Summary: Humíllate ante el Señor y Él te exaltará

Intro: Hace mucho tiempo un joven me compartió que cuando acaba de terminar una carrera técnica en administración, un primo lo invitó a ir a trabajar a Cancún en la empresa donde laboraba. Se trataba de una constructora. El arquitecto responsable de las obras, confiando en la recomendación del primo, lo contrató casi de inmediato sin hacer muchas preguntas.

El problema vino cuando le explicaron en qué consistiría su trabajo: La constructora tenía varias obras simultáneas, él estaría encargado de supervisar en el sitio una de ellas.

Por miedo a perder la oportunidad del trabajo, no aclaró que sus estudios habían sido en administración, no en construcción. Por tanto, de construcción sabía lo que yo sé de astrofísica.

A partir de ese momento se dedicó a sostener su mentira. Cuando los trabajadores venían y le preguntaban cómo edificarían cierta parte, él les devolvía la pregunta y esperaba la respuesta del trabajador más experimentado, para luego decir…“Está bien, vamos a hacerlo así como dice él”.

Así pasó varias semanas ocultándose detrás de su mentira. Hasta que un día, una pared no salió como debía. Cuando llegó el arquitecto, encolerizado preguntó, quién había ordenado que se hiciera así. Los trabajadores apuntaron hacia él y al final de cuentas, tuvo que desenmascarar su engaño, volviéndose a la vez, un desempleado más de la industria de la construcción.

No se puede vivir en una mentira por mucho tiempo. Tarde o temprano nos llegan las consecuencias de la mentira. ¿Pero saben qué es peor que vivir en una mentira? ¡Es creer la mentira! Porque cuando crees una mentira ni siquiera es evidente para ti que estás destruyendo tu vida y la de los que te rodean. Y a esas mentiras que a veces creemos nos estamos refiriendo este mes. Estamos en nuestra serie de sermones que hemos llamado: “Mentiras Creíbles”, por ser muy comunes y muy creídas. Trataremos de desenmascararlas con la luz de la Escritura.

Hoy continuamos con la mentira creíble que dice: “Cree en ti”.

Hoy día es muy común escuchar a muchos motivadores o mensajes motivadores en las redes sociales que nos están diciendo, básicamente esto: “Que nadie te diga que no puedes, porque tú puedes.” “Por más veces que caigas, levántate de nuevo e inténtalo”. “Cree en tu potencial y cambia frases como “no puedo” por “sí” puedo.” “Cree en ti, no dejes que te digan que no puedes”. “Cree en ti mismo y serás imparable”.

¿Ya se sienten motivados? Como que hay algo en este tipo de pensamiento que nos despierta, que nos cautiva, que nos atrae. Y a alguno de nosotros nos da ganas de salir de nuestro desánimo por algún fracaso, o nos impulsa a decir: claro que sí. Mi problema es que no estoy confiando en mí lo suficiente. Yo soy algo maravilloso y no estoy explotando todo mi potencial. Soy algo majestuoso y la respuesta debo hallarla en mí mismo.

Y allí está lo complicado de esta mentira creíble porque parece apelar a una realidad de nuestras vidas, pero al diagnosticar mal el problema nos hace buscar la respuesta incorrecta en el lugar incorrecto.

Básicamente, esta mentira creíble nos está diciendo: tu problema viene de afuera, pero la solución está dentro de ti mismo. Tu problema es que te has rodeado de personas que te han hecho creer que no puedes, que eres inadecuado, que no tienes valor, que eres incapaz, que no vales la pena y te has Según esto, si este es el problema, si el problema viene de afuera, entonces la solución hay que buscarla adentro. ¿Y cuál es la solución?

La solución está dentro de ti mismo. La solución es creer en tu potencial, en tu capacidad, en lo maravilloso que eres, en lo perfecto que eres. Necesitas creer esto de ti mismo, necesitas dejar tu verdadero problema que viene de afuera.

¿Se sigue oyendo apelante…no es cierto? Parece tener mucha lógica. Nos cautiva este tipo de pensamiento porque en realidad sí hay personas a nuestro alrededor que nos han dicho cosas así de negativas acerca de nosotros mismos, y es cierto que sentimos en alguna medida ese sentido de ser inadecuados, de ser incapaces, de ser fracasados, de estar llenos de temores y cosas semejantes.

Pero, aunque parezca verdad y sea apelante, este tipo de pensamiento tan común a nuestro alrededor, tan aparentemente motivante nos está enviando en la dirección equivocada, nos está llevando en la dirección opuesta a la que nos lleva la Palabra de Dios.

La Escritura nos lleva a pensar algo opuesto a esa dirección tan apelante y motivante. La Escritura nos lleva en la dirección de decirnos que tu problema está adentro y la solución viene de afuera. La Escritura nos lleva a pensar que más allá de las palabras insensatas de los demás hacia nosotros, nuestro problema viene de un lugar mucho más profundo, que es nuestro corazón. Tenemos un problema de corazón. El centro que engloba nuestra persona total está dañado letalmente por el pecado.

