El Rey Ricardo III, cuenta la leyenda, estaba enfrentando a un ejército dirigido por Enrique, Conde de Richmond. En esa batalla se definiría quien gobernaría Inglaterra. Ricardo envió a preparar su caballo favorito, pero por las prisas y falta de recursos, al herrero le faltó un clavo para afianzar bien una de las herraduras de su caballo.
En el fragor de la batalla, al ver Ricardo que sus hombres estaban retrocediendo, cabalgó al frente para darles la orden de regresar a la batalla, pero en ese momento la herradura a la que le faltaba el clavo, salió del casco del caballo, y éste tropezó y cayó, llevando al suelo consigo a Ricardo. Las tropas enemigas lo rodearon reconociendo que era el rey y allá terminó la batalla.
Desde entonces la gente repite el estribillo: Por falta de un clavo se perdió una herradura, por falta de una herradura, se perdió un caballo, por falta de un caballo, se perdió una batalla, por falta de una batalla, se perdió un reino, y todo por falta de un clavo.
Algo tan insignificante, como un clavo, resulta ser lo más importante en cierta circunstancia, de tal manera que sin ello, se desencadena una avalancha de desastre.
Esta semana hemos estado recordando los eventos de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Hemos ponderado el gran amor de Dios y la obediencia de Jesucristo que lo llevó hasta al calvario para el perdón de nuestros pecados.
Y hoy consideramos otro de los eventos que es, en un sentido, como ese clavo que hizo falta en la batalla de Ricardo. Si este evento no ocurrió en la historia, se desencadena una avalancha de desastre. Sin el hecho histórico que hoy celebramos, todo lo que hemos conmemorado esta semana pierde su sentido, realidad y efecto. Sin el evento que hoy celebramos mejor sería que mantengamos cerrados los templos permanentemente y nos olvidáramos de este asunto que llamamos cristianismo.
Así es hermanos, porque sobre la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, se basa y fundamenta toda nuestra fe. El cristianismo se sostiene o se cae sobre este hecho de la historia de la redención. La resurrección es central. Sin ella, la pasión y muerte de Jesucristo no tiene ningún sentido ni efecto.
Hace algunos años tuve la bendición inmerecida de visitar la ciudad de Jerusalén en Israel. Y tuvimos la oportunidad de visitar el templo del llamado Santo Sepulcro en Jerusalén, que la tradición sugiere es la tumba en la que pusieron el cuerpo del Señor.
Era impresionante ver la cantidad de personas que querían pasar a mirar ese sepulcro vacío, tenías que hacer fila como por hora y media para mirar por unos cuantos segundos aquel lugar.
La verdad, no nos pusimos en la fila, porque primero, no hay certeza de que ese sea el lugar exacto y segundo, ya sabía qué es lo que iba a ver….un sepulcro vacío. Porque la verdad que denota ese sepulcro vacío, la verdad que denota la resurrección de Jesucristo es el pilar fundamental de la fe cristiana.
Quizá nunca te habías puesto a considerar lo crucial que es la resurrección para nuestra fe, pero quiero decirte, que tampoco los mismos discípulos de Jesús, en esos primeros días después de su muerte lo habían entendido del todo.
Mira cómo lo reconoce el mismo Juan en su evangelio en Juan 20:9: Hasta entonces no habían entendido la Escritura, que dice que Jesús tenía que resucitar.
La resurrección de Jesús era un hecho histórico que tenía que suceder. La Escritura lo anunciaba y lo requería. Pero en esos primeros días los discípulos no podían ver con claridad su relevancia. Ese entendimiento fue creciendo poco a poco al ser confrontados con las evidencias de las que fueron testigos. Y es gracias a su testimonio que nos ha llegado a nosotros la buena noticia de la fe en Jesucristo, que vive y es nuestro rey.
El evangelio de Juan en su capítulo 20 nos da el reporte de los diversos encuentros de los discípulos con la evidencia y realidad de la resurrección de Cristo y cómo fue creciendo su entendimiento y su fe.
De acuerdo con este evangelio, la primera en descubrir el primer indicio de la resurrección fue una mujer llamada María Magdalena. Dice Juan 20:1-2: El primer día de la semana, muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que habían quitado la piedra que cubría la entrada. 2 Así que fue corriendo a ver a Simón Pedro y al otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: —¡Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto!
