Intro. Recuerdo una ocasión siendo adolescente que estábamos viendo una película que había cautivado nuestra atención. Estábamos muy compenetrados con la trama y no sabíamos cuál sería el desenlace. En una escena muy emocionante, pasó mi mamá por ahí y preguntó si estábamos viendo tal o cual película mencionando el título del filme que estábamos viendo. Nosotros asentimos, después se dio la media vuelta y mientras se retiraba mencionó en voz fuerte: “No sirve… se muere el protagonista al final”.
Por supuesto, luego de saber el final, la historia ya no nos pareció tan emocionante. A nadie le gusta que le cuenten el final de la película prematuramente.
Este mes hemos estado hablando de una historia real para la cual, ya sabemos el final, y aun así, no pierde su brillo y su relevancia. Este mes estamos hablando acerca de la historia de historias, la historia de la redención, la historia de la cual nos habla la Biblia y es un marco de referencia para entender todo a nuestro alrededor.
La historia de la redención podemos resumirla en cuatro fases: Creación, Caída, Redención y Nueva Creación. Y esto es muy importante para los que creemos en Cristo.
A través de estas categorías podemos analizar cualquier tema que queramos. Por ejemplo, consideremos la Adoración: La adoración en la creación, después de la caída, en virtud de la obra de Cristo y cómo será en el cielo nuevo y tierra nueva. Y así podemos tener una cosmovisión cristiana de todo en la vida. Así que esta historia real es muy importante para nosotros.
Hoy nos corresponde hablar de la tercera fase que es la redención. Para que lleguemos a este punto tenemos que recordar brevemente las dos primeras fases. Dios creó un cosmos bueno en gran manera, pero el pecado entró a esa creación por la agencia del ser humano.
La Biblia dice: “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra”. Como hemos visto, en semanas pasadas, la historia comienza con Dios creando el cielo y la tierra. Curiosamente, la historia también termina con la visión de Juan en Apocalipsis donde dice: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. Dios, el cielo y la tierra al principio y Dios, el cielo y la tierra al final.
En el principio Dios creó todo lo que existe y según su propia evaluación, vio que todo lo que había hecho, era bueno en gran manera. En esta creación ordenada y armoniosa, plantó un jardín en la región de Edén.
Y ahí puso a su viceregente, a su imagen, al ser humano para que a través de su trabajo extendiera los confines de ese Edén hasta cubrir toda la tierra. Y a través de la multiplicación, llegara a llenar toda la tierra con su imagen para que todos supieran quién era el Rey.
El Proyecto que Dios tenía desde entonces era establecer su Reino en la tierra a través de la agencia de su imagen. Adán y su descendencia debían preparar la tierra a través de su trabajo al punto de dejarla lista para que el cielo y la tierra fueran lo mismo al establecer Dios su reino en toda la tierra. Entonces, Dios habitaría permanente y eternamente con el hombre en la tierra.
El primer ser humano, el primer Adán, fue el responsable de echar a andar este proyecto. Pero como sabemos, y hemos visto el domingo pasado, este primer Adán, fracasó. No permaneció en la obediencia requerida. Cuando el cayó en pecado, todos caímos. El pecado trajo consecuencias devastadoras para toda la humanidad. Su mismo propósito de existir fue desvirtuado. Su vida y sus relaciones fueron alteradas. El ser humano caído cambia la verdad por la mentira y desconoce la autoridad de Dios sobre su vida.
Pero Dios no iba a dejar inconcluso o frustrado su proyecto. En ese mismo momento anunció la llegada de un segundo Adán, de un descendiente de la mujer, que habría de acabar de una vez por todas con la influencia de la serpiente.
En Génesis 3:15 Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón.»
Este versículo es considerado o llamado el protoevangelio (primer evangelio), porque podemos decir que es el primer anuncio de las buenas noticias. Cuando todo parecía perdido, cuando todo parecía arruinado, viene este pequeño pero impactante anuncio que vendría de la descendencia de la mujer alguien que pondría fin para siempre a la influencia y poder de la serpiente.
Dice, su simiente te aplastará la cabeza. La manera de aniquilar a una serpiente es, precisamente, dándole en la cabeza. Ese es el anuncio profético de un Adán, de un ser humano, descendiente de la mujer, que habría de aplastar la cabeza del maligno.
