Recuerdo la carrera de relevos femenil en un campamento juvenil al que asistí en mis años mozos. Desde el primer relevo tenía nuestro equipo amplia ventaja, así que el último relevo la tenía muy fácil. Con mucha comodidad, la última chica tomó la estafeta y comenzó a correr.
Nosotros, detrás de la meta, ya celebrábamos la victoria porque a todas luces se veía que iba a ganar. En los últimos metros antes de llegar a la meta, a nuestra corredora se le ocurrió mirar hacia atrás para ver cuánta ventaja llevaba sobre su contrincante más próxima, al regresar la mirada al frente, no se percató de una roca en el camino y se tropezó y cayó de una manera muy aparatosa.
A los pocos segundos, mientras ella estaba todavía en el suelo, las demás corredoras llegaron a la meta y nuestro equipo quedó en el último lugar. Por haber desviado la mirada de la meta, se tropezó y cayó.
Esta experiencia me quedó muy grabada, no sólo por la frustración de haber perdido, sino porque fue una gran lección de lo que pasa cuando te distraes de tu enfoque principal, cuando algo diferente a tu objetivo atrapa tu atención de modo que desvía tu energía y tu tiempo en algo que estorba tu desarrollo.
Este mes, en nuestra serie: “Creados para crecer”, hemos estado explorando algunos aspectos del crecimiento en nuestra relación con Dios en Cristo Jesús. Hemos hablado de la necesidad del crecimiento, de la esencia del crecimiento, de los hábitos del crecimiento y hoy cerramos con los estorbos del crecimiento.
Y es que como hemos dicho, el creyente verdadero, crece. Es inevitable el crecimiento cuando se está vivo y sano. Así que todo verdadero discípulo de Cristo puede tener la expectativa y experimentar la realidad del crecimiento.
Por eso, si somos verdaderos hijos de Dios y no estamos creciendo en un momento dado, tenemos que revisar que está estorbando el crecimiento; dónde está aquello que está deteniendo nuestro crecimiento; qué estamos haciendo o qué estamos dejando de hacer que está estorbando el crecimiento; en dónde estamos poniendo nuestra atención que nos está distrayendo de la experiencia del verdadero crecimiento.
Porque podemos estarnos distrayendo en cosas aparentemente buenas y que según nosotros tienen buena posibilidad de impulsar nuestro crecimiento, pero que al final, estén siendo eso, distractores del crecimiento.
Por ejemplo, podemos estar pensando que estar muy ocupados en cosas relacionadas con la iglesia, de manera automática nos harán crecer. Si bien es cierto, que parte de nuestro crecimiento se refleja en el servicio y ministración a otros, el mero activismo eclesiástico puede ser un gran distractor de crecimiento al final de cuentas, porque nos hace pensar que estamos creciendo haciendo muchas cosas para Dios, pero al mismo tiempo, estando muy lejos de Dios.
Otro distractor del crecimiento, paradójicamente, puede ser el estudio de la Biblia. Es muy fácil auto engañarse en pensar que porque he acumulado muchos datos de la Biblia en mi cabeza eso quiere decir que ya soy maduro en la fe. El crecimiento no está en meramente aprender datos de la Biblia, sino volver esos datos, vida diaria en obediencia a la Biblia.
En pocas palabras, es muy fácil encontrar obstáculos del crecimiento aun haciendo cosas que no son necesariamente malas, sino que nuestro corazón se distrae con ellas del verdadero objetivo o meta y al hacerlo, tropezamos y caemos.
Entonces, ¿Dónde está nuestra esperanza? ¿Qué podemos hacer para vencer los obstáculos del crecimiento? ¿Cómo podemos seguir creciendo en nuestra relación con Dios?
En concreto, este día respondemos: Para crecer, fijemos nuestra atención en Cristo.
