Summary: cómo debe la iglesia atender el pecado en virtud de ser un solo cuerpo, en virtud de la conexión de los miembros los unos con los otros.

Una de las cosas que más disfrutaba de joven al participar en los campamentos era el vivir esos 3 o 4 días conectado con un equipo. Los equipos tenían sus capitanes, sus consejeros y los integrantes y todo se hacía a través de los equipos. Dormíamos en el mismo galerón (por supuesto, varones y mujeres por separado en galerones diferentes), comíamos juntos como equipo, competíamos en los deportes, las porras, las presentaciones artísticas, todo en equipo. Al final de esos dos o tres días, para la despedida, te sentías tan identificado con ese grupo de personas que era muy triste pensar que dejarías de verlos con la misma cercanía que habías tenido durante el campamento.

Una de las cosas que me quedaban muy claras esos dos o tres días de campamento, era que todo lo que yo como individuo hiciera o no hiciera iba a afectar a todo ese grupo de personas.

Si no me levantaba a tiempo, el equipo no iba a tener puntos por no estar completo al inicio de las actividades. Si no colaboraba en el servicio de las mesas cuando era el turno de mi equipo, pues todos los demás tendrían que trabajar más para lograr un buen resultado. También si ofrecía mis talentos en los deportes o en el arte, el equipo podía tener un mejor resultado. En fin, la actividad particular de cada individuo afecta para bien o para mal, según sea el caso, a la colectividad. Y esta ha sido una lección de vida que me ha servido como participante de múltiples equipos a lo largo de mi vida.

La iglesia puede ser comparada con un equipo, el equipo de Cristo, el cuerpo de Cristo. Y este principio también es observable en el desarrollo sano de la iglesia. Todo lo que hacen los miembros del cuerpo afecta para bien o para mal, según sea el caso, al cuerpo entero. En esta nueva serie de sermones del mes de junio: UN MISMO SENTIR, estamos enfatizando la importancia de la unidad, de la conexión de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo. Y estamos considerando ciertos pasajes de la Primera epístola a los Corintios para explorar cómo evitar todo aquello que atenta contra la unidad de la iglesia.

La Iglesia de Corinto fue fundada por el Apóstol Pablo. Según nos relata Hechos 18, el apóstol pasó de Macedonia a Grecia, y fue de Atenas a Corinto. Habiendo dejado a Silas y a Timoteo en Macedonia, Pablo estaba solo. Estaba llegando de Atenas donde su proclamación había hallado poca acogida, pero el Señor le animó diciéndole que allí, en Corinto, tenía un pueblo numeroso; y en efecto, el Apóstol se quedó allí por un espacio aproximado de 18 meses.

Pablo vio levantarse a su alrededor una iglesia numerosa, compuesta en gran parte de gentiles, pero que contenía también judíos; Pero el apóstol se ausentó y se estableció en Éfeso, donde residió por tres años y durante los cuales escribió la epístola a los Corintios.

¿Qué sucedió durante su ausencia? La Epístola nos describe los tipos de problemas que se habían desarrollado en la Iglesia de Corinto. Entre otras cosas, había división, desorden moral, confusión en cuanto al matrimonio, a lo ofrecido a los ídolos, a los dones espirituales, a la cena del Señor y a la resurrección. Pero una de las raíces que constantemente aparecía en todas estas problemáticas era la falta de entendimiento que tenía esta iglesia de la importancia de la unidad: la unidad relacional, la unidad doctrinal, la unidad ministerial. No tenían mucha consciencia de cómo las acciones de cada miembro afectan directamente a todo el cuerpo. Entonces, vemos este énfasis en el tratamiento que se hace de cada problemática en particular.

En pocas palabras, la Iglesia de Corinto no era muy distinta a nuestras iglesias. También a nosotros se nos hace un poco complicado vernos como parte de ese cuerpo y aprender a vivir en él para la gloria de Dios. Se nos hace difícil dejar de vernos como individuos, y vernos en nuestra conexión comunitaria. Por todo esto, podemos sacar mucho provecho al estudiar detenidamente esta carta.

