Las últimas cosas: El cielo
Apocalipsis 21
Con los años se fue estableciendo que cada 11 de abril, mi esposa y yo, celebrábamos nuestro aniversario yendo a cenar a cierto restaurante que era especial para nosotros. Normalmente, nos preparamos con tiempo para esto, pues se sale de nuestro presupuesto mensual, pero es un pequeño lujo que disfrutamos mucho para celebrar esa fecha especial para los dos.
Se acercaba el aniversario #25 y queríamos hacer algo mucho más especial para celebrarlo, pero por varias razones, no se pudo hacer otra cosa, y acabamos celebrando en el mismo restaurante, muy felices como siempre.
Pasó un tiempo y recuerdo que platicando Delia y yo comentábamos entre nosotros, en son de broma: “Mis papás para su aniversario 25 se fueron en un crucero, tus papás para su 25 aniversario se fueron a un viaje por Europa y medio oriente, y tú y yo fuimos a nuestro restaurante de siempre. Y reíamos.
Unos días después de esa plática, recibimos una llamada. Era una pareja cristiana que conocíamos pero que no era de nuestra iglesia, que nos invitaba a desayunar un par de días después porque querían platicar con nosotros. En realidad, quedamos intrigados con la invitación, porque no sabíamos cuál era el fondo del asunto.
Llegó el día y acudimos a la cita puntuales, nos recibieron muy amablemente y desayunamos sabroso; luego llegó el momento esperado de sacar el tema central de conversación que había dado origen a esa reunión. Básicamente nos dijeron: “El año pasado hicimos un viaje a Israel con una organización cristiana y nos encantó, y el Señor ha puesto en nuestro corazón regalarles a ustedes esa misma experiencia. ¿Les gustaría ir a un viaje de 10 días a tierra santa, básicamente, gratis?
Tanto Delia como yo, quedamos boquiabiertos. No lo vimos venir. Nos llevó unos momentos asimilar lo que nos estaban diciendo, y casi pensamos que se trataba de una broma. Por supuesto, aceptamos, muy agradecidos y unos meses después tuvimos la maravillosa experiencia de conocer Jerusalén, Nazareth, Belem y tantos otros lugares icónicos de la historia bíblica.
Pensábamos que todo lo que tendríamos como celebración de nuestro aniversario #25 sería una cena sabrosa, pero después de todo, al final, sí tuvimos una celebración muy especial, diferente e indescriptible de esa fecha tan importante para nosotros.
Algo semejante nos puede estar pasando con uno de los temas que estamos viendo en nuestra serie: Las últimas cosas, que hoy concluimos. Me refiero al tema del Cielo.
Nuestra idea de “ir al cielo” sin duda refleja un estado mejor del que actualmente gozamos. Y sin duda, al morir, anhelamos ir allí donde Cristo está. (algo así como Delia y yo disfrutamos ir a nuestro restaurante favorito de aniversario). Y aunque es cierto y muy bueno eso que esperamos nos pase al morir en Cristo, nuestra expectativa queda muy corta porque hasta ahí llega nuestra visión de lo que esperamos y llamamos: el cielo.
No nos imaginamos que después de aquello que consideramos como el cielo, pueda haber algo más glorioso y esplendoroso para el pueblo de Dios (algo así como nuestro viaje sorpresivo de aniversario).
Este día me gustaría que salgas de aquí con una esperanza y expectativa mucho más amplia de lo que esperamos como “el cielo”, aquellos que han sido salvados por el Señor Jesucristo.
Generalmente, cuando hablamos del cielo nos referimos a la presencia y trono de Dios; la corte celestial, donde el Señor habita con toda su santidad, soberanía, poder y gloria. Y el anhelo y expectativa que tenemos es que al morir en Cristo, seremos llevados ante él a gozar de él para siempre.
Entonces, en todo funeral de alguien cristiano escuchamos seguras referencias a esta verdad que trae consuelo a nuestros corazones.
No podemos decir muchos detalles acerca de esto en general, pero sí podemos afirmar que para el creyente, la muerte no es el final y que su historia con Cristo continúa más allá de la misma en el cielo.
La Confesión de Fe de Westminster lo resume de esta manera: Los cuerpos de los hombres después de la muerte vuelven al polvo y ven la corrupción, pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio. Las almas de los justos, siendo entonces hechas perfectas en santidad, son recibidas en los más altos cielos en donde contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la completa redención de sus cuerpos. […] CFW 32.1
Es decir, que en medio de este desnaturalizado estado en que deja la muerte al creyente, entre la primera y segunda venida de Cristo, éste entra a la presencia del Señor inmediatamente y aguarda con el Señor el día glorioso de la resurrección.
