¿Cómo te diste cuenta que habías crecido o que ya eras un adulto? En mi caso, fueron varios momentos en los que fui tomando consciencia de que estaba entrando a nuevas fases de mi vida como adulto y sus responsabilidades correspondientes.
Recuerdo que una de las primeras veces que tuve un encontronazo con esta realidad fue cuando a mis 24 años regresé de mi luna de miel y ahora sí, ya solo estábamos mi esposa y yo para enfrentar todo tipo de cosas de la vida cotidiana. Más adelante, aunque trataba de aclarar a las personas que no tenían que decirme don Wilbur, desistí porque era inútil, cada vez más personas me llamaban así.
También recuerdo que el paso de dos huracanes en diferentes épocas de mi vida, me hicieron consciente de esto también. El huracán Gilberto lo pasé en casa de mis padres, como hijo. Y mi papá estuvo a cargo de toda la logística familiar para resguardarnos del meteoro. Pero cuando pasó el huracán Isidoro, yo ya tenía esposa, un hijo de 7 años y una bebé de meses. Y me correspondía a mí coordinar y resguardar a mi familia.
Por circunstancias como estas, te vas dando cuenta de que has crecido, de que tu experiencia ha avanzado, y de que tus responsabilidades han aumentado. El crecimiento no es sólo un concepto. El crecimiento se hace evidente en la vida diaria.
Algo similar podemos observar en el crecimiento en nuestra relación con Dios. En este mes, en nuestra serie: “Creados para Crecer”, estamos explorando algunos aspectos de nuestro crecimiento en Cristo para poder impulsarlo aún más en nuestras vidas.
La semana pasada decíamos que un verdadero cristiano no puede quedarse estancado con nulo crecimiento en su vida. Un verdadero creyente, crece. Lo que está vivo y saludable, crece.
Y hoy queremos continuar profundizando en nuestro tema considerando cómo se ve el crecimiento, cómo se puede notar el crecimiento en nuestras vidas. ¿Qué empieza a ser notorio cuando estamos creciendo en nuestra fe en Cristo?
Para esto estaremos considerando dos pasajes de la Escritura. Y lo que queremos recalcar es que el crecimiento no es sólo algo de lo que se habla, sino es algo que se vive.
Entonces, ¿cómo se vive ese crecimiento en Cristo? ¿Cómo se ve ese crecimiento en Cristo?
Primero, crecer es Amar.
Vayamos a nuestro primer pasaje que se encuentra en Mateo 22:34-40 (el cual hemos leído ya).
En el contexto, Jesús había tenido un día complicado. Primero los fariseos enviaron a los herodianos a ponerle la trampa de la pregunta sobre el tributo al César. Al fracasar, llegaron los Saduceos con su pregunta hipotética sobre la mujer que había tenido muchos maridos de la misma familia.
Luego, el versículo 34 dice que los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos se juntaron y uno que se creyó muy inteligente pensó en hacerle una pregunta a Jesús que lo pusiera en “jaque mate” y de esta manera cometiera el error de decir algo de lo cual pudieran acusarlo respecto a la ley de Moisés. Este intérprete o erudito de la ley le preguntó: “¿Cuál es el gran mandamiento de la ley?”
La respuesta de Jesús fue: Mateo 22:37: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.
La respuesta inmediata de Jesús fue repetir el conocido pasaje para todo judío de Deuteronomio 6:5. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Es decir, la respuesta a la pregunta de qué es lo más importante respecto a Dios y la vida es que Dios sea primero, Dios de último y Dios después. Todo de Dios y para Dios y por Dios. Amar a Dios con toda la pasión de nuestro ser. Que no haya en el mundo algo más importante, más atractivo, más vital, más necesario, más urgente que amar a Dios con todo lo que somos.
Jesús declara en el versículo 38 “Este es el primero y grande mandamiento”. Lo primero es lo primero: Dios ante todo, en medio de todo y después de todo.
El amor a Dios en esta medida es la evidencia del crecimiento en nuestras vidas. Podemos saber que estamos creciendo si vemos evidencias de este amor a Dios en nuestras vidas.
