Recuerdo que cuando mi hijo Josué era pequeño, de cuando en cuando, entraba en “profundas” reflexiones sobre temas que lo absorbían a esa edad. Comenzaba a dilucidar qué superhéroe era más poderoso.
Recuerdo que me decía cosas como estas: “Papá, creo que Superman le gana al hombre araña porque él si puede volar en cambio el hombre araña tiene que colgarse de los edificios para avanzar”. Pero “Wolvering le gana a Superman porque se repara solo, aunque lo lastiman”. Y así pasaba largos ratos de reflexión profunda, como queriendo descubrir quién era el más poderoso, el más invencible, el más indestructible de los superhéroes.
De alguna u otra manera, todos hacemos algo parecido. Como que queremos encontrar quién o qué es lo más seguro, lo más confiable, lo más poderoso, lo más sólido para depositar nuestras vidas. El ser humano busca tener esa certeza, esa seguridad de estar poniendo su vida en las mejores manos: buscamos los mejores doctores, la mejor educación, los mejores productos alimenticios, las mejores rutinas de ejercicio, los mejores consejos, en fin, queremos tener esa seguridad de estar en buenas manos.
Este mes estamos hablando precisamente de dónde encontrar esa certeza, seguridad, confianza, solidez, estabilidad, y lo que estaremos descubriendo es que sólo la encontraremos, no en una cosa o en un lugar, o en una circunstancia, sino sólo y exclusivamente en una persona: en Jesús, el Cristo.
Estamos hablando de diversos aspectos de nuestro gran y maravilloso salvador para que nuestro amor y fidelidad a él se afirmen para la gloria de Dios. Hoy nos centraremos en Jesús, pero como el Mesías.
La Palabra “Mesías” es un término de origen semítico ya sea del arameo “meshia” o del hebreo “mashia” que significa “ungido”. Estamos quizá más familiarizados con la palabra “Cristo” que es precisamente la traducción griega de este término hebreo y que es usado ampliamente en el Nuevo Testamento, pero que significa exactamente, lo mismo: “ungido”. Es decir, “Mesías” es lo mismo que “Cristo”, que significa también: “ungido”.
Entonces cuando decimos: Jesús, el Cristo es lo mismo que decir: Jesús el Mesías, o bien, Jesús, el ungido. Sólo varía el idioma de origen.
Ungir, en el Antiguo Testamento, era una práctica que normalmente denotaba la elección de Dios sobre la persona ungida para un trabajo específico y santo. Así tenemos ejemplos, en todo el antiguo testamento, de ungimientos de profetas, de sacerdotes y sobre todo, de reyes.
Pero, aunque a lo largo de la historia bíblica fueron varios los ungidos o mesías, comenzó a surgir dentro de la esperanza y expectativa del pueblo de Dios la convicción de que un día vendría no sólo un Mesías más, sino El Mesías, con un M mayúscula.
La idea era que en los últimos tiempos o al final de los tiempos aparecería este Mesías, este ungido escatológico, es decir un gobernante o rey que aparecería al fin de los tiempos. Este rey, este Mesías especial sería como David, quien fue el rey ideal. Y este Mesías introduciría a Israel a nueva época de esplendor y gloria sobre todas las naciones.
Podemos leer el anuncio del Mesías esperado en pasajes tales como Jeremías 33:15-16: En aquellos días, y en aquel tiempo, haré que brote de David un renuevo justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país. En aquellos días Judá estará a salvo, y Jerusalén morará segura. Y será llamada así: El SEÑOR es nuestra justicia.
El Mesías sería un descendiente o renuevo de David. Vendría de la línea davídica y llevaría a Israel a un futuro glorioso de seguridad y justicia. Esta era la idea principal que se tenía del Mesías, un gobernador poderoso, un rey escatológico que pondría fin a las penurias y dificultades del pueblo de Dios entre las naciones.
Pero había otras imágenes del Antiguo Testamento, que tal vez no eran tomadas muy en cuenta para la figura del Mesías, pero que claramente se referían a él. Como es el caso de Isaías 53 donde dice acerca de uno que es llamado el siervo del Señor:
Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. 4 Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado.5 Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados. (vv.3-5).
