Hoy estamos concluyendo nuestra serie de sermones: “Unos a otros” y hemos explorado varias de esas instrucciones bíblicas donde la aplicación implica una mutualidad y una reciprocidad. Es decir, instrucciones que se aplican en nuestra vida al estar en contacto con otras personas. Las relaciones entre nosotros funcionan para la gloria de Dios cuando aplicamos esos “unos a otros” de la Escritura.
Entre esas instrucciones están las de “amarse unos a otros”, “servirse unos a otros”, “exhortarse unos a otros”, “perdonarse unos a otros” y hoy concluimos con la instrucción de “someterse unos a otros”.
Sí…escuchaste bien... “someterse unos a otros”. Quizá esta instrucción no goza de mucha popularidad en nuestros días. De hecho, es considerada por muchos como una mentalidad del servilismo, fruto de una época pasada y oscura de la humanidad y no compatible con el ser humano contemporáneo. Por mentalidades, como éstas, dicen, “es que el mundo está como está”.
En nuestro tiempo hay una animadversión contra todo lo que huela a una estructura de autoridad y sujeción. En nuestro tiempo cuando se escucha la palabra “autoridad” enseguida vienen imágenes de explotación, abuso, control obsesivo, poder enfermizo, privilegios estrafalarios, y podríamos seguir describiendo todas las cosas horribles con las que se relacionan, actualmente, el concepto de autoridad. Tristemente, estas cosas han sido, muchas veces, una realidad en el ejercicio de la autoridad de una manera pecaminosa.
Pero nada podría estar más lejos de la realidad del concepto de autoridad en la Biblia. Si bien, debemos reconocer los efectos del pecado en las estructuras básicas de la autoridad y la sujeción y toda la estela de debacle y destrucción que ha dejado a su paso, no por eso, debemos claudicar por completo a la idea de la autoridad y su correspondiente pareja que es el sometimiento a la autoridad.
Este día, no dedicaremos mucho tiempo a explorar el concepto y práctica bíblica de la autoridad (que eso es todo un tema), sino más bien, nos enfocaremos en su contraparte que es el sometimiento. Porque recordemos que lo que estamos hablando es de la instrucción de someternos unos a otros.
Es decir, al hablar del sometimiento bíblico, no debemos olvidar que hay también una parte correspondiente a la autoridad bíblica (aunque no vamos a hablar tanto de ello hoy), y que muchas cuestiones se responden al ver la autoridad y el sometimiento con una estructura completa y plena, aunque hoy sólo enfatizaremos el sometimiento, es decir, una parte de la estructura completa.
Habiendo aclarado esto, me gustaría comenzar reconociendo que tenemos problemas con el concepto de autoridad, y para tal efecto, con el concepto del sometimiento porque en esta época hay ciertas premisas que se dan por sentado en cuanto a la vida y la comunidad.
En el mundo estas premisas básicas se pueden escuchar entre líneas del discurso social, familiar, político e incluso en algunos casos, eclesiástico. Todo esto facilita que nuestra actitud hacia el sometimiento a la autoridad sea caracterizada por un rechazo de entrada y también de salida. Y cuando escuchamos la instrucción bíblica de “someternos unos a otros” es tomada, de entrada, con mucha reserva y sospecha. Como que hay algo que enseguida nos inquieta, como que hay algo que no nos cuadra.
Cuando escuchaste que hoy hablaríamos del sometimiento, ¿Cuál fue tu reacción casi instintiva? ¿Fue decir, qué bendición…lo que más necesito escuchar hoy? O más bien vinieron preguntas como: ¿Hasta qué punto debo someterme? ¿Y si mi autoridad no es justa, de todas maneras, me debo someter? Es decir, ¿pensaste en la instrucción directa como algo que viene de Dios y, por ende, lo mejor para tu vida? o ¿Reaccionaste a esta instrucción como viniendo principalmente del hombre y a la conveniencia del hombre? Es decir, ¿pensaste primeramente en la instrucción bíblica o comenzaste a pensar primero en las excepciones en la aplicación?
Tendemos a no estar muy animados con esto del sometimiento porque quizá hemos adoptado, casi sin ser conscientes, varios de los postulados del mundo en este tiempo posmoderno.