Nunca perdamos de vista, que el fin principal de nuestras vidas es el de glorificar a Dios a través de todo lo que hacemos, sea trabajar, estudiar, divertirse, conversar, descansar, jugar, etc., la vida se trata básicamente de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas.
Hasta aquí Jesús ya había contestado la pregunta hecha por ese tramposo intérprete de la ley, pero, aunque no se lo preguntaron agregó algo más que es muy especial para todos y complementa nuestra visión de las cosas. En el versículo 39 dijo: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
A todos nos queda muy claro que amar (adorar, glorificar, confiar, honrar) a Dios es lo más importante y la señal más clara de crecimiento. No tenemos ningún problema con eso, y seguro tampoco los fariseos lo tuvieron. Pero Jesús, nos lleva un paso más adelante. La vida y el crecimiento no sólo se trata de amar a Dios, sino también, por ese amor a Dios, amar al prójimo como a uno mismo.
Aquí las cosas ya se ponen más densas. Porque amar a Dios, si lo piensas, es bastante fácil; en el sentido de que Dios es bueno, santo, es bondadoso, es misericordioso; pero por otro lado, hay personas a nuestro alrededor que no son fáciles de amar como a Dios.
• Qué tal ese prójimo que toma tus cosas sin tener la cortesía de pedirlas.
• Qué tal ese simpático compañero que ya te agarró como la “botana “y el “hazmerreír” en el salón.
• Qué tal esa persona que se encarga de hacerte la vida de cuadritos en el trabajo.
• Qué tal ese familiar que está celoso de tu aceptación en tu entorno y está esperando nada más la menor oportunidad para dejarte mal con los demás o meterte una zancadilla.
La gente no es tan fácil de amar como Dios. Si el amor a Dios fuera el único mandamiento importante y señal de crecimiento, algunos diríamos yo lo cumplo todo el tiempo, pero cuando lo vemos junto a su hermano gemelo (Jesús dice el segundo es semejante), es entonces que nos damos cuenta que necesitamos la ayuda de Dios para cumplirlo. Nos damos cuenta de que podemos quizá fingirlo por un tiempo, pero tarde o temprano nos delataremos. Necesitamos a Jesús para poder cumplir ambos mandamientos.
Dos grandes mandamientos: Amar a Dios y amar al prójimo. Para rematar esta respuesta, Jesús agrega algo inaudito en el versículo 40: “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”
Lo que Jesús está diciendo es que todo lo que has aprendido acerca de Dios, todo lo que puedas aprender o saber de la Biblia está encerrado en estos dos mandamientos. Es decir, que la esencia del asunto del crecimiento, lo más importante que jamás puedas saber, ser o hacer es amar a Dios y amar al prójimo. Toda la Biblia se resume en estas dos frases gemelas: Ama a Dios y ama a tu prójimo.
Jesús quiere que nunca separemos a estos dos gemelos. Así que si queremos saber cuánto hemos crecido en nuestra relación con Cristo, si quieres saber cuánto estás cumpliendo el primer mandamiento, haz una evaluación de cómo estás cumpliendo el segundo mandamiento. De hecho, Juan lo dice en su primera epístola con toda claridad: “Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, el tal es mentiroso”. Por eso decimos, el crecimiento es amar. Amar a Dios y amar al prójimo.
Al reflexionar en lo que es verdaderamente el crecimiento en Cristo, quizá tengamos que hacer cambios en la manera en la que estamos conduciendo nuestras vidas como estudiante, como hijo, como padre o madre, como compañero y por su gracia en tu corazón puedas dar pasos de obediencia:
• Quizá tengas que ir con alguien a pedir perdón por tus palabras o actitudes.
• Quizá no has sido intencional en buscar a ciertas personas que no te agradan mucho en la iglesia.
• Quizá has puesto las formas y estrategias por encima de las personas.
• Quizá has sido caído en la trampa de pensar que estás bien con Dios y piensas que estás creciendo grandemente, aunque estés voluntariamente mal con tu prójimo.
Jesús nos centra de nuevo hoy en lo que es el meollo de la vida, en lo que es verdaderamente importante en la vida y el ministerio y el crecimiento: Amar a Dios y Amar al prójimo.
