Algunos años antes de fallecer, mi padre escribió una pequeña autobiografía. En ella narra un episodio de su juventud cuando estaba como en segundo año de Preparatoria. Puesto que los estudios eran muy cansados y agotadores para él, y buscando lo más cómodo, le dijo al abuelo que ya estaba muy cansado y que no seguiría estudiando.
Mi abuelo fue albañil, un hombre diligente y trabajador. Y como medida de disciplina y corrección a la actitud desobligada de mi padre, mi abuelo le dijo: “Si no vas a estudiar, vas a trabajar conmigo para ganar dinero con esfuerzo. Pero no te vas a quedar sin hacer algo productivo.”
Y el primer trabajo que tuvo que hacer fue blanquear con pintura de cal una albarrada, como solía hacerse en aquel tiempo. Él dice en sus memorias: “A las dos horas, mis manos finas ya estaban perforadas y adoloridas”.
En aquella ocasión mi abuelo le dijo mostrándole sus manos, “Ves hijo, para lograr algo en esta vida se requiere esfuerzo. Yo no pude estudiar; este es mi trabajo y requiere mi esfuerzo. Tú estás estudiando, esfuérzate para que llegues a ser profesionista. Tú debes llegar más allá de donde yo llegué.”
La lección disciplinaria y práctica fue muy efectiva. Mi padre abandonó de inmediato la idea de dejar de estudiar pues se dio cuenta que en cualquier escenario se requiere dedicación, esfuerzo y diligencia. Y mi abuelo vio coronado su esfuerzo al tener a un médico anestesiólogo en la familia.
Como padres que amamos a nuestros hijos necesitamos ejercer disciplina y corrección por su propio bien. Al momento, nosotros como hijos, no podemos ver todos los beneficios de la disciplina ni el amor que nuestros padres nos están prodigando al ejercerla, pero con el tiempo muchos de nosotros podemos ver el fruto de esas palabras confrontadoras y consecuencias incómodas.
Este mes, en nuestra serie, Exhortados, hemos estado explorando los mensajes que Jesucristo le envió a diversas iglesias de Asia Menor en los tiempos del apóstol Juan, de los cuales podemos recibir grandes exhortaciones para nuestras vidas como comunidad de gracia contemporánea.
Hoy concluimos nuestra serie y estaremos explorando la porción bíblica que se encuentra en Apocalipsis 3:14-22 y sin duda, seremos exhortados a considerar lo necesaria que es la disciplina que el Señor Jesús ejerce por el bien de su iglesia. Aunque son palabras duras de recibir, vienen de un profundo amor del Señor por su novia, su iglesia, su pueblo.
La palabra disciplina no siempre es bien recibida. Sobre
todo en el momento de estar pasando por ella. Pero como veremos, la disciplina que ejerce el Señor sobre su iglesia es una muestra más de su amor. Por eso, este día decimos: Jesucristo disciplina a quien ama.
Hemos visto, que Jesús tiene un mensaje pertinente para cada iglesia mencionada en el Apocalipsis, y también para nosotros. En este pasaje se trata del mensaje a la Iglesia de Laodicea.
Es interesante notar, que es la única iglesia que no recibe algún elogio de parte de Jesús. En el caso de las otras iglesias se les elogia por su celo doctrinal, por su fidelidad, por su amor y servicio o por su perseverancia en la Palabra. Pero para la iglesia de Laodicea, no hay mención de elogio o reconocimiento alguno.
Esto nos puede llevar a pensar en lo mal que estaban las cosas hacia el interior de esta iglesia.
El pasaje comienza diciendo en Apocalipsis 3:14: »Escribe al ángel de la iglesia de Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el soberano de la creación de Dios.
Como en cada caso de las iglesias mencionadas anteriormente en Apocalipsis, para empezar, se presenta el remitente de este mensaje. Aquí Jesús es presentado como el “Amén”. Esa palabra hebrea se traduce en los evangelios como “verdaderamente” o “en verdad”.
