En este último año, por la gracia del Señor, hemos atestiguado, como comunidad, la llegada de más de 8 bebés a las familias de la iglesia y aún hay más en espera. ¡Cuántos adultos jóvenes se están estrenando como padres y otros, ya no tan jóvenes, como abuelos! ¡Qué gran bendición!
Generalmente, el nacimiento de un bebé en una familia es motivo de alegría y gozo. Pero cuando es un bebé muy deseado, un bebé que ha venido después de muchas dificultades, en las que la familia ha tenido que desgastarse en estudios, intentos, lágrimas y frustraciones, el gozo de su llegada es indescriptible.
Mi esposa y yo, podemos dar testimonio de esto, pues después de haber perdido dos bebés después de nuestro primogénito, tuvimos la bendición de la llegada, finalmente, de nuestra hija.
Los nacimientos son eventos que dejan una historia que contar. Y creo que todos los que hemos tenido la bendición y privilegio de ser padres, tíos o abuelos podríamos pasar un buen rato relatando la historia del nacimiento de los bebés en nuestra familia y el gozo de su llegada.
Este mes, sin embargo, en nuestra nueva serie de sermones, estaremos hablando de la historia de un nacimiento que no tiene comparación. Fue un nacimiento que llevó siglos en llegar finalmente y no sin muchas complicaciones y aventuras en el proceso.
Si bien hubiera podido pasar como cualquier otro nacimiento de un bebé en la tierra, no obstante, éste, fue un nacimiento excepcional desde todos los puntos de vista y su efecto en la historia del mundo y nuestras vidas, tiene repercusiones eternas.
Entramos al mes en que, tristemente, la cultura alrededor, ha arrancado las celebraciones de sus raíces del evangelio y ha sustituido la razón de la celebración con todo tipo de mensajes ajenos a la centralidad de este nacimiento del que hablaremos todo este mes.
Con tristeza vemos que, Navidad, puede significar para muchos, simplemente, carreras por comprar regalos, adornos decorativos, mucha comida, visitas de familia, días inhábiles y contar una historia de ficción para que los niños, supuestamente, pasen una navidad muy agradable. Como si la historia verdadera de la navidad no fuera más que suficiente.
Por eso, se hace muy pertinente hablar de la historia de este nacimiento, de recobrar el sentido de la celebración. Después de todo, Navidad, toma su nombre de la palabra Natividad o nacimiento, porque se trata del nacimiento de Jesucristo, nuestro rey y Señor.
Así que hermanos, contemos la historia de un nacimiento, dejemos a un lado, cualquier otra historia alternativa y ficticia que nos cuente el mundo, y contemos, celebremos y vivamos la verdadera historia de la natividad, de la navidad, del nacimiento de nuestro Señor.
Por eso hoy iniciamos hablando de este nacimiento prometido y que fue esperado por siglos hasta su cumplimiento en el nacimiento de Jesús, cuya historia celebramos.
Como toda historia, tenemos que comenzar con el principio. ¿Y cuál es el principio? Tenemos que ir a libro del Génesis para entender mejor, la importancia sin igual del nacimiento de Jesucristo.
La Biblia dice: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra”. La historia comienza en el libro de Génesis con Dios creando los cielos y la tierra. Curiosamente, la historia también termina con la visión de Juan en Apocalipsis, el último libro de la Biblia, donde dice: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. Dios, el cielo y la tierra al principio y Dios, el cielo y la tierra al final.
En el principio Dios creó todo lo que existe, lo que se ve y también lo que no se puede ver, y según su propia evaluación, vio que todo lo que había hecho, era bueno en gran manera. En esta creación ordenada y armoniosa, plantó un jardín en la región de Edén.
Génesis 2:8-9 dice: Dios el SEÑOR plantó un jardín al oriente del Edén, y allí puso al hombre que había formado. Dios el SEÑOR hizo que creciera toda clase de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos y apetecibles. En medio del jardín hizo crecer el árbol de la vida y también el árbol del conocimiento del bien y del mal.
La historia de este nacimiento comienza en un jardín. En este jardín Dios puso a su vice regente, a su imagen, al ser humano para que a través de su trabajo extendiera los confines de ese Edén hasta cubrir toda la tierra. Y a través de la multiplicación, llegara a llenar toda la tierra con su imagen para que todos supieran quién era el Rey.
