En el mes de octubre de 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero, colocó sus 95 tesis en la puerta de la capilla de Wittemberg, Alemania, en las que manifestaba su oposición en contra de lo que se enseñaba en sus días respecto a las indulgencias.
En realidad, este hecho, no fue un acto de provocación. Las tesis estaban escritas en latín para su discusión académica en la Universidad. Pero a partir de ese acto, muchos acontecimientos se suscitaron que desembocaron en lo que se conoce en la historia como la Reforma Religiosa del siglo XVI.
A partir de esos eventos del siglo XVI, surgió un reencuentro con la enseñanza de la Escritura y como iglesia Presbiteriana aquí estamos 505 años después (1517 a 2022) recordando nuestra herencia reformada.
Por eso este mes, en nuestra serie: “Vida Reformada”, estaremos repasando parte de nuestra herencia que viene desde la época de la reforma del siglo XVI y estaremos tratando de ver qué implicaciones prácticas tiene para nuestra vida en el siglo XXI.
Una de las verdades centrales del movimiento de Reforma desde hace 505 años fue regresar a la centralidad de la Escritura como la autoridad incuestionable para todo en la vida.
El término con el que se conoció esta verdad fue, en su versión en latín, Sola Scriptura (Sólo la Escritura). El concepto es, básicamente, que la Biblia es la única autoridad suprema e incuestionable para todo en la vida. Hoy día decimos que la biblia es nuestra regla de fe y práctica.
Con sola scriptura, no se está negando la honorabilidad y confiabilidad de otras autoridades (por ejemplo, líderes de iglesia, gobernantes civiles, padres, maestros, etc.). Sino, se está afirmando que, aunque todas estas autoridades son legítimas y tienen autoridad real, su autoridad siempre será cuestionable y objeto de análisis y juicio, pero la única autoridad suprema e incuestionable es la sagrada Escritura por la que, indudablemente, debemos guiar nuestras vidas.
Por eso, hoy comenzamos esta serie de sermones reafirmando la verdad doctrinal de la sola scriptura (solo la Escritura), herencia que hemos recibido de la Reforma. Esta centralidad de la Escritura se hace muy importante hoy día porque el mundo está plagado de relativismo recalcitrante.
El mundo nos está diciendo que “la verdad” depende de cada quién. La “verdad” es lo que cada uno de nosotros quiera que sea. “No hay verdad absoluta”, nos grita el relativismo, excepto la verdad absoluta de que no hay verdad absoluta.
Las generaciones, sobre todo las más jóvenes, están creciendo con la idea de que en realidad todo va, todo lo que quieras, todo lo que se te antoje. La “verdad” está a tu medida.
Pero Dios en su bondad nos ha dejado lo que necesitamos para la vida: Su Palabra. Su Palabra es el faro que nos muestra la verdad y es la verdad. Los creyentes confiamos en la Escritura para que sea nuestra lámpara a nuestros pies y una lumbrera en nuestro camino. Entendemos que la verdad es objetiva y el ancla de la verdad es la Palabra del Señor.
Hay muchas voces a nuestro alrededor reclamando nuestra atención, pero nosotros debemos escuchar sólo una: Sola Scriptura (Solo la Escritura).
Como herederos de la reforma, necesitamos renovar un serio compromiso con un constante aprendizaje e incorporación a nuestra vida de la Escritura como nuestra autoridad suprema porque en nuestra “Vida Reformada” vivimos de acuerdo con Sola Scriptura como principio rector. Por eso este día decimos: Una vida reformada se somete a la Escritura como la única autoridad suprema e incuestionable.
Para seguir profundizando sobre la autoridad de la Palabra del Señor en nuestras vidas vayamos a un pasaje en la primera epístola del Apóstol Pedro en el primer capítulo de los versículos 23 al 25.
En estos versículos encontraremos tres verdades acerca de la Palabra de Dios que la hacen indispensable para guiar nuestras vidas como creyentes en Cristo, para vivir una vida reformada.
Lo primero que encontramos es que:
La Palabra es lo que nos hace nacer de nuevo (v.23)
1 Pedro 1:23 dice: Pues ustedes han nacido de nuevo, no de simiente perecedera, sino de simiente imperecedera, mediante la palabra de Dios que vive y permanece.
Hay una realidad de nuestras vidas. No podremos entrar en el Reino de los cielos a menos que nazcamos de nuevo. Cuando Jesús le dijo esta verdad a Nicodemo, él quedó asombrado pues no entendía cómo sería posible esto de nacer de nuevo cuando ya era un adulto entrado en años.
