En una ocasión me encontraba caminando por el centro de la ciudad y encontré a un joven como de veinte años a quien había conocido cuando él era un niño. Él era el menor de su familia a la que había conocido desde hacía varios años, pero que había pasado mucho tiempo sin que yo tuviera contacto con ellos. Entonces, comencé a preguntarle por cada uno de sus hermanos; todo iba bien hasta que nombré a una de sus hermanas, que había sido mi coetánea.
En ese momento la chispa con la que hablaba se apagó y se quedó literalmente callado. Yo no entendía qué pasaba ni sabía cómo interpretar su abrupto silencio. Después de un momento incómodo de silencio, decidí cambiar el tema y continuamos platicando por un rato más. Me despedí de él y le deseé lo mejor.
Al encontrarme posteriormente con un conocido mutuo, le comenté el incidente y me explicó que aquella muchacha por la que su hermanito guardó silencio, se había suicidado algunos años atrás. Quedé consternado por la noticia y ese fue uno de los primeros casos de suicidio que me tocaban un poco más de cerca.
El suicidio a todos nos toma por sorpresa y la reacción de ese joven de confusión, silencio y no saber cómo responder o qué decir ante un suicidio es bastante representativa de la mayoría de nosotros.
Y es que, en nuestro Estado, el suicidio es todo un tema del cual hablar y atender. Las cifras más recientes en datos del Inegi indican que, este problema es creciente ya que, en 2016 el número de suicidios en nuestro estado fue de 155, en 2017 se reportaron oficialmente 195 suicidios, en 2018 el número aumentó a 246, y en 2019 el récord fue de 265, 2020 más de 200, y en el primer trimestre del 2021 ya se registraron 67 suicidios, un número que es el más alto de los últimos tres años en el mismo trimestre. Y es que sólo se están contabilizando los casos en los que lamentablemente se concreta el suicidio y no sabemos la cifra de todos los intentos fallidos.
En nuestra serie de sermones: familia redimida queremos tratar algunos de estos temas que impactan a nuestras familias, desde una perspectiva bíblica. Reconocemos que son muy sensibles y que hay que tratarlos con el mayor cuidado posible y apegados a la Escritura.
Reconozco que no vamos a explorar todas las aristas posibles de este tema, pero espero que podamos bosquejar las verdades bíblicas más importantes para poder seguir reflexionando y actuando en congruencia con la enseñanza de la Palabra de Dios. Para que, en lugar de quedarnos callados ante este tema, podamos traer la luz, la compasión y la verdad de la Palabra para enfrentar este problema real y recurrente en nuestro entorno.
Quisiera abordar este sensible tema desde dos ángulos. Hablar del suicidio como pecado y hablar del suicidio como sufrimiento. No es que sean cosas distintas, están totalmente vinculados ambos ángulos. Y la respuesta es la misma para ambos. Pero creo que podremos tener un mejor y más balanceado acercamiento al tema si los consideramos uno a uno.
Suicidio como Pecado
Hablemos primero del Suicidio, o el acto deliberado de quitarse la vida uno mismo, desde el ángulo del pecado. Desde la perspectiva cristiana, el suicidio entra, como otras acciones, bajo la categoría bíblica del pecado. ¿Cuál es la esencia pecaminosa del suicidio? ¿O por qué se le cataloga como pecado?
Una verdad innegable en la Escritura es que el Señor, nuestro Dios, es el autor, dador, sustentador y soberano sobre la vida. Dios es el único que tiene el absoluto derecho sobre nuestras vidas. La Escritura una y otra vez, enseña que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino somos del Señor y para el Señor. No somos los dueños de nuestras vidas.
En Génesis 2:7 nos dice: Entonces el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente.
La vida se origina y es dada por el Señor. No viene de nosotros mismos. Como raza humana fuimos hechos un ser viviente por la mano del Señor.
