“Me está lloviendo sobre mojado”, “Vamos de mal en peor”, “Sólo falta que me muerda un perro”, ¿Has dicho o pensado estás frases o alguna de sus equivalentes? ¿Cuándo las hemos dicho o pensado? Cuando nuestras circunstancias son difíciles, cuando las problemáticas de la vida no dejan de aparecer una tras otra, cuando no hemos terminado de solventar una necesidad y ya se agregaron tres más.
En fin, a veces las circunstancias de nuestras vidas son difíciles, complicadas, enredadas y nos dejan en incertidumbre, angustia y desesperación. ¿Cómo sueles responder ante tales circunstancias? ¿Qué solemos hacer cuando estamos atravesando tiempos difíciles?
Algunos simplemente nos derrumbamos y nos dejamos llevar por el torrente de problemas. Nos abandonamos a la desesperanza, tristeza y angustia. Dejamos de luchar, nos hacemos bolita y nos sumimos en nosotros mismos y nuestra desesperación. Básicamente, renunciamos a la idea de que más allá de mis circunstancias difíciles o mis necesidades hay un Dios soberano y que está con sus hijos para siempre.
Otras personas, ante las circunstancias difíciles, no se van hacia el extremo de la desesperación, sino se van hacia el punto del enojo. Viven molestos con todo, están irritables y buscando quién se la pague. En el fondo, están enojados con Dios, porque piensan que Dios se ha ensañado contra ellos, que se ha ido, o quizá que es indiferente a su situación.
En ambas respuestas, encontramos un corazón que se va endureciendo hacia las verdades de la Escritura, hacia las promesas del evangelio y, sobre todo, al carácter santo de nuestro Dios. Al final, los dos tipos de respuestas tienen que ver con lo que realmente creemos de Dios, de su carácter y de sus promesas.
Así es, al final de cuentas, por donde le veamos o le queramos mover, siempre vamos a tener que llegar al punto central de nuestras vidas: Quién es Dios en nuestras vidas y qué creemos realmente acerca de él. Y no hay nada como el sufrimiento, como un suero de la verdad, para sacar a flote lo que realmente hay en nuestros corazones.
Entonces, ¿Qué hacemos cuando estemos enfrentando circunstancias difíciles, complicadas, enredadas? Bueno, en la Escritura encontramos que los hombres y mujeres piadosos no simplemente se abandonaban en la tristeza o se encendían de enojo, sino atendían la situación con quien podía hacer algo al respecto. Y en ese proceso de interacción con Dios encontraban respuestas a su situación. En pocas palabras, las creyentes acudían a Dios en oración ferviente, realista, insistente y sincera.
Si Dios es el punto donde converge todo ¿A quién más ir sino a Él cuando estamos pasando por tiempos difíciles para resolver los asuntos más profundos del corazón que las circunstancias están revelando?
Una de esas personas que hizo precisamente eso es un profeta del Antiguo Testamento llamado Habacuc. Habacuc vivió antes de la caída de Jerusalén a manos de los Babilonios en 587 antes de Cristo. Por los datos que el mismo libro nos da, podemos saber que el poderío de los Caldeos o babilonios estaba creciendo progresivamente a medida que iban arrasando con las naciones a su paso.
Este pequeño libro de tres capítulos, podríamos decir, es básicamente una oración o una interacción entre el profeta y Dios. Y podemos ver cómo al acudir a Dios, al final, Habacuc encuentra respuestas para enfrentar sus circunstancias.
Mira como comienza Habacuc su oración. Habacuc 1:1-4 dice: ¿Hasta cuándo, SEÑOR, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo he de quejarme de la violencia sin que tú nos salves? ¿Por qué me haces presenciar calamidades? ¿Por qué debo contemplar el sufrimiento? Veo ante mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan las contiendas. Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas.