El Proyecto que Dios tenía desde entonces era establecer su Reino en la tierra a través de la agencia de su imagen, el ser humano. Adán y su descendencia debían preparar la tierra a través de su trabajo al punto de dejarla lista para que el cielo y la tierra fueran lo mismo al establecer Dios su reino en toda la tierra. Entonces, Dios habitaría permanente y eternamente con el hombre en la tierra.
Este fue y es el proyecto de Dios desde el principio, que a través de la agencia de Su imagen, su reino fuera establecido en toda la tierra. Este es un tema que vemos recurrente a lo largo de la historia bíblica: Dios habitando con los hombres para siempre en la tierra. De hecho, aún hoy lo repetimos cuando oramos el Padre nuestro: Venga tu reino, hágase tu voluntad, así como en el cielo así también en la tierra. Lo que estamos orando es que finalmente el cielo y la tierra sean lo mismo.
El primer ser humano, el primer Adán, fue el responsable de echar a andar este proyecto.
Génesis 2:15-17: Dios el SEÑOR tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara, y le dio este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás».
El papel de Adán era extender los límites del jardín para que ocupara toda la tierra basándose en la obediencia total y absoluta al dueño y amo de toda la tierra.
Debía confiar y obedecer la instrucción de aquel que lo había creado y lo había puesto como su imagen para extender su reino en toda la tierra.
Pero como sabemos, y nos relata Génesis capítulo 3, este primer Adán, fracasó. No permaneció en la obediencia requerida, al ser instado por el diablo, o la serpiente. Cuando él cayó en pecado, todos caímos.
Génesis 3:6-8 nos dice: La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera. Cuando el día comenzó a refrescar, el hombre y la mujer oyeron que Dios el SEÑOR andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera.
Aquellos que caminaban con Dios en una armoniosa relación con todo lo que les rodeaba, por primera vez experimentaron la cruda realidad de su condición caída, tuvieron por primera vez, vergüenza de verse expuestos, experimentaron la culpa real por sus malas acciones y tuvieron pavor de ser vistos por Dios. Por primera vez, pensaron que lo mejor era estar, supuestamente, alejados y escondidos de Dios.
Aunque esta experiencia que, a partir de entonces, es muy común para nosotros, para ellos era la primera vez que enfrentaban la cruda realidad de estar en un mundo caído en pecado.
El pecado trajo consecuencias devastadoras para toda la humanidad. Nuestro mismo propósito de existir fue desvirtuado. La vida y las relaciones fueron alteradas. Los seres humanos y todas las cosas quedamos en necesidad de ser redimidos de la maldición en la que caímos.
¡Qué triste escena de nuestra historia! La belleza y perfección de la creación narrada en los capítulos 1 y 2 de Génesis, ahora se ven en ruinas y destrucción porque el que, supuestamente, debía representar a Dios como su imagen en la creación llevando adelante el proyecto del reino en la tierra, había fracasado crasamente.
Casi casi, podríamos poner, como fondo musical, la Marcha fúnebre de Chopin. Tan, tan tan…
Pero Dios no iba a dejar inconcluso o frustrado su proyecto. En ese mismo momento estableció el anuncio de un segundo Adán, de un descendiente de la mujer, que habría de acabar de una vez por todas con la influencia de la serpiente mentirosa.
Este era el anuncio de un nacimiento. Sí... apenas habiendo quedado en ruina la humanidad, nuestro Dios hace una promesa de gracia. Nos promete un nacimiento.
Génesis 3:15 dice: Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón.»
Este versículo es considerado o llamado el “protoevangelio” (primer evangelio), porque podemos decir que es el primer anuncio de las buenas noticias. Cuando todo parecía perdido, cuando todo parecía arruinado, viene este pequeño, pero impactante anuncio, que vendría de la descendencia de la mujer alguien que pondría fin para siempre a la influencia y poder de la serpiente.
Dice, su simiente te aplastará la cabeza. La manera de aniquilar a una serpiente es, precisamente, dándole en la cabeza. Ese es el anuncio profético de un Adán, de un ser humano, descendiente de la mujer, que habría de aplastar la cabeza del maligno.