Nehemías 9:6 reitera la absoluta proveniencia divina de la vida y su absoluto derecho sobre ella: “Sólo tú eres el SEÑOR. Tú hiciste los cielos, los cielos de los cielos con todo su ejército, la tierra y todo lo que en ella hay, los mares y todo lo que en ellos hay. Tú das vida a todos ellos y el ejército de los cielos se postra ante ti”.
Dios, por lo tanto, ejerciendo su derecho divino es quien tiene la decisión final acerca de la vida y de la muerte. Como atestiguan pasajes como Deuteronomio 32:39: Ved ahora que yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay dios. Yo hago morir y hago vivir. Yo hiero y yo sano, y no hay quien pueda librar de mi mano.
Y en 1 Samuel 2:6 nos dice: »Del SEÑOR vienen la muerte y la vida; él nos hace bajar al sepulcro, pero también nos levanta.
En fin, en la Escritura siempre se reconoce a Dios como el único que tiene el derecho de decisión sobre la vida y la muerte porque él es el autor, dador, sustentador y consumador de la vida en toda su creación.
Incluso la Escritura nos reporta que algunas personas que, en un momento dado, tuvieron el deseo de morir por alguna circunstancia que pasaban, no procedieron a quitarse la vida, sino pidieron al dador de la vida que les concediera su deseo y él terminara con sus vidas.
Como fue el caso de Moisés y también de Elías. Como se nos reporta en Números 11:13-15 acerca de una petición que Moisés le hizo a Dios al verse abrumado por las quejas del pueblo de Israel: Todo este pueblo viene llorando a pedirme carne. ¿De dónde voy a sacarla? Yo solo no puedo con todo este pueblo. ¡Es una carga demasiado pesada para mí! Si este es el trato que vas a darme, ¡me harás un favor si me quitas la vida! ¡Así me veré libre de mi desgracia!
O bien, como en el caso de Elías cuando después de la victoria del monte Carmelo, Jezabel prometió cazarlo hasta darle muerte y se nos dice en 1 Reyes 19:3-4: Elías se asustó y huyó para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado y caminó todo un día por el desierto. Llegó adonde había un arbusto, y se sentó a su sombra con ganas de morirse. «¡Estoy harto, SEÑOR! —protestó—. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados».
Notemos que, aunque en esa crisis desearon dejar esta tierra, no procedieron a quitarse la vida, sino acudieron con esa petición al único que tiene el derecho sobre la vida y la muerte. Él es el único que soberanamente puede terminar la vida. En estos casos, al tratar su angustia con el dador de la vida, encontraron esperanza, consuelo y lo que necesitaban para salir de esas emociones y deseos empantanados.
Como vemos, la Escritura establece a Dios como el que inicia y pone fin a una vida.
Por todo esto, el ser humano no tiene el derecho de quitar la vida a nadie y mucho menos a sí mismo. El mandamiento del Señor es claro y contundente, como dice Éxodo 20:13:
“No matarás”. Este mandamiento abarca el homicidio, pero también el suicidio. No tenemos el derecho ni el permiso de decidir cuando acaba nuestra vida en esta tierra. Ese derecho es exclusivo del dador, sustentador y Señor de la vida.
Por eso cuando el ser humano decide quitarse la vida está usurpando el derecho de Dios. Está tomándose atribuciones que no le corresponden. Está violando el espacio que es solo del único y sabio Dios, y que no lo comparte con nadie más.
Por eso el suicidio es un pecado en toda la extensión de la palabra porque es una decisión rebelde a lo establecido por Dios.
El suicidio es pecado porque es una decisión soberbia, pues usurpa el lugar de Dios. El suicida pretende ser más sabio que Dios en cuanto a la duración de su vida. Pretende ponerse en el lugar de Dios para decidir cuando llegó su hora de abandonar este mundo.