Pero esta acción no iba ser sin complicaciones. El mismo anuncio dice que la serpiente hará todo de su parte para impedirlo. Que iba a infligir dolor sobre este postrer Adán. Que iba a morder su talón. No una herida definitiva, pero sí una herida seria, al final de cuentas.
Como vemos, desde el principio Dios tiene el proyecto de que el cielo y la tierra se unieran a través de la agencia de Su imagen, el Adán. Pero el primer encargado de que esto se pusiera en curso, el primer Adán, fracasó y todos sus descendientes, fracasamos, por consiguiente. Pero desde el principio de nuestra historia, hubo esta maravillosa promesa y anuncio de que vendría otro Adán, que no fracasaría, sino que sería certero en cumplir su cometido y establecer finalmente el reino de Dios en la tierra.
Y a partir de Génesis 3:15 y a lo largo del resto de la historia bíblica, es la narración e implicación de la venida de este segundo Adán. Esta es la fase que denominamos la redención. Es la fase que denominamos el evangelio, las buenas noticias.
¿Y quién es este poster Adán y qué se logró en la Redención? Por supuesto, el postrer o segundo Adán es el Señor Jesucristo. Él es la estrella de la redención. Él es aquel por cuya obra y persona somos pueblo de Dios, somos de Dios y habitados por el Espíritu Santo. Él es ante quién toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que es el Señor, para gloria de Dios, Padre.
¿Y cómo logró su obra de redención? a través de su vida, muerte y resurrección al tercer día, como enseñan las Escrituras.
Y hay muchas maneras de resumir los efectos de esta obra de redención, pero hoy usaremos las palabras del apóstol Pablo en 2 Corintios 5:17-21 para reflexionar sobre la obra de redención efectuada por Cristo Jesús.
En este pasaje encontramos, por lo menos tres realidades establecidas por la obra de redención de Cristo Jesús.
En primer lugar, se nos enseña que por la obra de redención de Cristo, Somos una nueva creación.
Dice 2 Corintios 5:17: Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!
Pablo dice, que en Cristo ha ocurrido un cambio radical en nosotros. Todos los que están en Cristo, los que por la fe se identifican con Cristo, son una nueva criatura o lo que es lo mismo, son parte de una nueva creación. Son parte de una nueva humanidad.
Los que están en Cristo representan una nueva humanidad identificada con Cristo. Por su gracia, hemos experimentado un cambio glorioso: “las cosas viejas pasaron”. Todas esas malas obras de las que nos avergonzamos; todas esas “metidas de pata” que nos atormentan; todas esas malas decisiones que nos marcaron; todas las cosas del pasado que nos acusan; todas las cosas de la vieja humanidad con la que solíamos identificarnos han pasado…han quedado atrás. Ahora, todo está siendo renovado por la gracia de Dios… “He aquí todas son hechas nuevas”.
De manera progresiva y constante, Dios está recreando en nosotros los rasgos característicos de la nueva humanidad que es según Cristo. Donde antes había amargura y resentimiento, Dios está poniendo perdón; donde antes había inmoralidad, Dios está poniendo fidelidad y pureza; donde antes había envidia, Dios está poniendo contentamiento y generosidad; donde antes había enojo, Dios está poniendo bondad y amabilidad. En fin, donde antes reinaban los hábitos pecaminosos, ahora están siendo cambiados por nuevos hábitos de acuerdo con el carácter de Jesucristo.
Somos parte de esta nueva humanidad, de esta nueva creación que Dios está levantando en Cristo Jesús. Ahora nos regimos por los estándares y preceptos del reino de Dios, no por los del mundo sin Dios. Este es el rey y el reino que representamos. Una nueva humanidad en Cristo que está siendo transformada de día en día.
Cómo me gusta escuchar y ver la obra de transformación que Dios hace en la vida de los que están en Cristo. Me gusta escuchar historias que dicen cosas como estás:
• “En otro tiempo, eso que hizo hubiera bastado para que yo arremetiera enfurecido, pero sólo le dije que teníamos que hablar al respecto y seguí haciendo mi trabajo”.
• “En otro tiempo hubiera salido de la casa aporreando la puerta, pero hoy pude quedarme y pedir perdón para reconciliarme con mi esposa”.