Quizá recuerdas el fraseo de la Reina Valera cuando dice: “De cierto, de cierto os digo” (en otras palabras Amén, Amén os digo). El que Jesús sea llamado el “Amén” da la idea de aquello que es verdadero, firmemente establecido y digno de confianza. Es decir, Él es aquel que sólo habla verdad. Y esto se refuerza con el siguiente título adjudicado en esta presentación: “Testigo fiel y veraz”.
En pocas palabras, las palabras fuertes, duras de disciplina para la iglesia vienen de aquel que sólo habla verdad, de aquel cuyo testimonio es fiel y veraz. O sea, palabras que debemos tomar muy en serio.
Y vamos a considerar el mensaje de disciplina de este testigo fiel y veraz, reconociendo cuatro aspectos de la disciplina que trae para su iglesia. Hablaremos de la REALIDAD que requiere disciplina, la SOLUCIÓN que ofrece la disciplina, la MOTIVACIÓN que impulsa a la disciplina, y por último, la PROMESA a los que responden a la disciplina. Con todo esto, reconoceremos que JESUCRISTO DISCIPLINA A QUIEN AMA.
Comencemos con el primer aspecto abordando LA REALIDAD QUE REQUIERE DISCIPLINA.
Es decir, ¿Por qué se hacen necesarias estas palabras de Jesús para su iglesia? ¿Qué está pasando en su iglesia que requiere esta acción firme y contundente de su parte?
Dice Apocalipsis 3:15-17: Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca. Dices: “Soy rico; me he enriquecido y no me hace falta nada”; pero no te das cuenta de cuán infeliz y miserable, pobre, ciego y desnudo eres tú.
La primera declaración que Jesús hace sobre la iglesia en Laodicea es que conoce sus obras. En los otros casos esta declaración era la antesala a un elogio o consuelo para la iglesia en cuestión. Pero aquí no hay nada que elogiar. El decir, conozco tus obras, es equivalente a decir, a mí no puedes engañar, conozco tu realidad, aunque trates de camuflagearla o ignorarla.
¿Y qué es lo que conoce el Señor de su iglesia en Laodicea? Sus obras reflejan una vida de tibieza, de acomodo, de falta de pasión por el Reino. Y usa una metáfora que era muy pertinente para los pobladores de la Laodicea. Hablar de frío, caliente y tibio era algo que ellos conocían de primera mano por el agua a la que tenían acceso.
Unas fuentes termales a unos diez kilómetros cerca de Hierápolis enviaban agua de calidad medicinal a través de acueductos a la ciudad Laodicea. Pero para cuando llegaba a su destino, se había enfríado bastante, y debido al carbonato de calcio que contenía, producía nauseas para quienes la bebían.
Por el contrario, en Colosas, a dieciocho kilómetros de distancia, se disfrutaba de manantiales de agua refrescante, fría y pura, que también era conocida para la población. El agua tibia, era agua con carbonato de calcio que provocaba el vómito.
Con esta comparación, Cristo está diciendo que no tiene ningún interés en un cristianismo tibio porque no vale nada. Prefiere trabajar con personas que, o ardan de energía para hacer lo que corresponde o que nunca han oído hablar del mensaje de salvación y están dispuestas a escuchar. De igual manera, los cristianos nominales, vacíos de obras verdaderas, son totalmente desagradables para el Señor y está a punto de vomitarlos de su boca.
Palabras duras que sacuden a cualquiera. Pero aun en esa declaración tan gráfica y contundente podemos notar la gracia del Señor. Porque es una advertencia a tiempo. Nótese la gracia del Señor en esta advertencia cuando dice: “Estoy por vomitarte”. No es una declaración de juicio, sino una advertencia a tiempo para no enfrentar el juicio. La gracia siempre precede al juicio.
Esta advertencia va seguida de una exposición de la realidad espiritual de la iglesia en la Laodicea. En esta iglesia abundaban los pecados de la autocomplacencia, soberbia, autosatisfacción y el independentismo. Su mismo pecado los cegaba a su realidad. Ellos pensaban que eran ricos y provistos de todo.