El suicidio es pecado porque es una decisión egoísta. El suicida no considera nada ni a nadie más que a sí mismo. No quiere ni puede aguantar la vergüenza, o la frustración, o el enojo, o el coraje, o el fracaso, o el sufrimiento físico o emocional, ni quien sabe cuántas cosas más, y pensando sólo en sí mismo y en acabar con su angustia, en una visión de túnel, escucha la mentira de que la única salida es acabar con su vida.
Pero hay algo más. El suicidio es un pecado que tiene la particularidad de ser irreversible. A diferencia de otros pecados de los cuales después de cometerlos, podemos dar marcha atrás en cierta manera, al reconocerlos y dar evidencias objetivas de arrepentimiento ante los que nos rodean, el suicidio es irreversible en el sentido de que no nos da oportunidad de mostrar arrepentimiento, y dejamos a los que nos rodean con un sentido de incertidumbre y confusión, pues no alcanzan a comprender y el proceso de restablecimiento para ellos es cuesta arriba.
Con otros pecados, por ejemplo, el adulterio, puedo reconocer públicamente, confesar particularmente, pedir perdón a los ofendidos y apartarme de ese pecado. Todo este arrepentimiento objetivo ante los que he dañado, les ayuda en su proceso de perdón y restauración. Pero el suicidio deja a los deudos con un trabajo muy pesado para procesar y continuar sus vidas por esa falta de oportunidad de mostrar arrepentimiento objetivo ante los afectados.
El suicidio es pecado muy serio y destructivo. Como todo pecado que ofende a Dios es monstruoso. Pero hay que decir también que no debemos poner al suicidio en una categoría que la Biblia no le da. Voy a decir esto con mucho cuidado porque no quiero explicarme mal.
A pesar de ser pecado y de ninguna manera debe promoverse, avalarse o alentarse, en honor a la Escritura también hay que decir que el suicidio no es el pecado imperdonable. Hay quienes aseveran que el suicidio automáticamente es un pase directo al infierno. Quizá basándose en 1 Corintios 3:16-17 donde dice: ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios; porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo.
Pero un estudio más cuidadoso de este pasaje revela que en este contexto específico no se está refiriendo al cuerpo humano como el templo del Espíritu Santo, (en otros sí, pero en este en particular, no) sino se está refiriendo a la iglesia del Señor. La iglesia es el templo y si alguno intentara destruirla, el Señor lo destruirá. Además, si este pasaje particular se estuviera refiriendo al cuerpo de uno y la sentencia por ese delito fuera lo indicado aquí, estaríamos en grandes problemas incluso cuando destruimos el templo tomando coca cola, comiéndonos nuestra torta de cochinita remojada en la grasa o comiéndonos un banana Split doble.
Interesante es notar que la Biblia no pone el suicidio en algunas de las listas de pecados representativos de aquellos que al practicarlos como estilo de vida no heredarán el reino de Dios. Y sí lo están otros pecados más comunes y frecuentes tales como: adulterio, idolatría, avaricia, borrachera y calumnia entre otros. Así que esa postura dura que le da un pase automático al infierno a los suicidas tiene que ser repensada.
Repito, no por hacer este señalamiento, estamos dando permiso o autorización para realizar el devastador pecado del suicidio. Como todos los pecados ofende gravemente a Dios, pero la gran diferencia no es que no pueda ser perdonado en un momento dado, sino que no hay oportunidad posterior para el pecador de mostrar ante de los afectados su arrepentimiento, como sí es posible con otros pecados.
De ahí se deriva la pregunta, ¿Qué pasa cuando un creyente profesante comete el pecado del suicidio? No hay respuesta sencilla a esta pregunta. Por un lado, no queremos en lo absoluto alentar a nadie a cometer suicidio porque es pecado. Como no alentaríamos a alguien que adultere porque sus circunstancias matrimoniales son complicadas. Pero, por otro lado, sabiendo que el suicidio es pecado, y que los pecados, han sido pagados completamente por Cristo en aquellos que han nacido de nuevo por el Espíritu Santo, y que ese pago es pasado, presente y futuro, no podemos simplemente decir, que Cristo murió por todos los pecados, excepto por el del suicidio.