Entre estos postulados engañosos tenemos algunos como los siguientes:
1. No necesito una autoridad sobre mí. Estamos en una época en la que toda autoridad es vista con sospecha. Se piensa que no se puede confiar en ninguna autoridad. Cuando escuchamos acusaciones de algún tipo de abuso por parte de una figura de autoridad, la tendencia, casi automática, es condenar a priori a tal persona. Si el acusado es una autoridad, seguramente es culpable. La autoridad es innecesaria, está de más, es sospechosa de entrada de todo tipo de males. Se tiene el pensamiento silencioso de que estuviéramos mejor sin autoridades que nos digan qué hacer o cómo vivir.
2. Yo decido quien es mi autoridad. Por otro lado, en los casos en los que se reconoce la autoridad, hay un sentido muy individualista de la misma. La supremacía de mi libertad para escoger quien es mi autoridad prevalece en nuestra época. Yo soy, al final de cuentas, quien decide quien será mi autoridad y si no la apruebo o no me gusta, simplemente, no la reconozco. Nadie me va imponer alguna autoridad. Si no me gustan mis padres, no los respeto; si no me gustan mis autoridades eclesiásticas, simplemente no las escucho, si no me gusta mis gobernantes, simplemente, no apoyo ningún proyecto que venga de ellos, por bueno que sea.
3. El énfasis con relación a la autoridad está en mis derechos. Estamos en una época en la que cuando se piensa en la relación con la autoridad, lo primero que sale a colación es la lista de derechos que la autoridad debe respetar hacia mí. Mi sometimiento, si acaso, estará dado en función de la medida en la que se respeten mis derechos. Primero mis derechos, y luego hablamos. Esta es la actitud generalizada a nuestro alrededor y la expectativa que se desprende de ella.
Por postulados silenciosos como estos en la cultura sin Cristo, esto del sometimiento no se oye para nada atractivo. Pero los que estamos en Cristo, necesitamos renovar nuestras mentes con la Palabra Santa. Necesitamos abrir nuestros ojos a la verdad que nos libra de este siglo malo.
A diferencia de la cultura sin Cristo, en la Biblia encontramos una cultura diferente en Cristo, en la que la autoridad y el sometimiento se ven y se viven de una manera diferente.
En la cultura del Reino de Dios, existe la autoridad y existe el sometimiento. Hoy nos estamos centrando, como dijimos, en el sometimiento y este principio bíblico del sometimiento se encuentra en múltiples pasajes de la Escritura, pero hoy en particular lo vemos declarado en Efesios 5:21: Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo.
A partir de este versículo y hasta parte del capítulo 6 de Efesios, el apóstol va a estar hablando de los roles en diferentes relaciones donde se enmarca la estructura de la autoridad y la sujeción. Pero antes de comenzar a exponer los tres pares de roles correspondientes, el punto de partida de toda esta sección es la enunciación de este principio que se aplica a todo creyente en Jesucristo: somos llamados como cristianos, a someternos unos a otros.
Somos llamados a entrar a relaciones providenciales que implican ceder, pensar en otros antes que en mí, seguir, respetar, considerar los intereses del otro y cosas semejantes.
Todo cristiano, todo hijo de Dios, debe vivir de esta manera. En sometimiento a alguien más, bajo la autoridad de alguien más. Y es que es eso lo que estamos entendiendo como sometimiento: “Vivir por convicción, voluntaria y sabiamente bajo la autoridad que Dios me ha puesto en cada esfera de mi vida”.
A veces pensamos que este principio del sometimiento sólo se aplica a las esposas. Pero nada está más lejos de la verdad. Todo creyente debe vivir sujeto o en relación de correspondencia o autoridad con alguien más.
El decir: “Yo no tengo otra autoridad sobre mí más que Dios” es una idea completamente ajena al cristianismo bíblico. El principio es claro: todos debemos estar sujetos unos a otros. En esa liga de correspondencia dentro de una estructura de autoridad, rendición de cuentas, respeto mutuo y sabiduría compartida. Este es el marco de referencia en el que debemos entender nuestros roles particulares.