La Biblia dice poco acerca del tema. Pero lo que dice es suficiente para saber que el creyente en Cristo entra al cielo cuando experimenta la muerte.
Esto lo podemos ver en pasajes tales como Lucas 23:42-43: Luego dijo: —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús.
Estas palabras de Jesús al malhechor estando en la cruz y momentos antes de morir, nos confirman que los que hallan gracia del Señor por medio de la fe, al morir de manera inmediata gozan con el Señor en el paraíso o el cielo.
También el apóstol Pablo nos indica su predicamento al ser enfrentado con la posibilidad de su muerte, entre mantenerse en este plano terrenal sirviendo y ministrando o partir para estar de manera inmediata ante el Señor, lo cual es el anhelo de todo creyente en Cristo, como leemos en Filipenses 1:21-23: Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Por ambas cosas me encuentro en un dilema, pues tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor
El apóstol encontraba su gozo en Cristo, y servirle aún en este plano terrenal era para él un gozo maravilloso, pero sabía muy bien que partir para estar con Cristo, sería un gozo supremo e indescriptible. La certeza de estar con Cristo inmediatamente lo hace muchísimo mejor. Y esa se vuelve nuestra esperanza del cielo.
Jesús prometió que iba a preparar un lugar, una morada en la casa del Padre para que estemos donde él está. Esto es maravilloso y de gran consuelo, saber que, entre la primera y la segunda venida del Señor, al morir no quedamos desprovistos o desamparados, sino como creyentes en Cristo de manera inmediata estamos ante su presencia, estamos en el cielo.
Por muy maravilloso y verdadero que sea esto, si esto es todo lo que entendemos como “ir al cielo” o “estar en el cielo”, si hasta ese punto llega nuestra esperanza y expectativa, entonces déjenme decirles que nuestra visión queda muy corta, está truncada y está carente de lo que la Biblia nos promete respecto al cielo.
Podemos decir que nuestra visión del cielo, llega sólo a “ir al restaurante favorito” y desconocemos o no está en el radar la verdad bíblica del “viaje sorpresivo” aún pendiente.
Así es, tener la esperanza de al morir ir al cielo es bíblico y verdadero, pero es sólo el inicio de la bienaventuranza para los que están en Cristo, es sólo el estado intermedio entre la primera y la segunda venida de Cristo. Porque cuando Cristo regrese por segunda vez en gloria, entonces, traerá con él la realidad final y eterna de aquello que llamaremos “morar o vivir en el cielo”.
Ir a cielo al morir entre la primera y segunda venidas de Cristo es algo maravilloso e increíble. Pero lo que aguarda a los hijos de Dios en Cristo después de eso es algo todavía superior e indescriptible.
El Apóstol Pedro recogiendo enseñanzas y profecías bíblicas afirma en 2 Pedro 3:13: Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia.
No sólo debemos tener la esperanza de “estar con Cristo en el paraíso o el cielo” cuando muramos, como si allá terminara todo. Sino debemos, sobre todo, tener la esperanza de vivir con Cristo en el cielo nuevo y la tierra nueva, que será nuestro estado final y eterno. Siendo parte de la nueva humanidad resucitada y preparada para la eternidad. Hasta allá debe llegar nuestra esperanza. A ese estado final debemos comenzar a llamarle el cielo. Así debemos comenzar a visualizarlo y anhelarlo. Anhelar el cielo nuevo y la tierra nueva.
Pero ¿Cómo será eso? ¿Cómo es el cielo en su versión final y eterna? ¿Qué es lo que debe consolar y animar nuestro corazón al pensar en el cielo?
Para reflexionar en estas preguntas, me gustaría que vayamos a un pasaje en el último libro de la Biblia, en uno de los últimos capítulos de la misma. Me refiero a Apocalipsis capítulo 21.
A través de imágenes que más bien parecen cuadros majestuosos, el apóstol Juan nos describe sus visiones recibidas para dar consuelo, ánimo y fortaleza a todos los creyentes en Cristo que aguardan con Anhelo a Jesucristo en su segunda venida. A aquellos que dicen: Sí, ven pronto, Señor Jesús.
A través de sus descripciones visionarias, llenas de imágenes de toda la Biblia, podemos tener un atisbo de lo que será ese cielo en su versión final y eterna, en lo que será lo el estado final en que vivirán para siempre aquellos que creen en Jesucristo: el cielo nuevo y la tierra nueva.