Recordemos que el crecimiento no es sólo algo de lo que se habla, sino es algo que se vive.
Como vemos, crecer es Amar, pero el crecimiento también se ve de otra manera muy palpable. ¿Cómo se vive el crecimiento en Cristo? ¿Cómo se ve ese crecimiento en Cristo?
En segundo lugar, crecer es obedecer.
Para reflexionar sobre este asunto vayamos ahora a Santiago 1:22-25.
El versículo 22 dice así: No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica.
Este versículo revela una gran verdad. Tenemos una tendencia a conformarnos con sólo escuchar la Palabra y pensamos que estamos creciendo. Siendo sinceros, es tan fácil encontrar nuestra zona de confort en venir cada domingo, sentarnos por una hora y ser expuestos a la verdad de la Escritura. Hallamos atractivo abrir de cuando en cuando la Escritura y leer una porción de ella.
La verdad, escuchar la Palabra, leer la Palabra de Dios es muy interesante. Aprendes verdades nuevas cada vez. Adquieres argumentos nuevos en contra de muchas mentiras que circulan a tu alrededor. Te da un buen tema de conversación. Es interesante hacer conexiones de un versículo con otro y así ver la estructura y congruencia del texto bíblico. Se oyen bonitos algunos pensamientos bíblicos como para ponerlos en el Facebook. En fin, quedarnos en el nivel de escuchar la Palabra resulta atractivo y cómodo. Y muchos de nosotros, nos quedamos plácidamente en él y así transcurre nuestra vida cristiana.
Pero la misma Palabra de Dios nos conoce profundamente y sabiendo de nuestra tendencia a quedarnos sólo en el nivel de escuchar la Palabra, nos indica con toda claridad, no te sientas satisfecho, no te contentes, con tan sólo escuchar acerca de Dios y su verdad, pues si así lo estás haciendo lo único que logras es engañarte a ti mismo.
Sí, conformarte con sólo escuchar es engañarte a ti mismo. Cuando lo único que has hecho es acumular información de la Biblia en tu acervo intelectual, cuando la Biblia para nosotros implica principalmente material para rebatir argumentos, cuando la Escritura es sólo algo en lo que reflexionamos los domingos, algunas veces te autoengañas en pensar que ya eres maduro en la fe.
Pensamos, a mayor conocimiento de los datos de la Biblia, mayor madurez cristiana. Ciertamente, la madurez implica conocer, pero ser discípulo es mucho más.
No nos engañemos, ser discípulo de Cristo, crecer en Cristo, sí implica conocer de Cristo, pero también implica ser como Cristo y sobre todo, vivir, actuar y hacer las cosas como Cristo. En pocas palabras, obedecer a Cristo.
Por eso Santiago nos advierte que todos podemos tener la tendencia de estar satisfechos con tan sólo conocer acerca de Cristo y por eso invertimos horas y horas en adquirir más datos e información acerca de Cristo.
Pero el pasaje nos aclara que lo que confirmará que estás yendo por buen camino de crecimiento como discípulo de Cristo es si escuchas e inmediatamente obedeces, haces o practicas lo que escuchaste.
Saber qué dice la Biblia acerca de cómo es y qué hace un buen esposo, no te llevará muy lejos si sólo es un dato memorizado, y no estás intencionalmente aplicando eso que sabes a la manera en la que actúas cuando tu esposa te pide que la ayudes en algo cuando ya está en lo mejor el partido de futbol en la tele o ya te acostaste a descansar.
No llegarás muy lejos como hijo cristiano si puedes repetir de memoria los diez mandamientos, pero cuando tu mamá te pide que saques la basura buscas todas las maneras de evitar cumplir el que dice: honra a tu Padre y a tu madre.
Recuerdo que cuando era niño, y como todos, desobedecía a mí mamá o hacía algo que no era correcto, después de la consabida reprimenda maternal y respectiva sanción, yo la veía en su máquina de coser trabajando y me acercaba sigilosamente por atrás y le asentaba un beso desprevenido en su mejilla. Una de sus respuestas típicas ante tal hecho era: “Hmm, Beso de judas”. (Mi madre siempre tan bíblica).
