En una ocasión, una mujer mayor me comentó que necesitaba hablar conmigo. La estaba conociendo por primera vez y me comentó que tenía problemas con alguien a quien llamó: “Mi niño”.
El problema con “mi niño” era que vivía con ella y no trabajaba, ni estudiaba, y ella no le podía decir nada porque “mi niño” se enojaba y era grosero con ella.
El punto había llegado a tal grado que ella al salir de su casa, tenía que poner llave a su cuarto, porque sospechaba que “mi niño” le estaba robando.
Pero, aunque ella me comentaba su carga, la verdad es que decía: “Pero pastor, mi niño, no es malo, es bueno sólo está un poco desubicado”.
Al preguntarle qué edad tenía “mi niño”, ella me contestó, sin pena alguna: Tiene 48 años.
¿Qué hace un hombre de 48 años dando tantos problemas a su madre anciana? ¿Qué hace una mamá anciana manteniendo a un hijo de 48 años que tiene pleno uso de sus capacidades?
En otra ocasión, un matrimonio compartía sus luchas porque desde que se casaron, los padres del esposo eran los que decidían que hacía la pareja. El esposo no podía decirle no a todo lo que su madre le pedía o le decía, aún cuando fuera en detrimento de su esposa. De hecho, vivían en un pedazo del terreno, propiedad de sus padres y que estaba contiguo a su casa, así que todo lo que la pareja hacía, casi casi tenía que contar con la aprobación de los suegros.
La situación se agravó cuando llegaron los nietos, porque los que tomaron el control de la educación práctica de los hijos fueron los abuelos. La pareja se sentía atrapada, porque por un lado recibían mucho apoyo de todo tipo de parte de los suegros y eso era muy cómodo para ellos y sus hijos, pero, por otro lado, estaba pasando ya su factura en la relación matrimonial, y en la relación con sus hijos.
¿Qué hace un matrimonio nuevo siendo tan dependiente de los padres? ¿Qué hacen unos suegros teniendo la última palabra en la vida de un nuevo matrimonio?
Estas cosas suceden en una familia al revés. No se supone que las cosas funcionen así. Y en nuestra serie de sermones estamos tratando de abordar estos temas trayendo la luz de la Escritura para que no vivamos así, sino de acuerdo con el plan de Dios para la familia.
Hoy estamos tratando el tema de la relación de los hijos y los padres cuando éstos ya son adultos y forman sus propias familias.
Lo primero que debemos recalcar es que el deber bíblico de los hijos de honrar a sus padres, no tiene fecha de caducidad.
En la ley, encontramos el mandamiento de honrar a nuestros padres en los conocidos diez mandamientos, Éxodo 20:12 dice: “Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da”. Este mandamiento está a la altura de otros como adorar sólo a Dios, santificar su nombre y no cometer adulterio. Es decir, forma parte medular de la ética santa del pueblo de Dios.
En la ley de Moisés en el Antiguo Testamento, el honrar a los padres era considerado de tal seriedad, que una de las causales de la pena de muerte era precisamente, deshonrar rebelde y contumazmente a tus padres.
El Nuevo Testamento reafirma y recalca esta ética y la identifica plenamente con el carácter cristiano y santo. Los creyentes en Cristo se caracterizan por honrar a sus padres. Y la deshonra a los padres sigue apareciendo en las listas de los pecados más vergonzosos.
Cuando somos adultos responsables totalmente de nosotros mismos, quizá nos cuestionemos si aún debemos obedecer a tus padres como lo hacías cuando éramos niños. Debemos recalcar que el mandamiento de honrar a los padres debemos obedecer hasta la muerte. Me refiero a nuestra muerte o a la de nuestros padres.
Ahora bien, este mandamiento se lleva a la práctica dependiendo de la etapa en la vida. Cuando somos pequeños o jóvenes y estamos bajo el cobijo, autoridad y responsabilidad de nuestros padres, los honramos por medio de la obediencia a sus instrucciones. Pero cuando nos hemos independizado como adultos ya no tenemos que obedecerles como niños pequeños, pero aun debemos honrarles por medio de respetarlos, escuchar sus consejos, buscar una relación madura con ellos, cuidarles, atender sus necesidades y hasta proveer para ellos cuando sea necesario en su vejez (1 Tim. 5:15).
