Parábolas del Reino: El tesoro y la Perla
Una de las fantasías de la imaginación infantil que quizá todos tuvimos en algún momento de nuestras vidas es que nos encontrábamos un tesoro muy valioso. Yo recuerdo que, de niño, muchas veces jugué con mis amigos a que éramos buscadores de tesoros, los cuales encontrábamos en el fondo de nuestros patios o en los terrenos baldíos de nuestra cuadra.
Imagínate que te pase lo que le ocurrió a una pareja de California en los Estados Unidos que por mucho tiempo habían visto junto a un árbol de la propiedad que habían comprado, la tapa de una lata vieja que sobresalía en el suelo. No le habían hecho mucho caso, hasta que un día, dando un paseo con su perro por su propiedad, decidieron levantar dicho pedazo de basura.
Para su gran sorpresa se dieron cuenta que no era sólo una tapa de lata vieja, sino resultó ser una lata completa, la cual desenterraron, juntamente con un total de 8 latas más que contenían 1400 monedas de oro, cuyo valor se calculó en más de 10 millones de dólares.
Quién sabe si algo así te pudiera pasar, así que no desestimes ninguna lata vieja en el fondo de tu patio.
Encontrar algo de gran valor donde no lo esperabas, es algo que despierta la imaginación de todos nosotros. Y en los tiempos de Jesús, las personas no eran tan distintas a nosotros en ese respecto.
Este mes estamos hablando de las Parábolas del Reino que Jesús relató a sus seguidores y discípulos, y que se encuentran registradas en los evangelios. En particular, hemos estado considerando las parábolas del reino según Mateo capítulo 13.
Como hemos dicho, Las parábolas no son simples relatos o ilustraciones que hacían más entendible la enseñanza, sino que las parábolas eran en sí mismas, una manera de distinguir entre los verdaderos discípulos y los falsos seguidores de Jesús.
Los verdaderos discípulos de Jesús pueden sentirse muy privilegiados porque él ha dicho que a ellos se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos. Pero para los falsos o incrédulos seguidores de Jesús, las parábolas solamente los confunden y no les permiten entender sus verdades.
Hoy estaremos considerando dos parábolas muy breves que Jesús relató a sus seguidores y que en su forma externa tienen que ver con el tema de descubrir algo de gran valor. Sin duda, al contarlas muchas personas de su época se pudieron identificar con la narrativa, y seguramente, también tú y yo nos podremos identificar con ella, pues es un tema en el que hemos pensado alguna vez.
Las historias son muy sencillas y muy al punto. Dice Mateo 13:44-46 »El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo. »También se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. 46 Cuando encontró una de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró.
Jesús está relatando estas parábolas acerca del reino de los cielos y a través de ellas, está comunicando los secretos que no le son dados a conocer a cualquier persona.
Como hemos dicho, cuando Jesús habla del reino de los cielos, está haciendo referencia a toda la historia de la venida del reino de Dios a la tierra a través de la agencia de él, como la imagen de Dios. Las parábolas de reino están indicando lo que caracterizará esta historia de la fusión del cielo y la tierra a partir de su venida.
Entonces cuando escuchamos en las parábolas la frase “el reino de los cielos” debemos pensar en cómo se están desarrollando las cosas a partir de que se puso en marcha la fase final de la venida del reino de Dios a la tierra con la primera venida de Jesucristo. Y puesto que aún no llega la consumación, es decir, la segunda venida del Señor, estas parábolas no sólo nos hablan de historia, sino nos hablan de nuestra realidad en el año 2021.
El secreto del reino que Jesús quiere que entendamos es que hay algo que tiene el mayor valor que podamos imaginar o suponer; es tan valioso que no hay algo cuyo valor sea comparable o más deseable que ello.
Y esto lo hace a través de mencionar en estas parábolas dos cosas que son consideradas normalmente como algo muy valioso.
Jesús habla de un tesoro escondido en un campo y de una perla sin igual en fineza y valor. Cualquier persona al escuchar estas dos cosas, inmediatamente pensará o hará la conexión con algo muy valioso y muy deseable.
Hagamos algunas observaciones de estas parábolas del reino. Lo primero que notamos es que el reino de los cielos, es comparable o es como un hombre que encontró un tesoro en un campo. No se nos dice qué hacía ese hombre en el campo, pero parece no haber sido un buscador de tesoros profesional, sino que encontró tal tesoro de una manera aparentemente incidental.
