Algunos de nosotros un día, hace poco o hace mucho, dijimos ante una pregunta expresa de que si aceptábamos, respondimos: “Sí acepto”. Ese día estábamos haciendo un pacto que originalmente es de por vida. Quizá ese día no entendíamos a qué nos estábamos metiendo, pero precisamente estábamos sellando un pacto y el resto de nuestra vida, debimos aprender a vivir en el pacto matrimonial.
Como vemos, los pactos son parte de nuestra vida, pero este mes en nuestra serie de sermones, “vida en el pacto”, estamos considerando un pacto único en su clase. Un pacto que no es entre meros seres humanos, sino es el pacto de Dios con su pueblo.
Como hemos dicho, uno de los temas que unifica todos los libros de la Biblia para formar una gran historia, es precisamente el pacto de Dios con su pueblo.
Cuando hablamos de pacto nos estamos refiriendo a la manera que tiene Dios de administrar su relación con el hombre. El pacto es el marco conceptual de nuestra relación con Dios; es decir, el Señor hace o deja de hacer cosas con base en lo que ha pactado. Entonces, podemos decir que el pacto es una relación solemne divinamente establecida entre Dios y los hombres. Toda relación que Dios ha sostenido con el ser humano se ha regido por medio del Pacto.
Hemos dicho también, que, aunque en la historia bíblica podamos observar muchas manifestaciones de pactos entre Dios y los hombres, no debemos confundirnos y pensar que se trata de pactos aislados, desconectados, separados o irrelevantes unos respecto a los demás.
Todo lo contrario, los pactos mencionados en la Biblia, por ejemplo, con Noé, con Abraham, con Moisés, con David y hasta el Nuevo Pacto, no son esencialmente cosas distintas, sino manifestaciones de uno y el mismo pacto.
Todas estas manifestaciones históricas y particulares del pacto se agrupan y conectan bajo una sola categoría que llamamos el Pacto de Gracia, que como su nombre lo dice, la gracia (el favor y bendición no merecida) es lo esencial. Dios, en su gracia, se acerca al ser humano. La Gracia es lo que lo caracteriza.
Entonces, aunque veamos varias menciones de pactos de Dios con personas en momentos específicos y épocas determinadas, se trata de una sola gran historia en diferentes fases de desarrollo. En pocas palabras, tenemos el pacto de gracia desde Génesis 3 hasta apocalipsis 22.
El pacto de gracia es lo que encontramos en el desarrollo de básicamente toda la historia bíblica. Al hablar del pacto, aunque hay muchas manifestaciones particulares del mismo en diversas épocas y diversos personajes, hay una conexión básica en todos porque son uno y el mismo pacto de gracia que apunta a Jesucristo, como el cumplimiento del nuevo y mejor pacto en el que vivimos y somos.
Ahora bien, como ya hemos visto, el que inicia y sostiene este pacto es Dios mismo. Él es el Dios de pacto que ha tenido la iniciativa de relacionarse con el ser humano estableciendo soberanamente los términos de esta relación a través del pacto.
Pero vemos, que en el pacto hay otra parte y somos los seres humanos. Nosotros somos los súbditos del pacto. Y esta dimensión del pacto es la que queremos explorar este día.
¿Quiénes son los súbditos del pacto? ¿Qué características tienen? ¿Qué implica para ellos estar en el pacto?
Cuando observamos la Escritura, notamos que, a lo largo y ancho del desarrollo histórico del pacto de gracia, los súbditos del pacto son llamados, primeramente, por decisión soberana y de gracia por parte de Dios. Así lo hizo con Noé, con Abraham, con Moisés y con David, y en el Nuevo Pacto, el derroche de su gracia se muestra y cumple en Jesucristo, quien habito entre nosotros lleno de gracia y de verdad, como dice Juan.
Recordemos, por ejemplo, que, en tiempos de Noé, toda la humanidad fue destruida, excepto Noé, quien halló gracia delante del Señor, Abraham fue llamado del paganismo para servir a Dios y le fueron dadas promesas impresionantes por gracia. Moisés, fue un fugitivo que se estaba escondiendo de la justicia egipcia y es llamado por gracia para ser el libertador de Israel. David, era el más insignificante de su familia, sin embargo, Dios lo escogió por gracia para ser el rey de su pueblo. En el Nuevo Pacto, todos llegamos a él, por la gracia demostrada y sellada en Jesucristo. Ninguno de nosotros merece estar en él, es por gracia. Por algo se llama el pacto de gracia.