Todo el capítulo 53 nos describe a este personaje, a este siervo del Señor, que a través de sus sufrimientos iba a lograr redimir a su pueblo y Dios le daría un lugar de supremacía sobre su pueblo por sus sufrimientos.
Entonces, se va dibujando una imagen interesante sobre el Mesías: Un rey escatológico descendiente de David, un siervo sufriente por el pecado de su pueblo, pero aún hay una imagen más que sin duda tenía que ver con el mesías y es la que describe Daniel en su capítulo 7:13-14: (BLA): Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al anciano de Días y fue presentado ante Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.
En esta visión profética se habla del Hijo de hombre a quién al presentarse ante el trono de Dios, le es entregado todo poder y gloria sobre las naciones y su reino no tendrá fin ni podrá ser destruido. Este personaje a quien se le describe como hijo de hombre apunta a ese rey, a ese siervo de Dios que al final tiene todo dominio sobre todas las naciones y todos le sirven.
El énfasis en la expectativa judía sobre el Mesías estaba en la imagen del rey poderoso que conquistaría a los enemigos de Israel y reinaría sobre todas las naciones, pero no conectaban tanto o quizá para nada las otras dos imágenes del Mesías, como el siervo sufriente, o del Mesías como el hijo de hombre a quién le fue dado todo poder.
¿En quién se reúnen estas tres imágenes del Mesías (Rey escatológico, Siervo sufriente y hombre exaltado)?
El Nuevo Testamento apunta a una misma persona que resume y sintetiza en su obra y persona todo lo que el Mesías es: Jesús de Nazaret. Por eso decimos: Jesús es nuestro Mesías, fuera de él no hay nada ni nadie más.
A. Por eso sólo a Él Reconocemos.
Cuando Jesús entra en escena en el Nuevo Testamento no va por ahí publicándose como el Mesías o el Cristo. Todo lo contrario, su entrada es suave, poco a poco y progresiva. El hecho de que él es el Mesías, se sugiere y se infiere por las señales, milagros y enseñanzas, pero no sé dice explícitamente al principio, por lo mismo, había una atmósfera de confusión sobre su identidad, incluso por parte de sus discípulos.
Uno de los primeros pasajes, (si no es que es el más importante), en el que se habla de Jesús como el Mesías con todas sus palabras, es precisamente Mateo 16 que hemos leído hace un momento.
Cuando Jesús llegó con sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo, les hizo una pregunta importante. Ellos habían estado andando con Jesús por un tiempo y a estas alturas del partido ya habían atestiguado el poder, señales y enseñanza del Señor. Todo esto debía darles algún tipo de indicación de con quién estaban tratando. Sin embargo, todo este asunto no era muy claro para los discípulos. Aún no reconocían que todo este tiempo habían estado tratando con el mismísimo Mesías, con el Cristo, con el Ungido de Dios.
Jesús entonces, les pregunta allá en Mateo 16:13-14: Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: —¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Le respondieron: —Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.
Hijo de hombre fue la manera, según los evangelios, más recurrente con la que Jesús hablaba de sí mismo. Y ya vimos su referente en el libro de Daniel.
Entonces, Jesús, básicamente, les preguntó a sus discípulos, ¿quién dice la gente que soy yo? La respuesta de lo que habían escuchado los discípulos en la calle acerca de Jesús fue que él era Juan el Bautista, otros pensaban que Elías y aún otros, que Jeremías. Es decir, hasta donde podía ver la opinión pública era considerar a Jesús como un profeta, pues todos los mencionados anteriormente eran profetas. Podían reconocer que Jesús hablaba de parte de Dios, que era un profeta, pero hasta allá llegaba su reconocimiento.
Pero luego de preguntarles acerca de las opiniones de otros, Jesús les hizo la pregunta más personal y les dijo allá en el versículo 15:“ —Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”
Yo me imagino a los discípulos mirando para otra parte como para evitar el contacto visual de Jesús, para que no les fuera a preguntar de manera personal. Más o menos como cuando el maestro hacía una pregunta el día que no habías estudiado y tú desviabas la mirada para que no te fuera a nombrar para que respondieras la pregunta.