Y es que la ciudad de Laodicea se había convertido en un centro comercial principal y consiguió riqueza e influencia. Era famosa por su producción de lana negra y su gremio médico que se especializaba en oídos y ojos.
Era tal su sentido de autosuficiencia que, por ejemplo, en el año 60dC hubo un terremoto que afectó la ciudad y el gobierno romano ofreció ayuda financiera para reconstruirla. Pero los padres de la ciudad enviaron al gobierno romano una respuesta negativa e informaron que disponían de abundantes recursos para la reconstrucción. Este era el mismo espíritu que se reflejaba en la iglesia de Laodicea: Soy Rico, No necesito, soy suficiente.
Irónicamente, esto los exponía a un mayor peligro y pobreza, porque no se daban cuenta de la necesidad de admitir su impotencia y condición de necesidad real, para que se volcaran a Cristo y recibieran riquezas y sanidad verdaderas.
Con sus palabras fuertes de disciplina, Jesucristo pone de manifiesto la realidad espiritual de la iglesia y su necesidad de disciplina.
El pecado en la iglesia requiere disciplina de parte del Señor. ¿Pero será que nosotros somos muy distintos a la iglesia de Laodicea? ¿Será que nosotros no estemos también pensando soberbiamente que somos ricos, suficientes y que no necesitamos?
Hemos pasado un año bastante complejo para la mayoría de nosotros. Algunos hemos perdido trabajo, posesiones, relaciones e incluso personas amadas. Seguimos amenazados por un peligro latente de enfermedad y aún tenemos que permanecer lejos de las personas que amamos y apreciamos. Recuerdas, ¿Cómo eras y qué pensabas de tu vida, de Dios, de la iglesia, del Reino antes de marzo de este año?
Si somos sinceros, muchos de nosotros teníamos una actitud semejante a la iglesia de Laodicea. Nos sentíamos provistos de recursos, de relaciones. Nos sentíamos seguros en nosotros mismos. Nos sentíamos invulnerables, prósperos y afianzados. Quizá no lo decíamos así, pero en el fondo pensábamos: Soy rico, soy suficiente, no necesito. Y en esa soberbia nuestro corazón se fue entibiando con respecto a nuestra relación con Dios.
¿Para qué orar si siento que yo me proveo de todo y todo se debe a mi esfuerzo? ¿Para que buscar aprender y aplicar la Palabra, si mis ideas y pensamientos personales parecen funcionar mejor para el avance de mi mundo? ¿Para que buscar la comunión del cuerpo de Cristo si yo puedo solo llevar adelante mi vida?
Sin duda, muchos de nosotros, en este tiempo hemos experimentado bendición del Señor en forma de disciplina. Nos ha mostrado nuestra realidad, nuestra necesidad de él cada momento. Nuestra dependencia total. Nos ha mostrado su grandeza, gracia, poder y majestad.
La realidad de nuestro corazón requiere disciplina, y la maravillosa noticia es que Jesús disciplina a aquellos que ama. No nos permitirá permanecer tibios respecto a él. No permitirá que sigamos ensoberbecidos, ensimismados y distraídos; sino, nos advierte en su gracia, para llevarnos al arrepentimiento y seamos transformados.
Esta es la realidad que requiere disciplina, la condición de nuestro corazón, pero ahora, en segundo lugar, hablemos de LA SOLUCIÓN QUE OFRECE LA DISCIPLINA.
Dice Apocalipsis 3:18: Por eso te aconsejo que de mí compres oro refinado por el fuego, para que te hagas rico; ropas blancas para que te vistas y cubras tu vergonzosa desnudez; y colirio para que te lo pongas en los ojos y recobres la vista.
¡Hay buenas noticias para los que requieren disciplina! Hay una fuente inagotable de provisión para aquel que reconoce su necesidad y bancarrota. Hay solución para el problema de nuestro corazón y este es el Señor Jesucristo mismo.