Entonces, vemos que los súbditos del pacto, llegan a él, por gracia. Esta pauta está presente en todos y cada una de las manifestaciones históricas del desarrollo del pacto de gracia.
Ahora bien, hay algo más que observar de los súbditos del pacto. Y esto es que no sólo los adultos que pactan son tomados en cuenta en el pacto, sino también sus descendientes, sus hijos y los hijos de sus hijos. Ellos también son herederos de las bendiciones y promesas del pacto. También de los compromisos y expectativas del mismo.
Esta pauta la vemos a lo largo y ancho del desarrollo del pacto de gracia. Veamos breve y rápidamente ejemplos de esto que estamos mencionando.
Por ejemplo, en el pacto con Noé, el Señor dice en Génesis 9:8-10, Dios les habló otra vez a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Yo establezco mi pacto con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes […] Este es mi pacto con ustedes: Nunca más serán exterminados los seres humanos por un diluvio; nunca más habrá un diluvio que destruya la tierra».
El pacto no sólo fue con Noé. Sino también con sus hijos y aún más, incluso con los descendientes de todos ellos.
Lo mismo ocurre en el pacto de Dios con Abraham. Dios le dice a Abraham en Génesis 17:7-8, Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes. A ti y a tu descendencia les daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán, donde ahora andan peregrinando. Y yo seré su Dios.
Soberanamente y por gracia, Dios estableció su pacto con Abraham, pero siempre la descendencia está incluida desde el inicio.
Y qué podemos decir de Moisés, con Moisés quedan muy puntuales y protocolizadas legalmente las estipulaciones del pacto, y en toda la ley, se implica que las expectativas del pacto no son sólo para los que pactaron originalmente, sino también para los descendientes.
Por ejemplo, en Deuteronomio 6:1-2, nos dice, »Estos son los mandamientos, preceptos y normas que el SEÑOR tu Dios mandó que yo te enseñara, para que los pongas en práctica en la tierra de la que vas a tomar posesión, para que durante toda tu vida tú y tus hijos y tus nietos honren al SEÑOR tu Dios cumpliendo todos los preceptos y mandamientos que te doy, y para que disfrutes de larga vida.
Los descendientes estaban incluidos en las estipulaciones, bendiciones y expectativas del pacto.
También miramos esto mismo en el pacto de Dios con David. La promesa pactual de Dios para David, incluía que sus descendientes ocuparían el trono del pueblo de Dios. Como se reconoce en 2 Crónicas 13:5, en una declaración en forma de pregunta, ¿No saben que el Señor, Dios de Israel, concedió para siempre el reino de Israel a David y a sus descendientes mediante un pacto inalterable?
¿Y en el Nuevo Pacto, que es el cumplimiento y aterrizaje de todo este viaje? ¿En el pacto del cual Jesucristo es el mediador, los descendientes de los creyentes ya no están incluidos?
Como hemos visto, la pauta desde tiempos inmemoriales es que los descendientes están incluidos, entonces si hubiera un cambio radical en el nuevo pacto pues se requeriría un frenón en seco, como pasó con la circuncisión como sello del pacto. Pero en el Nuevo Testamento, encontramos que en el nuevo pacto los descendientes aún están incluidos, como podemos ver en Hechos 2:38-39: —Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo. En efecto, la promesa es para ustedes, para sus hijos y para todos los extranjeros, es decir, para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar.
Los hijos de los creyentes están incluidos en las promesas del pacto. Es decir, no son ajenos a ellas. Son considerados como hijos del pacto, con todo lo que esto implique.
Ya hemos recalcado, que cuando decimos todo esto, no estamos implicando que los hijos de creyentes son automáticamente salvos, sino que están dentro de este marco relacional con Dios que se llama pacto dentro del cual tienen grandes ventajas y bendiciones que no tienen los que están fuera del pacto. Estar en el pacto no es lo mismo que ser salvo. No todos los que están en el pacto son salvos, pero sí todos los salvos por gracia, están en pacto con Dios.
El punto aquí que estamos resaltando en todo esto, es que los súbditos del pacto, tanto los adultos como sus descendientes, están en una relación soberana y divinamente establecida por Dios, por pura gracia, que es de suma importancia y definitoria en sus vidas.
La vida de los súbditos del pacto se ve afectada completamente por el hecho de estar en el pacto con Dios. Para profundizar esta idea me gustaría que consideremos juntos dos pasajes simultáneamente, un pasaje en Deuteronomio 7:6-11 y otro en 1 Pedro 2:9-12.