Ese tesoro estaba en ese campo, estaba oculto. La gente quizá pasaba sobre él, pero no lo notaba. Era algo inexistente para casi todas las personas. El valor de ese tesoro era algo oculto o escondido o no estaba a la vista de todos.
Este hombre lo encuentra y entiende que ha encontrado algo incomparable. Se llena de alegría por su hallazgo, inmediatamente sabe que tiene que hacer algo para conseguir tal tesoro tan deseable. Entonces, hace algo que a la vista de todos parecería una locura. Va y vende todo lo que tiene para tener lo suficiente para comprar el campo donde está escondido el tesoro que sólo él conoce.
Podemos imaginar que sus familiares y amigos habrán pensado que se había vuelto loco. ¿Para qué quería comprar ese terreno de tan poca plusvalía? ¡Qué locura era esa! ¿Para qué vender todas las cosas conseguidas a lo largo de su vida para invertirlas en ese terreno que nadie más quería comprar?
Las personas a su alrededor no lograban ver el valor de ese terreno, en cambio para ese hombre ese terreno valía más que todo lo que poseía.
Entonces, la historia remarca el hecho de que hay algo de valor incomparable que se encuentra y que no todos se percatan de su valor como aquel que lo ha descubierto. Para aquel que ha visto ese tesoro que no todos pueden ver, ya no hay marcha atrás, es tan valioso para dicha persona que no le importa perderlo todo con tal de tenerlo.
En la segunda historia que Jesús relata acerca de los secretos del reino de los cielos, menciona otra cosa que es de gran valor. En esta ocasión se trata de una perla. Las perlas, en los tiempos de Jesús, eran consideradas rarezas de gran valor. Así que el mercadeo de ellas era un nicho muy especial.
Se nos dice que un comerciante buscador de perlas finas, alcanza a ver una, que otros quizá no habían visto o descubierto. Este hombre era experto en perlas, así se ganaba la vida. Quizá ese día, le habían ofrecido muchas perlas, pero de pronto alguien le mostró una que, de inmediato, captó toda su atención. Al mirarla supo que era una perla de gran precio, una perla de gran valor.
Él era un comerciante y seguramente llevaba dinero para adquirir su mercancía, pero cuando le dijeron el precio de la perla, se dio cuenta de que no tenía suficiente para adquirirla. Aunque este era el caso, estaba convencido de que debía tener esa perla a cualquier precio.
Así que fue a su casa y vendió todo lo que tenía, todo lo que poseía. Para este hombre esa perla valía más que cualquier cosa que ya poseía. Y cuando tuvo el dinero suficiente, fue y la compró.
En esta historia, igual que en la anterior, se remarca el hecho de hay algo de tal valor (que por cierto no todos pueden apreciar, que está escondido a la vista de muchos), que una vez que ha captado tu atención, no hay nada, ni nadie que te detenga de buscarlo. Cuando logras apreciar su valor, tu corazón queda cautivo y no te importa perderlo todo, invertirlo todo, en aquello que tiene todo el valor del mundo para ti.
Por supuesto, estas historias no son una lección de economía o para inversionistas, sino es una parábola que busca enseñarnos verdades eternas acerca del reino de los cielos.
Entonces, la pregunta sería, ¿Qué es el tesoro? ¿Qué es la perla? ¿Qué es aquello por lo cual vale la pena perderlo todo? ¿Qué es aquello por lo cual vale la pena invertirlo todo? ¿Qué es aquello por lo cual, aunque parezca que estamos perdiendo todo, en realidad lo estamos ganando todo?
En nuestra arrogancia, algunos han interpretado esta parábola como queriendo decir que nosotros somos la perla de gran precio o somos el tesoro escondido y que Jesucristo es el hombre en el terreno y el comerciante que viendo cuánto valíamos entregó todo con tal de comprarnos y tenernos con él.
Aunque es cierto que Cristo se entregó a sí mismo por nosotros, se humilló hasta lo sumo al hacerse hombre y morir en una cruz, no lo hizo porque nosotros éramos como una perla de gran precio o como un tesoro escondido. Sino lo asombroso de su sacrificio por su pueblo, fue que a pesar de que nosotros no somos nada, de no tener ningún valor agregado, de no ser una buena inversión, Cristo entregó todo porque con ello glorificaba a su Padre y cumplía la encomienda del Padre de reconciliarnos con él.