Jesucristo nos dice: te aconsejo que de mí compres…que de mí obtengas, todos aquello que necesitas. Él es la fuente inagotable que sacia, que llena, que completa, que suple toda nuestra necesidad.
Jesucristo tiene oro para tu pobreza, tiene ropas blancas para tu desnudez, y tiene colirio para tu ceguera. Todo lo que necesitamos lo encontramos en Jesucristo. ¡Y este es el evangelio! Estas son las buenas noticias.
Las palabras duras de disciplina que Jesucristo dice a su iglesia tibia, vienen acompañadas de la solución para esta condición. La solución es anunciada en el evangelio y aquellos que reconocen su pobreza, su desnudez y su ceguera, tiene acceso gratuito a la fuente de toda bendición: Jesucristo, el Señor.
Si en esta tarde reconocemos nuestra tibieza, reconocemos que hemos vivido autoengañados de nuestra supuesta riqueza y autosuficiencia, reconozcamos la solución ofrecida en el evangelio que nos hace correr hacia Cristo arrepentidos para recibir de él: oro refinado, vestiduras blancas y colirio que reparen nuestra condición actual.
La disciplina del Señor siempre conlleva la solución. Cuando el Señor señala nuestro pecado, al mismo tiempo nos llama a tomar la solución que nos ofrece en la obra y persona de Cristo. No cerremos nuestro corazón a nuestro gran Dios de gracia.
Nuestra condición requiere disciplina, pero esa disciplina trae consigo siempre la solución que es el evangelio que nos dirige a Cristo. Ahora bien, pasemos al tercer aspecto de la disciplina que encontramos en este pasaje y es LA MOTIVACIÓN QUE IMPULSA A LA DISCIPLINA.
Dice Apocalipsis 3:19: Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete.
Jesucristo ha dicho palabras fuertes: “Estoy por vomitarte de mi boca”. No nos parecen palabras muy amables y menos a las nuevas generaciones que ya no están acostumbrados a recibir reprimendas fuertes, por algo se les llama la generación de cristal.
Pero hay algo que debemos tener claro. Estas palabras nos pueden parecer muy fuertes, pero son palabras de amor. Lo que mueve a Jesús a advertirnos tan fuertemente a los que estamos en la tibieza de la fe, no es motivado por la ira o la justicia, sino el amor. ¿Cómo?
Amor y disciplina no nos parecen que vayan de la mano en un momento dado. Como cuando tu mamá te decía: “Esto lo hago por tu bien…esto me duele más a mí que a ti”, antes de corregirte o darte alguna consecuencia por tus faltas y no se lo creías mucho. Pero precisamente, el amor es lo que debe impulsar toda disciplina.
Jesús nos aclara con todas sus palabras: Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. ¿Te das cuenta? ¡Qué maravilloso es esto! Cristo nos ama a través de disciplinarnos.
Y si hoy estamos experimentando su disciplina, estamos experimentando su amor.
¡Quizá no lo habías visto o pensado así! Pero cada vez que el Señor confronta nuestro corazón, cada vez que recibimos las consecuencias de nuestra desobediencia, cada vez que nuestro pecado queda expuesto, cada vez que somos reprendidos por la dureza de nuestro corazón, cada vez que somos alertados de las alimañas de nuestro corazón, es Cristo amándonos tanto como para no permitir que nos quedemos como estamos.
El amor de Cristo por su iglesia es más que amor incondicional. Es un amor que ciertamente nos recibe como estamos, pero nos ama tanto que no nos deja como estamos sino nos transforma para ser como él. Y usará la disciplina para forjarnos a su semejanza.
Así que hermano, si estás recibiendo la disciplina del Señor, eso quiere decir que el Señor te ama. Eres dichoso, eres bendecido porque el Señor Jesús ha puesto sus ojos sobre ti y su corrección verdaderamente es para tu bien. Por lo tanto, en vez de ver tu situación como una desgracia y se endurezca más tu corazón, mírala como el acto amoroso del Señor a quien le importas muchísimo. Y que esto nos lleve al arrepentimiento. Es decir, dejar nuestra tibieza, apatía, soberbia, falsa seguridad y corramos a los brazos del Señor Jesús que nos ama, porque sabemos y creemos que JESUCRISTO DISCIPLINA A QUIEN AMA y se está refiriendo a ti y a mí.
