Mi Padre partió para estar con el Señor hace 7 años y hubo algo que me sorprendió muchísimo que yo desconocía de mi padre y lo descubrí el día de su funeral.
Para mí, Don Rubén Madera Reyes fue un padre maravilloso y un creyente en Cristo de convicción férrea. Y ya con eso tenía suficiente. Pero el día de su funeral, me di cuenta de que además de todas estas cosas maravillosas, fue un médico muy apreciado y un anestesiólogo que fue referente en la historia de la anestesiología en Yucatán.
Yo sólo lo conocía como mi padre amoroso, esposo fiel, el anciano de iglesia comprometido y el médico cristiano. Pero la faceta de mi padre como anestesiólogo no había sido evidente para mí sino hasta ese día que escuché tantas referencias a su labor profesional y tantas personas del gremio médico presentando sus condolencias a la familia.
Si antes de su partida le tenía gran respeto y lo tenía en alta estima, después de su funeral, esa admiración y cariño ha aumentado aún más por todo lo que ahora he estado descubriendo acerca de él.
Así nos pasa, conforme vamos descubriendo cosas que no sabíamos de las personas, nuestro respeto, admiración o en caso contrario, nuestra decepción aumenta. Conocer a mayor profundidad a alguien impacta nuestra relación con él o con ella.
Por eso en nuestra serie de Sermones: Jesús vino, queremos examinar la persona y obra de Jesucristo desde la perspectiva de la epístola a los Hebreos, la cual nos muestra cuán especial, sin igual, incomparable y sublime es nuestro Supremo rey y Señor Jesucristo y cuán maravillosa es su obra de redención para que al continuar descubriendo quién es Jesús y qué ha hecho Jesús, nos aferremos más a él y seamos sus discípulos comprometidos.
La epístola a los Hebreos es muy particular. En ella encontramos grandes advertencias en contra de claudicar o abandonar por completo la fe en Cristo y de menospreciar su obra de redención.
Lo que pasa es que un grupo de los destinatarios originales de la epístola estaban dejando por completo la fe en Jesús y estaban regresando a formas y creencias judías mezcladas con un poco de filosofías paganas.
La problemática no era como que habían dejado de leer su Biblia una semana, sino que estaban abandonando por completo a Cristo. La situación era de extrema urgencia. No era cosa de niños, eran las ligas mayores. Los que se habían declarado creyentes en Cristo en algún momento de sus vidas, estaban ahora abandonando por incredulidad el evangelio puro y la comunidad de Cristo por completo.
Por eso, la epístola a los Hebreos se caracteriza por sus declaraciones y advertencias fuertes en contra de dejar de seguir a Jesús. Y la estrategia argumentativa del autor de la epístola es mostrar cuán inútil, absurdo, peligroso y descabellado es si quiera considerar otro camino que no sea Cristo una vez que ya has confesado fe en él. En hebreos, Cristo es presentado como el Cristo supremo, mayor que los ángeles, mayor que Moisés y Aarón, el mejor y definitivo sacrificio y el mediador de un mejor pacto, entre otras cosas.
Así que las advertencias y exhortaciones de la epístola son pertinentes para cada uno de nosotros que hemos confesado fe en Jesucristo. Al mismo tiempo nos anima y nos da la respuesta a este tipo de lucha que quizá hoy mismo estemos pasando.
Cualquiera que sea el caso, el mensaje recurrente en todo este mes será el mismo: Jesús vino y es el Cristo supremo, Él es el mejor, Cristo es el camino, No hay comparación. No dejes de confiar en el salvador y en su obra de redención.
Hoy consideraremos a Jesús como nuestro sumo sacerdote, explorando el capítulo 2 de Hebreos.
Un sumo sacerdote era en la Biblia, digamos el principal entre los sacerdotes, el jefe de los sacerdotes. Recordemos que los sacerdotes eran mediadores o intercesores entre el pueblo y Dios. Ellos presentaban las ofrendas y los sacrificios y regulaban la vida cúltica de Israel. El sumo sacerdote era el único que podía entrar una vez al año al lugar santísimo en el templo para ofrecer el sacrificio de la expiación de los pecados. En fin, ser el sumo sacerdote era un llamado muy especial.
La epístola a los hebreos nos presenta a Jesús como nuestro sumo sacerdote fiel y misericordioso, y con ello nos está diciendo que no necesitamos otro intermediario o intercesor, no necesitamos a alguien más que ofrezca sacrificios por nuestros pecados, no necesitamos a alguien más que interceda por nosotros ante Dios, pues tenemos a Jesús, nuestro sumo sacerdote fiel y misericordioso.