El caso es que Cristo murió por nosotros, no porque fuésemos valiosos en nosotros mismos; sino que si hoy tenemos algún valor, es precisamente en virtud de que el santo, el justo, el hijo de Dios se entregó por nosotros. Nuestra valía, si es que hay alguna, procede totalmente de nuestra identificación con Cristo.
Entonces, si no somos nosotros la perla o el tesoro, ¿Quién es entonces?
La respuesta que nos da el Nuevo Testamento, es que ese tesoro que no todos alcanzan a ver, que esa perla de gran precio que no todos pueden notar es precisamente el Señor Jesucristo.
El apóstol Pedro en su primera epístola lo dice de esta manera:
1 Pedro 2:6-8: Así dice la Escritura: «Miren que pongo en Sión una piedra principal escogida y preciosa, y el que confíe en ella no será jamás defraudado». Para ustedes los creyentes, esta piedra es preciosa; pero para los incrédulos, «la piedra que desecharon los constructores ha llegado a ser la piedra angular», y también: «una piedra de tropiezo y una roca que hace caer».
Como en las parábolas, hay dos audiencias: verdaderos discípulos de Jesús y seguidores incrédulos. La persona de Jesucristo causa dos reacciones en cada grupo. Para los creyentes, para los discípulos verdaderos, Jesucristo es precioso. Alcanzan a ver su valor incalculable. Es esa piedra firme, principal, angular y escogida. Estar cimentado en él es tenerlo todo.
Pero es otra la historia para los incrédulos, para los que no alcanzan a ver lo precioso y lo valioso que es Cristo; para ellos esa misma piedra en vez de ser preciosa y valiosa, se ha vuelto una piedra de tropiezo y destrucción.
En las dinámicas del reino de los cielos, lo más valioso que puedes encontrar es precisamente el Señor Jesucristo. No hay algo que se pueda comparar con él. No hay algo de mayor valor que él. En el reino de los cielos, Jesucristo es nuestro tesoro; Jesucristo es nuestra perla de valor incalculable. Tenerlo a él, es tenerlo todo.
Cualquier cosa que consideremos un tesoro en nuestras vidas, es basura comparado con él. Por eso, a los creyentes se les dice constantemente en la Biblia que en Cristo estamos completos; en Cristo somos ricos, pues tenerlo a él, es tener lo más valioso de eternidad a eternidad.
Cuando has experimentado la vida en el reino de Dios, te das cuenta que nada que pudieras ser o poseer presenta un mayor valor que Jesucristo. Por él, aún perderlo todo, es mejor que perdernos de la bendición de tenerlo.
Para los que vivimos en el reino vemos que Jesucristo es el mayor tesoro y que no hay nada que se compare con tenerlo a él.
Esto es lo que experimentó el apóstol Pablo, un hombre que antes de ser de Cristo, tenía muchas cosas valiosas a las que se aferraba como su mayor tesoro, pero su aprecio de ellas cambió cuando las comparó con el tesoro escondido que encontró sin estarlo buscando y cuando vio por primera vez la perla de gran precio.
Dice en Filipenses 3:7-9: Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe.
¿Qué era aquello que él encontraba como su ganancia antes de conocer al Señor y que ahora se daba cuenta que eran pérdida y estiércol comparados con el valor de conocer a Cristo Jesús su Señor?
En el contexto el habla de cosas como su nacionalidad, de su abolengo, de su religión, de sus títulos honorarios y de su desempeño, en pocas palabras, de algunas cosas de las que solemos aferrarnos como valiosas y dignas de ostentarse como trofeos personales. Pero cuando vienes al conocimiento del Señor Jesucristo te das cuenta que todas aquellas cosas de donde te colgabas como lo más valioso que tenías para presentar delante de Dios, no son nada comparadas con el valor incalculable del Señor Jesucristo.
Por eso, perderlo todo aquello por él, no significa verdaderamente una pérdida, sino la ganancia más grande que pudieras imaginar. Es tal la situación en Cristo, que cuando vives en él y para él, aún lo que pudiéramos considerar la pérdida de pérdidas, aún la misma muerte es ganancia. Tener a Cristo es el tesoro más grande que pudieras encontrar y es tener la perla que vale más que todo lo que puedas poseer.
Jesús nos enseña en estas dos parábolas esta realidad del reino de cielos. Y esto es muy pertinente para todos nosotros porque todos tenemos un corazón que busca tesoros y busca comprar perlas. Tristemente, nos conformamos con tesoros que no son tesoros y con perlas falsas. Y en nuestra ceguera, aferrándonos a ellas, pensamos que somos ricos y que estamos completos.