Hoy nos centramos en el capítulo 5 de la epístola. El tema de contexto es la inmoralidad, pero el tema más profundo es entender cómo debe la iglesia atender el pecado en virtud de ser un solo cuerpo, en virtud de la conexión de los miembros los unos con los otros. Y lo que es claro es que el pecado del individuo afecta la unidad de la iglesia, afecta a la comunidad de creyentes. Y el pecado en la iglesia es algo que debe ser atendido por la comunidad misma, por el mismo cuerpo para mantener su unidad y crecimiento en Cristo.

Aquí en 1 Corintios 5, lo que está sobre la mesa para su atención es el pecado dentro de la iglesia, no el pecado en general en la sociedad. El Apóstol tiene interés particular en qué hacer con el pecado entre los que se llaman a sí mismos cristianos, como el mismo lo indica en 1 Corintios 5:9-11:

Por carta ya les he dicho que no se relacionen con personas inmorales. Por supuesto, no me refería a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, tendrían ustedes que salirse de este mundo. Pero en esta carta quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer.

Como vemos, estas medidas son la respuesta de la iglesia ante el pecado en la misma iglesia. Ante el pecado, ¿Qué acciones debemos emprender como iglesia? ¿Cómo atender el pecado en la iglesia para cuidar su crecimiento y unidad?

El pasaje nos da por lo menos tres acciones muy importantes para atender el pecado en la iglesia para cuidar su unidad.

Primero, la iglesia debe responder bíblicamente al pecado

1 Corintios 5:1-2: Es ya del dominio público que hay entre ustedes un caso de inmoralidad sexual que ni siquiera entre los paganos se tolera, a saber, que uno de ustedes tiene por mujer a la esposa de su padre. 2 ¡Y de esto se sienten orgullosos! ¿No debieran, más bien, haber lamentado lo sucedido y expulsado de entre ustedes al que hizo tal cosa?

Corinto era conocido en el mundo de entonces por ser una ciudad de mucha inmoralidad sexual. Era famosa por ello. De hecho, la inmoralidad sexual estaba institucionalizada en las religiones paganas que se practicaban ahí.

El efecto de ese pecado cultural había entrado a la iglesia y vemos que un hombre que se ostentaba como creyente en Cristo y miembro del Cuerpo, estaba viviendo inmoralmente pues tenía por mujer a la esposa de su propio padre. No parece ser que la mujer enviudó y él se quedó con ella, sino que aun viviendo su padre y estando en unión con ella, este hombre vivía en una relación pecaminosa con ella.

Por todos los ángulos esta relación era escandalosa y pecaminosa. Por un lado, se hace el comentario de que este tipo de inmoralidad ni aun entre los corintios paganos e inmorales era común, ¡Pero se estaba viendo entre los hermanos creyentes! Además, era claro y directo en la ley mosaica que este era un pecado grave, como dice en Levítico 18:8 No tendrás relaciones sexuales con la esposa de tu padre, porque sería como tenerlas con él.

La práctica de este pecado ya era de por sí, grave, pero lo que el apóstol recalca no era sólo esto, sino que el asunto empeoraba aún más porque la iglesia, los creyentes, el cuerpo de Cristo en Corinto, no sólo no reprobaba tal relación, sino que la celebraba. No sólo toleraban el pecado, sino se sentían orgullosos por ello. Se gloriaban en el pecado en vez de gloriarse en el Señor.

El apóstol les dice ¿no debían ustedes lamentarse por lo ocurrido, no debían responder bíblicamente al pecado, no debían hacer algo al respecto de este pecado en la iglesia? El pecado en la iglesia se atiende, no se celebra. El pecado en la iglesia es motivo de tristeza, no de fiesta. El pecado en la iglesia debería avergonzarnos, no enorgullecernos. Cuando hay pecado en la iglesia no es tiempo de fiesta, sino de lamento. Cuando hay pecado en la iglesia, no es tiempo para la pasividad, sino para la acción.

Sabemos que la iglesia entre la primera y segunda venida de Cristo, no es una comunidad perfecta. Sabemos que el pecado será una batalla constante para el cuerpo de Cristo. Sabiendo esto, debemos entonces estar preparados y dispuestos para responder bíblicamente ante él. No estamos diciendo que seamos como policías de nuestros hermanos, sino seamos guardaespaldas. No estamos para acribillar al compañero, sino para protegerlo de sí mismo. Porque somos cuerpo, somos iglesia, las acciones del individuo afectan al resto del cuerpo. Porque somos iglesia, porque somos pueblo, debemos responder bíblicamente ante el pecado.