Para no distraernos con los obstáculos del crecimiento, fijemos ininterrumpida y absolutamente nuestra atención en el Señor Jesucristo. No desviemos la mirada, ni a la derecha ni a la izquierda. No miremos a nadie más, ni a algo más, sino sólo a Cristo Jesús y toda su obra de redención como nos es presentado en el Evangelio.
En pocas palabras, aferrémonos a nuestra unión con Cristo.
El concepto de nuestra unión con Cristo es fundamental para el entendimiento de nuestra vida y fe en el Señor. Es el apóstol Pablo quien expone bastante esta verdad en sus escritos. Es notorio el uso que hace de la expresión “en Cristo” o “en Él” o “Con Cristo”. Esta forma gramatical se encuentra más de 150 veces en las epístolas paulinas.
Decir que estamos unidos a Cristo es declarar que estamos injertados en él, o adheridos a él, arraigados o plantado en él, y que es por esa unión que participamos de él y nos identificamos con él en toda la obra de la redención y en los beneficios de la misma.
Hay tal vínculo entre Cristo y los creyentes verdaderos que todo lo que Jesús ha hecho o completado se aplica a los creyentes casi casi como si ellos lo hubieran hecho. Por eso se habla de los creyentes como que han muerto y resucitado con Cristo, o que son participantes de los sufrimientos de Cristo, que siguen la misma pauta de la vida de Cristo de primero humillación y luego gloria, o que cuando la gloria de Cristo se manifiesta también nosotros seremos manifestados en Gloria.
Podemos tener la expectativa del crecimiento por nuestra unión con Cristo y fijando nuestra atención solamente en él. Para crecer, fijemos nuestra atención en Cristo.
Para explorar esta verdad, consideraremos el pasaje en Colosenses 3:1-11. En este pasaje encontraremos dos aspectos de nuestra unión con Cristo en los que debemos poner toda nuestra atención para crecer.
Primero, Pon atención en lo que Cristo ha hecho por ti.
Colosenses 3:1-4 dice: Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con él en gloria.
En este pasaje, se usa un lenguaje un tanto extraño. Se habla, por ejemplo, de que hemos muerto y hemos resucitado, cuando si estamos escuchando este mensaje, pues, quiere decir que seguimos vivos y que no hemos pasado por la muerte física, como para que resucitemos. Entonces, ¿Por qué se habla de estos estados como ya realizados?
A lo que se está haciendo referencia aquí es, precisamente, nuestra unión con Cristo. En nuestra unión con Cristo, los creyentes, hemos experimentado, en principio, todas estas cosas, porque Cristo ya las ha realizado. Y nuestra unión con él es tal, que, aunque histórica y cronológicamente no hemos pasado por estas experiencias, podemos dar por sentado y con toda seguridad que son realidades que un día experimentaremos plenamente histórica y cronológicamente.
Pero ya son un hecho, en virtud de nuestra unión con Cristo. Al experimentarlas Cristo, fue como que nosotros las hayamos pasado. Por eso, el tiempo de los verbos usados aquí están en un modo indicativo pretérito, presente e incluso futuro en algunos casos.
Por eso, al pensar en nuestro crecimiento, nuestro corazón debe poner total atención en todo aquello que Cristo ha hecho por nosotros. Para crecer, fijemos nuestra atención en Cristo. Pon atención en lo que Cristo ha hecho por ti.
¿A qué cosas en concreto se refiere esta porción? Veamos…
Hemos muerto en Cristo. Cuando Cristo murió sustitutoriamente por nosotros, en nuestra unión con él, también nosotros morimos.
La Biblia afirma que los que somos de Cristo hemos, muerto al pecado. Por ejemplo, Romanos 6:2 dice: ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él? Y Gálatas 5:24 dice: Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos.
Los hermanos creyentes que están ahora en presencia del Señor ya no luchan con el pecado como nosotros que aún estamos vivos en este siglo. Pero estos textos nos están diciendo que nosotros, aunque no hemos experimentado la primera muerte, ya hemos muerto, como aquellos que están en presencia de Cristo ahora mismo.