Pero esta acción no iba ser sin complicaciones. El mismo anuncio dice que la serpiente hará todo de su parte para impedirlo. Que iba a infligir dolor sobre este postrer Adán. Que iba a morder su talón. No una herida definitiva, pero sí una herida seria, al final de cuentas.
Como vemos, desde el principio Dios tiene el proyecto de que el cielo y la tierra se unieran a través de la agencia de Su imagen, el Adán. Pero el primer encargado de que esto se pusiera en curso, el primer Adán, fracasó y todos sus descendientes, fracasamos, por consiguiente.
Pero desde el principio de nuestra historia, hubo esta maravillosa promesa y anuncio de redención. Un anuncio de que vendría otro Adán, que no fracasaría, sino que sería certero en cumplir su cometido y establecer finalmente el reino de Dios en la tierra.
¿Quién es este postrer o segundo Adán del que estamos hablando? ¿Quién es este de quien nos habla el protoevangelio? ¿El nacimiento de quién se prometió desde esta historia en los comienzos de la humanidad?
Los evangelios dan testimonio del cumplimiento de este nacimiento prometido, pero hoy abordaremos otro pasaje para comprobarlo. Lo veremos en la epístola a los Gálatas.
Gálatas 4:4-5 dice: Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.
Este Adán anunciado en el protoevangelio es Jesucristo. Desde Génesis 3, se nos prometió el nacimiento de Jesucristo.
Como dice el versículo en Gálatas, cuando se cumplió el plazo establecido por Dios, cuando en el desarrollo de la historia de la Redención de Dios estaba previsto, cuando llegó el momento propicio, Dios envió a su hijo. ¡Qué maravilloso! Todo tiene su plazo, todo tiene su tiempo.
Este nacimiento no vino inmediatamente, pasaron siglos y siglos, y toda la historia bíblica da testimonio de ese recorrido de fe y de espera, en que el pueblo de Dios esperaba a este bebé prometido.
Cuando llegó el tiempo de que este Adán prometido llegara para poner fin al gobierno de la serpiente, para destruir sus obras, para redimir a la humanidad caída y establecer finalmente el Reino de Dios en la tierra, Dios lo envió. El Hijo de Dios fue enviado para dar el golpe final en la cabeza a la serpiente.
Este enviado de Dios tenía que ser descendiente de la mujer. Por eso Gálatas nos aclara que en verdad nació de una mujer (“Nacido de Mujer”). Es decir, debía ser un ser humano, como también lo fue el primer Adán.
Este enviado de Dios debía estar en las mismas condiciones en las que falló el primer Adán, y así fue, Jesucristo estaba bajo la ley, no estaba por encima de la ley, sino sujeto a ella y vino a cumplirla totalmente. Jesús mismo dijo: No he venido a abrogar la ley, sino a cumplirla.
Este enviado de Dios vino a rescatar a los descendientes de Adán que estaban cautivos bajo el yugo de la serpiente. Vino para que pudieran ser adoptados como hijos de Dios.
Pero ese rescate no iba a ser cosa fácil. Como estaba profetizado, la serpiente lo heriría en el talón, iba a infligirle sufrimiento. Y así fue, este Hijo de Dios, nacido de mujer, nacido bajo la ley, llevó a cuestas una cruz que no merecía, fue crucificado como el peor de los pecadores, murió y fue sepultado, aparentemente vencido por la serpiente.
Pero al tercer día resucitó de entre los muertos, venciendo la muerte y habiendo sido establecido como el Rey de Reyes y Señor de Señores, y ante quien toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para Gloria de Dios, Padre.
Desde el principio se dio la promesa de este nacimiento, que luego vemos cumplido y realizado en la vida, obra y persona de Jesucristo. Somos privilegiados. Porque esta historia, tiene un final feliz, y lo conocemos, gracias a que un bebé prometido, nació.
Un final donde los cautivos son rescatados, donde el protagonista, aunque muere, vuelve a vivir para siempre con su pueblo, donde los que no eran hijos son considerados ahora hijos del buen padre celestial, y coherederos con Cristo.