El Señor nos ayude a responder bíblicamente, en vez de que el pecado sea motivo de euforia para el chismoso, el que se goza en comunicar los secretos de otros, el que le encanta pisotear la reputación de los demás, que sea motivo de tristeza, de arrepentimiento, de cuidado mutuo, de aprendizaje, de cobijo y de restauración. La iglesia debe responder bíblicamente al pecado.

Pero hay una segunda acción que la iglesia debe emprender ante el pecado para cuidar su crecimiento y unidad.

Segundo, la iglesia debe disciplinar santamente el pecado.

1 Corintios 5:3-5 Yo, por mi parte, aunque no estoy físicamente entre ustedes, sí estoy presente en espíritu, y ya he juzgado, como si estuviera presente, al que cometió este pecado. Cuando se reúnan en el nombre de nuestro Señor Jesús, y con su poder yo los acompañe en espíritu, entreguen a este hombre a Satanás para destrucción de su naturaleza pecaminosa a fin de que su espíritu sea salvo en el día del Señor.

La palabra disciplina no se escucha, muchas veces, con agrado. Pero con la misma estamos englobando toda una serie de procesos de atención al pecado entre los creyentes que busca el arrepentimiento y restauración del pecador. La disciplina no es simplemente castigo o venganza. La disciplina es una acción amorosa para cuidar la unidad y pureza de la iglesia y para la restauración del pecador arrepentido.

En el caso de 1 Corintios 5, Pablo está instando a la iglesia a aplicar la medida más fuerte de disciplina eclesiástica que es la excomunión. “Entregar a satanás” es excluirlo del cobijo de la comunidad cristiana para que esté solo enfrentando la influencia de Satanás. En este caso, seguramente, no fue la primera acción, sino como Jesús instruyó en Mateo 18:15-17 se habrá pasado por todos estos procesos previos hasta llegar a este punto de la excomunión, pues los anteriores no tuvieron efecto en el pecador.

Se oye fuerte la excomunión o entregar a la persona a Satanás, pero hay que tomar en cuenta que se ha pasado por varios pasos previos donde el ofensor tuvo oportunidad de arrepentirse y rectificar su camino como creyente.

Recordemos, le está hablando a personas que están dentro de la iglesia y se confiesan creyentes en Cristo y parte del Cuerpo de Cristo.

Recordemos brevemente, esos pasos que Jesús enseñó en Mateo 18:15-17 como el proceso de la disciplina en el cuerpo de Cristo. Encontramos cuatro pasos que debemos seguir cuando nuestro hermano haya pecado.

El primer paso lo encontramos en Mateo 18:15 »Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.

Considero que este es uno de los pasos más importantes y que nunca deberíamos omitir. Cuando se presenta un pecado entre dos personas, las partes involucradas deberían sentarse a solas para hablar del asunto.

Tristemente, lo primero que hacen muchos es hablar del asunto, pero no con la persona indicada. Sino que van hablando con otras personas que nada pueden hacer al respecto y esto va creando una atmósfera inestable en una comunidad. O peor aún, difunden el asunto por las redes sociales directa o indirectamente en lugar de sentarse a solas y hablar maduramente del asunto.

¿En qué consiste esta primera plática del asunto a solas? Como podemos ver por las palabras de Jesús, no se trata de reclamar, acusar, hacer sentir mal, ofender ni cosas semejantes. Sino la intención es ir con una actitud conciliadora, pacificadora, redentora y perdonadora, porque lo que queremos es “ganar” a nuestro hermano.

Es una plática franca, amorosa, sabia y enfocada para poner en claro lo que puso en movimiento este conflicto y renovar la paz entre las personas.

La gran mayoría de los conflictos se puede solucionar en este paso. Por eso, no hay que esperar mucho, sino tan pronto se esté gestando el conflicto, debemos tomar la iniciativa: Jesús dice: “ve”. El nos envía, nos llama a dar el primer paso.

Aunque la mayoría de los conflictos puede solucionarse en este paso, lamentablemente, no siempre sucede así y por eso Jesús nos da un siguiente paso secuencial para atender el pecado cuando éste amenace la paz.

