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.”
¿Puedes imaginar la cara del joven? Fue un balde de agua fría. El que pensó que ya la tenía toda arreglada, se da cuenta que no tiene nada. Supuestamente había cumplido desde su juventud todos los mandamientos para las relaciones horizontales, pero se había olvidado de los mandamientos que tienen que ver con nuestra relación vertical.
Cuando Jesús le dice que venda todo lo que tiene, lo confronta con una realidad de su corazón. Los primeros mandamientos tienen que ver con la relación con Dios y en ponerlo por encima de todo. Y él, fue confrontado con la realidad de que había quebrantado esos mandamientos porque había puesto dioses ajenos delante de nuestro Dios. Jesús, en pocas palabras, movido por el amor, le estaba diciendo, tienes que renunciar a tu dios falso e idólatra, para caer en los brazos del único Dios verdadero.
v. 22 nos dice que se fue afligido y triste porque tenía muchas posesiones. Ahora bien, Jesús no está esperando que cada cristiano renuncie absolutamente a su patrimonio para seguirlo. Este era el problema específico de este joven que pensaba que su relación se basaba en su desempeño, pero que no se daba cuenta que había fallado el examen desde hacía mucho tiempo al haber puesto su situación económica como su dios. Se fue triste porque se dio cuenta que no podía sostener una relación con Dios por medio de su desempeño, que no podía abandonar a su dios, que no amaba tanto al Dios verdadero como para ponerlo por encima de todo. Se fue cabizbajo y decepcionado.
No sabemos si luego ocurrió algo con este joven. No sabemos si más adelante, esas palabras de amor que le dijo Jesús, hicieron mella en su corazón. Pero la pregunta importante para nosotros es esta…
Tu y yo, ¿Dónde estamos? ¿Qué estocada de amor nos daría Jesús para que nos demos cuenta que nuestra relación con Dios no se basa en lo que nosotros hacemos? Qué nuestra seguridad de su amor no puede estar fundamentada en nuestro desempeño. Que no hay nada que podamos hacer en nuestros méritos para que él nos reciba como sus hijos.
Para el joven rico, lo que le movió el tapete fue encontrar que no era bueno como pensaba porque no podía dejar a su ídolo. ¿Para ti y para mí? ¿Qué será aquello que amamos más que Dios? ¿Qué será aquello que le hemos atribuido características divinas para pensar que sin ello no podemos vivir? ¿Qué está ocupando el lugar de Dios en nuestras vidas?
Quizá una relación, una posición, un ministerio, una persona, un deseo, en fin, puede ser cualquier cosa. Pero esa es la pregunta con la que Jesús, en amor, nos confronta.
Jesús dijo algo para rematar el asunto: (v.23-25) “—¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios! Los discípulos se asombraron de sus palabras. —Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! —repitió Jesús—. Le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.
Cuando hay algo, como el dinero, que está ocupando el lugar de Dios en tu vida, resultará tan difícil que entiendas tu verdadera necesidad. Los ídolos de nuestros corazones nos hacen ciegos a la realidad. Muchas veces todos a nuestro alrededor se dan cuenta cómo estamos destruyendo nuestra vida por nuestro ídolo, pero a nosotros ni por un momento se nos ocurre.
Jesús enfatiza lo prácticamente imposible que un corazón idólatra pueda entrar en razón con la hipérbole del camello. Es importante aclarar que el “ojo de una aguja” no se refiere a la aguja con que cosiste tus calcetines rotos. Los ojos de las agujas eran pequeñas puertas muy bajitas que tenían las ciudades amuralladas. Un camello cargado no podía pasar por una de estas. Intentarlo era prácticamente imposible.
Los discípulos entendieron el mensaje. Razonaron, Si una persona “buena”, respetuosa, cumplidora parcialmente de la ley, y rico, no puede ser salvo entonces ¿quién podrá? Y es precisamente la pregunta lógica que le hicieron a Jesús: ellos preguntan a Jesús en el v.26: Los discípulos se asombraron aún más, y decían entre sí: «Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
¡Exacto! ¡Lotería! ¡Bingo! Nadie puede ser salvo basándose en su propio desempeño. Es exactamente el punto de partida. Entender que estás total y absolutamente necesitado, carente, desahuciado, desposeído, que es imposible que seas salvo o que tengas una relación con Dios basada en lo que tú haces.
Es cuando estamos en el fondo del pozo de la desesperanza y la desolación cuando entendemos las más grandes y maravillosas noticias que jamás hayas escuchado. En el versículo 27 Jesús nos anuncia las buenas noticias. —Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, pero no para Dios; de hecho, para Dios todo es posible. Estas son buenas noticias.
Donde el hombre no puede. Dios puede hacerlo. Él puede convertir a hijos de ira en hijos de Dios. El puede convertir el corazón de piedra en un corazón sensible a la Palabra de Dios. El puede hacer lo imposible. Estas son buenas noticias para ti y para mí. “Nuestra relación con Dios no se basa en lo que nosotros hacemos, sino en lo que él hace en nosotros”.
Y esto es precisamente lo que hizo Dios por nosotros. Estando separados de él, imposibilitados de una relación eterna y abundante con él, envió a Jesús para que en nuestro lugar cumpliera perfectamente la ley, no sólo unos cuántos mandamientos, sino todos, todo el tiempo. Y siendo el ser más bueno y santo que ha pisado la tierra, fue ofrecido como un sacrificio perfecto, santo y sin mancha para perdón de nuestros pecados. Él tomó nuestro lugar en la cruz y por su resurrección ha sido establecido como Rey de Reyes y Señor de Señores. Y toda aquel que reconoce su necesidad, se arrepiente de sus pecados y abraza por la fe a Jesucristo y su obra de redención, es recibido en el número de los salvados por gracia para la gloria de Dios.
Lo que es imposible para los hombres, sólo es posible para Dios. Y lo hizo a través de Jesucristo. Nuestra relación con Dios, entonces, no se basa en lo que nosotros hacemos, sino en lo que él hace en nosotros en Cristo Jesús.
Para ti que tienes años en la Iglesia. Estas son buenas noticias. Si has estado tratando de vivir a la altura de las expectativas de la ley y te has dado cuenta que no puedes. Tu relación no se basa en lo que haces, sino en lo que él ya hizo hace y hará en ti. De allá parte todo. Por eso puedes seguir caminando con él, siendo intencional en seguir sus pisadas porque la obra que ha comenzado en ti, la va a concluir porque él es fiel a sus promesas.
Para ti que empiezas o te interesa comenzar una relación con Dios, estas son buenas noticias. Puedes acercarte a Dios, así como estás, y el te convertirá en lo que el establecido que seas. Tu relación con él no se basa en lo que haces, sino en lo que él hace en ti y te transformará para ser lo que debes ser.
Es cuando reconocemos esto, que entendemos nuestra verdadera necesidad y venimos arrepentidos y totalmente necesitados a sus pies, que él nos toma y comienza a hacer una obra maravillosa en nosotros. Entonces, lo que haces ya no lo haces con tal de que te acepte, sino la buena conducta, las buenas actitudes, el cumplimiento de los mandamientos, se vuelve el efecto de la obra de Gracia de Dios en ti porque te ha aceptado en Cristo.
Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. Cristo nos ha mirado también con amor y nos ha dicho no lo que queríamos escuchar, sino lo que debíamos escuchar. Lo que sigue es reconocer nuestra necesidad de Cristo cada día y seguir a donde él nos guíe para la gloria de Dios.