La salvación en Cristo es plena. Nadie va a estar en el cielo por sus buenas obras. Todos al momento de morir, nos llegará ese instante con algún pecado no confesado y no por eso decimos que la salvación de Cristo será ineficaz por nuestra carencia. La salvación de principio a fin es por gracia.
Alguien alegará que un verdadero cristiano no se suicidaría. Y estoy de acuerdo en que no se supone que un creyente en Cristo se suicide, como tampoco se supone que se divorcie sin justificante bíblica, cometa adulterio o que sea chismoso. No se supone que un creyente peque, pero sabemos que nadie puede arrojar la primera piedra, porque aunque somos creyentes, aun tenemos lucha con el pecado.
Somos susceptibles y vulnerables de caer, por eso aun pensando que estamos firmes, necesitamos cuidarnos de caer. Y cuando caemos, nos damos cuenta, por la gracia del Señor y tenemos la oportunidad de demostrar arrepentimiento ante los afectados. Pero en el suicidio esta oportunidad no está presente. Y esto lo hace más complicado para analizar.
Al final de cuentas mis hermanos, esta pregunta aunque nos cala por dentro, y es muy difícil para los familiares o la iglesia de un suicida de procesar, tenemos que llegar a la conclusión de que no podemos tener certeza plena del destino eterno de un suicida. Y en el análisis final, esto también aplica a cualquier persona que muere.
Primero que nada, no nos corresponde a nosotros determinar el destino eterno de una persona. No somos Dios. No tenemos el conocimiento pleno de todos los detalles ni de todas las actitudes del corazón. Podríamos pasar horas y horas especulando y discutiendo, y al final, esa realidad está en manos sólo de nuestro Dios. Por eso el único juez justo y verdadero, nuestro Señor, es quien tiene esa vida en sus manos. Y en eso debemos confiar, y de eso debemos partir para nuestra recuperación y sanidad espiritual después de un suicidio.
Escúchame bien, hermano, no tomes la posibilidad del perdón como aliciente para el suicidio. Yo no lo tomaría así. Al igual que no deberíamos tomar la posibilidad del perdón en el caso de un adulterio como aliciente para cometerlo. Cuando pecamos tenemos las de perder. Teme al hecho de pecar contra nuestro santo Dios. Aunque no es el pecado imperdonable, el suicidio sigue siendo pecado. Y como se trata de pecado, el evangelio de Jesucristo sigue siendo la respuesta.
Hemos hablado del Suicidio como pecado, ahora pasemos al ángulo del suicidio como sufrimiento. Como dijimos el pecado y el sufrimiento están muy ligados. De hecho, Dios nos da sus mandamientos precisamente porque al depender de él encontramos sentido a la vida y a todo. Alejarnos de él, implica sufrimiento desgarrador.
Suicidio como sufrimiento
En el suicidio hay muchas personas sufriendo. Está sufriendo el que quiere quitarse la vida y se quedan sufriendo aquellas personas cercanas a los que éste deja atrás al conseguirlo.
Nuevamente, el evangelio es la respuesta a la problemática del suicidio, tanto como pecado como en el sufrimiento.
La Escritura nos enseña en Romanos 12:15: Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran.
Es decir que tengamos esa actitud de humildad y compasión para cuando hay gente sufriendo a nuestro alrededor, así como cuando hay gente que goza. Humildad y compasión para participar y apoyarlos en su sufrimiento.
La persona que comienza a tener ideas suicidas está sufriendo por alguna circunstancia o circunstancias que no encuentra como manejar. En lugar de acudir en la dirección correcta comienza a creer mentiras hasta llegar a una especie de túnel en el que la única salida que se ve, la única manera de resolver la situación, es morir, desaparecer, dejar de sufrir. ¡Qué terrible debe ser estar en esa situación de desesperanza!