El Segundo paso lo encontramos en Mateo 18:16 Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”.

Cuando ese intento de encontrar la paz al hablar a solas no rinde los frutos esperados, tenemos un segundo paso para dar y este consiste en encontrar personas maduras y sensatas que puedan ayudarnos a mediar entre las personas en conflicto. Dos o tres testigos era la medida del Antiguo Testamento para resolver los asuntos y es una magnífica medida para resolver los conflictos.

Estos testigos no sólo van a escuchar lo que las partes en conflictos dicen sino como sugiere el pasaje, ellos también van a hablar, quizá haciendo preguntas, quizá dando perspectivas y ayudando a las partes a ver sus puntos de concordancia. O quizá sugerirán soluciones creativas que beneficien en cierta medida a ambas partes.

Aunque la mayoría de los conflictos causados por el pecado que llegan a este paso pueden solucionarse aquí, lamentablemente, no siempre sucede así y por eso Jesús nos da un siguiente paso secuencial para atender el pecado cuando éste amenace la paz.

El tercer paso lo encontramos en la Mateo 18:17ª: Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia;

Si nos hemos dado cuenta esta secuencia de pasos van llevando las cosas de menos personas involucradas a más personas involucradas. Es decir, se va cuidando el número de personas que se enteran del asunto con la mira de que se solucione y la paz general se mantenga.

Ahora bien, cuando llegamos al tercer paso, ya pasamos dos filtros y las cosas no se arreglan aún. En este paso, lo que sigue es enterar a la iglesia. Esto no quiere decir que a la hora de los avisos te pongas de pie y enuncies tu problema a la iglesia reunida o que en las redes sociales de la iglesia publiques tu problema con otra persona.

Lo que significa es que presentas la situación a las autoridades de la iglesia. A aquellos que tienen la facultad de considerar los asuntos y velar por la paz y buena marcha de la iglesia. En el caso de la iglesia presbiteriana, éste sería el Consistorio. Es hasta este tercer paso que el asunto llega a los ancianos de la iglesia como cuerpo eclesiástico.

Las autoridades de la iglesia, sin duda, tomarán el asunto con seriedad y tratarán de solucionarlo de una manera pastoral o si es necesario, a través de sanciones disciplinarias, ayudando a las partes a ver su pecado y arrepentirse del mismo.

Las personas cristianas hasta este punto habrán tenido tres oportunidades de arrepentirse, de ceder, de pacificar, de perdonar, de dar marcha atrás a su orgullo y egoísmo. Por lo tanto, si después de estos tres pasos consecutivos, la persona insiste en su actitud pecaminosa, lo que está mostrando es lo que hay verdaderamente en su corazón.

Por eso, Jesús nos habla de un cuarto paso en todo este proceso, donde la persona ha tenido oportunidades de arrepentirse. El último paso lo encontramos en Mateo 18.17b y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado.

La persona que después de todo este proceso no muestra sentido de pacificación, no muestra arrepentimiento, no muestra temor del Señor, no muestra amor por la iglesia, entonces tenemos razones para pensar que esta persona no es un verdadero creyente y que debe ser considerado como una persona que no tiene una relación con Cristo.

¿Y qué trato les damos a las personas que no tienen una relación con Cristo? Les compartimos el evangelio. Esa persona necesita arrepentirse y creer en Cristo como su Señor y Salvador, aunque haya estado por años en la iglesia. Lo enviamos a “Punto de Partida”. Hacia una persona así, no tenemos la expectativa que se comporte como cristiano, pues ha demostrado que no lo es. Y lo único que tenemos hacia él o ella como iglesia es la oración por su verdadera conversión y la insistencia de que crea en Cristo.

Regresando a nuestro pasaje en 1 Corintios 5, es este cuarto paso el que se estaba aplicando en el caso mencionado. Se le estaba tratando como alguien que no era creyente, alguien que quedaba a expensas de Satanás sin el cobijo de la comunidad de Cristo. Pero ¿era una simple y final sentencia? No. La disciplina se ejerce con fines redentores.

