Sacrificio Vivo: Cuerpo y mente
En 2 Samuel 23 se nos provee una lista del quién es quién de los soldados valientes del rey David. Hombres fuertes y valientes que pelearon por su pueblo, su Dios y su rey. En una de esas menciones se nos dice que Belén, la ciudad natal del rey David estaba ocupada por las tropas de los acérrimos enemigos de Israel, los filisteos.
David estaba en una cueva resguardándose con su ejército y allí expresó un deseo de su corazón: “¡Cómo me gustaría beber agua del pozo que está a la entrada de Belén!” Él lo expresó no como una orden, sino un anhelo. Pero tres de sus valientes escucharon a su rey. Sin decirlo a nadie y arriesgándolo todo, incursionaron en el campamento enemigo, llenaron un recipiente del agua del pozo de Belén y lo trajeron a David para que bebiese.
David al enterarse de lo que habían hecho y la procedencia del agua que le ofrecían, decidió no beber de ella, sino la derramó al suelo como una ofrenda a Dios, porque no se sentía digno de beber esa agua por la que aquellos hombres habían arriesgado su vida en lealtad a su rey.
Aunque este es un reporte histórico muy breve, medio escondido en un libro del Antiguo Testamento, cada vez que lo leo me vuelve a causar asombro por el grado de compromiso y lealtad que estos hombres tenían para con su rey. Y en cierta manera, me desafía a considerar cuál grado de compromiso y lealtad tengo yo hacia mi rey, el hijo de David, Jesucristo.
Este mes, en nuestra nueva serie de sermones, “Sacrificio Vivo”, estaremos considerando las implicaciones de haber creído en Jesucristo como el Señor y haber comprometido nuestra lealtad sólo a él.
A veces, podemos pensar que la vida en Cristo abarca nada más un aspecto de nuestras vidas, es decir, un aspecto que consideraríamos como religioso. En ese esquema, nuestro compromiso con Cristo tiene que ver con los domingos o con mi vida litúrgica o eclesial, pero en el resto de mi vida de lunes a sábado (trabajo, estudio, entretenimiento, relaciones, redes sociales, asociaciones, decisiones, etc.), Cristo tiene poco o nada que ver.
Y tendemos a ver nuestras vidas así de fragmentadas, en donde un porcentaje de las mismas, guarda cierta lealtad a Cristo, pero en el resto de las cosas, inclinamos la rodilla ante algo o alguien más.
Por supuesto, esta no es la perspectiva de la auténtica vida en Cristo que nos presenta la Escritura. Si eres creyente verdadero, Cristo no sólo tiene una parte de ti, sino es todo para ti.
No hay aspecto, porción, área, esfera, ámbito, contexto, en nuestras vidas en las que Cristo no sea el Señor, el amo, el dueño, el rey. Con Cristo es una relación del tipo: o todo o nada. No puedes ser medio cristiano. Jesús no puede ser tu “medio” Señor. El evangelio de Cristo reclama lealtad total y absoluta.
Por eso, este mes estaremos considerando las enseñanzas del apóstol pablo al respecto allá en la epístola a los Romanos en su capítulo 12. Y hoy comenzamos con los primeros dos versículos de este capítulo.
Como veremos, respecto a lo que implica seguir a Cristo, o tener un compromiso de fe en Cristo, notaremos que, La respuesta al evangelio de Jesucristo es una vida de entrega y transformación constantes.
Si decimos que Cristo es el Señor, entonces, nuestras vidas deben ser constantemente entregadas al Señor como un sacrificio vivo y deben estar siendo transformadas en la renovación de nuestra mente de acuerdo con la verdad de Cristo en el evangelio.
Pero vayamos al pasaje para ir entendiendo esto y las implicaciones prácticas para nuestra vida.
Dice Romanos 12:1, Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
Romanos 12:1 marca un cambio de dirección en la epístola a los Romanos. Es una especie de bisagra. Antes del capítulo 12, el apóstol ha desarrollado toda una presentación del evangelio de Jesús, comenzando por la culpabilidad que el ser humano tiene por el pecado, se trate de quien se trate. No importa si eres religioso o no. No importa si conoces la Biblia o no. No importa si eres judío o pagano. Si eres ser humano, estás destituido de la gloria de Dios por cuanto has pecado. Todos somos culpables y merecedores del justo juicio de Dios por el pecado.