El asunto es que algunos de los destinatarios de la epístola estaban haciendo eso. Estaban buscando otros mediadores y estaban abandonando a Jesús. Eso sería lo más absurdo e incongruente de hacer, pues nadie es como Jesús.
Por eso hebreos 2:1 comienza diciendo con palabras que reflejan urgencia: Por eso es necesario que prestemos más atención a lo que hemos oído, no sea que perdamos el rumbo.
Es fácil distraerse, es fácil prestar atención a algo o alguien que no es el evangelio que hemos recibido y esto nos hace perder el rumbo. Quizá ahora mismo estás aquí y has estado vacilante entre seguir a Jesús o comprometerte con algo o alguien más. Quizá has comenzado a dar pasos prácticos de alejamiento de tu fe inicial en Cristo, quizá has comenzado a considerar que hay otros caminos, a tu parecer, mejores que el camino de Cristo. Quizá has comenzado a sentirte incómodo con la idea de comprometerte como un discípulo de Jesús.
Hoy la Escritura nos dice y afirma que es necesario que prestes más atención a lo que has oído del evangelio que te presenta a Jesús como tu sumo sacerdote fiel y misericordioso, por eso decimos hoy: Aférrate a Jesús, sólo a él debemos acudir.
No hay nada ni nadie que pueda socorrerte, sostenerte y guiarte. Sólo Jesús es nuestro refugio y socorro. Aférrate a él.
Y para entender mejor esto, hagámonos dos preguntas que el mismo pasaje nos responderá: ¿Qué hace que Jesús sea nuestro único sumo sacerdote? y ¿Qué logró Jesús como nuestro único sumo sacerdote?
Comencemos con la primera pregunta: ¿Qué hace que Jesús sea nuestro único sumo sacerdote?
Jesús es llamado en el pasaje como el sumo sacerdote fiel y misericordioso. Pero ¿qué hace que sea el sumo sacerdote ideal y perfecto para nosotros? Básicamente, lo que hace que Jesús sea nuestro único sumo sacerdote perfecto es que se identificó de manera plena con nosotros como seres humanos.
Nuestro sumo sacerdote, nuestro mediador, nuestro intercesor delante de Dios, tenía que ser uno de entre nosotros, uno semejante a nosotros.
Jesús, aunque es Dios, es a la vez, el ser humano más humano que ha existido, porque él tiene doble naturaleza. De hecho, Jesús, define para nosotros lo que es verdaderamente ser un ser humano. Él es la imagen de Dios perfecta; mientras más nos parecemos a Jesús más humanos somos.
Entonces, en su función como sumo sacerdote, él se identificó totalmente con nosotros. Se hizo humano.
Hebreos 2:14a dice: Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana…
Y hebreos 2:16-17: Pues, ciertamente, no vino en auxilio de los ángeles, sino de los descendientes de Abraham. Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios.
Nuestro intercesor, nuestro mediador, nuestro representante tenía que ser semejante a nosotros, debía tener una naturaleza humana verdadera para expiar los pecados en nuestro lugar.
Pero Jesús también se identificó totalmente con nosotros como nuestro sumo sacerdote con respecto a nuestra realidad y fragilidad humana.
Hebreos 2:10 dice: En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos.
Aquí seguramente nos llama la atención la palabra: “perfeccionara”. Podría darnos la idea de que Jesús, en un momento dado, era imperfecto y por medio del sufrimiento, logró ser prefecto. Pero sabemos que la biblia afirma que Jesús nunca pecó, nunca erró el camino, no hubo engaño alguno en su boca. Entonces, no está diciendo este versículo que a través del sufrimiento, Jesús se transformó en una mejor versión de sí mismo. Él es y siempre ha sido, el intachable, irreprochable y moralmente perfecto hijo de Dios.
Entonces, ¿A qué se refiere esta palabra “perfeccionar”? Nuevamente, está haciendo alusión a su total identificación con nosotros en su humanidad. Perfeccionar tiene el sentido de “lograr o cumplir la más alta meta”, de completar o llevar a su plenitud la meta más sublime. En ese sentido, Jesús siendo verdadero hombre y nuestro sumo sacerdote, debía enfrentar ese oficio y sus desafíos como tal. Pasó por todo tipo de procesos angustiantes, humillantes, desafiantes, agobiantes en el camino del sufrimiento para lograr nuestra salvación.
Ese perfeccionamiento hace alusión a los procesos de sufrimiento que Jesús tuvo que enfrentar como hombre y que en todos ellos mantuvo su misma calidad moral y santidad perfecta sin tacha ni arruga. Enfrentó todo tipo de tentaciones y todo tipo de embates y sufrimientos para lograr nuestra salvación, y en todo ello, mostró la perfección de su carácter santo, bueno, fiel y misericordioso.