Entonces, que no nos quepa duda. La honra a los padres es un deber bíblico que no finaliza cuando nos hacemos responsables totalmente de nuestras vidas como adultos. Ciertamente, la forma de aplicarla, sufrirá ajustes según la etapa de nuestra vida, pero los hijos tendremos la bendición de honrar a nuestros padres mientras vivan.
Ahora bien, para que nuestra familia no esté al revés, debemos entender muy bien, las nuevas dinámicas de la relación padres e hijos que ocurren cuando los hijos forman sus propias familias.
Si los hijos fallan en entender la dinámica diseñada por Dios, acabarán en una familia al revés. Si los padres fallamos en entender la dinámica diseñada por Dios para cuando nuestros hijos forman sus propias familias, acabaremos en una familia al revés.
Hay un texto en la Escritura que nos instruye perfectamente para regular las relaciones entre padres e hijos de una manera muy clara y práctica. Este texto nos aclara la naturaleza del matrimonio y el ajuste importante que ocurre en las relaciones cuando éste llega.
Este texto lo encontramos en Génesis 2:24: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”
Este texto ha sido el versículo bíblico que más he comentado con parejas de todas las edades. Debo reconocer que el énfasis había estado siempre en el hecho de que el nuevo matrimonio debía asumir la responsabilidad de su relación, siendo una nueva unidad independiente del hogar de sus padres. Las acciones y decisiones son responsabilidad del nuevo matrimonio que es descrito en la Escritura, como una sola carne.
Como hijo, esposo y pastor, me había tocado aplicar y aconsejar la primera parte de la frase, “DEJARÁ EL HOMBRE a su padre y a su madre”. Pero no hace mucho, mi hijo mayor contrajo nupcias y de pronto, he comenzado a considerar la segunda parte de la frase, “a su PADRE Y A SU MADRE”.
No sólo los nuevos cónyuges deben hacer ajustes importantes en sus relaciones, sino también, los padres, que somos los que quedamos cuando los hijos se van, debemos hacer ajustes importantes para aplicar fielmente este texto.
En nuestra cultura, la salida de los hijos al casarse suele ser bastante abrupta. En otras culturas, los hijos se van de casa desde muy temprana edad. En tanto que nosotros solemos tenerlos cerca hasta que se casan. Este es el contexto en el que muchos padres no logramos hacer esta transición de una manera sabia, y la restructuración de las relaciones con nuestros hijos y sus cónyuges, suele complicarse.
Por eso, es importante repasar lo que significa este texto en cuanto al matrimonio y cómo se vuelve la relación prioritaria para esos hijos cuando se hacen uno con su cónyuge.
Este texto es citado en dos ocasiones más de manera completa en otras partes de la Biblia, haciendo así un total de tres apariciones como citas completas en la Escritura.
Este texto lo encontramos en su mención original en Génesis 2:24: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
En ese contexto original en el libro de Génesis, se nos habla de la realidad maravillosa del principio de la humanidad. En un mundo donde el pecado no había entrado y el ser humano tenía una perfecta relación con su creador. Y en el contexto de ese mundo ideal, nuestro Dios pone las bases para la unión entre un hombre y una mujer.
Según este texto, vemos que cuando el hombre y la mujer se casan ocurren dos cosas muy importantes. Hay un cambio importante en el orden de las relaciones. Antes la relación con los padres era una relación prioritaria y determinante. Pero a partir del matrimonio, dice la Escritura, que el hombre dejará a su padre y a su madre.
No quiere decir abandonarlos o irse lo más lejos posible de ellos, sino que ya el orden de prioridad ha cambiado. Ya no se hará lo que dice papá o mamá, sino lo que el nuevo matrimonio decida con responsabilidad. Es nuestro deber como hijos el honrar a nuestros padres, pero ya no son la autoridad determinante en la vida de los cónyuges.
Los hijos deben seguir amando a sus padres, seguir respetando a sus padres, seguir procurando a sus padres, pero ahora la responsabilidad total de su nueva familia es de los cónyuges y de nadie más.
Algunos hijos no entienden esto y ponen de cabeza su nueva familia, al mantener esa dependencia económica, práctica y emocional en sus padres. Siguen dependiendo de sus padres para que les resuelvan los asuntos que ahora les competen sólo a ellos. Se suele decir comúnmente, que no han cortado el cordón umbilical.