Es engañarte a ti mismo el pensar que porque sabes un dato de la Biblia has llegado al final del camino de tu crecimiento. La Escritura nos dice hoy, no te contentes con sólo escuchar sino practícalo.
El pasaje sigue diciendo en los versículos 23 y 24: El que escucha la palabra, pero no la pone en práctica es como el que se mira el rostro en un espejo y, después de mirarse, se va y se olvida en seguida de cómo es.
Si sólo nos conformamos con escuchar y no practicar, obedecer o hacer lo que estamos escuchando, nos pasa algo muy parecido a lo que hoy mismo les ha ocurrido a muchos de nosotros. Esta mañana cuando te despertaste, una de las paradas obligatorias que hiciste antes de venir aquí fue pararte frente al espejo.
Y cuando estuviste frente al espejo, no te gustó lo que viste, y por eso inmediatamente comenzaste a hacer algo al respecto. Tomaste el peine o el cepillo, tomaste el maquillaje para esconder algunas líneas que te parecen imperfectas, en fin, hiciste todo lo que pudiste hacer por ti al estar reflejando el rostro en el espejo.
Pero del trayecto de tu casa hasta aquí, se te ha olvidado por completo que esos cabellos rebeldes ya se han vuelto a rebelar y están en una posición que no debieran. Puesto que ya no te estás viendo en el espejo ya te olvidaste de ese granito en tu rostro que sepultaste bajo varios gramos de maquillaje, y no eres consciente que aún así, es lo primero que vieron los demás cuando llegaste.
Pero todo esto ya no te importa porque ya no eres consciente de ello, ya lo olvidaste, a menos que pases por una ventana o un espejo y de nuevo empieces a tomar medidas de emergencia.
Eso es lo que nos pasa cuando escuchamos y no obedecemos, practicamos, o hacemos. En el momento del sermón decimos, quién le contó mi vida al pastor, parece que me lo está diciendo a mí. O qué interesante es esto, o qué cierto es todo esto que dice la Biblia.
O al leer la Biblia decimos ahora sí tengo que hacer algo en mi familia, o en mi trabajo. Pero al salir de aquí o cerrar la Biblia y continuar con nuestra rutina diaria, sencillamente nos olvidamos por completo de ese pensamiento o reflexión o dato que nos dieron. Y no hay cambio ni crecimiento en nuestras vidas como discípulos de Cristo.
Pero nuevamente, la respuesta la tiene la Escritura, y nos reafirma la verdadera importancia y urgencia de obedecer, hacer, practicar, que es necesario para el discipulado. Si sólo lo escuchas y no lo practicas, lo olvidarás prontamente.
Santiago 1:25: Pero quien se fija atentamente en la ley perfecta que da libertad, y persevera en ella, no olvidando lo que ha oído, sino haciéndolo, recibirá bendición al practicarla.
Hay dos pasos importantes: 1. Fijarse atentamente en la ley perfecta. Es decir, que escuchar con atención, leer y estudiar con dedicación sí tienen su lugar de importancia. Al hacer énfasis en el hacer, no estamos demeritando la intencionalidad en comprender diligentemente la enseñanza de la Escritura
Es importante escuchar, pero como hemos dicho una y otra vez, no es suficiente, sino el ciclo se completa con el paso 2: Perseverar haciéndola para no olvidarla. Esto nos habla de intencionalidad, de entrega, de constancia, de dedicación, de insistencia enfocada en obedecer y practicar lo que estamos entendiendo de la Biblia.
Y la Biblia dice que el que hace ambas cosas: Fijarse atentamente y practicar diligentemente será bienaventurado, dichoso. Esta es la manera de vivir como discípulos de Cristo: Conocer, ser y Hacer.
Pero es importante recalcar que esta obediencia no es el fruto de un mero esfuerzo humano o una simple intencionalidad o fuerza de voluntad. Este actuar de acuerdo con Cristo o reflejando a Cristo, es el resultado de haber nacido de nuevo por el poder de la Palabra y por la gracia de Dios.