El pasaje de Deuteronomio se encuentra enmarcado en la fase del pacto de gracia correspondiente al pacto de Dios con su pueblo a través de Moisés. Y el pasaje de 1 Pedro se encuentra enmarcado en la fase del pacto de gracia correspondiente al Nuevo Pacto.
En ambos pasajes encontraremos básicamente los mismos efectos que reciben los participantes del pacto por el hecho de ser súbditos del pacto de gracia.
En estos pasajes, encontraremos, por lo menos tres efectos del pacto en la vida de los súbditos del mismo.
En primer lugar, el pacto provee a sus súbditos una identidad.
Deuteronomio 7:6 dice, Porque para el SEÑOR tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.
De entrada, se establece que los súbditos del pacto tienen un estatus o posición especial. Son llamados pueblo santo, es decir, pueblo apartado o separado para Dios. Los súbditos del pacto han sido apartados del mundo para ser de Dios, separados del pecado de los pueblos que están fuera del pacto para glorificar a Dios, escogidos de entre la humanidad caída para conformar una nueva humanidad en el pacto.
Los súbditos del pacto son posesión exclusiva de Dios de entre los pueblos de la tierra. ¿Te das cuenta? Hay una identidad exclusiva y sin comparación de este pueblo conformado por los súbditos del pacto. “Dios nos eligió…para…” Es decir, estos actos de gracia de Dios, sacaron a sus súbditos de lo que eran antes para ser algo distinto, para ser un pueblo santo, pueblo elegido, posesión exclusiva.
Al leer el Antiguo Testamento y leer todos los mandamientos en la ley de Moisés y todas las regulaciones, debemos tener esto en cuenta. Todas estas estipulaciones del pacto estaban allá para remarcar que los súbditos del pacto forman parte de un pueblo peculiar, distinto, apartado para Dios. Un pueblo que ha de distinguirse de todas las demás personas de la tierra que no están en el pacto. Este pueblo tiene una identidad diferente.
Pedro, ya en el Nuevo Pacto, remarca esta misma identidad de los súbditos del pacto al decir en 1 Pedro 2:9-10, Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios.
Comienza con la palabra “Pero”, haciendo un contraste entre un grupo de personas y su audiencia original. ¿En qué contrastan? Pues yendo al contexto inmediato anterior vemos lo siguiente. Las personas con las que contrasta a su audiencia han rechazado creer en Jesús, han desechado a Cristo y en su incredulidad han tropezado con la Piedra Angular, que es Jesús, para su propia condenación.
Pero…los que se acercan a Cristo, los que entran al nuevo pacto, se vuelven también piedras vivas de un edificio que Dios está construyendo cuya piedra Angular es Cristo mismo.
Los que se acercan a Cristo llegan a ser un sacerdocio santo y ofrece sacrificios espirituales. Todo esto es lenguaje del Antiguo Testamento. Es lenguaje del templo y del sacerdocio. Y si algo caracterizaba al templo y al sacerdocio era el atributo de “santo” o apartado o separado para Dios. Entonces Pedro está aclarando a su audiencia y a nosotros, la característica tan especial que tienen los creyentes en Cristo como el nuevo edificio y sacerdocio santos que Dios está forjando en Cristo.
Así llega al versículo 9 y siguiendo con el lenguaje del Antiguo Testamento le da una serie de títulos a la iglesia que hablan de su santidad. Dice: Ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios.
Se describe la identidad de los súbditos del pacto en Jesucristo, de aquellos que están fundados en la Piedra Angular, que son piedras vivas constituyendo un templo y un sacerdocio santo. Nuestra identidad, mis hermanos, no la proveen los movimientos sociales, las ideologías humanas contemporáneas, las tendencias culturales, el último grito de la moda, los medios de comunicación ni las redes sociales (jóvenes), sino nuestra identidad viene de Dios en Cristo.
Todos estos títulos de identidad nos hablan de la santidad de los súbditos del pacto. Somos linaje escogido. Una familia que ha sido apartada de entre las familias de la tierra para ser de Dios. Somos real sacerdocio. Somos ese sacerdocio santo de Dios que sirve y ministra en su presencia a todas las naciones. Somos nación santa, una nación separada de entre los pueblos de la tierra para ser y vivir para Dios. Somos pueblo que le pertenece. Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino somos de y para Dios.
Todos estos títulos nos comunican la identidad de los súbditos del pacto. No son cualquier grupo de personas, sino Dios los ha hecho su pueblo, su nación, su sacerdocio, su linaje, su posesión especial.