Un hombre verdadero debía enfrentar los sufrimientos para lograr nuestra salvación, y ese fue Jesús, nuestro único sumo sacerdote fiel y misericordioso. Por eso se le llama el autor de la salvación, el pionero de la salvación, el precursor de la salvación. Él caminó primero, en nuestro lugar, el camino de sufrimiento que nosotros debimos enfrentar. No hay camino que estemos recorriendo hoy día, que no haya sido caminado y haya sido abierto antes por Jesús, el autor de nuestra salvación.
Por más difícil que sea el camino que estás enfrentando hoy, recuerda, el pionero, el autor, el campeón Jesucristo lo caminó primero por ti y venció. Él es el sumo sacerdote fiel y misericordioso en quien podemos confiar nuestras vidas.
Pero Jesús, como nuestro sumo sacerdote, no sólo se identifica con nosotros en nuestra humanidad o en nuestra realidad y fragilidad, sino que además se identifica con nosotros en hermandad.
Dice Hebreos 2:11-12: Tanto el que santifica como los que son santificados tienen un mismo origen, por lo cual Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Proclamaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré»
En su identificación con nosotros, como nuestro sumo sacerdote, Jesús afirma su hermandad con nosotros. Aunque él es el Hijo y nosotros hemos sido adoptados en la familia como hijos por su gracia, no se avergüenza de nosotros, y nos llama sus hermanos.
Un compañero del seminario nos compartía en una ocasión que cuando era un jovencito tenía un hermano que era alcohólico consuetudinario. Y que todos los días regresaba a casa dando tumbos, diciendo incoherencias y siendo el hazmerreír de muchos. Entonces, cuando él veía que su hermano estaba viniendo por la calle todo alcoholizado, se retiraba y se escondía porque no quería que lo relacionaran con él, se avergonzaba de ser hermano de ese borracho.
Nos compartía que cuando leyó y entendió este pasaje, pudo apreciar grandemente esas palabras: “Y no se avergüenza de llamarnos hermanos”. El Hijo verdadero y unigénito, pasa su brazo sobre nuestro hombro y con gozo dice, estos son mis hermanos. Estos que no siempre son fieles, que no siempre actúan con paciencia, generosidad, amabilidad, pureza,etc. El Cristo Supremo, el Hijo, no se avergüenza de nosotros.
¡Qué maravilloso sumo sacerdote tenemos! Entonces, ¿Qué hace que Jesús sea nuestro único sumo sacerdote? Su total identificación con nosotros en su humanidad, en su enfrentar nuestra realidad y fragilidad y en afirmar nuestra hermandad. Por eso, aférrate a Jesús, sólo a él debemos acudir.
Ahora bien, tenemos una segunda pregunta: ¿Qué logró Jesús como nuestro único sumo sacerdote?
Dice hebreos 2:14-15 y 17: Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida. […] Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo.
Jesucristo, en su oficio de sumo sacerdote, a través de sus sufrimientos en nuestro lugar, a través del sacrificio presentado ante Dios, una vez y para siempre, logró anular, según este pasaje, tres cosas: Anuló el poder de la muerte, el poder del diablo y el poder del pecado.
Dice que Jesús anuló mediante su muerte, el poder que la muerte tenía a todos los que por temor estaban esclavizados durante toda la vida. Esto es muy cierto. Cuántos de nosotros, si somos sinceros, aunque decimos que no, tenemos que reconocer que nos inquieta la muerte. Hasta los más valientes, se atragantan cuando les dan la noticia de que no hay nada más que hacer en el caso de su salud, que se preparen porque morirán en breve.
La muerte nos atemoriza, pero gracias a nuestro sumo sacerdote, al morir en sacrificio por nosotros y resucitar al tercer día, dejó a la muerte sin dientes. Él que cree en él, aunque esté muerto vivirá y el que vive y cree en él, no morirá eternamente.
Lo que nuestro sumo sacerdote logró con su muerte y resurrección, nos hace ver incluso a la muerte desde otra perspectiva. Sigue siendo un enemigo, pero un enemigo que tiene sus días contados.
Pero también el pasaje nos dice que nuestro sumo sacerdote con su muerte, anuló el poder del Diablo.
Como hombres y mujeres del siglo XXI, casi no hablamos del diablo, pero no por eso vayamos a creer que no existe o que no está involucrado en la maldad en el mundo. La verdad es que la Escritura enseña que los que están sin Cristo, están bajo el dominio del diablo. No se dan cuenta, no van a un templo satánico a adorar, pero están bajo el lazo del diablo a voluntad de él.