Ese sentido de ser inadecuado, de ser un fracaso, de estar llenos de temores, de estar derrotado y apabullado, no viene al final de cuentas, de los comentarios y opiniones negativas de los demás, sino en su sentido más profundo viene de nuestro propio corazón porque es una realidad: El ser humano a partir de la caída en pecado es un ser roto, partido, inadecuado, incapaz, fracasado, que no llega a la meta, que no puede. Y está así porque nuestros corazones están lejos de Dios por el pecado. El pecado nos ha dejado en banca rota. Cuando nos sentimos así estamos experimentando algo esperado en el ser humano caído.

El ser humano fue hecho para tener una relación de conexión y dependencia con Su creador, pero por el pecado esa conexión vital se ha perdido y ahora busca en los lugares equivocados lo que sólo debe buscar y encontrar en su Dios. Y esta es la lucha constante de nuestros corazones.

En esa desconexión con Dios, nos ofende sentirnos fracasados, necesitados, humillados porque no nos gusta esa sensación, y tratamos de remediarla por nuestros propios medios y recursos. Entonces, este tipo de mentiras, se vuelven muy apelantes, porque no tenemos reconocer que estamos en banca rota, sino podemos recurrir a una de las raíces más profundas del pecado en nuestro corazón que es la soberbia, el orgullo, la autosuficiencia necia.

Cuando nos dicen: Cree en ti, es tan apelante porque nos hace creer que no estamos en banca rota después de todo, que no estamos tan mal después de todo, que somos una maravilla en nosotros mismos después de todo. Es tan apelante para nuestra soberbia y orgullo. ¿A quién no le atrae esto? El no tener que reconocer tu necesidad; el no tener que reconocer que no soy adecuado, que no llego al blanco, que no puedo en mí mismo hacer las cosas, que soy dependiente de alguien más. ¿A quién en su soberbia y orgullo le gusta reconocer esto?

En la Biblia tenemos ejemplos de personajes que se creyeron esta mentira impulsados por la soberbia y el orgullo. Uno de ellos es un rey babilonio llamado Nabucodonosor.

Este hombre fue un rey muy poderoso que causó estragos en el pueblo de Israel. De hecho, trajo cautivos a Babilonia a los judíos, llevándolos al exilio.

Este hombre, en la cumbre de su reinado dijo esto que nos relata el libro de Daniel allá en el capítulo 4:29-30: Doce meses después, mientras daba un paseo por la terraza del palacio real de Babilonia, 30 exclamó: «¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!»

Definitivamente, Nabucodonosor, sin videos de youtube había creído la mentira: Cree en ti. No necesitas a nadie más. Tú puedes construir tu propio reino, con tu gran poder y para tu propia honra. Deja de escuchar a los que te digan lo contrario. Tú puedes. Tú eres maravilloso. La solución está dentro de ti.

Pero esa soberbia y orgullo que lo alejaban cada vez más del reconocimiento humilde de su condición, fueron revertidas por Dios, cuando trajo juicio contra él, llegando a perder la razón y habitar a la intemperie como una bestia y en condiciones infrahumanas.

Pero Nabucodonosor aprendió su lección. Al Final tuvo que reconocer que su problema era su propio corazón y la solución venía de afuera. En Daniel 4: 34-37

Entonces alabé al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para siempre: Su dominio es eterno; su reino permanece para siempre. Ninguno de los pueblos de la tierra merece ser tomado en cuenta. Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra. No hay quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos. […] Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios.

Mis hermanos, la mentira creíble “Cree en ti” es tan atractiva porque apela a nuestra soberbia y nuestro orgullo. ¿Quién no quiere sentirse exitoso, adecuado, capaz, sin temores? Todos queremos esto. Pero ¿Quién quiere lograr esto sin tener que reconocer que en verdad eres un fracaso en ti mismo, eres inadecuado, incapaz y lleno de necesidad? Nadie quiere esto.

Nos gusta mucho más creer que el problema no somos nosotros mismos y nuestro corazón soberbio, sino que el problema está fuera de nosotros. Pero como vemos, la solución no viene de adentro sino de afuera. El único que en verdad reina es nuestro Dios y reconocer con humildad nuestra necesidad de él es prioritario para poder ser cambiados de dentro para fuera.

Él es quien proveyó la solución para nuestro más grande problema. Porque es una realidad que somos seres en banca rota. Y lo que hizo fue venir a habitar entre nosotros, como un ser humano, en la persona de Jesucristo. Un ser humano semejante a nosotros en todo, pero sin pecado. Se humilló a sí mismo al hacerse hombre y habitar en nuestra fragilidad.

Vivió perfectamente como ser humano, imagen perfecta de Dios, y se ofreció a sí mismo por nosotros como un sacrificio perfecto y suficiente por nuestros pecados en la cruz, y al tercer día resucitó de entre los muertos para ser ahora el rey de reyes y Señor de Señores.