Dice el apóstol que se debía aplicar este procedimiento con el fin de que “su espíritu sea salvo en el día del Señor”. Esta medida drástica de la excomunión del pecador impenitente, se aplicaba con la esperanza de que al verse descobijado de la comunidad de Cristo y de sus beneficios, fuera movido al arrepentimiento y pudiera venir al Señor para ser perdonado y que el día del juicio no lo encontrara desprovisto de la justicia de Cristo. La disciplina es un acto redentor.

Los que somos parte del Cuerpo de Cristo sujetémonos a su disciplina, es para nuestro bien, y para el bien de la comunidad de Cristo. Practiquemos los principios de Mateo 15 que nos guían en todo este camino restaurativo de la disciplina del Señor. El pecado en el Cuerpo de Cristo se atiende con disciplina.

Somos cuerpo y el pecado entre nosotros afecta a todos. Pero por la gracia del Señor, nos provee de los medios para aplicar la disciplina santamente y así cuidar la unidad y el crecimiento de la iglesia.

Pero hay una tercera acción que la iglesia debe emprender ante el pecado para cuidar su crecimiento y unidad.

Tercero, la iglesia debe apartarse decididamente del pecado.

1 Corintios 5:6-8 Hacen mal en jactarse. ¿No se dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? 7 Desháganse de la vieja levadura para que sean masa nueva, panes sin levadura, como lo son en realidad. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ya ha sido sacrificado. 8 Así que celebremos nuestra Pascua no con la vieja levadura, que es la malicia y la perversidad, sino con pan sin levadura, que es la sinceridad y la verdad.

Aquí se nos habla de nuestra identidad en Cristo y de la incompatibilidad que hay entre el pecado y los que son de Cristo. Y lo hace el apóstol por medio de una comparación entre la iglesia y la celebración de la pascua. En la pascua judía se comían panes sin levadura. Tenía que excluirse toda levadura porque con un poquito de esa levadura podía fermentar toda la masa.

La levadura es una figura del pecado, de la malicia y la perversidad. Eso era lo que nos caracterizaba antes de estar en Cristo. Pero ahora en Cristo, somos panes sin levadura, somos como los panes de la pascua, es decir personas que han de caracterizarse por la sinceridad y la verdad.

Se identifica a Cristo como la realidad a la que apuntaba el cordero de la pascua, aquel que murió para que los primogénitos judíos no murieran el día del exterminio, aquel cuya sangre fue puesta en los dinteles para que el ángel exterminador siguiera de largo, ese cordero de la pascua, apuntaba a Cristo. Ahora que Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido sacrificado y nos ha hecho su pueblo santo, a través de su vida, muerte y resurrección, ya no tenemos nuestra identidad en el pecado. Ya no es lo que ha de caracterizarnos, puesto que nuestro cordero pascual murió por nuestros pecados.

En Cristo tenemos una nueva identidad, somos algo diferente, ya no es el pecado lo que nos caracteriza, por tanto, y en virtud de la obra completada por Cristo, debemos desechar la vieja levadura, debemos abandonar el pecado, debemos mortificar el pecado remante en nuestros corazones.

Esa levadura es peligrosa para la iglesia. Estamos tan interconectados en Cristo que un poco de levadura afecta toda la masa. El pecado en la iglesia hay que atenderlo porque puede afectar a toda la congregación. Estamos interconectados y mis acciones afectan al cuerpo.

La iglesia debe abandonar decididamente el pecado porque en virtud de la obra de Cristo hemos sido constituidos como un Cuerpo y el pecado, donde ya no está nuestra identidad, siempre atentará contra esa unidad, santidad y crecimiento de la comunidad del pacto. Por amor a Cristo y a su iglesia, debemos estar muy atentos al pecado entre los creyentes.

Por su gracia, el Señor no abandona a su iglesia y nos ha dado las medidas apropiadas para cuidarnos unos a otros y cuidarnos a nosotros mismos de nosotros mismos. En la gracia y por el poder habilitador del Espíritu Santo protejamos la iglesia abandonando el pecado personal y atendiendo el pecado entre los miembros del cuerpo de Cristo.

Seamos de un mismo sentir en cuanto al pecado en la iglesia, respondiendo bíblicamente ante el pecado, disciplinando santamente el pecado y abandonando decididamente el pecado, para como dice la Escritura, ser esa iglesia que Cristo se ha procurado para sí, una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable para la gloria de Dios.