Summary: Escucha más, Habla menos, Domínate más.

Hoy terminamos nuestra serie de sermones “Enemigo interno”, en la que hemos estado hablando de esos pecados del corazón que sabotean nuestra relación con Dios y con el prójimo. Y concluiremos nuestra serie hablando del enojo.

Todo ser humano lucha en cierto grado con el enojo. En un mundo de decepciones, imperfecciones, miserias, y pecados (nuestros y los de otros), el enojo se da por sentado.

Como seres humanos podemos conjugar en todas sus personas el verbo enojar. No cabe duda que por esto la Biblia está llena con historias, enseñanzas, y comentarios acerca del enojo. Dios quiere que entendamos el enojo y sepamos cómo resolver los problemas con este enemigo interno.

Sin duda, hemos visto en nuestras propias vidas y en la de otros, la estela de destrucción que deja el enojo.

Recuerdo haber escuchado de un hombre que se caracterizaba por enojarse con facilidad. Este hombre tenía habilidad para los golpes y se peleaba con frecuencia. Mucha gente le tenía temor porque se encendía en un momento y se ponía violento.

Un día se vio en vuelto en una disputa entre conductores de automóviles en la calle y persiguió airado al otro conductor con el que se había dicho de palabras por una situación de tránsito. Le dio alcance y le cerró el paso con su vehículo, luego se bajó acercándose al otro conductor con una actitud amenazadora y listo para golpearlo. Con lo que no contaba este hombre, es que el otro conductor tenía una pistola consigo y cuando estaba a punto de golpearlo, el otro hombre usó su pistola contra el agresor y lamentablemente, fue certero. Así acabó este hombre iracundo.

Pero podemos pensar, yo no soy así. Yo no me enojo por cualquier cosita y tampoco tan seguido. Además, yo me enojo por cosas importantes y justificadas.

Por ejemplo, cuando las personas no cumplen con lo que se supone que es su responsabilidad, o cuando las personas no me tratan como se supone que debían hacerlo, o cuando las personas quieren abusar de mi confianza… “yo no me enojo por cualquier cosa, sólo por cosas que lo ameritan en verdad”. Y con este tipo de pensamientos tendemos a minimizar o justificar nuestra práctica del enojo.

Ciertamente, no todo enojo es pecaminoso. Debemos decir esto porque la Biblia enseña que Dios se aíra o se enoja por el pecado y la injusticia. Y Dios no peca.

Pero siendo sinceros, tenemos que marcar una diferencia entre nuestro enojo y el de Dios. Dios es santo, justo y bueno, jamás su enojo tiene tintes egoístas e inmorales. Pero siendo sinceros, nuestro enojo normalmente está relacionado con nuestro corazón egoísta, egocéntrico y orgulloso. Me ofende que me hayan hecho esto a MI. No es la ofensa a Dios o a Cristo, sino a MI.

Así que sin temor a equivocarnos podemos sospechar siempre de nuestro enojo como enojo pecaminoso y no como enojo santo. El enojo humano en la Biblia, casi siempre se trata como algo de lo que hay que arrepentirse y atender prontamente.

Por eso, para combatir a este enemigo interno tenemos que ir a la Escritura. Y en particular, hoy nos centraremos en un pasaje en Santiago 1:18-21.

Comencemos subrayando una realidad acerca del enojo que nos afirma este pasaje, allá en Santiago 1:20 dice: pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.

La epístola de Santiago es muy directa y muy práctica. Aquí nos declara directamente: La ira, el enojo, no puede ser la fuente de una vida que agrade a Dios. Una persona enojada pecaminosamente no va a reflejar el carácter de Cristo. Sus palabras no pueden ser de edificación, sus acciones no reflejan la gloria del evangelio.

Esto es una verdad innegable y práctica. Recuerda tus palabras y acciones la última vez que estabas enojado. Quizá fue justo hace un momento cuando venías a la reunión.

¿Las palabras salían de tu boca con la intención santa de edificar y animar a los que te rodeaban? ¿Tus gestos invitaban a los demás a acercarse a ti para una conversación edificante? ¿Tus acciones estaban encaminadas al bien total de la otra persona? ¿En ese momento tu corazón estaba despojado de todo egoísmo y orgullo y sólo estabas pensando en la otra persona? En pocas palabras, ¿Las personas podían escuchar y ver a Cristo en ti?