Habacuc estaba viendo que su pueblo vivía en injusticia, en violencia, en desgracia y parecía que Dios estaba indiferente. Entonces, acude al Señor en oración, con un lenguaje, que a simple vista pudiera parecer atrevido e irreverente. Quizá alguno de nosotros nos sentimos incómodos con estas palabras que parecen como un reclamo atrevido a Dios. Cómo atreverse a decirle a Dios: “Hasta cuando, hasta cuando te pido ayuda y no me escuchas”. Y por sus palabras parece ser que no era la primera vez que hablaba con Dios de esto.
Paradójicamente, lo que nos pudiera parecer un reclamo de incredulidad es más bien, una declaración de fe. ¿Cómo es esto? Habacuc está viniendo a Dios en oración y con el peso que hay en su corazón, no porque no crea en Dios, sino todo lo contrario. Porque Él sabe y cree que Dios es el único que puede hacer algo al respecto, porque él sabe y cree que Dios tiene un carácter justo, santo y misericordioso, porque él sabe y cree que Dios nunca falta a sus promesas, porque él sabe y cree que Dios escucha la oración de sus hijos.
El venir a Dios con un corazón sincero y abierto en tiempos difíciles es una declaración de que creemos que Dios es el punto de partida de todo, que de él dependemos, que de él somos y que es el único que puede darnos lo que realmente necesitamos.
Sus palabras pueden parecernos fuertes, pero son palabras que brotan, no de un corazón incrédulo o berrinchudo, sino de un corazón angustiado por el pecado a su alrededor y que cree que el Dios Santo de Israel, el Soberano de la creación, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, no hace injusticia, no cambia ni abandona a sus hijos.
Podemos venir al Señor con un corazón sincero y tener un diálogo abierto con el Señor, volcando nuestros pensamientos delante de él, pero siempre sobre la base de la fe. Acudir a Dios porque sabemos quién es él y qué hace él como se ha revelado en la Escritura. Esto es lo que hacemos en tiempos de dificultad: Venimos al Señor en oración sincera, realista y abierta.
Si nosotros podemos distinguir cuando nuestros hijos están haciendo un berrinche y cuando están viniendo a exponer una necesidad legítima o la confusión que hay en su corazón, cuánto más nuestro gran y sabio Dios puede distinguir entre un corazón incrédulo y blasfemo de un corazón sincero, abatido y creyente de alguno de sus hijos.
No sólo Habacuc nos anima a venir a Dios en oración cuando estamos enfrentando dificultades, sino también un buen número de los salmos. Encontramos en los salmos muchas oraciones semejantes a la de Habacuc. Por eso, somos animados esta tarde mis hermanos, a orar. Oremos juntos cuando estemos enfrentando necesidad y dificultad, trayendo a Dios esas cargas en nuestro corazón. Y de hecho, puedes usar los salmos para darle voz a tus oraciones. Dale una lectura a los salmos en modo oración y verás cómo puedes interactuar con Dios y encontrar en él respuestas a tu situación.
En fin, ante las circunstancias difíciles y complejas de nuestras vidas acudamos a Dios en oración sincera, realista y abierta, como una declaración de nuestra fe en el Dios de quién dependemos y en quién creemos.
Continuando con el libro de Habacuc, encontramos que el Señor le responde lo que va a hacer para traer justicia o juicio sobre su pueblo por su pecado. Dios le responde a Habacuc acerca de su petición de intervención contra las maldades que se vivían en Judá. Habacuc 1:5-6: «¡Miren a las naciones! ¡Contémplenlas y quédense asombrados! Estoy por hacer en estos días cosas tan sorprendentes que no las creerán, aunque alguien se las explique. Estoy incitando a los caldeos, ese pueblo despiadado e impetuoso, que recorre toda la tierra para apoderarse de territorios ajenos.
La manera en que Dios iba a atender el pecado de su pueblo era trayendo a los Caldeos o Babilionios para que castigaran a su pueblo por su maldad. Vendrían y los llevarían al exilio.