Hermanos, este no es el diseño de Dios. El diseño de Dios es que cuando hemos formado una nueva familia, dejemos a nuestros padres (no en cuanto a la honra hacia ellos, sino en cuando a nuestra dependencia de ellos), y tomemos total responsabilidad de nuestra nueva familia.
Ten cuidado si ya eres un adulto independiente o casado y todavía esperas que tus padres te sostengan, te resuelvan tus problemas o decidan por ti lo que debes hacer. La Escritura dice: Dejará el hombre a su padre y a su madre.
Pero al casarnos ocurre una segunda cosa muy importante. Dejamos a nuestros padres, pero nos unimos al cónyuge y esta unión es de tal naturaleza que ya no somos más dos, sino una sola carne. El matrimonio es una unión en la dos se vuelven uno.
La pareja ya no consiste en dos personas separadas, con propósitos distintos, con vidas en direcciones distintas…Son dos que se vuelven uno en todo. Ya no más dos, sino uno para cumplir con la misión de Dios.
Esto tiene implicaciones tremendas para tu vida como casado. En el matrimonio no caben ya los egoísmos, el pensar sólo en ti, el hacer lo que tú quieres. El que se casa renuncia a una vida de egocentrismo y se entrega a una vida de donación y sacrificio constantes por otra persona. Es decir, ustedes se están consagrando a una vida de servicio, de amor, de vivir para el bien de otra persona. Cuando te casas, asesinas a tu “yo” delante de Dios. Ahora eres una sola carne con tu esposo o tu esposa.
La relación prioritaria en la familia es la del esposo y la esposa. De ninguna otra relación se habla en esos términos. No somos una sola carne con nuestros padres, no lo somos tampoco con nuestros hijos, o con algún otro familiar. Sólo lo somos con nuestro esposo o nuestra esposa.
Una vez escuché a un hombre decir a su esposa: “Primero tuve madre y luego esposa”. Por supuesto, esa era una familia al revés, en la que el esposo estaba totalmente desubicado en cuanto al plan de Dios para su matrimonio. Ciertamente, la madre de uno debe ser honrada por sus hijos, pero cuando nos casamos, la esposa o el esposo, se vuelve uno contigo. Y todas las demás relaciones humanas toman un lugar secundario, pues la prioridad es la relación con el esposo o la esposa.
Esto quiere decir que, si es importante invertir tiempo en nuestras otras relaciones con los padres, con los hijos, con los hermanos, cuánto más debemos invertir en la relación con la única persona con quien Dios dice que soy una sola carne.
Este es el plan original para que el matrimonio funcione para la gloria de Dios. Pero lamentablemente, un capítulo adelante en la historia bíblica en el libro de Génesis sucedió un evento que marcó un cambio radical y catastrófico para la humanidad y como es de suponer, afectó también al matrimonio.
La entrada del pecado a la humanidad afectó toda la vida del ser humano y la relación de una sola carne se vio, a partir de ese momento, amenazada y vulnerable. Ya no es fácil sostener al cónyuge como nuestra prioridad. Ya no fluye con naturalidad el amor, el servicio, el sacrificio mutuo, sino tendemos a ser egoístas y orgullosos el uno hacia el otro.
Muchas personas que planean sus bodas con tanta ilusión, con el tiempo, acaban destruyendo con sus propias manos su matrimonio.
El pecado vino a poner caos en la humanidad. Vino a poner a la familia al revés.
En ese contexto, es que Jesús cita de nuevo ese versículo de Génesis 2:24 allá en el evangelio Mateo 19:3-6: 3 Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? 4 Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y mujer los hizo, 5 y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? 6 Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
Unos fariseos se acercaron a Jesús con una pregunta tramposa que le hicieron para hacerlo caer en sus palabras de alguna forma. La pregunta era, me puedo divorciar por cualquier razón. Y en los tiempos de Jesús, había llegado a ser literalmente, por cualquier razón. Habían ciertas tradiciones rabínicas que decían que si no te agrada cómo cocina tu esposa, podías divorciarte, o si simplemente te dejaba de agradar, sólo tenías que darle su carta de divorcio, y listo.