Y se puede decir mucho de este pasaje, pero nosotros nos limitaremos a tres descripciones de lo que será vivir en el cielo nuevo y la tierra nueva.
La primera descripción es:
El cielo es la unión final y eterna del trono celestial y la tierra.
Apocalipsis 21:1-2 dice: Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar. Vi además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido.
La historia de la Biblia comienza con Dios creando los cielos y la tierra. Curiosamente, la historia también termina con esta visión de Juan en Apocalipsis donde dice: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. Dios, el cielo y la tierra al principio y Dios, el cielo y la tierra al final.
En el principio Dios creó todo lo que existe y según su propia evaluación, vio que todo lo que había hecho, era bueno en gran manera. En esta creación ordenada y armoniosa, plantó un jardín en la región de Edén. Y ahí puso a su viceregente, a su imagen, al ser humano para que a través de su trabajo extendiera los confines de ese Edén hasta cubrir toda la tierra. Y a través de la multiplicación, llegara a llenar toda la tierra con su imagen para que todos supieran quién era el Rey.
El Proyecto que Dios tenía desde entonces era establecer su Reino en la tierra a través de la agencia de su imagen. Adán y su descendencia debían preparar la tierra a través de su trabajo al punto de dejarla lista para que el cielo y la tierra fueran lo mismo al establecer Dios su reino en toda la tierra. Entonces, Dios habitaría permanente y eternamente con el hombre en la tierra.
Este fue y es el proyecto de Dios desde el principio que a través de la agencia de Su imagen, su reino fuera establecido en toda la tierra.
Este tema resuena por toda esta historia bíblica y es Dios habitando como Rey de los hombres en la tierra. Y en este reino el ser humano, su imagen, tiene una participación importante en su construcción.
En la misma oración que Jesús nos dejó como modelo para aprender a orar está la muy conocida frase que confirma este concepto: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
La Escritura nos enseña que en el cielo, en la corte celestial, todas las criaturas le honran con un servicio voluntario e incondicional. Pero en la tierra las criaturas se rebelan y se niegan a reconocer a Dios como Rey, y se levantan reinos malvados para oponerse al Reino de Dios.
La oración de Jesús resume el proyecto que Dios ha estado realizando desde el principio de que el cielo y la tierra sean lo mismo, que su voluntad sea obedecida en la tierra así como se obedece en el cielo de una manera voluntaria e incondicional.
La esperanza que la Escritura presenta de principio a fin es que esta disparidad entre el salón del trono celestial y la tierra se eliminarán un día. Dios juzgará a los malvados e introducirá a la humanidad redimida a una nueva creación. Cuando esta transformación se lleve a cabo, sólo el reino de Dios permanecerá y la obediencia voluntaria se extenderá hasta los confines de la tierra como es en el cielo.
En pocas palabras, la Biblia nos enseña que un día el cielo y la tierra se unificarán. Es decir, el cielo y la tierra serán lo mismo. El término Reino de Dios en su sentido especial hace alusión a este desarrollo histórico y a esta realidad: El establecimiento del “cielo en la tierra” o la unión del cielo y la tierra. Esto es tan grandioso que la Biblia lo describe como un cielo nuevo y una tierra nueva”.
Y es así como en la visión de Juan en Apocalipsis vemos esta realidad consumándose. Esta fusión realizándose. La nueva Jerusalén, la ciudad de Dios, bajando del cielo a la tierra.
A esta fusión del trono celestial y la tierra, a este cumplimiento final del programa y proyecto original de Dios para la tierra, a esta consumación gloriosa de la redención lograda por Cristo Jesús, es que le debemos llamar el cielo. El cielo es la unión final del trono y corte celestial y la tierra. Ya no habrá más disparidad, sino la tierra será el cielo. Es en esta tierra renovada que habremos de vivir por lo siglos de los siglos.
Así que si pensábamos que estar en el cielo en la eternidad era estar en una especie de nube etérea tocando tu arpa, pues temo decirte que no es lo que la Biblia nos indica. Sino que el cielo es una realidad final y eterna, en la que de manera plena y física viviremos en la tierra que no será diferente al cielo, porque habrán sido fusionados por la eternidad gracias a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo.
Pero encontramos aún una segunda descripción del cielo, en su versión final y eterna:
El cielo es la unión final y eterna de Dios con su pueblo.
Nos dice Apocalipsis 21:3 y 7:
3 Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios [...] El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo.
Fuimos hechos para vivir como ovejas con su pastor. Para vivir con el Señor como su pueblo. Lo más maravilloso de ese estado final de los creyentes es que estaremos cumpliendo nuestro propósito para la eternidad de glorificar a Dios y gozar de él para siempre. Ese es el todo del hombre.