Pero el pacto afecta en algo más a los súbditos. En segundo lugar, el pacto provee a sus súbditos una historia de gracia con Dios.
Dice Deuteronomio 7:7-8, »El SEÑOR se encariñó contigo y te eligió, aunque no eras el pueblo más numeroso, sino el más insignificante de todos. Lo hizo porque te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó de la esclavitud con gran despliegue de fuerza.
El pacto ha sido establecido, sostenido y cumplido por Dios por pura gracia. No es por algo en nosotros, por algún mérito personal, por alguna característica destacable en particular, sino de principio a fin, siempre ha sido porque Dios amó y eligió por gracia. Es decir, sin que alguien lo haya merecido jamás.
No hay nada de qué presumir, jactarse o gloriarse. Lo único que resalta es el amor y la fidelidad de Dios. El pacto es una historia de amor y gracia con Dios.
El apóstol Pedro lo pone en estas palabras en 1 Pedro 2:10, Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido.
El pacto nos provee una historia de gracia con Dios. Antes no teníamos historia con Dios, pero por su gracia, ahora somos el pueblo del pacto. Tenemos una historia de gracia qué celebrar.
Los súbditos del pacto no estamos en él por mérito propio, sino por la misericordia de Dios. Si estamos en el pacto con Cristo es porque Dios tuvo misericordia de cada uno de nosotros.
A la familia de mi esposa le gusta mucho los gatos. Desde que era novio de Delia han tenido gato en la casa, y en particular, hembras. Una gata muy hermosa que tenían tuvo crías en una ocasión, pero de todas, una gatita, nació un tanto deforme. Esa gatita era despreciable a la vista, tenía la cabeza enorme, más grande que el resto de su cuerpo. De hecho, no podía moverse porque la cabeza le pesaba demasiado. Su madre la despreció y no la alimentaba, los hermanos que eran más fuertes, le ganaban a la hora de comer, así que este pobre animal estaba destinado a una muerte segura.
Recuerdo que mi suegra tuvo compasión y se hizo cargo de ella para ver si la podía salvar. Con una jeringa le daba leche y con su dedo le frotaba el estómago para sacarle su gas. Y así entre cuidados y cuidados el tiempo fue pasando y al final, ustedes no podrían creer que la única gata que se quedó en casa de esa camada, que esa hermosa gata con la cola tan esponjada y con ese pelaje tan hermoso, era precisamente esa gata que de pequeña era tan fea, despreciable y condenada a la muerte segura.
Si esto es lo que hace la compasión, el amor, en un animal, imagínate lo que hace la gracia de Dios en la vida y destino de una persona. Dios por su libre gracia, desde antes de la fundación del mundo, nos vio condenados, despreciables, aborrecibles, pero fue movido a misericordia, y nos eligió para que no enfrentáramos su justo juicio, sino recibiéramos la grandiosa bendición de ser sus hijos para estar con él para siempre. Y por su gracia, nos ha incluido en su pacto, como trofeos de su gracia, y nos ha dado el privilegio de ser linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por él.
El pacto provee a los súbditos una nueva identidad, una historia de gracia con Dios, pero también el pacto, en tercer lugar, provee a los súbditos una nueva manera de vivir.
Deuteronomio 7:9-11 dice, »Reconoce, por tanto, que el SEÑOR tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel, que cumple su pacto generación tras generación, y muestra su fiel amor a quienes lo aman y obedecen sus mandamientos, pero que destruye a quienes lo odian y no se tarda en darles su merecido. Por eso debes obedecer los mandamientos, los preceptos y las normas que hoy te mando que cumplas.
La vida en el pacto implica una forma distinta de vivir. Una manera de vivir caracterizada de acuerdo con los preceptos y normas del Dios del pacto. El pacto establece estipulaciones por los cuáles los súbditos deben regir sus vidas.
¿Cómo no confiar en la sabiduría de nuestro Dios del pacto en sus preceptos y normas? Si es el único Dios verdadero, es el Dios fiel, y muestra su gran amor para con su pueblo, y esto es de generación en generación.
Pero notemos que en respuesta a ese amor del Dios fiel, los súbditos responden con una vida de obediencia al Señor del pacto. Esa es la manera más congruente de responder al pacto de gracia. La obediencia es el fruto de la obra de la gracia de Dios en nuestras vidas.
El apóstol Pedro lo pone de esta manera en 1 Pedro 2:11-12, Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo, que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida. Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación.