Pero hay aún un cuarto aspecto que debemos considerar de la disciplina. Ya hemos hablado de la realidad que requiere disciplina, de la solución que ofrece la disciplina y la motivación que impulsa a la disciplina. Nos resta hablar de LA PROMESA A LOS QUE RESPONDEN A LA DISCIPLINA.
Apocalipsis 3:20-22 dice: Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».
Hay una maravillosa promesa para todos los que, reconociendo su tibieza, su gran necesidad, su gran bancarrota, oyen el llamado del Señor y se arrepienten. La gran promesa es que el Señor mismo restablecerá su comunión con nosotros.
El versículo 20 se ha usado mucho en mensajes evangelísticos hacia no creyentes, pero en su contexto original, no está hablando a incrédulos, sino a cristianos. A personas que han llegado a un estado tal de tibieza espiritual que impide una verdadera comunión con Jesús.
El promete que entrará y cenará con nosotros. En el oriente no hay manera más adecuada de mostrar la comunión que sentarse a la mesa juntos. Y Jesús está diciendo que ese tipo de comunión restaurada se puede tener con él, aunque hayamos estado alejados, aunque hayamos estado distantes y tibios. Los que escuchan su voz y se arrepienten encuentran comunión renovada con el Señor.
Y no sólo esto, sino que, en su gracia, él promete un lugar junta a él en su trono, para reinar con él. ¡Esto es gracia pura! A los que no merecen nada, a los que son pobres, ciegos y desnudos, se les provee de todo: oro refinado, vestiduras blancas y colirio para recobrar la vista, entran a una comunión renovada con Cristo y se les da un lugar de honor junto a Cristo en su trono. ¿Qué aliciente más grande queremos para correr arrepentidos al trono de la gracia y tomar esa oportunidad que se deriva de la disciplina amorosa del Señor?
¿Ves como la disciplina es un acto de amor del Señor? ¿Ves cómo y por qué el Señor Jesucristo disciplina a todo aquel que ama? ¿Qué esperamos entonces para hacer caso a su voz de amor esta tarde? Hay una gran promesa aguardando a todos los que responden a su disciplina de amor, para aquellos que tienen oídos para oír.
Hermanos, hemos pasado más de 8 meses llevando nuestra relación con el Señor y nuestra iglesia de maneras muy distintas a lo que estábamos acostumbrados. Sin duda, el Señor ha hecho muchas cosas en la vida de su iglesia de manera general y también de manera particular en cada miembro de la misma.
Sin duda, hemos sido confrontados con realidades de nuestro propio corazón de las que no éramos conscientes y hemos respondido a estas circunstancias de muchas maneras diferentes. Algunos quizá hemos afianzado nuestra fe y hemos inflamado la llama de nuestra pasión por Cristo. Pero quizá otros hemos sentido un enfriamiento espiritual, una apatía, un alejamiento. Esto se muestra en nuestro poco o nulo interés por los medios de gracia y nuestra obediencia a la Palabra.
Si en este tiempo, has sentido que tu relación con él se ha entibiado, escucha su voz esta tarde. Su voz de advertencia que nos habla de nuestra condición. Reconozcamos su voz y nuestra realidad que ha requerido que él nos discipline. Pero también escuchemos la solución que ofrece en su disciplina para nuestras vidas. Hagamos caso al Evangelio que nos anuncia a nuestro Señor Jesús.
Corramos a sus brazos arrepentidos, dispuestos a tener una comunión renovada con él, pues todo lo que ha hecho, hace y hará ha sido motivado por su gran amor hacia su iglesia, hacia su pueblo, hacia nosotros.
Jesucristo, mi hermano, disciplina a todo a quien ama. Por tanto, arrepintámonos y abracemos su gracia para vivir para su gloria.