En el mismo capítulo 1 de Santiago nos hace esta aclaración importante. Santiago 1:18 Por su propia voluntad nos hizo nacer mediante la palabra de verdad, para que fuéramos como los primeros y mejores frutos de su creación.
En un acto libre y soberano de Dios, en un acto de su pura gracia nos hizo renacer por medio de la palabra de verdad. Antes éramos ciegos y sordos a la verdad de Dios, pero en su gracia, por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, nos reconcilió consigo mismo y nos hizo nacer a una nueva vida por el poder de su Palabra. Hemos nacido en la palabra y por la palabra. Los que están en Cristo son frutos de una nueva creación, de un nuevo orden, de una nueva humanidad que está siendo transformada a semejanza de Jesús por la presencia santificadora del Espíritu Santo en cada creyente.
Así que cuando la Biblia nos recuerda hacer y no sólo escuchar, le está hablando a personas que si están en Cristo han sido habilitadas para responder a este llamado. El Espíritu Santo que ha puesto en nuestros corazones no nos dejará pasivos o paralizados, sino que seguirá avanzando su obra santificadora en nosotros. El verdadero creyente, crece.
Así que aunque parezca abrumadora la tarea de comportarse como discípulo de Cristo, aunque parezca imposible conocer, ser y hacer, no nos desanimemos porque el que está en nosotros, no nos dejará sin fruto. Así que, confiando en su divino poder, podemos enfocarnos con toda diligencia y responsabilidad a seguir creciendo como sus discípulos. Crecer es amar y Crecer es obedecer porque si estás en Cristo eres parte de una nueva humanidad, de una nueva creación en él.
He aquí algunas pautas de acción para aterrizar nuestra reflexión:
• Arrepintámonos y confesemos si hemos vivido cómodos sólo escuchando la Palabra, sin haber sido intencionales en practicarla. Si hemos visto la Escritura como un buen marco teórico para nuestra vida, y no la autoridad para todo lo que pensamos, somos y hacemos.
• Estudiemos la Escritura con diligencia, no sólo por el placer de saber, sino con el afán de obedecer. Que en la Escritura busquemos anhelos cómo amar más a Dios y amar más al prójimo.
• Que nuestra pregunta inmediata sea ¿Qué implica esta enseñanza para el uso de mis palabras? ¿Cómo debe moldear esta verdad mi relación con mi cónyuge, mis hijos, mis vecinos, mis hermanos? ¿Qué pasos debo seguir para reconciliarme con mi hermano? ¿Qué actitud debo cambiar en ese conflicto en mi trabajo? ¿Qué cambio debo hacer en mi relación con la autoridad?
• En fin, ver la Biblia no como una enciclopedia de información teológica, sino como el consejo pertinente y permanente de Dios para mi vida diaria.
• De manera práctica, ten una libreta o un medio para tomar anotaciones de las verdades de la Escritura que vayas aprendiendo ya sea por estudios, sermones, grupos pequeños o en tu lectura personal de la Biblia. Pero acostúmbrate a escribir la verdad y a ponerle un aterrizaje en el espacio y en el tiempo. Escribe también el qué, el quién, el cuándo y el cómo. ¡Agenda la aplicación de la verdad en tu vida! No escribas sólo, “Debemos amar a nuestro prójimo” sino escribe, “Esta semana iré a visitar al hermano Juan que ha estado enfermo por dos semanas y no ha podido venir a la reunión”.
• Apoyémonos en la comunidad para seguir creciendo. Si has tenido dificultad para aplicar la Escritura, te ayudará mucho tener hermanos a quienes rendir cuentas. El consejo sabio del hermano, las exhortaciones amorosas y el ánimo permanente de la iglesia nos ayudará a ser cada vez más, discípulos que hagan y no que tan sólo escuchen.
Jesús nos ha llamado para ser sus discípulos. Los discípulos conocen a Jesús, Son como Jesús y Hacen las cosas como Jesús las hizo. Los discípulos de Jesús, crecen. Crecen en amor y crecen en obediencia. Este tipo de discípulos anhelamos ser como comunidad. Queremos seguir siendo discípulos que vivan no para sí mismos, sino para aquel que los amó y los salvó para vivir para la gloria de Dios.