Creo que no. Lo sabemos muy bien. La ira humana no produce la vida justa que Dios quiere, la ira del hombre no obra la justicia de Dios.

El enojo pecaminoso es un destructor. Destruye matrimonios, destruye familias, destruye iglesias, destruye comunidades, destruye vidas, sobre todo, sabotea nuestra relación con el único Dios vivo y verdadero.

La verdad hermanos, estamos perdidos con el enojo. En un abrir y cerrar de ojos podemos destruir todo lo hermoso que podamos tener. El enojo es un enemigo interno que no podemos permitir en nuestras vidas.

Pero hay buenas noticias para los que están en Cristo. Porque, aunque el enojo acecha en nuestros corazones, hay una realidad mucho más grandiosa y poderosa que nos da la certeza de que no tenemos que seguir enojados o airados.

Dice Santiago 1:18: Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación.

Esta es la buena noticia. Los que se identifican por la fe con Cristo Jesús, constituyen una nueva humanidad. Somos primicias o los primeros frutos de sus criaturas. Esta es una nueva humanidad que cree diferente, que se comporta diferente, que piensa diferente, que tiene hábitos diferentes.

En un acto libre y soberano de Dios, en un acto de su pura gracia nos hizo renacer por medio de la palabra de verdad. Dice que nacimos, no por voluntad humana frágil e impotente, sino por la voluntad de Dios. ¡Él nos hizo nacer! Esto hace muy especial a esta nueva humanidad. Somos y existimos por la sola voluntad de Dios. No tuvimos nada que ver.

Antes éramos ciegos y sordos a la verdad de Dios, pero en su gracia, por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, nos reconcilió consigo mismo y nos hizo nacer a una nueva vida por el poder de su Palabra. Hemos nacido en la palabra y por la palabra. Los que están en Cristo son frutos de una nueva creación, de un nuevo orden, de una nueva humanidad que está siendo transformada a semejanza de Jesús por la presencia santificadora del Espíritu Santo en cada creyente.

Esta nueva humanidad vive y existe por la Palabra de Dios. La Palabra que da vida trajo a existencia a esta humanidad por la decisión sola de Dios. La Palabra entonces es primordial, es su fuente, su recurso y su norma.

Por ser parte de esta nueva humanidad podemos tener la esperanza real de ser diferentes al resto de las personas esclavas de su enojo y de su ira. Si eres hijo del Señor, tienes por voluntad de Dios, la capacidad de poner a raya a este enemigo interno. Has nacido por la Palabra para que vivas por y en la Palabra de Dios.

No tenemos que ir por la vida diciendo: “qué quieres…soy humano”, mientras recogemos los pedazos rotos de relaciones que nuestro enojo ha dejado a su paso. Si somos de Cristo, dejemos de “pobretiarnos”, ya eres parte de una nueva humanidad que ha sido constituida para vivir en la Palabra. Aspiras a una vida diferente porque naciste de la Palabra por voluntad de Dios.

Para esa nueva humanidad que somos, este pasaje nos ordena tres acciones que deben caracterizarnos como esa nueva humanidad que ha nacido por voluntad de Dios. Estas acciones nos alejarán de nuestros enemigos internos, entre ellos el enojo que tanto daño hace a nuestras vidas y relaciones.

Estas acciones las encontramos en Santiago 1:19: Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse.

Por eso, dado que has nacido por la Palabra y voluntad de Dios:

En primer lugar, ESCUCHA MÁS v.19ª

“Todos deben estar listos para escuchar”.

¡Qué difícil es escuchar! No me refiero sólo a oír, (experimentar la sensación del sonido). Escuchar es poner tu atención con disposición de corazón para entender, para aceptar.

En nuestras relaciones y conversaciones, muchas veces oímos, pero no escuchamos.

Para poder entender y comunicarnos tenemos que escuchar.

Debo confesar que los hombres tenemos mucho problema en esto en especial. Queremos la versión simplificada de todo, el resumen, la síntesis. Mientras que, por ejemplo, nuestras esposas nos quieren dar la versión completa y larga. Algunos escuchamos los primeros segundos y luego ponemos piloto automático. Y luego, cuál es la queja bien ganada: “No me escuchas”.

Aquí la Escritura nos está diciendo que, aunque no se nos dé mucho esto de escuchar, no podemos escudarnos en nuestro sexo o en mi pasado familiar o en cualquier cosa. La Biblia aquí nos está diciendo que escuchemos más, que pongamos especial atención, que nos concentremos.