¿Cómo es esto? Esta es una realidad sólo para aquellos que están en Cristo. Cuando Cristo murió por el pecado, nosotros también morimos al pecado. Ya no tenemos más que ver en cuanto a nuestra identidad más profunda con el pecado. No tenemos que seguir obedeciendo al pecado en todas sus demandas. La Biblia enseña que los que están en Cristo deben considerarse muertos al pecado, pero vivos para con Dios.
Así que, para nuestro crecimiento es importante considerar que Cristo en su muerte por nosotros, también logró que nosotros muriéramos al pecado. Y en esto debemos poner atención cada vez que el pecado toque a nuestra puerta. ¿Para qué hacerle caso? ¿Para qué seguir obedeciendo sus demandas? Ya no le perteneces, ya no eres esclavo. Con Cristo ya has muerto. Pon atención en lo que Cristo ha hecho por ti.
Pero hay una segunda verdad. Hemos resucitado en Cristo. Aunque no hemos experimentado la primera muerte, en Cristo, hemos experimentado, la primera resurrección. Cuando Cristo Jesús resucitó al tercer día, no sólo garantizó que un día nuestro cuerpo también se levantará de la tumba, sino también garantizo que podemos comenzar a vivir una vida eterna y abundante, comenzando aún en este siglo.
La Escritura enseña que Jesús vino a dar vida y vida en abundancia. Y esta es la realidad de tu vida y mi vida en Cristo, tenemos, ya, gracias a nuestra unión con Cristo, una nueva vida, somos parte de una nueva creación, de una nueva humanidad.
Seguimos en el mundo, pero no somos del mundo, sino somos los primeros frutos de una nueva humanidad creada a semejanza de Cristo. Y nos ha dejado como garantía o prenda, al Espíritu Santo derramado en cada hijo de Dios.
Entonces, cómo no crecer si tienes una nueva vida en Cristo. Moriste al pecado, pero vives ahora en Cristo y para Cristo. Ya no estamos para seguir sirviendo a los deseos y vicios del pecado, sino ahora tenemos una nueva vida para vivirla para Cristo.
Por eso, ante la tentación, piensa, esta vida que me ofrece el pecado, ya no es mi vida. Ahora tengo una nueva vida en Cristo, porque he resucitado con él para vivir para la gloria de Dios.
Hemos muerto y hemos resucitado, en nuestra unión con Cristo. Pero aún hay una tercera verdad acerca de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Nuestra vida está escondida con Cristo.
Esta realidad nos llena de esperanza ante los embates en esta vida. Por nuestra unión con Cristo, nuestra vida está segura y resguardada en Cristo. No hay algo en este siglo que te pueda pasar que te pueda separar del amor de Dios que es Cristo porque tu vida está cuidada, resguardada, escondida en el lugar más seguro que pueda existir, los brazos tiernos y fuertes de nuestro Señor.
Cómo no crecer, cómo no seguir en tu caminar con él, si no importa los embates que vengan, las circunstancias difíciles que enfrentes, las presiones que experimentes, los peligros que asechen, tu vida y mi vida está escondida con Cristo, y de sus manos nadie nos puede arrebatar.
No tenemos que vivir en temor, en zozobra, en ansiedad o en angustia. Estás, ya, escondido con Cristo, asegurado con Cristo para siempre.
Hemos muerto y resucitado y estamos escondidos con Cristo, pero hay una cuarta verdad en estos versículos, Nuestra vida se manifestará en gloria con Cristo.
Estos versículos no sólo apuntan al pasado (hemos muerto y resucitado), o al presente (estamos escondidos con Cristo) sino también, en nuestra unión con Cristo, albergamos una esperanza futura. Un día esta vida de la resurrección, esta vida eterna, esta nueva creación a semejanza de Jesús, dejará de ser una esperanza futura y será una realidad eterna, histórica y cronológica.