¿Qué es aquello por lo que estás viviendo? ¿Qué cosas ocupan nuestra atención o consumen nuestro tiempo? ¿Qué nos emociona? ¿Qué nos hace vivir con intensidad? ¿Cuáles son los asuntos que nos hacen salir de la cama todos los días animados para recorrer el camino? ¿Qué es aquello que, si te lo quitaran, tu vida perdería su propósito? Si repasaran un video de nuestra vida ¿Qué escena o escenas serían recurrentes? La respuesta a este tipo de preguntas, apunta hacia nuestro tesoro.
Un tesoro es algo o alguien a quien asignamos un gran valor. Pero los tesoros tienen tal naturaleza, que una vez que les hemos adoptado como nuestro tesoro, inmediatamente comienzan a tener influencia en nuestras vidas.
Los tesoros comienzan a dictar lo que hacemos, pensamos, sentimos o decimos. Comienzan a dictar con quien nos debemos llevar y con quien no, cómo nos debemos sentir y cómo debemos vivir.
Los tesoros a los que solemos aferrar nuestra vida generalmente son temporales e inseguros. La polilla y el óxido los puede destruir; y los ladrones se los pueden llevar fácilmente.
Sin embargo, tal parece que nuestra tendencia es acumular muchos de estos tesoros. Nuestra tendencia es llenar nuestras manos de tesoros inseguros y temporales. Creemos que si llenamos nuestras vidas de ellos nuestras vidas serán mejores. Ciframos nuestras esperanzas, felicidad, gozo y llenura en ellos, pero así como vienen se pueden ir y nadie nos puede garantizar que los tendremos mañana.
Estos meses pasados, sin duda han mostrado que muchos de nuestros tesoros resultaron ser temporales e inseguros. Y quizá nuestras vidas están conmocionadas porque lo que pensábamos que era nuestra roca, nuestro fundamento, nuestra fortaleza, se derrumbó por el impacto de un virus en el mundo.
Pero a aquellos a quienes les es dado conocer los misterios del Reino, Jesús nos está mostrando que existe un tesoro escondido que no todos aprecian, que existe una perla que vale más que todo lo que pudieras tener, y que este tesoro está disponible para aquellos que reconocen su bancarrota, su necesidad y carencia y vienen a él por la fe arrepentidos de sus pecados.
Jesús nos enseña que cuando por la gracia de Dios, tus ojos son abiertos para que encuentres el tesoro escondido y veas la perla finísima que no todos pueden ver, te des cuenta que al ser parte de su reino estás completo, pleno, de tal forma que, aunque para el mundo hayas perdido tu vida, en realidad lo has ganado todo al estar y vivir en Cristo.
Quizá el mundo te va a decir que estás desperdiciando tu vida al vivir para Cristo. Quizá te digan que te has vuelto un fanático o un lunático por los nuevos valores que tienes y pones en práctica. Quizá te digan que eres débil de mente al estar confiando tu vida en alguien a quien jamás has visto, sin embargo, hablas de él como tu amigo y tu hermano para siempre.
Quizá te digan esto y muchas cosas más burlándose o queriéndote hacer sentir que eres un fracaso. Pero si ya estás viviendo en el reino de los cielos en la tierra, entonces tú sabes en el fondo de tu corazón que tienes un tesoro que no alcanzan a ver esas personas y que tienes una perla que vale más que todo lo que has tenido en tu vida. Jesús nos enseña que tenerlo a él, es tenerlo todo, aunque aparentemente hayas perdido todo lo que el mundo considera valioso.
Por eso mi hermano, anímate a seguir viviendo para Cristo en medio de la oposición que experimentas quizá de tu misma familia o de personas que aprecias.
Si has visto el tesoro verdadero, sabes que no hay nada que se le pueda comparar. Vive con el gozo de conocerle y amarle.
Que no te distraigan las supuestas cosas que aparentemente estás perdiendo por seguir a Jesús. Tenerlo a él, vivir para él, es tenerlo todo y haber ganado todo. Con Cristo, lo único que perdemos es aquello que de por sí, no valía nada. En Cristo estamos completos.
Renueva tu fe, tu amor, tu obediencia, tu esperanza y tu confianza en el Señor Jesucristo. El es tu tesoro de quien nada ni nadie te puede separar. El es el tesoro que vale más que cualquier cosa que pudieras tener o anhelar. Él es nuestro rey y Señor. Y somos suyos para siempre y para la gloria de Dios.