Recuerdo cuando vi por primera vez el video del gobernador del Estado anunciando que a partir del día 1 de abril de 2020, las actividades no esenciales quedaban suspendidas debido a la Pandemia. En ese momento, la verdad, creo que nadie alcanzaba ni a imaginar todo lo que hemos vivido en este último año y medio.
Todos hemos sido afectados de alguna manera, quizá en nuestra salud, en nuestras relaciones familiares, en nuestro matrimonio, en nuestra educación, en nuestra economía y por supuesto, en nuestra iglesia.
Pero en la providencia del Dios, aun los tiempos complicados, son oportunidades para considerar buenas lecciones que nos lleven a fortalecernos en el Señor. Hoy terminamos nuestra serie de sermones: “lecciones de pandemia” y hemos considerado varias verdades que hemos experimentado con mayor claridad en los últimos meses.
Hemos recordado las enseñanzas bíblicas de que, “la iglesia es esencial” para los hijos del Señor. También que “la enseñanza o el crecimiento comienza en casa”, Recordamos la semana pasada que “La misión no está en cuarentena”. Y hoy concluimos, con una verdad, que parece muy obvia, pero que es importante repasarla porque pareciera que se nos olvida con mucha facilidad y esta pandemia nos la ha recordado enfáticamente y es: “Dependemos de Dios todo el tiempo”.
Como cristianos no tenemos duda de esto. Lo pensamos, lo decimos, lo cantamos. Pero algunas veces, en la vida diaria, pareciera que lo olvidamos. La pandemia nos ha recordado esta verdad incuestionable e irrefutable.
De la noche a la mañana, a partir de esos meses de marzo y abril de 2020, nos quedamos sin poder salir libremente, conducir acompañados, congregarnos regularmente, saludarnos calurosamente y visitarnos fraternalmente. Incluso, algunos nos quedamos sin una fuente de ingreso fija o segura, y nuestro mundo comenzó a colapsar.
Comenzamos a experimentar pérdidas en todos los rubros, pero, sobre todo, en la salud y en la vida. Algunos vimos con tristeza partir, de la noche a la mañana, a personas que amamos y que nos hacen mucha falta.
Como pastor, en este año y medio me parece que he conversado y orado más veces con personas angustiadas, ansiosas, desesperadas y tristes, que en dos décadas de ministerio. La lección nos ha costado cara. Pero regresar a la verdad de la escritura que nos asegura que el Señor es el centro de nuestras vidas porque de él, por él y para él somos, que dependemos de él todo el tiempo, es lo que en verdad puede cambiar nuestra perspectiva y actitud hacia lo que estamos viviendo y quizá seguiremos viviendo por un buen tiempo más.
Para reafirmar esta verdad en nuestros corazones quisiera que consideremos el pasaje que acabamos de leer en Santiago 4:13-17.
Este pasaje nos deja claro, que no importa quiénes seamos, con qué recursos contemos, cuáles sean nuestras conexiones, en qué habilidades seamos expertos, sólo hay una realidad de la cual depende todo lo que hagamos y seamos, y esta es: Dependemos de Dios todo el tiempo.
Santiago 4:13, comienza diciendo: Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero».
¿Qué es esto? ¿Qué parece esta declaración? Es un plan, un proyecto, una iniciativa. Se nota la decisión, la intencionalidad, la estrategia, tiene tiempos, tiene acciones y tiene expectativas de resultados. Es todo un plan armado.
¿Eres de las personas que hacen planes? Yo no soy tan estricto, pero generalmente tengo planes. Cuando crecía pensaba ser policía federal de caminos y soy pastor. Pensaba casarme a los 27 y me casé a los 24. Pensábamos tener tres hijos, con dos años de diferencia entre cada uno. Tuvimos 2, separados por 7 años y fue toda una prueba tenerlos. Alguna vez escuché por ahí esto: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.
¿La Biblia nos prohíbe hacer Planes? ¡Claro que no! Siempre es bueno prever, medir nuestras capacidades. Tener una estrategia. Tenemos la responsabilidad de glorificar a Dios con nuestra vida, y esto incluye planear lo que haremos. Vemos, entonces, que los planes no están peleados con la soberanía de Dios.