Así comienza la historia de un nacimiento, de un nacimiento prometido. Celebramos su nacimiento, pero sabemos ahora que ya está sentado en su trono a la diestra de Dios el Padre. El Reina y está con su pueblo para siempre.
A la luz de esta verdad de la Escritura sobre el nacimiento prometido de Jesucristo desde tiempos remotos de la humanidad, ¿qué debemos hacer y cómo debemos responder?
Primero, celebremos la verdadera historia de la navidad. La historia de la encarnación de Jesucristo es por demás, apasionante. Tiene de todo, drama, suspenso, comedia y sobre todo, es verdadera. Tus hijos y mis hijos, no necesitan otra historia ficticia. La verdad es suficiente. Nuestros niños y jóvenes, más que nunca, necesitan saber que un día el hijo de Dios nació, vivió, murió y resucitó para que nosotros podamos tener una relación eterna con Dios.
El Ministerio infantil ha provisto un calendario para centrar en Cristo nuestra espera de la navidad. Algunas familias ya lo están haciendo. Este es un recurso nada más, pero el punto es que donde otros celebran sin sentido estas fechas, nosotros las podemos celebrar por la verdadera razón de la celebración y seguir creciendo en nuestra fe en Jesucristo.
Segundo, lo que hemos enfatizado hoy de este nacimiento prometido nos reafirma la convicción de que Dios siempre cumple sus promesas. A lo largo de toda la historia bíblica, el pueblo de la promesa se vio amenazado, menguado y hasta en peligro de extinción, pero el Señor siempre lo preservó porque el hijo prometido llegaría a través de éste.
Nuestro Dios es un Dios de promesas y de propósito como ya vimos. Pero no sólo se plantea propósitos a manera de deseos o anhelos que ojalá se logren, sino para él, sólo el pensarlo es lograrlo. No hay nada ni nadie que pueda resistir su voluntad.
No hay poder alguno en el cielo y en la tierra que pueda evitar que el Dios del propósito cumpla lo que se propone en su mundo, en su Reino, en su iglesia, en su pueblo, en sus hijos.
El Dios que siempre cumple su propósito redentor en nuestras vidas es absolutamente digno de confianza. Siempre cumple sus promesas, siempre sabe de lo que está hablando.
En esa situación que vives no dudes que él está actuando. No se ha ido de vacaciones o se durmió. Si eres su hijo, todo tiene un propósito redentor en tu vida y en mi vida.
Pasamos tanto tiempo queriendo controlar lo que no podemos controlar; pasamos tanto tiempo queriendo cambiar las circunstancias que no está en nuestras manos cambiar. Pasamos tanto tiempo tratando de hacer que las personas hagan algo que queremos, cuando no está en nuestro poder cambiar a nadie.
Y esto nos consume, esto nos quita el sueño. Mi hermano, tenemos un Dios que cumple sus promesas y sus propósitos, un Dios que todo lo sabe y todo lo puede. Un Dios a quien nadie le puede estorbar para lograr lo que se propone. En esas cosas que están fuera de nuestro control debemos CONFIAR en quién tiene todo bajo su control.
Dios sabe lo que está haciendo aun cuando estemos sufriendo. Por eso, Confía, confía, confía en el Dios que siempre cumple sus propósitos redentores en nuestras vidas por la obra de Cristo Jesús, que comenzó con este nacimiento prometido.
Y finalmente, esta historia es tan maravillosa que no nos podemos quedar con ella solo para nosotros, debemos compartirla. Comparte la historia, comparte el evangelio.
Jesucristo nos envía a hacer discípulos y esta es la tarea principal que tenemos. A través de cada oportunidad de la vida cotidiana comparte el mensaje de la verdad con aquellos que te rodean. Cada interacción, cada relación, cada situación no está allá por casualidad, sino son momentos providencialmente preparados para que compartamos con acciones y palabras el evangelio con todos los que nos rodean.
Que hacer discípulos en el reino de Dios sea lo que consuma nuestra pasión y nuestro deseo para siempre.
Hermanos, que este mes al recordar el nacimiento de nuestro Señor, nuestra fe en él sea fortalecida e impulsada para seguir viviendo vidas que cuenten para la gloria de Dios.