Si estás cerca de alguien que ha comenzado a hablar de morir como opción de solución a su problema. Si estás con alguien que está atravesando por mucho estrés o tristeza, si ves a alguien vulnerable por su sufrimiento, entonces es importante actuar. Aquí hay algunas pautas de como ayudar al que sufre.
Por lo menos, hay cuatro acciones importantes que debemos realizar para ayudar al que sufre: Escucha, Acompaña, Considera el Corazón y Habla la verdad en Amor. Este asunto no es lineal, no son fases, sino son acciones que son importantes de realizar en todo el proceso de apoyo a alguien que sufre.
1. Escucha
El que sufre necesita ser escuchado. Hay un gran alivio con tan sólo sacarlo de su pecho. Necesita compartir su carga con alguien más. Escucha con atención y compasión al que sufre. Cuando estemos con la persona no nos distraigamos con el celular o el reloj. Refleja interés, mostrando atención y compasión a la persona.
No minimices o trivialices su dolor. Toma en serio el motivo de su sufrimiento. A veces, no podrás identificarte plenamente con el motivo de su sufrimiento, pero considera que, por muy trivial que te parezca el motivo, la persona lo está experimentándolo con toda intensidad. Quizá se ponga a llorar, no lo interrumpas.
No lo estés interrumpiendo para corregirle cada creencia errónea que exprese. Cuando la persona está sufriendo va sacando a flote cada creencia equivocada que tiene y es muy tentador querer corregirlas todas. Escoge tus batallas; este es un proceso y habrá tiempo para ir aclarando poco a poco su perspectiva de Dios y de la vida.
2. Acompaña
Esta segunda acción marca una diferencia importante para la persona que sufre. Se trata, básicamente, de invertir tiempo y vida con el que sufre.
Hazte presente y visible en su vida. No tienes que hablar mucho, pero estar ahí le dirá muchísimo más que mil palabras en cuanto a tu interés genuino.
Sírvele en las necesidades obvias. Cuando uno sufre muchas veces se olvida de las cosas básicas que son importantes en la vida diaria. Cosas como llevarles comida o llevar a sus hijos a la escuela mientras están en el proceso de sufrimiento, son muy apropiadas y necesitadas.
Apóyalo para ejercitarse en los medios de gracia. Las personas que sufren muchas veces no tienen ánimo para orar y leer la Biblia. Una manera de apoyar es hacerlo con ellos. Orar los salmos en orden de aparición y en voz alta es un buen ejercicio espiritual que reconforta.
Involucra a la comunidad de gracia. Cuando la persona siente la compañía de la iglesia se siente fortalecida. Con permiso del sufriente, comparte la necesidad con otros hermanos de la iglesia para atenderla como cuerpo de Cristo.
3. Considera el Corazón
El corazón es el motor de la persona. De él sale la motivación, la emoción y la acción. Por eso es importante llegar a nivel de corazón para ministrar adecuadamente a la persona. El corazón se trata de las creencias y deseos que rigen la vida de la persona. Cuando alguien está sufriendo necesitamos considerar su corazón. Considera:
• Qué cree o desea respecto a Dios.
• Qué cree o desea respecto de sí mismo.
• Qué cree o desea respecto a los demás.
• Qué cree o desea respecto a sus circunstancias.
Considera qué creencias o deseos están rigiendo su vida. Escucha lo que dice y observa sus acciones. Detrás de esas palabras y acciones está revelando su corazón.
4. Habla la Verdad con Amor
Reconoce que no tienes todas las respuestas a sus preguntas. No tenemos todas las respuestas; no demos la impresión de que entendemos qué está pasando. Aun así, siempre podemos asegurar que, aunque no lo entendamos todo, podemos confiar en el Dios que hace todo con un propósito.