La Biblia enseña que por nuestro pecado estamos muertos y separados de la gloria de Dios. Entonces, para poder entrar a una relación real, abundante y eterna con Dios, necesitamos nacer de nuevo. Es una regeneración de todo nuestro ser. Pero ese nuevo nacimiento o regeneración de todo nuestro ser no lo podemos hacer por nosotros mismos, pues recordemos, estamos muertos…ajenos completamente a la vida de Dios.
Pedro, en este mismo capítulo, describe esa vida de muerte en el pecado, de esa vida sin Dios como una vida absurda.
1 Pedro 1:18 dice: Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados.
Esta es la vida sin Cristo, esta es la vida sin Dios, esta es la vida de muerte en el pecado. Es una vida absurda que vivíamos antes de nacer de nuevo. En nuestro primer nacimiento heredado de nuestros padres, nuestra vida se caracterizaba por ser absurda y sin sentido.
En esa vida antes del nuevo nacimiento, toda ideología, toda filosofía, todo pensamiento alejado de la Palabra de Dios, tiene sentido para los que están en ello, aunque sea absurdo. Por ejemplo, en la vida absurda que heredamos de nuestros padres tiene sentido pensar que tenemos derecho a matar a los no nacidos o que tenemos derecho a definir el matrimonio como se nos antoje.
Pero hemos sido rescatados de esa vida absurda y ¿qué fue necesario para que este rescate ocurra?
Pedro responde 1:18b-19: El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto.
Fue por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo que hemos sido librados de esa vida absurda, de esa vida de muerte, de esa vida sin Dios. Y gracias a la obra de Cristo, por el poder del Espíritu Santo, ahora somos regenerados o nacemos de nuevo mediante la Palabra de Dios.
El Espíritu Santo usa la Palabra del Señor para crear nueva vida en los “muertos”, para regenerar a los degenerados, para otorgar vida con propósito a los que solían vivir una vida absurda.
El Espíritu Santo aplicando la Palabra a nuestras vidas nos hace nacer de una semilla que no se marchita, que no se opaca, que no se corrompe, sino que está viva y permanece, la cual es la Palabra de Dios.
Esa Palabra de Dios que en el principio creó todas las cosas, hoy día nos hace nacer de nuevo, nos regenera soberanamente y nos otorga una vida perdurable y eterna por la obra del Señor Jesucristo aplicada por su Santo Espíritu.
Si hemos nacido de la simiente de la Palabra, ¿Cómo no depender de ella para todo? ¿Cómo no tenerla en la más alta estima como la autoridad suprema e incuestionable para nuestras vidas?
Si en ella está nuestro origen e identidad, la Palabra de Dios debe ser todo para nosotros. Una vida reformada se somete a la Escritura como la única autoridad suprema e incuestionable.
La Palabra de Dios es lo que nos hace nacer de nuevo, pero hay una segunda verdad en este pasaje acerca de la Palabra de Dios que la hacen indispensable para guiar nuestras vidas como creyentes en Cristo, para vivir una vida reformada.
Lo segundo que encontramos es que:
La Palabra es lo único que perdura (v.24-25a)
Dice 1 Pedro 1:24-25ª: Porque «todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre».
Ahora el apóstol Pedro citando un pasaje del Antiguo Testamento, nos recuerda una realidad indiscutible: Todo lo que somos y conocemos se acaba.
Se compara la vida del ser humano y todo lo que implica con la hierba. Somos como la hierba. ¿En qué sentido? En que nos secamos, nos marchitamos, morimos.
¡Qué realidad tan cruda! Hoy estamos aquí dando guerra, pero en unos cuántos minutos puede ser que ya no estemos. No puedes confiar en algo tan frágil y tan inseguro como tu permanencia en esta vida.
Pero también se compara nuestra gloria con la gloria de las flores del campo. ¡Qué hermosa es una flor recién brotada! Cómo nos deleita. Junto a mi ventana donde estaba preparando mi sermón de este día, destacaba al alcance de mi vista, una preciosa flor amarilla de platanillo, a mitad de semana. Pero saben, hoy en la mañana cuando me asomé por mi ventana, ya sólo era un puñado de hojas secas y muertas. ¿A dónde se fue su gloria?