• “En otro tiempo hubiera aceptado la oferta de coludirme en la trampa para sacar unos pesos más del negocio, pero gracias a Dios, pude negarme e hice lo correcto; si hubiera caído estaría en el mismo lío en el que están los que sí lo hicieron”
• “Antes, en una situación así, acababa sumida en mi lamento, encerrada en mi cuarto sin querer ver a nadie, durmiendo y llorando todo el día, sin querer probar bocado. Pero ahora, gracias a Cristo, puedo ver las cosas de diferente manera y luchar contra esta tendencia que tengo de ver las cosas tan negativamente”.
“Las cosas viejas pasaron…he aquí todas son hechas nuevas”. Esta es la nueva creación a la que ahora pertenecemos. El reino de una nueva humanidad en el que el Rey está transformando nuestras vidas para la gloria de Dios.
Somos una nueva creación en Cristo, pero también por la obra de redención de Cristo, en segundo lugar, Estamos en una nueva relación con Dios.
2 Corintios 5:18-19 dice: Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados…
Los que éramos enemigos de Dios, los que no deseábamos a Dios ni su reino, experimentamos, por gracia, el acto más bello del mundo de parte de Dios: Él decidió reconciliarse con nosotros. Él era el ofendido y a pesar de eso, tuvo la iniciativa de la reconciliación.
Como dice el versículo 18, “Todo proviene de Dios quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo”. Nuestro pecado lo ofendía y nos separaba de él, pero él nos reconcilió consigo mismo por Cristo.
Para reconciliarnos con él mismo, Dios hizo algo maravilloso y que muestra su carácter de gracia. Este proceder de Dios está descrito magistralmente en el versículo 21: Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.
El costo de nuestra reconciliación con Dios fue este: Alguien que era perfectamente justo (Jesucristo), en quien no había pecado alguno, quien nunca pecó ni hubo engaño en su boca, fue tratado como el más ruin de nosotros los pecadores, como si él hubiera cometido todos nuestros pecados. Fue escupido, maltratado y recibió finalmente, la muerte de un pecador, la muerte de cruz.
Es decir, el único ser humano que ha sido y será justo por mérito propio, fue considerado pecador porque estaba llevando sobre sí o le fueron acreditados a su cuenta, los pecados reales y sonantes de gente como tú y como yo. La Biblia lo dice así: “por nosotros lo hizo pecado o por nosotros lo trató como pecador”. Y en cambio, todos los que por la fe se identifican con Cristo, todos los que creen en Cristo como el Señor y salvador, reciben, en este intercambio, la justicia o rectitud de Cristo, como si fuera propia.
¡Qué palabras tan profundas usa Pablo! “para que en él recibiéramos la justicia de Dios.”. Así como él fue hecho pecado por ti, tú has sido hecho justicia (o rectitud) por él. Así como él fue tratado como pecador, en él somos tratados como justos. Para reconciliarse Dios con gente como tú y como yo, Jesucristo tuvo que llevar el castigo por nuestro pecado y la rectitud perfecta de Cristo tuvo que ser adjudicada a nuestro favor para estar en paz con Dios. Todo esto es por la gracia de Dios quien nos reconcilió consigo mismo en Cristo Jesús.
Esta es la nueva relación que gozamos. Es el nuevo estatus que tenemos en nuestra fe en Cristo. Hemos sido reconciliados por Dios consigo mismo. Ya no somos enemigos. Ya no somos “persona non grata”. Ya no somos arrimados ni advenedizos, sino somos hijos, adoptados, apartados para Dios.
Pero esta reconciliación con Dios, no sólo hay que verla en el plano individual. Dice el texto que, en Cristo, Dios estaba reconciliando al MUNDO consigo mismo. Es decir, esto es mucho más que una redención o reconciliación individual. Colosenses 1:19-20 lo dice así: Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.
Esta nueva relación con Dios no sólo es de individuos en particular, sino esto es algo cósmico. Por medio de Jesucristo y su sangre derramada en la cruz Dios ha reconciliado todas las cosas consigo mismo. Esto es global, tanto en el cielo como en la tierra. Toda lo que en la creación fue afectado por la entrada del pecado, ahora en Cristo ha sido reconciliado, realineado, rectificado, restaurado, restablecido.