Y debemos decir que el vivir sometidos unos a otros es parte de la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones. Por algo dice el versículo 21 que ese sometimiento unos a otros viene por “nuestra reverencia a Cristo”.
Efesios 5:18-21 dice: No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu. 19 Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón, 20 dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.21 Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo.
Podemos ver la conexión que hay entre la llenura del Espíritu Santo y las acciones de edificación del cuerpo de Cristo que se viven “unos con otros”: animarse unos a otros, cantar o alabar juntos a Dios y someterse unos a otros. La llenura o plenitud del Espíritu Santo en el Creyente se manifiesta en personas que piensan en los demás, que ceden para el bien de los demás, que buscan los intereses de los demás antes que los de ellos y están en voluntaria sujeción a las estructuras de autoridad que Dios ha colocado de acuerdo con el rol o papel asignado a cada uno.
El creyente en Cristo tiene la firme convicción de que Dios, en su sabiduría y su gracia, nos ha colocado estratégicamente en una relación providencial de autoridad y sujeción, y al vivir ese rol de acuerdo con su voluntad, estás reflejando la llenura del Espíritu Santo. Nuestra ingratitud o falta de contentamiento también está mostrando algo de nuestra relación con el Espíritu Santo.
Entonces, si eres esposo o esposa, padre o hijo, trabajador o patrón, comienza a considerar la implicación que tiene para tu vida como creyente la aplicación particular del principio del sometimiento, sabiendo que ésta es una marca de los verdaderos hijos de Dios que han sido sellados con el Espíritu Santo.
Esa conexión entre el rol que nos toca desempeñar y la dependencia, acción y llenura del Espíritu Santo es evidente en el texto bíblico que nos ocupa por la mención constante del fundamento sobre el cual debemos actuar en cada rol. Es únicamente en nuestra conexión de fe con Jesucristo que podemos encontrar armonía, paz y contentamiento en el rol que nos corresponde desempeñar.
Consideremos, por ejemplo:
Efesios 5:22 Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor.
Efesios 6:1 Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres.
Efesios 6:5 Esclavos, obedezcan a sus amos terrenales con respeto y temor, y con integridad de corazón, como a Cristo.
¿Podemos verlo? En la mención de cada rol o papel y su correspondiente instrucción básica está, en primer plano, el fundamento sobre el cual actuamos en nuestro respectivo rol y éste es nuestra relación de fe con el Señor Jesucristo: como al Señor, en el Señor, como a Cristo, etc.
Cuando tu desempeñas obedientemente tu rol como esposo, esposa, padre, hijo, trabajador o patrón, estás expresando tu identidad fundamental como creyente. Así es como vive una persona llena del Espíritu Santo, así es como vive un hijo de Dios, así es como se comporta alguien que ha recibido la gracia de Dios en Cristo.
Por lo tanto, no veamos con menosprecio la estructura de autoridad-sujeción que Dios nos ha llamado a vivir y practicar. No tengas una actitud de ingratitud o falta de contentamiento hacia este alto llamado que Dios te hace. El Señor te está llamando a vivir como su hijo en esta estructura de autoridad en la que tienes que desempeñar un papel en el que no se trata de tu comodidad, tus intereses o beneficios egocéntricos, sino se trata de la expresión más básica de lo que eres como hijo de Dios. Ten en alta estima el rol en que Dios te ha colocado para vivir diariamente para su gloria.
Mis hermanos, esa estructura de sometimiento unos a otros, no se vive a través de meros esfuerzos humanos o por estrategias meramente humanas, sino que tiene su base y fundamento en nuestra relación de gracia con el Señor Jesucristo, quien ha derramado su Espíritu Santo en nuestros corazones.
La instrucción importante para nosotros hoy, entonces es sométanse unos a otros. Es decir, vivan por convicción, voluntaria y sabiamente bajo la autoridad que Dios les ha puesto en cada esfera de la vida.
¿Cómo podemos crecer en convencimiento, en intencionalidad y sabiduría para vivir sometiéndonos unos a otros?
Lo primero es Reconocer que someterme a la autoridad es la voluntad de Dios.
Romanos 13:1-2 dice: Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido. Los que así proceden recibirán castigo.