Pero también debemos reconocer que nuestros planes, en el papel son una cosa y en la realidad son otra. En el papel, se ven infalibles, sólidos e invencibles. Pero en la realidad son tan frágiles.
Por lo general, somos una iglesia que hacemos planes. Por ejemplo, con un año de anticipación se prepara el plan de predicación que se llevará a efecto el siguiente período. Esto nos permite, por ejemplo, tener el devocional “A solas con Dios” que conecta las lecturas diarias con el sermón que se escuchará cada domingo del año; y así, con la mayoría de las cosas, nos gusta tener y ejecutar un plan.
Recuerdo que el Ministerio de Matrimonios tenía un excelente plan para desarrollar en el año 2020. Estaba impecable y conducía a las personas de reuniones más generales y masivas hacia reuniones en grupos más pequeños de una manera progresiva y natural. Estaba yo encantado con el plan que el equipo había desarrollado. De hecho, hasta tuvimos una primera reunión con los líderes para explicarles cómo se iba a realizar el plan, pero de pronto, todo se vino abajo.
En realidad, hacer planes no es el problema. De hecho, es muy bueno hacerlos. El problema real es la actitud que puede tomar nuestro corazón. El problema es que, si no cuidamos nuestro corazón, podemos llenarnos de soberbia y pensar que tenemos el plan perfecto e ilusamente, dar por sentado que Dios se verá “obligado” a dejar que lo realicemos.
Este es el caso al que se refiere Santiago aquí. Estas personas están asumiendo muchas cosas. Cegados por su soberbia dan por sentado que ellos son autosuficientes, que tienen bajo su control todas las cosas, que pueden dirigir las cosas hacia donde ellos quieran y que incluso Dios, agacha la cabeza ante sus estrategias impecables.
Aquí la Escritura confronta nuestros corazones soberbios con un golpe de realidad. Nos deja ver lo absurdo que es tener esta actitud soberbia ante los proyectos y planes porque, en realidad, nada está bajo nuestro control. Al hacer planes y proyectos, podemos caer en la ilusión de que podemos prever casi todas las contingencias, de tal manera, que nuestro plan tenga éxito total. Nuestra soberbia nos engaña con la ilusión del control.
Pero aquí la Escritura nos dice con claridad. No tienes el control de nada. ¿De dónde viene tu soberbia, si, para empezar, no puedes controlar el futuro? La biblia nos recuerda, No tienes control sobre el futuro.
Santiago 4:14ª dice: ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana!
¡Qué gran verdad! No tenemos ni idea de qué pasará mañana. Gracias a que Dios ha establecido orden en su creación, podemos hacer ciertas predicciones de los fenómenos del planeta. Por eso, consultas tu aplicación del clima para saber si puedes esperar lluvia el día de hoy. Aun así, sabemos que no siempre es algo exacto, porque hay contingencias imponderables que afectan la predicción.
Esa latitud de predicción del futuro respecto a algunos asuntos de la vida, seduce a nuestro corazón a pensar que podemos controlar el futuro. Pero no tienes que ser un erudito para reconocer la realidad de que cuando propones un plan te estás aventando a ciegas respecto a lo que va a pasar mañana.
Por ejemplo, quizá adquiriste compromisos económicos pensando que tu estabilidad financiera continuaría igual el día de mañana, y por la pandemia, con lo que no contabas, te quedaste sin ingresos o con una reducción drástica de recursos. No te sorprendas que haya fallado tu plan, esto es real… “ni siquiera sabes qué sucederá mañana”.
¿De dónde sale nuestra soberbia si no tenemos control sobre el futuro? ¿Por qué sentirse invencible si ni siquiera sabemos qué sucederá mañana?
¿Está mal proponernos un plan? Por supuesto que no. El problema no es el plan, sino la actitud de nuestro corazón. El corazón de estas personas no está confiando en Dios, sino en su habilidad de manipular y controlar el futuro. Pero la respuesta de la Escritura es: NO PUEDES controlar el futuro – “no sabes que será mañana”.