Cuando el Señor regrese en gloria, cada hijo de Dios será manifestado como tal, con toda la gloria de la imagen del Señor Jesucristo. Piénsalo así, hermano, viene un día en que ese sentirte incompleto, sentirte en la lucha, sentirte falto de plenitud, se acabará para siempre, porque el que comenzó la buena obra en nosotros, un día la concluirá definitivamente en el día de Jesucristo.
Todo esto es muy importante y debe ser el foco de nuestra atención para seguir creciendo. Pon atención a lo que Cristo ha hecho por ti. No te distraigas con nada más.
Por eso el texto nos dice que busquemos las cosas de arriba y no las de la tierra. Este no es un contraste entre lo espiritual y lo material. No, como cristianos bíblicos no creemos en ese dualismo, como si viviéramos en dos mundos distintos y que sean contrarios. Sino lo que nos está diciendo es que no perdamos de vista la obra plena de redención en Cristo. Que centremos nuestra atención total en todas las realidades que Cristo ha conseguido para nosotros por su obra de redención.
No te distraigas con otras cosas, busca de manera intencional comprender cada vez más y aferrarte más a todo lo que Cristo ha hecho por ti y esta salvación tan grande que por gracia nos ha entregado. Que esto sea el fundamento de tu vida y de tu crecimiento.
Para crecer, fijemos nuestra atención en Cristo, Pon atención en lo que Cristo ha hecho por ti. Pero hay un segundo aspecto de nuestra unión con Cristo en el que debemos poner toda nuestra atención para crecer.
En segundo lugar, Pon atención en lo que Cristo está haciendo en ti.
Colosenses 3:5-11 dice: Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría. Por estas cosas viene el castigo de Dios. Ustedes las practicaron en otro tiempo, cuando vivían en ellas. Pero ahora abandonen también todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno. Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su creador. En esta nueva naturaleza no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos.
Toda esta sección, comienza con ese conector lógico: “Por tanto”, es decir, lo que estoy a punto de decir, es la consecuencia o se desprende de todo lo que he dicho anteriormente.
Como vimos, anteriormente, nos estuvo hablando de lo que Dios ha hecho por nosotros en nuestra unión con Cristo, y ahora se dispone a hablarnos de lo que se desprende o lo que implica todo esto para nuestra vida diaria, es decir, lo que Cristo está haciendo ahora mismo en nosotros.
¿Y qué es lo que el Señor está haciendo en nosotros? Nos está llevando a un vestidor. Sí…se trata de despojarse de algo y de revestirse de algo. Se trata de abandonar algo y de abrazar o adoptar algo.
La instrucción directa es: Hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza pecaminosa. Aunque hemos muerto al pecado en nuestra unión con Cristo, todavía no nos hemos deshecho de todo el pecado remanente en nosotros. Ya no tenemos que obedecerlo, pero aún quiere dictar qué debemos hacer en nuestros corazones.
Por eso, con toda intencionalidad, debemos buscar mortificar el pecado remanente en nosotros. Es una batalla y es un proceso.
En el texto nos dice de como a qué cosas se está refiriendo. Y podríamos decir que caen en dos grandes categorías en este contexto: Deseos pecaminosos y relaciones pecaminosas.
Deseos pecaminosos tales como: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, tales cosas se vuelven idolatría porque sustituyen al Señor en nuestros corazones. Estos deseos nos gobernaban cuando estábamos sin Cristo. Este era el pan diario de nuestros corazones. Estos deseos acarrean la ira del Señor.
Pero tenemos que pensar en pasado sobre ellos. Ya no pueden ser la característica de nuestra vida. Ya no pueden ni deben dominarnos, porque ahora estamos unidos a Cristo. Y por eso, dice la Escritura que los hagamos morir, que los ahoguemos, que los quememos, que los estrangulemos, que los acribillemos sin misericordia.