Así es, toda gloria del ser humano. Hoy somos reconocidos, alabados; hoy nos dan muchos likes y tenemos muchos seguidores; hoy tenemos poder y autoridad sobre otros; hoy tenemos poder adquisitivo para lograr proyectos que nos forjen un nombre y tantas otras cosas que podemos hacer buscando la “gloria” que hay en ellas.
Pero, el recordatorio que nos da la Escritura, es que toda la gloria del hombre es como una flor que cae. No hay nada en nosotros mismos seguro, permanente y firme en lo que podamos depositar nuestras vidas.
Y es que muchos tendemos a vivir como si fuéramos a estar para siempre por aquí y como si nuestra gloria nunca fuera a desaparecer. Pero hoy se nos recuerda que esta es una manera absurda de vivir porque simplemente no es verdad.
La hierba se seca y la flor se cae, pero hay algo que permanece para siempre, sin importar las circunstancias, las épocas, los obstáculos y las dificultades, la Palabra de Dios.
En un mundo en el que se nos dice que todo cambia, que todo es relativo, que cada persona tiene su “verdad”, que cada época tiene su ideología y sus tendencias que debemos adoptar, somos llamados a vivir de manera contracultural y descansar nuestra vida solamente en lo que permanece inmutable por los siglos de los siglos, la Palabra de Dios.
No hay mejor fundamento para tu vida que aquello que no será conmovido por más tormentas, huracanes y embates que vengan. Si quieres vivir sobre algo seguro, entonces, vive centrado en la Palabra de Dios.
Los estatutos, mandamientos y verdades reveladas en la Escritura es lo único que le va a dar sentido a nuestras vidas en el mundo absurdo del relativismo en el que vivimos.
Por eso, nuestra herencia reformada sola Scriptura sigue siendo la respuesta para nuestras vidas. Una vida reformada se somete a la Escritura como la única autoridad suprema e incuestionable. Y que perdura para siempre.
La Palabra de Dios es lo que nos hace nacer de nuevo, es lo único que permanece, pero hay una tercera verdad en este pasaje acerca de la Palabra de Dios que la hace indispensable para guiar nuestras vidas como creyentes en Cristo, para vivir una vida reformada.
Lo tercero que encontramos es que:
La Palabra es lo que hemos recibido. (v.25b)
Dice 1 Pedro 1:25b: Y esta es la palabra del evangelio que se les ha anunciado a ustedes.
Si te parecía medio abstracto todo esto que hemos estado hablando, aquí se nos concreta y aterriza de una manera muy directa y sencilla, como solo un ex pescador de agua dulce podría hacerlo.
Todo lo que se ha dicho de la Palabra, como la simiente de la que hemos nacido y que es lo único que permanece, no se está refiriendo a algo misterioso u oculto, o que sólo está al alcance de los iluminados.
Pedro aclara que todo lo que acaba de decirnos, se refiere, en concreto, al evangelio (las buenas noticias) que se nos ha anunciado, que se nos ha entregado.
En pocas palabras, la Palabra que hace todas estas cosas que hemos dicho es precisamente el evangelio. Las buenas noticias que Cristo trajo y entregó a su iglesia. Creer el evangelio de Jesucristo es creer la Palabra de Dios. Recibir el evangelio es recibir la Palabra de Dios.
Hermanos, esto hace que el evangelio que hemos recibido no sea cualquier cosa, sino sea la Palabra de Dios mismo y es digno de que sujetemos toda nuestra vida a él.
La reforma nos legó un regreso al evangelio, a la Palabra de Dios. Nos ha sido entregada la Palabra del evangelio. Esta es una gran herencia, aunque muchas veces no alcanzamos a dimensionarla.
Ricardo Wittington, fundador de la Bolsa Inglesa, estaba muy preocupado cuando le entregaron su herencia. En realidad no le dejaron nada, sino un gato.
Estaba preocupado porque en su pobreza no sólo tendría que cuidar de si, sino también al gato. Pero aun así se embarcó en busca de nuevos horizontes ultramar, llevando consigo al gato. Pero para su infortunio, la embarcación en la que viajaba fue sorprendida por una tormenta y encalló en una isla habitada por una etnia desconocida.
Los ingleses se estaban preparando para hacer frente a los nativos que no se estaban mostrando muy amigables. Entre tanto, el gato estaba muy ocupado cazando ratones, puesto que en esa isla, estos roedores eran una verdadera plaga.