En eso estaban, cuando Pedro salta al ruedo y da respuesta a la pregunta de una manera muy segura y contundente. Mateo 16:16: —Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro.
Esta era una aseveración increíble. Una cosa era decir que Jesús era un profeta y reconocer su autoridad para hablar de parte de Dios. Pero otra muy distinta era afirmar con esa seguridad y contundencia que Jesús es el Cristo, el Mesías, el úngido. No un mesías, sin EL MESIAS. El ungido esperado por generaciones y generaciones, aquel rey escatológico, aquel siervo sufriente, aquel hombre exaltado.
¿De dónde había sacado esta idea Pedro? Pedro no era ningún erudito en las Escrituras, no era un rabino, no era si quiera un hombre con una formación académica más allá del promedio, sin embargo, estaba diciendo una gran verdad que muchos eruditos de su época no habían podido concluir, aunque estaba frente a sus propias narices.
Jesús explicó cómo es que se habían dado este fenómeno tan extraño allá en el versículo 17: —Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo.
¡Qué tremendo privilegio! Reconocer a Jesús como el Cristo, como el Mesías, no es algo que se pueda hacer con mero esfuerzo humano. Reconocer que Jesús es el ungido esperado por generaciones no es algo que podamos fabricar o concluir con mero ejercicio intelectual. Reconocer al Mesías es algo que el Padre, en su gracia, otorga a quien él quiere.
Pedro había podido ver a Jesús como alguien más que un profeta, lo había podido ver como el Mesías porque el Padre tuvo a bien revelárselo. Este era un privilegio de gracia sobre la vida de Pedro.
Si tú y yo, hoy podemos reconocer con convicción: Jesús es nuestro Mesías, fuera de él no hay nada ni nadie más. No es porque seamos más inteligentes, sagaces, buenos o dignos que los demás, sino es un privilegio y gozo que nos da el Padre sólo por su gracia.
En esa misma gracia, Jesús sigue diciendo allá en Mateo 16:18: Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella.
Mucho se ha discutido respecto a este versículo en cuanto a sobre qué roca está edificada la iglesia: ¿Sobre Pedro? ¿Sobre la confesión de Pedro? ¿Sobre quién? Podemos descartar a Pedro como el fundamento exclusivo de la iglesia. Aunque no podemos negar su papel sobresaliente en la iglesia primitiva, por ejemplo, en Pentecostés y en el concilio de Jerusalén referente al caso con Cornelio, la Biblia nos enseña que ningún hombre fuera de Cristo es el fundamento o la piedra angular de la iglesia. Los apóstoles sobredificaron sobre el fundamento que es Jesús.
Además, en las palabras que se usan en este versículo hay una diferencia entre el nombre Pedro (petros) (que se refiere a una piedra o roca suelta) y la otra palabra traducida roca o piedra (petra) que se refiere a una roca fundacional e inconmovible. Sin duda, Pedro sería notorio entre los apóstoles, pero no es la piedra sobre la cual está edificada la iglesia.
La iglesia está fundada sobre la roca inconmovible que es el Mesías, el Cristo, al cual, por gracia de Dios, Pedro pudo reconocer y confesar. Y tenemos la promesa que pase lo que pase, los enemigos de la iglesia fundada sobre la Roca, esto es Cristo, no podrán prevalecer contra ella.
Reconocer a Jesús como el Cristo, como el Mesías, es por la gracia de Dios, que nos lleva a vivir confiados como iglesia de que nada podrá separarnos del Señor ni nada prevalecerá contra nosotros.
Es reconocer que, aunque estemos en una condición de limitación y restricción, que, aunque estemos en una situación de peligro o persecución, que, aunque este mundo aborrezca a la iglesia del Señor, no debemos temer, ni vivir angustiados, porque nuestro Mesías ha venido y él llevará todas las cosas a su fin para la gloria de Dios.
Mis hermanos, Jesús es nuestro Mesías, fuera de él no hay nada ni nadie más. Por eso lo reconocemos.