Pedro se refiere a los creyentes como extranjeros y peregrinos, personas que no pertenecen al lugar donde viven, cuya nacionalidad, identidad, historia y estilo de vida no corresponde al lugar donde viven. Nuevamente, esta es una alusión más al hecho de ser un pueblo del pacto viviendo aún en un mundo que no encaja con nosotros. Y describe cómo vivimos como pueblo del pacto en este mundo.
Dos cosas importantes. Primero, nuestro estilo de vida consiste en abstenernos de los deseos pecaminosos que combaten contra el alma. Lo primero, entonces, es aprender a decir no a aquellas cosas que ofenden a Dios, aprender a evitar aquellas cosas que pervierten nuestra alma, aquellas cosas que nos alejan de nuestro amor y confianza a Dios.
Nuestro estilo de vida de santidad consiste, primeramente, en abstenerse de aquellas cosas que ofenden a Dios y nos perjudican para crecer en la fe aunque sigamos viviendo en un mundo que se caracteriza por ofender y vivir en contra de Dios.
Pero nuestro estilo de vida de santidad no sólo consiste en decir, no a esto y no a aquello. Sino también consiste, en segundo lugar, en decir “sí” a todo aquello que glorifica y anuncia las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Dice Pedro que mantengamos una conducta ejemplar, es decir que estemos llenos de acciones y palabras que reflejen la ética del Reino de Dios. Que nuestras acciones y palabras digan quien es nuestro Rey, para quien vivimos y de quién somos. De tal forma que Dios sea más famoso, más renombrado, más buscado y más adorado.
Como vemos, si estamos en el pacto de gracia, si somos parte del pueblo del pacto, estamos conectados con los santos del pasado, desde tiempos bíblicos. Somos súbditos del pacto hoy, y no sólo nosotros sino también nuestros descendientes. Somos bendecidos con todos estos privilegios.
Si nuestros descendientes están incluidos, entonces, debemos ser muy intencionales en guiar a las nuevas generaciones en la vida en el pacto. Que entiendan como nosotros que en el pacto tenemos una identidad, una historia de gracia y una manera de vivir, que es distinta a los que no están en el pacto.
Padres, seamos intencionales en modelar la vida del pacto a nuestros hijos. Entendamos de una vez, que los primeros responsables de perpetuar el pacto en la siguiente generación es nuestra como padres. La comunidad del pacto, la iglesia, nos ayuda, pero los responsables primarios de perpetuar el pacto somos nosotros. Dios nos ha dado esta grande y bella responsabilidad. Esto es un llamado a ser discipuladores de nuestros hijos. No sólo proveedores o cuidadores, sino discipuladores, para establecerlos en la vida en el pacto.
Como súbditos del pacto, entendamos que esto de la relación de pacto con Dios, no es un asunto meramente individual, sino implica una comunidad, un pueblo, una hermandad, un colectivo en el cual vivimos como súbditos del pacto. Crecemos en nuestra relación con Dios en la vida del pacto a medida que nos vamos conectando cada vez más con la comunidad del pacto.
Por lo tanto, no te alejes de la gente del pacto. Requerimos a nuestros hermanos para seguir afianzando nuestra identidad, historia y estilo de vida en el pacto. Necesitamos a nuestros hermanos para fortalecer nuestra visión de la vida como súbditos del pacto en un mundo contrario y confuso.
No dejes de estar conectado con tu iglesia a través de la adoración en comunidad y en los grupos pequeños. Si aún no estás, te animo a que te acerques al módulo de Grupos pequeños para dar estos pasos de conexión.
Más que nunca en esta comunidad del pacto necesitamos súbditos del rey que se comprometan a invertir sus vidas en otros para que sigan creciendo en relación de pacto con Dios. Tú que hace tiempo que estás en el pacto, sin duda podrás encontrar a tu alrededor a tantas personas aquí mismo que necesitan ser animadas, enseñadas y formadas como discípulos del Señor del pacto. Pregúntate a quién puedo ayudar a dar su siguiente paso en su relación con el Señor del pacto. Por eso, cambiemos nuestra mentalidad de recibir a una mentalidad de dar. Ya es tiempo de dar de lo mucho que hemos recibido, en términos de invertir nuestras vidas en alguien más para que esa persona siga avanzando en su relación en el pacto.
Podríamos seguir hablando de esto del pacto, pero baste lo dicho para repensar nuestra vida y relación con Dios en términos de una categoría que va más allá del individualismo y separatismo que son tan característicos en la cultura del mundo.
Somos pueblo, somos súbditos del pacto del gran Dios de gracia, que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable para ser un pueblo con una identidad, historia y estilo de vida para la gloria de Dios.