La unidad del matrimonio había sido totalmente devaluada, al grado que por cualquier razón podías divorciarte. La respuesta de Jesús a esta pregunta tramposa fue llevarlos al origen de todo. Y es aquí donde nosotros también debemos ir, porque nuestra época no es muy diferente en cuanto a su perspectiva del matrimonio.
Nuevamente, Jesús remarca que el programa original para el matrimonio no ha cambiado. Sin duda, se ha complicado con la entrada del pecado, pero no ha cambiado. Seguimos siendo desafiados a vivir como una sola carne. El agrega después de la cita del versículo de Génesis: Así que ya no son más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre.
El matrimonio es una unión de tal naturaleza que el hombre, en realidad, no tiene derecho a deshacer. Esa prerrogativa, sólo le corresponde a Dios, quien es el creador del matrimonio. No se supone que nosotros decidamos cuándo terminar nuestro matrimonio. Ciertamente, hay excepciones en las que por causa del pecado es permitido, pero aun así se dan a manera de concesión, y no como mandamiento.
Lamentablemente, cuando el matrimonio se rompe por el hombre, siempre la causa es el pecado, ya sea de uno de los cónyuges o de ambos. El divorcio nunca estuvo en el plan original de Dios para su maravilloso invento llamado matrimonio y cuando se da, es triste y devastador para todos. Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús sobre el divorcio, el los llevó al plan original y les dijo claramente, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre.
Así que los casados estamos en una relación que no se supone que nosotros podamos decidir terminar. Así que, confiando en la gracia de Dios, atendamos pronta y bíblicamente, toda situación que pudiera atentar contra la unidad de nuestro matrimonio.
No dejemos de procurarnos, no dejemos de animarnos y exhortarnos, no dejemos de buscar ayuda espiritual de la iglesia cuando estemos pasando por obstáculos complicados. Esta relación es sumamente seria y honrosa. Vivamos a la altura del llamado que Dios les está haciendo.
Es sólo en la gracia de Dios y en el evangelio de Jesucristo que podemos vivir y seguir creciendo en nuestros matrimonios.
Pero hay aún una tercera cita de este texto de Génesis 2:24 en la Escritura y lo encontramos en Efesios 5.
Efesios 5, es un pasaje muy leído y comentado cuando queremos hablar del matrimonio. Allí leemos estas palabras v.31-32
“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, mas digo esto respecto de Cristo y de la Iglesia”.
Efesios 5 es quizá el pasaje más usado para hablar acerca del matrimonio. Allí el Apóstol Pablo expone los deberes de los cónyuges y en ese contexto, del matrimonio, llega a los versículos 31 y 32.
Como vimos anteriormente, solemos pensar en estas palabras, como refiriéndose al esposo y la esposa: “dejar a los padres” y “unirse” para ser una sola carne. (Y es cierto).
Pero aquí la Biblia nos muestra algo de estas palabras que quizá no habíamos considerado antes. Nos muestra que el matrimonio se trata de mucho más que de un hombre y una mujer uniéndose legítimamente delante de Dios…se trata de Cristo y su Iglesia. “digo esto respecto de Cristo y la Iglesia”.
Con la venida de Cristo para la redención del ser humano, ahora en el evangelio, podemos visualizar con mayor claridad de qué se trata el matrimonio y para qué fue forjado.
a. Podemos ver que el matrimonio fue diseñado por Dios para ser una ilustración, un retrato, un ejemplo, un reflejo de la relación entre Cristo y su iglesia.
b. Es decir, que la reputación, la buena fama, la gloria de Cristo y su Iglesia están en juego con nuestros matrimonios.
c. Es decir, que más allá de nuestra felicidad, comodidad, deleite, buenos momentos, avances y logros en nuestros matrimonios, Dios nos une para que Cristo sea glorificado, para Cristo sea más famoso, para Cristo sea más adorado.
d. Por eso el matrimonio es tan honroso, porque refleja la unión de Cristo con su Iglesia.
Hermanos, este principio bíblico debe regir nuestras decisiones y debe forjar nuestras relaciones con nuestros padres cuando nos hemos casado. La relación matrimonial es la relación humana prioritaria para los que estamos casados y esto se debe reflejar práctica y claramente en el ajuste de la relación con nuestros padres. Hay mucho en juego, en nuestros matrimonios y debemos poner atención en esto.