Pero no sólo lo reconocemos, sino porque Jesús es nuestro Mesías, y fuera de él no hay nada ni nadie más, también sólo a él obedecemos.
B. Por eso sólo a Él obedecemos
Ya que el Padre le había revelado a Pedro que Jesús es el Mesías, el Señor comenzó a clarificar a sus discípulos y a nosotros, la naturaleza del programa, método y tarea del Mesías.
En el versículo 21 de Mateo 16 se no dice (RV60): Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día.
Hubo un cambio en el discurso de Jesús a partir de este momento. Nos dice la Biblia que Jesús comenzó a hablar con claridad de la recta final de su misión. Antes de esto, lo había dicho o sugerido de manera no tan clara, pero a partir de este momento lo dijo con todas sus palabras.
Jesús describe el programa que debía pasar sin alteraciones: 1. Debía ir a Jerusalén y padecer mucho por los ancianos, sacerdotes y escribas. 2. Debía morir y 3. Debía resucitar al tercer día.
Y este programa no era una propuesta o un plan tentativo, sino era algo que tenía que pasar. Jesús dice: “Es necesario”.
¿Cuándo dices que algo se hace necesario? Cuando no hay otro camino, otro medio, otra opción, cuando es la única manera de hacer algo.
Ilustra: Recuerdo que cuando era niño y nos llevaban al ISSSTE a vacunar, mi mamá nos animaba diciendo: “Es necesario para su salud” “Prefiero que lloren un ratito a que luego lloren toda la vida”. Palabras de profunda sabiduría, pero allí estábamos tratando de pensar: Es necesario y de todas maneras dolía igual la inyección. Cuando algo es necesario, no hay otro camino, otro medio, otra opción, es la única manera.
Este programa pactado desde la eternidad, el Mesías debía llevarlo a cabo al pie de la letra y era necesario que Jesús se sujetara a él. Era necesario porque nadie más podía ocupar su lugar. No había alguien más que pudiera reemplazarlo en el plan del Padre. No había alguien más a quien delegarle esta pesada tarea. Nadie más podía ocupar su lugar aquel día que caminó al calvario cargando la cruz.
Nuestra condición y Su condición hicieron imprescindible que Jesús dijera: Es necesario que el hijo del hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas y que sea muerto y resucite al tercer día”. No había otra forma más que renunciar a sí mismo, negarse a sí mismo, no pensar en él primero y entregarse totalmente por nosotros. Esta era la tarea del Mesías.
Y aquel día, con el rostro y el cuerpo ensangrentado por los azotes injustos, débil, agotado, abandonado por sus “valientes” discípulos, subió al monte calvario, llevando una cruz a cuesta. Una cruz que no le pertenecía, que no era suya. Una cruz que él eligió llevar. Y extendió sus brazos y fue clavado infamemente para ser expuesto ante el mundo como el más ruin pecador, siendo el ser más puro que haya pisado la tierra. Y después de haber padecido, exclamó: “Consumado Es”. El plan de redención había sido completado. Más que un grito de derrota, éste es un grito de triunfo porque era necesario que todo esto aconteciese y así sucedió. El Mesías había cumplido su misión.
Habiendo Jesús dicho con toda claridad que iba a padecer, morir y resucitar, nos relata el evangelio de Mateo que Pedro (aquel que minutos antes había dado la mejor respuesta a la pregunta de Jesús) inmediatamente le contrapuntó diciendo en el versículo 22 de Mateo 16: Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.
Pedro lo lleva a parte, y le comienza a decir: “A ver Jesús…¿cómo está esto que vas a sufrir y morir en Jerusalén? creo que esta parte del plan no encaja con todo lo demás. Tú eres el Cristo, se supone que tú viniste a tener la primacía, no a sufrir y morir. Creo que en esta parte te equivocaste, seguramente no quisiste decir lo que dijiste. No puede ser que esto te ocurra”.