Habacuc al escuchar esta respuesta quedó consternado. No era lo que tenía en mente. El expresaba a Dios su inquietud porque el Señor parecía indiferente ante la maldad de su pueblo, pero cuando le revela lo que está a punto de hacer por medio de los Caldeos, la solución le pareció peor que el problema.
Habacuc continúa su interacción con Dios en un diálogo abierto, sincero trayendo sus preocupaciones e inquietudes. Ahora esta consternado porque Dios iba a usar como su verdugo a una nación pagana en contra de su pueblo. Presenta sus peticiones y argumentos delante de Dios y concluye diciendo allá en Habacuc 2:1: Me mantendré alerta, me apostaré en los terraplenes; estaré pendiente de lo que me diga, de su respuesta a mi reclamo.
Habacuc está enfocado en este dialogo constante con Dios, en este proceso de dar sentido a lo que pasa con base en su fe en el Señor y sigue acudiendo una y otra vez al único que pueda dar tranquilidad a su alma.
Mis hermanos, esto es lo que hacemos en dificultades. Nos mantenemos orando con paciencia y diligencia. Nos apostamos en los terraplenes y estamos esperando la respuesta del Señor. Su respuesta no siempre será lo que esperamos o queremos. Pero de que Dios responde a nuestra alma, de eso podemos estar seguros cuando buscamos con la fe en el evangelio a nuestro buen Dios.
Como vemos, esto de buscar al Señor en oración, no siempre es cosa rápida o instantánea. No siempre llega la respuesta inmediatamente ni siempre es lo que esperamos. En pocas palabras, esto de buscar al Señor en tiempos de necesidad es un proceso que puede durar mucho tiempo. Paciencia y perseverancia son necesarias. Al final de este proceso, no necesariamente tendremos lo que hayamos pedido, pero con toda seguramente saldremos transformados por el Señor y nuestra visión de las cosas será transformada por nuestra visión renovada de quién es Él en nuestras vidas.
Oremos juntos ante las dificultades. Acudamos a Dios con una oración sincera, realista y abierta, esperando respuestas de él, que quizá no sean las que anticipemos, pero siempre nos llevarán a una relación cada vez más profunda con él.
En la interacción de Habacuc con Dios, Habacuc recibe confirmación de parte de Dios de que los Caldeos cumplirán su propósito pero que también luego, Dios traerá juicio sobre los verdugos y al final, a través de todo este proceso purificador, su pueblo podrá experimentar renovación y salvación. En pocas palabras que Dios no abandona sus promesas y su cuidado para con su pueblo, sino lo purifica, lo redime y lo salva.
Aunque esto tarde en pasar, Habacuc podía estar confiado de que sucedería al final de cuentas. Aunque el mal pareciera estar venciendo, Habacuc necesitaba afianzar su fe en que el Señor cumpliría su palabra fielmente y podía dar por sentado de que estas cosas ocurrirían.
Dios hace dos afirmaciones muy importantes aquí que debemos considerar:
Habacuc 2:14 Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del SEÑOR.
Al final de cuentas, a pesar de que ahora se estén viviendo las condiciones más complicadas, a pesar que la situación no pinte muy bien, podemos tener la esperanza real de que un día la gloria del Señor será reconocida en toda la tierra. No para siempre su pueblo vivirá en las condiciones complejas del presente.
Habacuc 2:20 En cambio, el SEÑOR está en su santo templo; ¡guarde toda la tierra silencio en su presencia!»
En contraste con los ídolos falsos, el Señor vivo y verdadero está presente y ante su presencia todo argumento, queja o inquietud queda muda. Ante el calla toda la tierra. Porque él es el único Dios que es capaz de cumplir su palabra y sus promesas.
O sea, Habacuc, hay una esperanza certera y hay un Dios verdadero que puede cumplir su promesa. por lo tanto, créele a Dios. Cree que Dios es quien dice Ser. Cree sus promesas. Aviva tu esperanza.