Esta es la nueva relación que ya gozamos, no sólo en lo individual, sino a nivel creacional y universal. Por eso esta redención es tan importante y maravillosa. Cristo no murió y resucitó sólo para que yo me pueda ir al cielo al morir, sino murió y volvió a vivir para reconciliar al mundo, para reconciliar todas las cosas con Dios. La redención es algo mucho más abarcador y global de lo que alcanzamos a vislumbrar a veces.
Gracias a esta redención podemos reclamar todas las esferas de la vida y el universo para la gloria de Dios. Todo le pertenece a él y es para él. Porque el reconcilió todas las cosas consigo mismo en Cristo. Vivimos y viviremos en una nueva relación con Dios gracias a la redención en Cristo.
Pero hay algo más que agregar. Somos una nueva creación. Tenemos una nueva relación. Pero también, tenemos una nueva Misión.
Dice 2 Corintios 5:19b-20: Y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios».
Dado que pertenecemos a este reino de la nueva creación y vivimos en una nueva relación con este rey que nos ha reconciliado con Dios, hemos sido habilitados para ser representantes o embajadores con una misión específica: llevar a otros a reconciliarse con Dios. Somos embajadores de la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo.
Mira cómo lo dice el apóstol, “como si Dios exhortara” ¡Qué profundo es esto! Cada vez que tú y yo estamos fungiendo como embajadores es como si Dios exhortara por medio de nosotros. En cada relación, en cada interacción, en cada posición, en cada situación, Dios nos ha puesto para dar un mensaje de parte del Rey: “reconcíliate con Dios”. El mensaje más importante que tenemos para comunicar, el legado más valioso que tenemos para dejar, la instrucción más urgente que tenemos que expresar es “Reconcíliate con Dios”. Esto es lo que hace un embajador…refleja fielmente al rey y el reino que representa.
El problema más grande del ser humano es su separación de Dios por el pecado. La raíz de todos los males sociales que nos reportan las noticias es precisamente esta enemistad con Dios causada por el pecado. Por eso, las buenas noticias y la solución al más grande problema de la raza humana es que Dios está cercano y reconcilia consigo mismo a todo aquel que por la fe se identifica con Cristo. Cuando con nuestras palabras, acciones y actitudes comunicamos este mensaje (reconcíliate con Dios) estamos reflejando fielmente el carácter, obra y propósito del rey y el reino que representamos.
Esto quiere decir que cada vez que hables con tu cónyuge, con tus hijos, con tus vecinos recuerda que hablas como embajador del Rey y representante del reino de Dios. ¿Cómo afectará esta realidad el contenido y la forma de tu conversación con ellos?
Cada vez que haces un negocio, lo haces como embajador del rey. ¿Cómo afectará este hecho los fines, las estrategias y los medios que emplearás?
Cada vez que estás en la escuela, en el campo de juego, en la iglesia, en la sala, en el automóvil, en las redes sociales, tu identidad como embajador apunta o señala a alguien más allá de ti; apunta hacia el rey Jesucristo y su Reino eterno. Tus palabras, acciones y actitudes de una u otra manera afectarán la opinión que los demás tengan de lo que representas. Representas al rey, por eso refleja su carácter y sus propósitos.
Cuando estés en medio de una conversación difícil recuerda, “soy embajador del rey”, el mensaje de Dios para esta persona es “reconcíliate con Dios”.
Cuando estés en medio de una situación difícil y tengas que tomar decisiones, recuerda, “soy embajador del Rey” y pregúntate ¿Qué acciones y palabras reflejarían mejor el carácter de mi Rey? ¿Qué acciones y palabras dejarían más claro el mensaje que más importa a mi Rey? (Reconcíliate con Dios).
Nuestro ADN espiritual fue radicalmente alterado cuando vinimos a la fe del Señor Jesucristo. Somos parte de una nueva creación y estamos en una nueva relación con Dios. Esta es la historia real del reino en el que vivimos y representamos en cada momento y situación de la vida cotidiana.
Grande es nuestro Rey y glorioso es su reino, por eso, y por su gracia que obra en nosotros, vivamos la nueva creación a la que pertenecemos, la nueva relación en la que estamos y la nueva misión a la que somos llamados para la gloria de Dios.