Pero en estos mismos capítulos del 1 al 11 de Romanos, se nos presentan las buenas noticias del evangelio. Lo que hizo Dios para remediar esta triste situación del ser humano. La Salvación no vino por cumplir la ley por esfuerzo humano, sino vino a través de la justicia de Jesucristo que es aplicada y atribuida por la fe a todo aquel que pone su confianza en Él.
Y así llegamos, después de desarrollar todo un gran argumento que presenta las maravillosas noticias del evangelio para personas que estuviéramos perdidas de no ser por Jesús, entonces llega a la parte práctica de la epístola.
A partir del 12 en adelante, se tiene un énfasis eminentemente práctico de las implicaciones de acogerte por la fe a Jesucristo.
Notemos esa bisagra, ese cambio, ese giro, cuando comienza diciendo el versículo 1: “Por tanto, hermanos”. Ese conector lógico está sirviendo de bisagra entre todo lo que nos ha dicho con anterioridad y lo que a continuación nos irá diciendo.
Es decir, que todo lo que dijo con anterioridad es la base de todo lo que dirá de este punto en adelante. Y agrega: “por tanto hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios”. Es decir, “En vista de la Misericordia de Dios de la que hemos hablado en los últimos 11 capítulos previos a este punto”. En pocas palabras, anteriormente les hablé, expliqué y mostré la gran misericordia de Dios, que ahora, ésta será la base de toda la vida práctica que ustedes deben vivir como respuesta al evangelio.
Los teólogos hablan de que las epístolas están estructuradas comenzando con el indicativo, para luego presentarnos el imperativo. Es decir, que las epístolas primero nos hablan en modo indicativo de todo lo que Dios ha hecho por el ser humano en Jesucristo. Nos relatan y nos anuncian los hechos y realidades históricas de la salvación, para luego, darnos los imperativos. Es decir, las instrucciones o mandatos que se derivan de aceptar como verdades esos hechos declarados.
En pocas palabras, que toda orden o mandamiento práctico del cristianismo tiene su base y fundamento en las realidades logradas y completadas históricamente por nuestro Señor Jesucristo. Ningún mandamiento u orden se instruye sin este fundamento. La práctica está basada en las verdades eternas anunciadas en el evangelio.
¿Cuáles son estas misericordias del Señor sobre las cuales se basan todas las instrucciones, mandamientos, prácticas e imperativos que deben ser evidentes en la vida del cristiano?
En Romanos encontramos muchas. Por mencionar algunas de esas misericordias de Dios para con los pecadores destituidos de su gloria y sin oportunidad de salvación por ellos mismos, notemos las siguientes:
El Amor de Dios (Ro 5:8): Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
La gracia de Dios (Ro 3:23-24): pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó.
La justicia de Dios (Ro 5:17): Pues, si por la transgresión de un solo hombre reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo.
La reconciliación con Dios (Ro 5:1): En consecuencia, ya que hemos sido justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.
En todas estas muestras de la misericordia de Dios anunciadas en el evangelio notemos que el patrocinador oficial de nuestra salvación es Dios y la estrella oficial de nuestra salvación es Jesucristo.
Esto nos anuncia el evangelio de nuestra salvación, que Dios por medio de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo ha mostrado su misericordia para nosotros los pecadores que no merecíamos nada de esto.
Este es el punto de partida de todo. La misericordia de Dios mostrada para ti y para mí. La vida cristiana no se trata entonces, de un mero esfuerzo humano por portarnos bien, sino es una consecuencia, una respuesta, a lo que ya hemos recibido en Cristo sin nosotros merecerlo.
Todo lo que tú y yo podamos hacer en obediencia al Señor para mostrar nuestra lealtad a Cristo, no es más que la respuesta lógica, correcta y santa a lo que el Señor ya hizo por nosotros en Cristo.
En ese sentido decimos: La respuesta al evangelio de Jesucristo es una vida de entrega y transformación constantes.
En estos versículos 1 y 2 de Romanos se nos insta a responder al evangelio de la misericordia de Dios en Jesucristo de dos maneras básicas: 1. Entrega a Dios tu vida y 2. Transforma en Dios tu vida.
Primero, consideremos esta implicación de tomar en cuenta las misericordias de Dios y es que entreguemos a Dios nuestra vida. Entrega a Dios tu vida.
El apóstol “ruega”, palabra fuerte, para mostrar la pertinencia de la instrucción. Se nos ruega en vista de las misericordias de Dios a entregar u ofrecer nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
Usando el lenguaje del Antiguo Testamento y del sistema de sacrificios, ahora nos dice que no es un animal el que será presentado como sacrificio ante Dios, sino nosotros mismos, nuestra vida entera, nuestros sueños, expectativas, deseos, placeres, anhelos, metas, nuestro todo. Esta vida se trata de poner en el centro a Dios.