Ahora bien, el principio bíblico de que los casados “Dejan a sus padres y se unen al cónyuge como una sola carne”, no sólo debe ser aplicado por el nuevo matrimonio, sino también por nosotros, los padres.
Por eso, reflexionando en este asunto, que me toca de manera muy personal, quiero compartir algunas pautas que quizá nos puedan ayudar a establecer ajustes sabios en la relación con nuestros hijos cuando salen para ser una sola carne con sus cónyuges.
Considerando todo lo que está en juego en el matrimonio de nuestros hijos y entendiendo que nosotros como padres también debemos cuidar y proteger esos matrimonios para la gloria de Dios, te propongo las siguientes aplicaciones como suegros, como abuelos, como padres en nuestra relación con nuestros hijos adultos.
1. Espera, no invadas.
Debemos recordar que el nuevo matrimonio es una relación en construcción. Necesitan su espacio, tiempo y privacidad. La intromisión de los padres es perjudicial para el crecimiento sano de esa nueva relación. Ten paciencia. No invadas donde ni siquiera te han llamado. Soporta la tentación de meterte en asuntos que la nueva pareja debe resolver entre dos. Como padres podemos estar dispuestos y disponibles, pero debemos esperar, pacientemente, a que nos inviten a participar.
2. Sugiere, no decidas.
Como padres estamos acostumbrados a tomar decisiones sobre la vida de nuestros hijos. Ten cuidado con la inercia de esta costumbre una vez que tus hijos se han casado. Ya no nos corresponde tomar decisiones por ellos. Si bien podemos sugerir, pero nunca decidir sobre algo que, como adultos, les corresponde. Ellos tienen el deber cristiano de honrarte, pero ya no el de obedecerte como lo hacían cuando estaban bajo tu autoridad en casa.
3. Respeta decisiones, no te enojes.
Cuando tus hijos tomen decisiones contrarias a lo que sugeriste o les indicaste, no te enojes. Son adultos y serán responsables de las consecuencias de sus decisiones. Si les va mal por no haber escuchado el consejo, será parte de su aprendizaje. Ora mucho por ellos para que crezcan en sabiduría y no sean sabios en su propia opinión. Aunque, a decir verdad, quizá te sorprendas al descubrir que la forma en la que haces las cosas, no es la única y ni siquiera, la mejor. También podemos aprender de nuestros hijos.
4. Apoya, no resuelvas.
Una tentación muy grande para los padres es querer evitarles carencias y limitaciones a nuestros hijos. Al cabo de los años hemos adquirido ciertos recursos y también experiencia que queremos, simplemente, volcar sobre nuestros hijos recién casados. Esto resulta en el deseo de querer resolverles cuanta dificultad práctica o económica les vaya apareciendo. En algunos casos no permitimos a la nueva pareja crecer porque alguien más les resuelve la situación problemática casi sin esfuerzo personal. Por supuesto, apoya a la nueva pareja en su necesidad, pero por el bien de ellos, no les resuelvas la vida. Parte del crecimiento hacia la madurez matrimonial es tener que esforzarse, hacer sacrificios y tomar decisiones que requieran todo el compromiso de los cónyuges.
5. Ayuda, pero no controles.
¡Qué hermoso es tener una relación armoniosa con los hijos y sus cónyuges! Es un gozo compartir con ellos las muchas bendiciones que hemos recibido. Para mantener esas relaciones armoniosas es importante estar dispuestos a ayudarlos, cuando sea sabio, pero no como un medio para mantener el control sobre ellos ni manipularlos de alguna forma. Lo que vayas a hacer por ellos, debe provenir de un corazón generoso que no espera algo a cambio o persigue un interés egocéntrico.
No cabe duda que los padres también crecemos cuando los hijos nos dejan para formar sus familias. La vida es un aprendizaje continuo y constante. Crece en sabiduría a medida que disfrutas de relaciones armoniosas con tus hijos y sus cónyuges, cuando el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer para ser una sola carne.
Gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesucristo podemos aspirar a familias que no estén al revés, sino familias donde el matrimonio es protegido y crece y donde los padres son honrados por los hijos en armonía y respeto.
Familias donde las generaciones mayores son bendición para las generaciones más jóvenes y donde los jóvenes son de bendición para las generaciones mayores.
Gracias al Señor por su gracia que nos permite tener familias que vivan para la gloria de Dios.