Que no les demos la mínima oportunidad de vivir, germinar y crecer en nuestros corazones, sino que seamos asesinos de esos deseos pecaminosos tan pronto asomen la cabeza.
Pero también el texto habla de relaciones pecaminosas que debemos abandonar, que debemos exterminar. Tratos relacionales que se caractericen por enojo, ira, malicia, calumnia, lenguaje obsceno, y mentira. Esto no puede caracterizar más nuestras relaciones con nuestra esposa, hijos, familiares, compañeros, hermanos y prójimos.
No es algo secundario si tengo problemas, por ejemplo, de enojo, o si de mi boca sale lenguaje obsceno. No es algo secundario. Es algo que hay que atender, abandonar, extirpar. Ya no es la vida diaria que debe caracterizar a aquel que ha sido unido con Cristo y ha muerto, resucitado, está escondido y un día se manifestará glorioso con Cristo Jesús.
Se trata entonces, de hacer morir y abandonar la naturaleza pecaminosa remanente, pero al mismo tiempo se trata de revestirnos de la nueva naturaleza en Cristo. Esa naturaleza que ya está funcional en nosotros, que es de acuerdo a la imagen de Jesús, y que se va acrecentando en mí, a medida que voy poniendo mi atención solamente en Jesús.
En esta nueva naturaleza ya no se evalúa o se juzga con criterios humanos, tales como raza, rituales religiosos, niveles educativos o condición social o política. Sino que hay un solo criterio: Cristo es todo y está en todos.
Para el que está unido a Cristo, no hay nada ni nadie más. Cristo es todo y está en todos. Eso es lo único que importa.
Por eso hemos dicho y repetido una y otra vez: Para crecer, fijemos nuestra atención en Cristo. Pongamos nuestra atención en lo que Cristo ha hecho por nosotros y lo que Cristo está haciendo en nosotros. Porque él es todo y está en todos.
A manera de aplicación de todo lo dicho, se propone lo siguiente:
1. Estudia diligentemente y en el temor del Señor lo que dice la Escritura acerca de tu identidad en Cristo. Esta es la base y fuente del crecimiento. Si dejamos de ver a Cristo como nuestra identidad, podemos distraernos con toda facilidad con mero activismo religioso o mero estudio academicista de la Biblia.
2. Aférrate a la realidad de tu unión con Cristo en tu lucha contra el pecado. La lucha contra el pecado no se vence por mero esfuerzo humano, sino la victoria está cimentada en todo lo que Cristo ha hecho por nosotros.
3. Vuélvete un asesino del pecado en tu corazón. No te des ni una oportunidad, ni un pequeño espacio, haz morir todo vestigio del pecado. Busca ayuda, rinde cuentas, haz explícita tu lucha con alguien que te pueda ayudar. El pecado ya no corresponde a quienes hemos sido resucitados con Cristo a una nueva vida y creación.
4. Aprovecha todas las oportunidades que tu comunidad ofrece para tu crecimiento. No te aísles, no podemos solos. Necesitamos a nuestra comunidad. Si no estás en un grupo pequeño, no tardes en dar los pasos pertinentes para hacerlo.
5. Confía en la obra transformadora del Espíritu Santo en tu vida. El que comenzó en nosotros la buena obra la perfeccionará para el día de Jesucristo. No te desanimes, confía y obedece la dirección del Espíritu en tu vida.
Jesús nos ha llamado para ser sus discípulos. Los discípulos conocen a Jesús, Son como Jesús y Hacen las cosas como Jesús las hizo. Los discípulos de Jesús, crecen. Los discípulos de Jesús, fijan su atención sólo en Cristo. Porque Cristo es todo y está en todos. Este tipo de discípulos anhelamos ser como comunidad. Queremos seguir siendo discípulos que vivan no para sí mismos, sino para aquel que los amó y los salvó para vivir para la gloria de Dios.