Esta mujer guardaba una fe y aprecio por el Señor Jesucristo, y estaba devastada por su fallecimiento. Ya era el tercer día después de la muerte de Jesús y básicamente, de madrugada, va al sepulcro, pero algo no estaba bien. Los sepulcros especiales se hacían en una especie de cuevas, las cuales se sellaban con piedras redondas a manera de puerta. Resulta que la piedra que daba acceso a la cueva estaba movida.
Ella asumió de inmediato que alguien había movido de lugar el cuerpo de Jesús. Esa era su visión. No paso por su mente, Jesús ha resucitado. No estaba esperando la resurrección de Jesús. Como los discípulos no había entendido lo fundamental que es. Ella fue con Pedro y otro discípulo más joven que pedro que es encontraba con él y que es descrito como el discípulo a quien Jesús amaba, y les da la noticia con un tono de fuerte preocupación.
Si ya estabas triste cuando lo único que esperabas esa mañana era encontrar un cuerpo en un sepulcro. Imagina cómo te sentirías si al llegar al lugar, además, ni el cuerpo está. Si alguien se lo llevó y no sabes donde lo pusieron.
Pedro y el otro discípulo más joven salieron como bólidos hacia el sepulcro, y aunque el más joven llegó primero se quedó afuerita conformándose, inicialmente, con sólo asomarse hacia el interior. Luego llegó Pedro, me imagino jadeante, pero él sí tuvo la valentía de entrar y lo que encontró fue las vendas y el sudario. Pero no había cuerpo. Entre los rituales funerarios se envolvía el cuerpo en vendas con especias aromáticas y la cabeza se solía envolver con un sudario. Lo extraño aquí para pedro y el otro discípulo es que las vendas estaban por un lado y el sudario estaba enrollado en un lugar aparte.
Estas eran huellas o evidencias de que algo muy extraño había pasado aquí. No se habían llevado el cuerpo, el cuerpo había salido caminando. Esto comenzó a despertar una fe incipiente en la resurrección en estos discípulos.
Pero regresaron a casa y María se quedó afuera del sepulcro todavía llorando por el cuerpo desaparecido. Y tiene una experiencia muy especial. Mira hacia el interior del sepulcro y ve a dos ángeles que le preguntan por qué está llorando y luego es el mismo Jesús que le pregunta por qué está llorando, aun así no le reconoce sino hasta que le dice su nombre, al decirle “María”, ella reconoce la voz del maestro y al parecer se aferra de Jesús a quien pensaba muerto, pero Jesús le dice que vaya a dar la noticia a los discípulos. Ella fue y le dijo a los discípulos que al parecer no tuvieron una reacción contundente.
Pero en la tarde de ese mismo día, los discípulos estaban reunidos a puerta cerrada, escondiéndose de los judíos que habían matado a Jesús, y Jesús en persona se puso en medio de ellos y les dijo: ¡La paz sea con ustedes! Y ellos se alegraron.
La impresión que deja la narración bíblica es que el entendimiento de lo que estaba pasando venía poco a poco en ellos. No vemos respuestas contundentes de parte de los discípulos sino como que estaban procesando todos estos acontecimientos poco a poco. A pesar de que Jesús les había anunciado todas estas cosas, ellos en esos momentos las estaban comenzando a entender.
Ese día que se presentó ante sus discípulos, no estaba uno de ellos que se llamaba Tomás al que apodaban “El gemelo”. Los otros le dieron testimonio a Tomás de que habían visto al Señor vivo. Pero él contestó en Juan 20:25: —Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré.
Estamos hablando de los discípulos de Jesús, los que habían estado con él por tres años, a los que se les había anunciado por Jesús mismo que era necesario que él padeciera, muriera y resucitara al tercer día. Pero como reconoció Juan al principio, no habían entendido lo que las escrituras decían acerca de la resurrección. Y aun cuando sus propios ojos lo estaban viendo aun así no llegaban a ese convencimiento.
Aquí Tomás exclama que la única manera en que el creería esa versión que circulaba acerca de que Jesús había resucitado sería si él mismo podía tocar con sus manos las heridas de aquel que había sido crucificado. Para Tomas era más fácil creer en un Cristo muerto que en un Cristo vivo.
Una semana más tarde, estaban de nuevo juntos los discípulos y encerrados, y de pronto, Jesús se puso en medio de ellos y les repitió las mismas palabras: ¡La paz sea con ustedes!
A estos discípulos dudosos, temerosos y escondidos, el mensaje que Jesús les da: ¡La paz sea con ustedes! E inmediatamente se dirige a Tomas y le dijo: (en Juan 20:27) —Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
Jesús ayuda a Tomás en su incredulidad al mostrarle las evidencias que él pensaba necesitar para creer. Pero además le exhorta acerca de algo muy básico en la vida cristiana: la fe. Le dice deja la incredulidad y vuélvete un hombre de fe. Un hombre que entiende las promesas de Dios y las cree. Un hombre que escucha la Palabra de Dios y la cree.