Escuchar a nuestros interlocutores es importante para entender lo que nos dicen, pues mucho de nuestros enojos vienen por no poner suficiente atención y luego interpretamos mal lo que nos están diciendo.

¿Te has dado cuenta cómo no respondemos a lo que nos preguntan, sino a lo que interpretamos de la intención de las palabras? Por ejemplo, la esposa le pregunta al esposo: ¿A qué hora regresas? Pregunta sencilla que debería tener una respuesta directa: “A las 7, a las 9, etc.”. Pero en vez de responder a la pregunta, el esposo responde: “¡Vas a empezar! ¿Por qué me quieres controlar? No eres mi mamá”.

Entonces, escucha más a las personas con las que hablas. Que la Palabra de Dios gobierne también tu comunicación con tu cónyuge, hijos, hermanos, compañeros, jefes, vecinos.

Escucha lo que la gente te dice. Si no escuchas, no puedes entender. Si te cierras en tus ideas cómo podrás entender. Y con mayor facilidad serás presa fácil del enojo en tu corazón al tejer tu telenovela en tu mente no con información fehaciente sino provista por tu corazón ante la falta de la misma por no haber escuchado más.

Escucha lo que te dicen tus hijos. Aveces nos dicen cosas que no queremos escuchar en ese momento, pero no cierres la puerta en sus narices, porque dejarán de comunicarse contigo. Mejor escucha toda la versión antes de hacer algo. Escucha más así podrás tener un cuadro más completo para poder dirigirlos mejor.

En fin, lo primero que debemos hacer como humanidad nacida por la Palabra es escuchar más.

Pero hay una segunda acción importante para batallar contra los enemigos internos de nuestro corazón y esta es:

HABLA MENOS v.19b

“y ser lentos para hablar”.

Algunos tenemos problemas con escuchar, pero a otros se nos complica dejar de hablar. Queremos que se enteren de nuestra opinión, queremos que sepan todo lo que pensamos y lamentablemente, no medimos nuestras palabras.

Somos muy prontos para hablar. La Biblia nos dice que seamos lentos o tardos para hablar. Habla menos.

Quizá no estás dejando que la gente a tu alrededor se exprese. Quizá por eso casi no los entiendes. Eres quien acapara la plática. Ya sea por tu volumen o porque no paras de hablar, pero estás evitando que los demás hablen.

Proverbios 10:19 En las muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus labios es prudente.

Tienes muchas más posibilidades de “meter la pata” si no dejas de hablar. Habla menos.

Hablar menos también te ayudará a pensar mejor tus palabras. Cuando estamos en una interacción y somos los que acaparamos la conversación, no nos damos el tiempo necesario para escoger lo que vamos a decir y cómo lo vamos a decir. Así que sale lo que sale de la abundancia del corazón y causa daños muy costosos en nuestras relaciones.

“Habla menos” es una gran indicación para los que luchamos con el enojo. Tristemente, es lo que menos hace una persona enojada. El enojado quiere sacar de su pecho todo lo que lo está dominando y lo hace por medio de palabras. Las palabras de enojo sólo van a empeorar las cosas y luego estarás tratando de recoger los pedazos rotos del piso. Y lo que se quiebra en tu relación será muy complicado de reparar.

Por todo esto, la instrucción bíblica de gran sabiduría es habla menos. Escucha más, habla menos, pero hay aún una tercera acción importante para los que hemos nacido como una nueva humanidad. Y esta es: DOMÍNATE MAS v19c.

“lentos…para enojarse”.

La instrucción es que seamos lentos para enojarnos. Esto nos puede parecer un sin sentido, porque el enojo parece ser algo que no controlamos. Como que viniera de la nada. Como que es algo que nos sucede, en vez de ser algo que nosotros hacemos. Casi casi, vemos el enojo como el covid. Nadie decide enfermarse de covid, sino nos da covid. Así tendemos a ver el enojo.

¿Pero seremos tan pasivos en esto del enojo? No. Todo lo contrario. Nuestro enojo tiene una relación directa con nuestros deseos. El enojo viene porque deseamos algo demasiado. Permitimos que un deseo nos gobierne, que un deseo sustituya a Dios en nuestras vidas y cuando ese deseo idólatra no se realiza, somos prontos para airarnos.

A veces el deseo no es en sí malo, sino cuánto lo deseamos (es decir, lo deseamos más que glorificar a Dios, que amar a Dios, que reflejar el carácter de Dios, que la reputación de Dios, etc.)