Muéstrale al Dios Soberano, bueno y digno de confianza. El que sufre necesita afianzar su fe en el Dios Soberano. Este es el refugio seguro para todo aquel que sufre. Si Dios no es soberano, entonces todo lo que nos ha pasado no ha tenido propósito. Ese es el escenario más desolador que pudiera existir. Pero la soberanía de Dios le da sentido a todo.
Ayúdalos a disciplinarse a ver lo bueno y a estar agradecidos por ello. Cuando sufrimos tendemos a ver todo gris y oscuro; y quedamos sordos y ciegos a las bendiciones que tenemos a pesar del sufrimiento. Ayúdalos a ver y contar sus bendiciones en medio de sus sufrimientos.
Muéstrale a Jesús, el varón de dolores, experimentado en quebranto. No hay sufrimiento nuestro que sea mayor al que Cristo padeció. El que sufre necesita conocer a Jesús profundamente, aprender de él y sostenerse en Jesús.
Ayúdalo a ver su sufrimiento desde la perspectiva eterna. El que sufre necesita recordar que el sufrimiento no es para siempre. Cuando hay esperanza el sufrimiento es soportable. El sufrimiento nos grita: “Así vas a vivir para siempre”. Pero cuando entiendes que el sufrimiento no es para siempre, sino que hay una realidad futura y eterna en la que ya no habrá más dolor, entonces esta perspectiva sosiega el corazón en sus luchas presentes (v. Apocalipsis 21:3-5). Puesto que mi futuro es una realidad, mi presente en Cristo tiene una dirección. Estamos siendo llevados a puerto seguro, pase lo que pase.
Ahora bien, hermano, si es tu caso el que estás enfrentando ideas suicidas.
Te animo a tres cosas.
1. Teme a Dios. Aunque tu sufrimiento es terrible, busca agradar al Señor antes que dejar de sufrir. Confía en que el Padre tiene cuidado de ti y el dará salida a tu sufrimiento. Por eso, búscalo más que nunca en oración y en los medios de gracia. Arrepiéntete de estar jugando con la idea de usurpar el lugar de Dios y de dejar de confiar en él.
2. Lucha por la esperanza. Es cuesta arriba el camino, lo sé. Pero cree a la Escritura. Tu problema tiene remedio. En Cristo, aun los despropósitos de nuestras vidas, tienen solución. No creas que seguir en el túnel es la única respuesta. Lucha por no perder la esperanza. Rodeate de la Palabra de Dios para no estar escuchando las mentiras del diablo.
3. Busca ayuda. No podemos salir del túnel solos. Necesitamos a nuestros hermanos y hermanas. Nadie lucha solo. Haz explícita tu lucha. No la calles. No la des a entender nada más…dila con todas sus palabras a las personas que te pueden ayudar.
Mis hermanos, el tema del suicidio tanto como pecado y como sufrimiento haya su respuesta en una persona: Jesucristo. El dijo en Juan 10:10: El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.
Creamos esto en verdad: Todas esas ideas de destrucción y muerte no provienen de Dios, sino del ladrón. ¿Para qué hacerle caso a ese mensaje mentiroso y destructivo?
Jesucristo vino a dar vida y vida en abundancia. Más allá de tus circunstancias difíciles, más allá de tu sufrimiento, hay una promesa de vida y vida abundante en Cristo. Confiemos en esto, dejemos la mentira y abracemos su evangelio.
El suicidio no va a reparar nada. Sólo complicará más las cosas para ti y para los que te rodean. Sólo poniendo tu fe en Cristo, y recibiendo su vida abundante, hallarás sentido, orientación, significado y solución verdadera a las problemáticas de tu vida.
Jesucristo vino a darnos vida. El suicidio no es la solución, Cristo lo es. Por eso mientras Dios nos tenga con vida en esta tierra, sigamos poniendo nuestra fe y confianza en Jesús para vivir vidas para la gloria de Dios.