La estructura de autoridad no es algo establecido por el hombre, sino por el Señor. Porque nuestra autoridad suprema es el Señor. Él es quien tiene toda autoridad sobre nosotros. Y él ha dispuesto una estructura donde se manifieste su autoridad sobre nosotros.
Los creyentes en Cristo entendemos que nuestra autoridad suprema es Dios y como tal, ha establecido esta estructura de autoridad para nuestro bien. Estar bajo autoridad es de bendición para todos nosotros.
Vivir bajo autoridad no es la excepción, sino la regla. Vivir bajo autoridad es vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Estar fuera de la autoridad es estar oponiéndome a lo que Dios ha establecido.
Un cristiano independiente es una contradicción de términos. Doy gracias al Señor que en nuestra denominación, se fomenta este hecho. Como pastores, no somos independientes ni autónomos, sino estamos bajo la autoridad del Presbiterio. Los miembros de una iglesia también están bajo la responsabilidad del Consistorio de la iglesia local.
También en la familia, Dios ha establecido autoridad. La autoridad en la familia son los padres. Cuando un hijo se rebela neciamente contra sus padres se está rebelando en contra de Dios.
En la sociedad también tenemos autoridades. Y el principio también aplica ahí. Cuando estas palabras de Romanos se escribieron originalmente no se estaba hablando a ciudadanos de una democracia, sino a los ciudadanos de un imperio. Y sabemos que los emperadores romanos no siempre fueron ejemplos de nobleza y bondad. Aún así el principio del sometimiento a las autoridades permanecía como la norma.
En cada esfera de la vida, iglesia, matrimonio, familia, sociedad, escuela, centro laboral, etc. Dios ha establecido la estructura de autoridad designada de su autoridad suprema. La autoridad ha sido establecida por Dios. Esto no hace a la autoridad infalible, por supuesto, pero si la hace merecedora de mi sometimiento respetuoso.
Así que ante los postulados engañosos del mundo que dicen que no necesitamos una autoridad o que yo decido quien es mi autoridad, debemos anteponer la enseñanza bíblica de que sí tenemos una autoridad y que no somos nosotros los que la establecemos, sino que esta estructura necesaria para nuestras vidas es establecida por Dios mismo. Todos necesitamos y debemos estar bajo autoridad.
En fin, para que el sometimiento o vivir bajo autoridad sea cada vez más atractivo debo crecer en convencimiento de que ésta es la voluntad santa, agradable y perfecta de Dios para con sus hijos. Entender también que la falta de sometimiento por cualquier razón no es algo que deshonra sólo al hombre, sino a Dios quien estableció la estructura de autoridad.
Con todo esto, no estamos diciendo que hay que obedecer a la autoridad en todas y cada una de las cosas que nos ordene. Su autoridad designada tiene un límite, por supuesto. Cuando la autoridad me ordena que yo peque, es mi deber no obedecerla porque debo mi obediencia plena sólo al Señor. Pero si la autoridad no me está pidiendo que peque, quizá pueda dialogar, intercambiar impresiones por los caminos legítimos, pero al final de cuentas, debo someterme, porque es lo que Dios ha establecido para mí.
El énfasis de la Biblia está en el principio del sometimiento, no en la excepción a este principio, lo que me indica que, si no me someto, debo tener una buena razón bíblica y santa para no hacerlo. No simplemente porque no me gusta, no me conviene o no es cómodo.
No tomemos a la ligera nuestra falta de sometimiento, aunque vivimos en una época que esto es considerado lo normal y lo encomiable. Los cristianos vivimos de otra manera porque entendemos que Dios ha establecido para nuestro bien todas estas estructuras de autoridad en cada aspecto de nuestras vidas.
¿Cómo podemos crecer en convencimiento, en intencionalidad y sabiduría para vivir sometiéndonos unos a otros?
Primero, Reconocer que someterme a la autoridad es la voluntad de Dios. Pero segundo, Reconocer que cumplir mis responsabilidades hacia la autoridad es la voluntad de Dios.
Contrario al postulado engañoso de la cultura del mundo que enfatiza los derechos, el creyente debe enfatizar sus responsabilidades ante la autoridad. Ciertamente, hay privilegios y prerrogativas a las que accedemos por bendición de Dios, pero en el día a día, en mi relación con la autoridad lo que debe estar al frente son mis responsabilidades, en lugar de mis derechos.