Cuando por fin se dio el encuentro inevitable, los nativos al ver al gato (animal desconocido para ellos) teniendo a sus pies un montículo de roedores muertos, interpretaron los eventos como la visita de un dios con su séquito y dieron a los europeos el trato digno de los emisarios del dios gato que vino a aliviar sus vidas que eran atormentadas por los roedores.
Como ofrenda al dios gato, entregaron a los europeos valiosas joyas y oro. Con el botín obtenido, Ricardo Wittington, el propietario del gato, inició la bolsa inglesa a su regreso a Londres y llegó a ser un hombre muy rico…gracias a su inusual herencia.
Hablando de legados y herencias, estamos aquí 505 años después, como iglesia presbiteriana, heredera de las grandes verdades redescubiertas en la Reforma. Lo que los reformadores hicieron fue reencontrar la verdad bíblica del Evangelio que, como dice Pedro, nos ha sido anunciado.
Y nosotros somos ahora, herederos de este legado incomparable. Pero la pregunta es ¿Cómo consideramos esa herencia que hemos recibido? ¿La miramos como un gato? ¿O lo vemos como lo que es…Poder de Dios para salvación a todo aquel que cree? ¿Qué estamos haciendo con esa herencia recibida?
Una vida reformada se somete a la Escritura como la única autoridad suprema e incuestionable.
Somos herederos de la verdad de Sola Scriptura. ¿Y ahora qué debemos hacer para vivir de acuerdo con esto en nuestra vida reformada?
1. Estudia la Palabra.
Si en verdad la Escritura es nuestra autoridad suprema e incuestionable, no hay otra manera de conocer la verdad de Dios que estudiando su Palabra.
El Estudio de la Escritura te hará crecer en sabiduría de maneras inusuales y asombrosas. Comienzas a tomar mejores decisiones. Comienzas a distinguir el camino recto del torcido con una habilidad cada vez mayor.
La Escritura te dará sabiduría para decidir qué hacer, por ejemplo, cuando tengas un jefe áspero y gruñón; cuando tu cónyuge no te esté tratando como debiera; cuando se presenten oportunidades de hacer nuevos negocios pero hayan condiciones un poco turbias; cuando tengas que decidir si inicias o no una relación o con quién te relacionas.
En fin, la Escritura tiene el efecto de mejorar substancialmente nuestras vidas al proveernos más y más sabiduría para decidir entre lo bueno y lo malo, entre lo bueno y lo mejor, entre lo que conviene y lo que no, entre lo peligroso y lo seguro, entre lo que glorifica a Dios y lo que no.
En general, no estoy en contra de que veas alguna serie por aquí y por allá, pero sí te digo que, si dedicáramos al estudio de la Escritura, por lo menos, la mitad del tiempo que dedicamos a nuestra serie, nuestras vidas comenzarían a ser radicalmente diferentes. Estudia la Palabra.
2. Aplica la Palabra.
La palabra de Dios no es información para llenar nuestra cabeza de datos interesantes o para ganar discusiones religiosas, sino es para inundar nuestras vidas diarias con el evangelio de tal manera que se vea para quién y para qué vivimos.
Saber qué dice la Biblia acerca de cómo es y qué hace un buen esposo, no te llevará muy lejos si sólo es un dato memorizado, y no estás intencionalmente aplicando eso que sabes a la manera en la que actúas cuando tu esposa te pide que la ayudes en algo cuando ya está en lo mejor el partido de futbol en la tele o ya te acostaste a descansar.
No llegarás muy lejos como hijo cristiano si puedes repetir de memoria los diez mandamientos, pero cuando tu mamá te pide que saques la basura buscas todas las maneras de evitar cumplir el que dice: honra a tu Padre y a tu madre.
En fin, la Biblia no sólo se estudia, sino, sobre todo, se vive.
3. Comparte la Palabra.
Si la Palabra es lo que hemos recibido entonces, la Palabra es lo que debemos compartir. Si la Palabra es la que da vida y es la única base segura para la vida, entonces ¿Qué necesitan las personas que nos rodean? Lo mismo que nosotros, la Palabra del evangelio.
No se puede recibir la Palabra y quedártela para ti mismo, sino es para compartir. Eso que has recibido todos estos años es tiempo de compartirlo a través del discipulado de alguien más. La Palabra recibida debe volverse palabra compartida.
Sola Scriptura es vivir sometidos a la autoridad incuestionable de la Palabra de Dios. Qué el Señor nos ayude a seguir reformando nuestras vidas siendo cada vez más fieles y apegados a la Escritura para la gloria de Dios.