Tomás responde ahora sí con una fe contundente: “Señor mío y Dios mío”. Esta es la respuesta de fe que se debe tener ante el Cristo resucitado. Ante el Cristo que murió y resucitó al tercer día. Esta es la fe que transforma corazones y le da sentido a nuestras vidas. Qué puedas creer en tu corazón que Dios lo levanto de entre los muertos y le confieses con tu boca como el Señor.
Y Jesús agrega algo muy importante en Juan 20:29, —Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.
¡Qué maravilloso! Jesús nos está incluyendo ahora a nosotros que no estuvimos allá esos primeros días después de la muerte de Cristo. A nosotros que no metimos nuestros dedos en las heridas ni tocamos su costado. A nosotros que hemos creído por el testimonio de aquellos que lo vieron y hablaron con él después de su resurrección y que cumpliendo el mandato que él les dio, comunicaron las buenas noticias de la vida, muerte y resurrección de Cristo. Y ese mensaje, que es el evangelio, ha llegado a nosotros, quienes, sin haber visto a Jesús en persona, hemos creído en él y en su resurrección.
Se nos llama dichosos, felices, bienaventurados, porque, aunque nuestros ojos nunca le han visto, creemos y confiamos que él vive porque al tercer día se levantó de entre los muertos. Y celebramos este día su gloriosa resurrección porque entendemos que un cristo muerto para nada sirve, pero un Cristo vivo transforma todas las cosas.
¡Cuán importante es creer en la resurrección de Cristo! Juan 20:30-31 concluye diciendo: Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. 31 Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.
El recuento de eventos que se nos hizo en este capítulo 20 y los anteriores del libro de Juan son apenas un puñado de las evidencias que señalan a Jesucristo como el Cristo, el Hijo de Dios. Sus discípulos fueron testigo de todo esto y su testimonio ha ido de generación en generación pasando hasta llegar a nosotros.
¿Y cuál es la relevancia de creen en Jesucristo con el Cristo, el Hijo de Dios? Porque esta es la única manera de tener vida eterna, es decir una relación eterna, constante y abundante con Dios, sólo por su gracia.
Si Cristo no resucitó estamos perdidos. Pero si Cristo resucitó entonces nuestros pecados han sido perdonados y hemos sido adoptados como hijos, y hemos recibido su Espíritu Santo que está con nosotros y en nosotros. Es decir, hemos comenzado a vivir ahora la vida abundante y eterna que sólo un cristo resucitado y vivo nos puede dar.
Por eso la pregunta importante esta noche es: ¿Eres de los dichosos que sin haber visto, han creído? ¿Crees que Jesús es el Señor que resucitó al tercer día de entre los muertos? ¿Has recibido con fe el testimonio de los que fueron testigos presenciales de esto hechos históricos? ¿Has rendido tu vida al Señorío del Cristo resucitado?
Entonces, hay buenas noticias para ti y para mí que estamos batallando en esta vida.
Este es nuestro consuelo en la vida y la muerte, que el Señor Jesucristo resucitó y porque él culminó su obra de redención, todos los que viven y mueren en él, serán también resucitados para vida eterna y abundante en Dios.
Por eso estos días que a nuestro alrededor estamos sintiendo el flagelo de la muerte, y quizá algunos ya hemos sentido en nuestro pecho su espina venenosa que oprime nuestra vida y nos desanima a seguir adelante, recordemos que hubo alguien que luchó con la muerte y la venció y él es la resurrección y la vida. Y es nuestro Señor y Dios.
Si has visto partir a personas que amabas y la muerte te ha dejado con un sentido de derrota, recuerda que es un enemigo vencido por que Jesús se levantó de entre los muertos al tercer día.
Si vives con temor o angustia por tu propia muerte, pon tu fe en el Señor Jesús quien es la vida y la resurrección pues su promesa es que el que cree en él, aunque esté muerto vivirá.
La piedra angular del evangelio es la resurrección de Jesucristo y le da sentido a nuestra fe, a nuestra vida y a nuestra muerte.
Hoy celebramos ese evento histórico que atestiguaron en la mañana del primer día de la semana cuando el ángel les dijo: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí pues ha resucitado”.
Porque hermanos, “El Señor ha resucitado” y “Verdaderamente, ha resucitado”. Y a Él sea la gloria.