Pero Jesús le responde en el versículo 23: Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
Jesús dice...¿Dónde había yo escuchado esto antes? ¿Dónde se me había dicho antes que yo pensara en mí primero? ¿Qué yo buscara primero lo que era más conveniente, cómodo u oportuno para mí? ¿Dónde había se me había dicho que yo antepusiera mis deseos a mis responsabilidades? Ah…sí…Satanás me lo había dicho antes.
La perspectiva de las cosas de acuerdo con Satanás se caracteriza por poner la mira en las cosas de los intereses de los hombres en vez de la mira en las cosas o propósitos de Dios. Jesús aclara que esa manera de pensar no es la que corresponde a un discípulo de Cristo, sino a una persona que habla como habla y piensa Satanás. Por eso le dice, apártate de mí. Yo no tengo nada que ver contigo y esa perspectiva.
El mundo con su perspectiva que fluye de Satanás nos quiere adoctrinar con la idea de que esta vida se trata de vivir para uno mismo, de gozar y sacar provecho de cada circunstancia para los fines propios y seguir los deseos de nuestro corazón cueste lo que cueste, y caiga quien caiga.
Esta idea se filtra en nuestra perspectiva de lo que significa ser discípulo de Jesús, y tenemos la idea de que haremos y seguiremos los principios de Cristo, siempre y cuando no atenten contra nuestra comodidad, nuestro bienestar, nuestro estatus en la sociedad o lo que consideramos valioso aquí en la tierra.
Pero Jesús nos aclara lo que significa ser discípulo de Cristo, lo que implica ser como el maestro. Si lo reconocemos como el Mesías, esto implica también que sólo a él obedeceremos y seguiremos.
Nos dice el versículo 24: Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
Inmediatamente después de anunciarles el programa de redención para el cual era necesario que él padeciera, muriera y resucitara, Jesús indica que si alguno quiere ser su discípulo, si alguno ha entendido lo que hice por él, si alguno quiere seguirme para siempre, entonces tiene que tener una nueva manera de pensar acerca de sí mismo.
Si antes pensabas que lo único que importaba era tu comodidad, tu bienestar, tu satisfacción, tu felicidad, ahora tienes que comenzar con poner a alguien más en ese lugar. Ya no más tú, sino Cristo, el Mesías. Ya no más tu comodidad sino la gloria de Cristo, el Mesías. Ya no más lo que tú deseas lograr, sino lo que Cristo quiere lograr. Ya no más tu proyecto, sino el proyecto de Cristo. Eso significa ser discípulo, eso significa reconocer al Mesías. Si lo reconocemos, le obedecemos.
Hay que morir a uno mismo, hay que estar listo para llevar la cruz y hay que seguir sus pisadas en todo.
Reconocer a Jesús como el Mesías implica una renuncia total a uno mismo y una entrega total al señor Jesús, nuestro Mesías, pues fuera de él no hay nada ni nadie más.
Creer en Jesús como el Mesías o ser discípulo de Jesús implica morir a mí mismo. Es cambiar mis deseos personales por Sus deseos. Es cambiar mis metas por sus metas. Es usar Sus métodos, no los míos. Es hablar sus palabras, no las mías. Es vivir de acuerdo con Su estilo de vida, no con el que me dé la gana. Un estilo de vida que no se trate de mí, sino de él.
• Aprender a callar, cuando quiera hablar
• Aprender a hablar, cuando quiera callar.
• Aprender a ser paciente en vez de explotar
• Aprender a ser diligente cuando quiera ser desidioso.
• Aprender a pedir perdón, cuando quiera alejarme en mi orgullo.
• Aprender a compartir en vez de ser egoísta.
• Aprender a decir no a la impureza sexual, cuando sea tentado a macharme con ella.
Jesús es nuestro Mesías, es nuestro Cristo, es nuestro ungido, fuera de él no hay nada ni nadie más. Por eso sólo a él reconocemos y sólo a él obedecemos.
¿Has reconocido a Jesús como el Cristo? ¿Vives en obediencia a Jesús el Mesías? Recuerda que fuera de él, no hay nada ni nadie más por lo cual vivir, o por lo cual morir, porque sólo en él somos más que vencedores y nada nos puede separar de su amor para la gloria de Dios.