Pero nuestro sumo sacerdote cambió eso en aquellos sus hermanos, de los cuales no se avergüenza. Cristo en verdad nos libera de las ataduras del diablo, de tal forma que ya no tiene injerencia ni dominio sobre nuestras vidas. El diablo puede acosar, puede presentar batalla, pero ya no puede controlarte ni dominarte si estás en Cristo. Como dice, la Escritura, es mayor el que está en nosotros que el que está el mundo. Y tampoco hay principado o potestad, ni nada en el mundo de las tinieblas que nos pueda separar del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
El diablo fue vencido por nuestro sumo sacerdote en su muerte y resurrección, y logró llevar muchos hijos a la gloria.
Nuestro sumo sacerdote logró anular el poder de la muerte, el poder del diablo, pero también logró anular el poder del pecado.
Nuestro sumo sacerdote se presentó delante de Dios ofreciendo el sacrificio de sí mismo para la expiación de nuestros pecados. Él dijo desde la cruz: consumado es. Ya la deuda fue pagada, ya no hay condenación para el que está en Cristo. Tenemos ahora por Cristo, paz con Dios.
Los pecados fueron totalmente expiados por Cristo, de tal forma, que ya no quedan más sacrificios por realizar para ser perdonados. Por su gracia, ahora el que está en Cristo, ha sido lavado de su culpa y de su pecado y éste, ya no tiene su poder abrumador sobre él.
Por la obra de nuestro sumo sacerdote no tenemos que decir “sí” al pecado cada vez que toque a nuestra puerta. Ya podemos decirle: “Pecado, no vas a destruir mi vida, mi familia y mi futuro”. Ahora sigo sólo a Jesús, en él está la vida verdadera.
Esto es lo que nuestro sumo sacerdote logró por nosotros: anuló el poder de la muerte, el poder del diablo y el poder del pecado. Por eso decimos: Aférrate a Jesús, sólo a él debemos acudir.
No hay otro mediador o intercesor que pueda ser y hacer lo que Jesús es como sumo sacerdote y lo que logró como tal. Por eso, el pasaje de hebreos 2, concluye en el versículo 18: Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados.
Nuestro sumo sacerdote se identificó de tal forma con nosotros que pasó por todo tipo de situaciones que probaron su calidad moral y santidad delante de Dios. Esto es un gran aliciente para acercarnos y recibir socorro cuando nosotros también estemos pasando por situaciones complicadas.
Él no es como alguien que se baja de su carro lujoso, viniendo de su aire acondicionado y su comodidad, se toma una selfie contigo que estás en pobreza extrema, y te dice: “Te entiendo, sé por lo que estás pasando”.
¡No! No hay camino de dificultad, de prueba, de sufrimiento, que él no haya pasado antes. Él es varón de dolores, experimentado en quebranto. Él sabe qué es lo que estás pasando, porque él lo pasó primero. Por eso, no hay otro lugar a donde ir, no hay otro lugar a quien recurrir para recibir socorro. Aférrate a Jesús, sólo a él debes acudir.
Si Jesús es todo esto que el pasaje nos ha estado enseñando, ¿Te das cuenta cuán absurda es la idea, si quiera, de poner en tela de juicio nuestra decisión de ser sus discípulos y seguirle a donde él nos guíe? Esto es lo que estaba pasando con los destinatarios de la epístola.
Por eso, les recordó al principio que no dejaran de prestar atención al evangelio que habían escuchado para que no perdieran el rumbo.
Eso se les dijo a ellos…¿y a nosotros?
¿Será que nosotros no debemos prestar atención también al evangelio cuyo centro es Jesús?
¿Será que hemos estado escuchando y obedeciendo otras voces que nos dicen cómo pensar, cómo actuar, cómo llevar nuestro matrimonio, cómo educar a nuestros hijos, cómo vivir?
¿Será que hemos empezado a poner en el centro de nuestro entendimiento de todo a alguien o algo más que a Cristo?
¿Será que queremos ser amigos de Jesús sin ser discípulos de Jesús?
¿Será que nos estemos conformando con participar en actividades religiosas sin comprender la profundidad de negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Cristo cada día?
En fin, será que no estamos muy lejos de la situación de los destinatarios de la epístola a los hebreos.
Si este es el caso, arrepintámonos y regresemos a nuestro sumo sacerdote fiel y misericordioso, que se identificó totalmente con nosotros y logró anular los poderes que había sobre nosotros para ser él nuestro único Señor.
Sin duda alguna, aferrémonos a Jesús, sólo a él debemos acudir. Él es nuestro gran sumo sacerdote que nos ha reconciliado con el Padre para la gloria de Dios.