La respuesta lógica y justa al evangelio de Cristo es una vida de entrega total constantemente. No un pedazo, no un horario, no un aspecto, no un día, sino todo.
En el Antiguo Testamento, el sistema sacrificial demandaba que el sacrificio fuera hecho con un animal sin defecto alguno. Y pues el animal no medio moría; no una parte de él era sacrificada, quedando otra parte libre de compromiso. El sacrificio implicaba la totalidad de la vida del animal.
El apóstol nos está exhortando a responder como es debido al Evangelio con un compromiso de lealtad total solo a Jesucristo.
Recordemos que el primer gran mandamiento es “Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. La respuesta al evangelio es una vida de entrega constante de todo nuestro ser.
La cultura humana sin Cristo constantemente estará proponiéndote candidatos para entregar tu corazón. Te propondrá constantemente sustitutos de Dios: ideas, prácticas, estilos de vida, filosofías por las cuales entregar tu vida. Pero si has experimentado la misericordia de Dios, ahora te debes a una sola persona. Tu lealtad total es para Jesús. Tu compromiso total es con él.
Constantemente, tu lealtad será puesta a prueba. Constantemente, tu compromiso será desafiado. ¿Seguiremos a Jesús, aunque sea difícil? ¿Seguiremos a Jesús, aunque no sea cómodo? ¿Seguiremos a Jesús, aunque sea peligroso? ¿Qué tanto estoy dispuesto a sacrificar mi comodidad por crecer en mi relación con el Señor? ¿Qué tanto estoy dispuesto a hacer a un lado algunas de mis preferencias o comodidades para invertir mi tiempo en hacer más discípulos del Señor Jesús donde me coloque? ¿O lo seguiré sólo cuando sea cómodo o conveniente para mí?
Cuando seas desafiado a comprometer tu corazón con algo o alguien que no sea Jesús, recuerda las misericordias de Dios para contigo y responde entregando tu todo al Señor. Entrega a Dios tu vida.
Pero hay una segunda respuesta al evangelio correcta e inevitable para todo aquel que ha experimentado la misericordia de Dios y esta es: transforma en Dios tu vida.
Dice Romanos 12:2 No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.
En mis años juveniles escuché al pastor Aarón Zapata relatar una anécdota personal que me ilustró una verdad de la Escritura. El pastor decía que en el desarrollo de su niñez le compraban sandalias o zapatos amplios de tal manera que su pie fue creciendo en cierta forma.
Al llegar los años de la adolescencia fue a la zapatería y quedó enamorado de unos zapatos de horma italiana. Son zapatos que terminan con una punta bastante cerrada y pronunciada. Nos decía el pastor que le gustaron tanto esos zapatos que comenzó a tratar de, literalmente, embutir su pie en el zapato (como las hermanastras de la cenicienta).
Sus dedos quedaron montados uno sobre otro, pero era tanto su deseo por esos zapatos que los compró. Al final de cuentas, después de algunos pasos con los zapatos no pudo usarlos porque dejaban muy adoloridos sus pies haciendo imposible el caminar.
Sus pies tenían una forma que no encajaba en el molde de la horma italiana. La forma de sus pies era incompatible con la horma de los zapatos.
En Romanos 12:2, Pablo está diciendo que aquellos que tienen una relación creciente con Cristo tienen una forma incompatible con la horma de este mundo. Nos dice: No se conformen…no tomen la forma de este mundo. Aquí mundo no se refiere a la tierra, sino al sistema de vida sin Dios y sin Cristo, con sus ideas, filosofías y modos de vida.
Por nuestra relación con Cristo, por nuestra identificación con Cristo, tenemos una forma distinta a la de este mundo y una de las tendencias posibles a las que nos enfrentaremos es que la horma de este mundo presionará para que nos amoldemos, nos conformemos a esa horma en la que en verdad no encajamos.
Tendremos mucha presión para que tratemos de “embutir” nuestra mente, nuestro entendimiento de las cosas, nuestra lealtad, nuestra identidad en una forma que no corresponde, encaja o acomoda a los que han nacido dentro del pueblo de Dios y se identifican por la fe con Jesucristo.
La instrucción y advertencia es, entonces, NO TE CONFORMES a este mundo. como personas que tenemos una relación creciente con Cristo, como personas que nos identificamos con Cristo, que hemos experimentado las misericordias de Dios no debemos tomar la forma de este mundo…Dice: ¡¡¡No se conformen!!!