El futuro apasiona a la humanidad. ¿Por qué tanto interés? Porque queremos tener el control. Queremos que la bala se dirija precisamente en donde ponemos la mirada. El Señor nos dice: “descansa” – no tienes el control. No es algo por lo cual tengas que afanarte. Por eso el plan perfecto es aquel que reconoce esta verdad. Nuestro plan y responsabilidad debe ser glorificar a Dios en todo lo que hagamos – el futuro no está en nuestras manos. Pero sí en las manos de un Dios bueno, justos, sabio y santo. Podemos descansar en él. Haz planes para mañana, pero humildemente reconoce que no puedes controlar el futuro.
Santiago, nos sigue mostrando lo absurda que es esa actitud de soberbia ante los planes que hacemos, porque como ya vimos, no controlamos el futuro, pero nos recuerda que no controlamos algo más.
Santiago 4:14b nos dice: “¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece”. No tienes control sobre tu vida.
En nuestra soberbia hacemos planes como si fuéramos a vivir para siempre. Hablamos de lo que haremos en los años próximos como si supiéramos a ciencia cierta si viviremos hasta entonces. Los jóvenes dicen, “cuando yo sea grande”. Los adultos decimos, “cuando yo sea un ancianito” como si tuviéramos la garantía que llegaremos a tales edades.
Vivimos y hablamos como si tuviéramos el control sobre los años de nuestra vida. Pero aquí la Escritura nos recuerda que no es así. De hecho, nuestra vida se parece más a la niebla que aparece y luego se desvanece. La vida es tan frágil, tan vulnerable, tan fugaz.
Cuando vives con esta actitud soberbia, desperdicias tanto el tiempo porque piensas que tienes abundancia de años para derrochar. Pero cuando te das cuenta de la realidad de que no sabes cuánto tiempo te resta aquí en la tierra, puedes ser más sabio y redimir bien el tiempo para vivir para la gloria de Dios.
Creemos que tenemos el control sobre nuestra vida. Pero el pasaje nos aclara: No tienes control sobre tu propia vida. Hoy estás, mañana, no sabes. Y esta pandemia, nos ha recordado esta realidad. Hemos escuchado a muchos decir: “No lo puedo creer, si todavía la semana pasada hablé con él y me contó de lo bien que le estaba yendo”. Somos como la niebla que aparece y luego se desvanece.
Estar conscientes de esta verdad bíblica no tiene que llevarnos al negativismo o pesimismo. En realidad, podríamos considerarlo una bendición; porque cada día, vivimos en el Señor sabiendo que si vivimos para él vivimos y si morimos para él morimos. Podemos vivir sabiendo que nuestras vidas en la tierra están en sus manos, sea cual sea su duración.
Es absurdo vivir la vida con soberbia en el corazón. Soberbia que se alimenta de la ilusión del control sobre el futuro y sobre nuestras propias vidas. Por eso es tan pertinente esta lección experimentada y vivida en este tiempo. Debemos vivir de una manera diferente, reconociendo que Dependemos de Dios todo el tiempo.
Santiago 4:15-16 dice: Más bien, debieran decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello». Pero ahora se jactan en sus fanfarronerías. Toda esta jactancia es mala.
La actitud en contra de la que está enseñando Santiago es una de total independencia, autosuficiencia y soberbia. Es aquella que piensa que tiene el control sobre el futuro, la vida e incluso de Dios.
Pero este pasaje nos deja claro que no controlamos a Dios, al contrario, dependemos de Dios todo el tiempo. Por eso, tenemos que reconocer y anteponer a nuestros planes la frase: “Si Dios quiere”, “Dios mediante”, “Si Dios lo permite”, “Con la bendición de Dios”, “Si es la voluntad de Dios” y frases parecidas.
Por favor, entendamos que esto no se trata de un mero formulismo lingüístico, sino una verdadera actitud del corazón. O sea, repetir mecánicamente las palabras: “Si Dios quiere”, no sirve de mucho, si no son una convicción de mi corazón. No se trata de llenar un requisito, sino de exponer la realidad de nuestro corazón.
Dios no está obligado a respetar nuestros planes. Dios es un Dios a quién no podemos controlar, manipular o forzar. Es Soberano. Bendito descanso podemos tener en que cuando nuestros planes no se cumplen como queremos, podemos estar agradecidos porque se cumplen los de Él. Dependemos de Dios todo el tiempo.