Mientras estemos más interesados en reclamar derechos que en cumplir responsabilidades, menos atractivo será cumplir la palabra del Señor que nos enseña a vivir sometiéndonos unos a otros. El sometimiento enfatiza las responsabilidades.
¿Cómo qué responsabilidades tengo ante las autoridades?
1. Orar por la autoridad.
1 Timoteo 2:1-2 dice: Así que recomiendo, ante todo, que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernante y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa y digna.
En vez de simplemente despotricar, hacer memes o burlarme de la autoridad, debemos ser los primeros en estar orando por nuestras autoridades.
Muchos tenemos listas de oración y continuamente estamos actualizando nuestras listas, sobre todo en este tiempo de pandemia. ¿Están en la lista el presidente, el gobernador, el presidente municipal? ¿Están tus padres, joven, en esa lista? ¿Están profesores estrictos de tu escuela en esa lista? ¿Están los ancianos y pastores en esa lista?
La oración es un recurso espiritual poderoso que tenemos para la transformación de nuestro entorno en sus diversas esferas. Oremos por la autoridad.
2. Respetar a la autoridad.
Romanos 13:7 dice: Paguen a cada uno lo que le corresponda: si deben impuestos, paguen los impuestos; si deben contribuciones, paguen las contribuciones; al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor, ríndanle honor.
En el mismo contexto de la autoridad en este pasaje se nos instruye que cumplamos lo que corresponda a cada quien que está en autoridad: impuestos, contribuciones, respeto y honra. El cristiano es alguien que muestra un profundo respeto por las personas que Dios ha puesto como su autoridad designada.
En este caso, el respeto se da de antemano. Mi trato respetuoso hacia la autoridad no está basado en su desempeño, carácter o actitud. Sino está basado en mi relación con el Señor. Quizá la autoridad en cuestión no merezca el respeto, pero Dios, de quién viene la autoridad, siempre merece ser obedecido. En esto se basa el respeto, no en el hombre sino en Dios.
Aún si disiento de la autoridad, debo seguir dirigiéndome y tratando con ella con respeto por los canales legítimos porque esta es la voluntad de Dios y mi deber ante en Él.
3. Colaborar con la autoridad.
Tito 3:1 dice: Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y a las autoridades; que obedezcan y que estén dispuestos a toda buena obra.
Seguir las instrucciones que no sean instrucciones a pecar, rendir cuentas y estar dispuesto para colaborar en toda buena obra propuesta por la autoridad, es lo que debe caracterizar al hijo de Dios.
Deberíamos ser los primeros en anotarnos para colaborar con las autoridades de gobierno para los proyectos comunitarios y para el bien de nuestro entorno. Debemos ser los primeros en colaborar en la escuela donde estudiamos para los proyectos que beneficiarán al cuerpo estudiantil. Debemos ser los primeros en colaborar en casa con nuestros padres para el bien de nuestra familia. Debemos ser los primeros en seguir las indicaciones de nuestras autoridades eclesiásticas que son para el crecimiento y bendición de la comunidad local del Señor.
Estas son algunas de las responsabilidades de alguien que se somete a las autoridades designadas por Dios en las diferentes esferas de su vida. Como vemos, el énfasis en estos y en muchos otros pasajes que no leímos, no son el reclamo de derechos, sino el cumplimiento de responsabilidades.
Mis hermanos, somos llamados a Vivir por convicción, voluntaria y sabiamente bajo la autoridad que Dios nos ha puesto en cada esfera de la vida. Esto caracteriza a alguien que es lleno del Espíritu Santo en virtud de su relación con Cristo. Esto nos llevará a reconocer que la voluntad de Dios es que me someta a las autoridades y que cumpla mis responsabilidades hacia ellas. Responsabilidades tales como: orar, respetar y colaborar con ellas.
Que el Señor nos ayude a seguir creciendo en Cristo a tal punto que podamos toda nuestra vida muestre su sometimiento al Señor, al estar sometidos por convicción, voluntaria y sabiamente a las autoridades que Él nos ha puesto en cada esfera de la vida para la gloria de Dios.