Y sigue diciendo, “, sino sean transformados mediante la renovación de su mente.” No te conformes a este siglo sino transfórmate con una renovación del corazón entendiendo tu nueva identidad. Si estás en Cristo, ya no te identificas más con este siglo, sino con el venidero. Debes vivir ya no más con los valores de este siglo que languidece, sino con los del venidero que ya está activo y creciendo en la tierra, aguardando la consumación de los tiempos.
Somos presionados por todos los medios posibles para que nos acomodemos a este mundo al cual ya no pertenecemos, en el cual ya no está fincada nuestra identidad.
Se nos quieren hacer ver estas corrientes de este siglo como lo normal, como lo natural, como lo lógico. Se nos quiere hacer pensar que así debemos ser, vivir y hacer. Por eso, la instrucción y recordatorio del apóstol se hace tan pertinente para todos los que están en una relación creciente con Cristo para que sean leales a los valores del siglo venidero, para que manejemos nuestras vidas y nuestra fe de acuerdo con los principios eternos de nuestro Señor que ya están vigentes y que llegarán a su plena manifestación al regreso de Jesucristo para consumar los tiempos.
Somos llamados a una transformación constante que viene por la renovación de nuestro corazón o mente conforme a la verdad y voluntad de Dios. Dice que de esta manera podremos comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
El mundo te va a decir totalmente lo contrario…la voluntad de Dios es mala, es desagradable e imperfecta. El mundo te dirá la voluntad de Dios es retrógrada, obsoleta y para ignorantes.
Pero la realidad de nuestro compromiso nos hace creer y pensar que lo que Dios ha revelado como su voluntad en la Escritura, al final de cuentas, será bueno, agradable y perfecto. Créelo así y vívelo así.
El mundo te dirá, para qué le haces caso a lo que Dios dice en la Escritura, piensa por ti mismo, para qué necesitas a Dios para que te diga cómo vivir cuando puedes decidir y definir quien quieres ser y cómo quieres ser. Rebélate contra la voluntad de Dios pues no es buena, ni agradable ni perfecta.
El mundo te dirá también, piensa en ti mismo. Ya sé que Dios te dice que pienses en los demás primero, pero hasta cuándo y hasta dónde. Piensa en ti mismo primero, que nadie esté en lugar de ti. Tu eres muy valioso y poderoso. Tu puedes lograr las cosas por ti mismo. Para qué depender de Dios y su consejo cuando puedes ser independiente y ponerte en primer lugar en tu vida.
Cuán apelante para nosotros es escuchar esto. Es música a nuestros oídos: piensa por ti mismo y piensa en ti mismo. El mundo nos llama a la autonomía y al individualismo rebeldes. Pero la respuesta al evangelio para aquellos que han experimentado la gracia del Señor es la transformación constante por medio de nutrir nuestros corazones y mentes con la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta.
¿Cómo experimentaremos esta transformación si lo que más escuchamos, admiramos y rumeamos son las mentiras del mundo que nos llegan por medios entretenidos y divertidos?
¿Cómo evitaremos tomar la forma del mundo si nos zambullimos neciamente en el mar de ideas y filosofías sin tener discernimiento por ser flojos para estudiar la Palabra del Señor que nos hace sabios para identificar la mentira y sostener la verdad?
¿Cómo renovaremos nuestra mente si preferimos nuestra comodidad en vez de poner todo empeño intencional por crecer en la verdad de la palabra de Dios?
Mis hermanos, la respuesta al evangelio de Jesucristo es una vida de entrega y transformación constantes.
Somos llamados a entregar a Dios nuestra vida y a transformar en Dios nuestra vida. Esto no es un concepto más o una teoría más, sino recordemos, que son indicaciones o instrucciones que se derivan de las realidades de nuestra salvación logradas por la misericordia de Dios en Cristo Jesús.
¿Cómo debe afectar esta instrucción las prioridades en tu agenda? ¿Cómo debe verse en aquello en lo que ocupas tu tiempo? ¿En lo que consumes en las redes y en las plataformas digitales? ¿Qué afectación debe tener en las relaciones y decisiones de tu vida diaria?
Un creyente verdadero en Cristo se nota en cómo responde de manera práctica al evangelio. Que nuestras vidas muestren su lealtad al Cristo que nos salvó en la entrega de nuestras vidas y en la transformación constante de nuestro corazón acorde con la voluntad de Dios buena, agradable y perfecta para la gloria del Señor.