Es el cumplimiento final y eterno de la promesa de Jesús de que estaríamos donde él esté. El preparó lugar para nosotros en la casa del Padre y la morada del padre estará para siempre entre los seres humanos. Ese es el cielo: Es estar con el Señor como su pueblo, ser sus hijos e hijas, y que él sea nuestro Dios.
Jesús ascendió al cielo y envió al Espíritu Santo para que esté con nosotros hasta ese día y su promesa es que estará con nosotros hasta el fin del mundo. Ahora no estamos solos.
Ahora bien, imagínate esa vida cuando ya no habrá ningún tipo de separación u obstáculo para estar en la presencia bendita del Señor por siempre. Esa experiencia de sentir algún vacío, carencia, soledad, separación o alienación, dejará de ser parte de nuestra experiencia humana, porque Dios hará su morada entre los hombres y eso es precisamente el cielo: vivir en comunión perfecta con el Señor para siempre, y gracias a la obra de redención completada por el Señor Jesucristo.
Pero hay aún, una tercera descripción del cielo en nuestro pasaje y esta es:
El cielo es la separación final y eterna del bien y del mal
Dice Apocalipsis 21:4 y 22-26:
Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir». […] No vi ningún templo en la ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo. La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Las naciones caminarán a la luz de la ciudad, y los reyes de la tierra le entregarán sus espléndidas riquezas. Sus puertas estarán abiertas todo el día, pues allí no habrá noche. Y llevarán a ella todas las riquezas y el honor de las naciones.
Qué escena más maravillosa. Podemos ver que todas aquellas cosas que son un pesar y una carga hoy día, no estarán en la nueva tierra. Nuestras lágrimas serán enjugadas. Ya no más muerte, lamento, llanto y dolor. Todas aquellas cosas malas que causan todas estas cosas, ya no tendrán cabida en el cielo. Ese mal situacional que hoy nos hace llorar, será expulsado del cielo.
Pero también estará ausente el mal moral. Es decir, toda obra pecaminosa será expulsada del cielo nuevo y la tierra nueva.
Dice Apocalipsis 21:8 y 27 Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Esta es la segunda muerte». […] Nunca entrará en ella nada impuro, ni los idólatras ni los farsantes, sino solo aquellos que tienen su nombre escrito en el libro de la vida, el libro del Cordero.
El mal y el bien no estarán cohabitando nunca más. Ya no seguirá el trigo y la cizaña creciendo juntos. Ya no habrá una experiencia mixta en cuanto a estas cosas. Sino que para siempre el bien que viene de Dios será lo único que experimentaremos. La voluntad del Señor será hecha en la tierra como se hace hoy día en el cielo. Porque serán lo mismo.
Un día ya no tendremos que estar cerrando con candados nuestras casas y puertas, ni estarnos cuidando de malvadas personas, ni de abusos ni de fraudes. Un día ya no habrá más policías ni jueces. Un día las naciones caminarán en la luz de Dios en aquella ciudad cuyas puertas nunca más se cerrarán por protección o defensa de alguna amenaza.
Hermanos, las palabras humanas no alcanzan a describir lo que es el cielo, aquí tenemos imágenes y figuras descriptivas que recogen muchas referencias y alusiones bíblicas y nos pintan un cuadro hermoso y que nos deja claro, que no hemos conocido nada igual, que nunca hemos experimentado algo así. Que es algo maravilloso y nunca antes visto.
Nuestra esperanza no es sólo la bendición de morir y estar inmediatamente en la presencia de Dios hasta la venida de Cristo. Sino nuestra esperanza es sobre todo vivir, caminar, jugar, trabajar, disfrutar en el cielo nuevo y la tierra nueva, que será esa unión final y eterna del trono celestial y la tierra, y del pueblo de Dios con su Señor. Donde el mal, tanto moral como situacional, será expatriado para siempre y viviremos en la bondad eterna de Dios.
Ahora cuando pienses en ir al cielo, piensa en esto. Que tu visión no quede corta, sino sea completa y traiga a tu vida consuelo, esperanza, fortaleza y bendición. Que seas animado para vivir como discípulo de Cristo en la tierra todos los días de tu vida. Respondiendo al evangelio que por gracia ha llegado a tu vida. Compartiendo con otros las buenas noticias de la obra de Jesucristo y el arrepentimiento y fe que nos lleva hacia Dios.
Hermanos, el cielo es una realidad que aún no vivimos. Pero creemos como dice el apóstol Pedro: según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia. Para la gloria de Dios.