Habacuc 2:4 El insolente no tiene el alma recta, pero el justo vivirá por su fe. En el contexto de Habacuc, la clave estaba en confiar en el carácter fiel y santo de Dios que traería sanidad a su pueblo, aunque las circunstancias presentes no fueran las óptimas ni el proceso fuera fácil. En la vida, la clave está en confiar en ese Dios por quién es él y por lo que él hace. La vida del justo depende de ese Dios y la manera en la que se vive es por fe, creyendo en ese Dios.
El apóstol Pablo retoma esta idea y la aplica magistralmente al Evangelio de Jesucristo. Es por fe y para fe que vivimos en el evangelio. Dice en Romanos 1:16-17 A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles. De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a fin, tal como está escrito: «El justo vivirá por la fe».
Por supuesto, no es la fe la que nos salva, sino es la obra de Cristo anunciada en el evangelio que se recibe por fe. Así como Habacuc debía creer que el Dios Santo y Justo llevaría las cosas a su final glorioso y así confiar en él aunque las situaciones de la vida eran complejas, así nosotros, por la fe, debemos confiar en ese poderoso mensaje que nos dice que Dios nos amó cuando aún éramos pecadores y envió a su Hijo para reconciliarnos con él a través de su vida, muerte y resurrección.
Gracias a la obra completada por Cristo, hoy día podemos tener una esperanza verdadera, aunque las situaciones presentes no sean las mejores, aunque haya necesidades reales y aunque no siempre salgan las cosas como deseamos. Podemos estar seguros porque confiamos que Dios cumplirá todas sus promesas en Cristo. El justo vivirá por la fe. El justo vivirá confiando en la obra perfecta de Cristo por la cual nada lo puede separar del amor de Dios.
En esta aventura emprendida por Habacuc al llegar ante el Señor con oración sincera, realista y abierta, encontró respuestas inesperadas por parte de Dios. Pero también encontró al Dios de la promesa, al Dios verdadero y fiel que no falla en cumplir su Palabra. Y al final, encuentra paz su corazón y gozo su alma.
Mira las palabras con las que concluye el libro en Habacuc que son un contraste marcadísimo con el inicio del libro allá en Habacuc 3:17-19 Aunque la higuera no florezca, ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo, y los campos no produzcan alimentos; aunque en el aprisco no haya ovejas, ni ganado alguno en los establos; aun así, yo me regocijaré en el SEÑOR, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El SEÑOR omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas.
Lo que comunica Habacuc en una sociedad agrícola era básicamente el caos total. Tradúcelo a tus circunstancias, aunque no haya clientes, no haya pacientes, aunque no haya nada para comer, aunque no reciba el aumento que deseo, aunque mi cónyuge no sea como yo quiero, aunque nunca me case, aunque nunca tenga hijos, aunque no prospere mi plan, aunque mis circunstancias sean caóticas y reales…a pesar de todo esto, yo voy a confiar en el Dios de la promesa.
En aquel que ha prometido un nuevo cielo y una nueva tierra, aquel que es poderoso para cumplir su palabra, aquel que ha garantizado todo por la obra completada de Jesucristo y por la presencia constante del Espíritu Santo con nosotros.
Esto es vivir por la fe. No la fe en mí, sino en la fe de aquel Dios que cumple siempre sus promesas.
Por eso hermanos, oremos juntos, oremos juntos. En tiempos de necesidad, en tiempos difíciles, oremos juntos llegando a nuestro Dios con oración sincera, realista y abierta. Sabiendo que él nos responderá, quizá no como nosotros esperamos, sino como necesitamos. Y que podemos confiar que pase lo que pase, que sean cuales sean nuestras circunstancias presentes, él cumplirá su propósito en nuestras vidas y un día por Cristo Jesús, en la tierra habrá conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren la mar.
Oremos juntos porque tenemos un Dios vivo verdadero en quien podemos confiar nuestras vidas y circunstancias, pues él ha prometido que nada nos puede separar de su amor. Y al sea la gloria.