El punto del pasaje no es la eliminación de los planes, sino de la soberbia. Esa jactancia de nuestra soberbia es considerada como pecado, como algo malo. El versículo 17 remata diciendo: Así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace. La omisión del reconocimiento de nuestra dependencia del Señor es pecado. Cuando sé que lo bueno es sujetarme, agradecer y depender de la soberana voluntad del Señor y no vivo de esta manera, estoy pecando, ofendiendo a mi Señor.
Esta pandemia quizá ha revelado el pecado de nuestro corazón. Un pecado camuflajeado de proactividad, orden, positividad y estrategia, pero en el fondo sostenido por una gran soberbia.
Proverbios 18:12 dice: Al fracaso lo precede la soberbia humana; a los honores los precede la humildad. Si en esta pandemia nuestros planes colapsaron y nos derrumbamos, una lección importante nos debe dejar. Hemos sido soberbios, debemos arrepentirnos y reconocer que dependemos de Dios todo el tiempo.
Cuando por fin reconocemos que no podemos nosotros solos, cuando reconocemos que hemos sido orgullosos, cuando reconocemos que hemos tratado de vivir la vida cristiana por nosotros mismos, y comenzamos a depender totalmente de Cristo, es cuando se hace manifiesto y evidente el poder del Señor.
Es muy claro su poder porque sabemos que no podríamos haber controlado nuestra reacción como lo estamos haciendo. Sabemos que no habríamos podido soportar el hecho de tratar bien a quien nos ha tratado mal. Sabemos que no hubiéramos sido capaces de perdonar las afrentas de otros. Sabemos que no hubiéramos tenido el valor de hablar de Cristo como lo hicimos.
Sabemos que no hubiéramos podido soportar estos sufrimientos por los que estamos pasando. En fin, sabemos que nuestra debilidad nos inhabilita para hacer la voluntad de Dios, por lo que si estamos en Él es sólo por su gracia que es suficiente.
Sólo el poder de Dios es el que hace que personas enfermas, necesitadas, débiles, frágiles puedan ser personas que enfrentan con poder y fortaleza las circunstancias más difíciles de la vida para la gloria de Dios. Cuando soy débil, entonces soy fuerte porque el poder de Cristo se manifiesta indubitablemente en mi vida.
No sé por qué batalla interna estés pasando. No sé cómo estás siendo confrontado con tu debilidad y tu dependencia del Señor en este tiempo. Pero aquí hay una enseñanza muy importante para todos: Para ser fuertes, necesitamos comenzar con reconocer que somos débiles, que dependemos totalmente del Señor todo el tiempo. Tenemos que entregar las armas. Dejémonos de aparentar fuerza que no tenemos en nosotros mismos.
También necesitamos aceptar que necesitamos a Dios. Lo necesitamos cada instante. Dejemos a un lado nuestro orgullo. Y centremos nuestro corazón en Él.
Por eso este día grábate el mensaje de Dios para tu vida: Dependemos de Dios todo el tiempo. En tus debilidades, Su gracia es suficiente. La gracia de Cristo es suficiente para tu debilidad. Reconócelo, humíllate ante él, aférrate a sus promesas y experimenta Su gran poder.
Cristo Jesús se hizo débil para que nosotros podamos ser fuertes. Él se entregó para que, de su quebranto, fragilidad y vulnerabilidad manifestada en la cruz del calvario, podamos renacer a una vida nueva donde se manifiesta el poder del Espíritu Santo para transformar y hacer todas las cosas nuevas. Ese poder que resucitó a Jesús de entre los muertos al tercer día que está disponible para todo aquel que humildemente reconoce su debilidad y clama: “tú gracia es suficiente. Dependo cada día de ti”
Que el Señor nos ayude a decir y a creer con todo nuestro corazón: Soy débil, soy frágil, no controlo el futuro, ni mi vida, pero tu gracia es suficiente para mí y tu poder se manifiesta en mi debilidad. Si tú quieres, haré esto o aquello por el poder de tu gracia. En esto me gozo y me glorío porque Dios es glorificado.