Cuando este enojo egoísta ha tomado cautivo tu corazón no puedes obrar la justicia de Dios. Es decir, no puedes agradar a Dios, no puedes hacer lo que es correcto. Vas a terminar lastimando, ofendiendo, siendo sarcástico, echando en cara, golpeando, etc.

Esto, entonces, requiere dominio propio. Por eso, la instrucción podríamos resumirla como “Domínate más”. No dejes que un deseo usurpe a Dios en tu corazón. Mantén a tus deseos en su justo lugar, nada debe ser más importante en ti que la gloria de tu Señor, quien te ha hecho nacer por su voluntad.

Esto del enojo entonces tiene que ver con estos deseos internos que quieren dominarnos. Por eso Santiago 1:21 dice: Por esto, despójense de toda inmundicia y de la maldad que tanto abunda, para que puedan recibir con humildad la palabra sembrada en ustedes, la cual tiene poder para salvarles la vida.

Los hijos de Dios estarán intencionalmente despojándose de esa inmundicia y maldad y estarán recibiendo con humildad la palabra sembrada en sus corazones. Este es un proceso que muestra la realidad de nuestra salvación, al estar siendo santificados para la gloria del Señor.

La lucha contra el enojo es una lucha interna, una lucha contra los deseos de nuestro corazón que deben ser sometidos y transformados por la Palabra de verdad que ha sido sembrada en nuestros corazones. Por eso, domínate más. Domínate más por la Palabra de verdad por la que has nacido y que ha sido sembrada en tu corazón como parte de la nueva humanidad.

Escucha más, Habla menos y Domínate más. Todo esto es posible por la obra del Señor Jesucristo que te ha hecho nacer por la palabra a nueva vida, a una nueva humanidad.

En virtud de la obra de Cristo en tu vida, batallemos con todo en contra del enojo en nuestros corazones. Por eso:

Examina tu enojo. Pregúntate, ¿Mi enojo viene por un celo por Dios o por un celo por mí? ¿Qué me ocupa en mi enojo, Dios o yo? ¿Qué creencias o deseos están detrás de mi enojo? ¿Cuánto tiempo me quedo aferrado a mi enojo?

No des por sentado, que todo está bien con tu enojo, que es justificable, honorable o razonable. Pon la lupa de la Escritura sobre tu corazón y sus motivaciones.

Arrepiéntete de tu enojo. Si nuestro enojo claramente es enojo pecaminoso, debemos hacer lo que hacemos con cualquier otro pecado, debemos confesarlo y pedir perdón por el enojo. Pide perdón a Dios por tu pecado. Si al mirar atrás, ves la estela de destrucción que tu enojo provocó en los que te rodean, ve con cada uno y reconoce tu pecado y solicita su perdón.

El enojo es un pecado muy serio. Esto debe llevarnos al arrepentimiento. Esto debe llevarnos a correr a la gracia de Dios por misericordia. Esto nos debe llevar a dejar de ser condescendientes con nuestro propio enojo, dejándolo de ver como justificado, honorable y razonable. Dejar de llamarlo nuestro temperamento, nuestra herencia familiar, o nuestro mecanismo de defensa y tantas otras maneras como solemos llamarlo para seguir perpetuando este grave pecado. La Biblia nos aclara la gravedad del enojo pecaminoso.

Lucha contra tu enojo. No bajes la guardia con el enojo, pensando que es algo común y ordinario en el ser humano. La Biblia nos ha alertado este día de que no se trata de cualquier cosa, de que no es un asunto trivial, sino es algo muy serio y prioritario.

Busca ayuda, rinde cuentas, sumérgete en los medios de gracia, pide el apoyo de la comunidad. Plantea una lucha frontal contra este pecado en tu vida, por la gracia de Dios has sido habilitado por el Espíritu Santo para abandonar, la ira, el enojo, los gritos, los golpes porque has nacido de nuevo en Cristo y eres parte de una nueva creación, donde el enojo pecaminoso no tiene cabida.

Tenemos muchos enemigos internos, pero tenemos al Señor Jesucristo que ha completado su obra de redención y por eso podemos y debemos presentar batalla firma contra todo aquello que deshonra a nuestro Señor. Vivamos y luchemos la buena batalla de la fe. Vivamos muriendo cada día más a nosotros mismos y viviendo cada vez más solo para la gloria de Dios.