Jesucristo vino a poner las cosas en orden. Vino a reconciliar todas las cosas con Dios. Y es así, que estos seres inadecuados, en banca rota, incapaces, al doblegar nuestra soberbia, nuestro orgullo, y someternos humildemente al reinado del Señor Jesús, es que podemos ser revestidos de él, y ser adecuados, aceptados, capaces, reconciliados, por la obra del Espíritu Santo.

Así que nuestro problema de adentro, que es el pecado, fue atendido con una solución que vino de fuera, que fue y es el Señorío de Jesucristo sobre nuestras vidas.

Por eso el clamor de la Escritura no es “Cree en ti” para ser exaltado, para salir de tu banca rota. El clamor de la Escritura es como dice Santiago 4:8-9:

8 Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! 9 Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. 10 Humíllense delante del Señor, y él los exaltará.

El camino a la exaltación es un camino muy distinto al que el mundo ofrece. El mundo te dice con sus mentiras: Cree en ti. Tú puedes por ti mismo salir adelante. No dependas de nadie. Sé tú tu propio jefe. Tú puedes lograr todo lo que te propongas, sólo cree en ti. Y peor, aún…Dios cree en ti, cree tú también en ti mismo.

Pero como vemos aquí, no hay exaltación sin humillarse primero. Primero reconocemos que somos pecadores, que nuestro corazón ha vagado lejos de Dios, que hemos ensuciado nuestras manos con pecado en el camino, que hemos sido inconstantes en nuestra fidelidad, que estamos necesitados y por eso lloramos y lamentamos, que no hay verdadera razón para reir en nosotros mismos por nuestras acciones, que somos inadecuados, incapaces y fracasados en nosotros mismos. En pocas palabras, nos humillamos delante del Señor y él nos exalta.

La exaltación no es algo que nosotros hacemos sino es algo que Dios hace en los que se humillan delante de él.

Humíllate delante del Señor y él te exaltará. No creas en ti, no hay mucho de donde agarrase, mejor cree mejor en el Dios soberano, glorioso y lleno de gracia, que ha dado a su hijo para hacernos aceptos, adecuados y capaces no en nosotros mismos sino en Él, en Cristo. Humíllate delante del Señor y entonces, él te exaltará.

¿Cómo se ve esto en la práctica? Proverbios 3:5-7 nos da una buena idea de lo que es vivir con un corazón humillado delante del Señor.

Confía en el SEÑOR de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al SEÑOR y huye del mal.

Un corazón humillado se ve en una persona que decide confiar en el Señor y no en sí mismo. Confía en el Señor de todo corazón y no en tu propia inteligencia.

Cuan contrario es esto al consejo soberbio del mundo. El mundo dice que es algo muy malo que tengas que depender en la dirección de alguien más. Ser dependiente de alguien más es visto como una señal de debilidad. Pero aquí la Escritura nos dice “confía con todo tu corazón”, no en ti, sino en el Señor.

Si de alguien vas a dudar, es de ti mismo y tus pensamientos, emociones e intenciones. Pero tu corazón debe estar clavado, firme, inconmovible en el Señor y su Palabra. Confiar con todo tu corazón.

Pero también un corazón humillado se ve en una persona que desea hacer la voluntad de Dios y no la suya. Dice proverbios “Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas”. Siempre estamos andando por este camino de la vida. Siempre estamos tomando decisiones y emprendemos acciones. La persona con un corazón humillado delante del Señor no buscará exaltarse a si mismo, sino exaltar al Señor. No buscará su propia gloria, sino la del Señor. Su temor más grande no será ser un fracaso, sino ser un ofensor de la gloria del Señor.

¿Al tener que tomar una decisión cuál es el primer filtro por el que pasamos nuestras opciones? ¿La voluntad revelada del Señor? ¿Lo que le agrada al Señor? ¿Lo que es correcto delante del Señor? O ¿Lo que me conviene? ¿Lo que me traiga más beneficios a mí? ¿Lo que me facilite la vida?

Un corazón humillado delante del Señor, es consumido por buscar la gloria de Dios en todos sus caminos, y el efecto de esto es que el camino de la vida se endereza y se hace llano.

Pero también un corazón humillado se ve en una persona que No se ve a sí mismo como la respuesta para su vida, sino que ese lugar lo tiene el Señor. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al SEÑOR y huye del mal.

Qué difícil es reconocer que nos equivocamos, que no tenemos todas las respuestas, que la solución no está dentro de nosotros mismos, que necesitamos ayuda que venga de fuera de nosotros mismos.

Tenemos grandes problemas y somos reacios a buscar ayuda. Tenemos problemas en nuestro matrimonio, por ejemplo, pero seguimos pensando que la respuesta está dentro de nosotros mismos. El Señor nos dice, no busques la respuesta en ti mismo, no seas sabio en tu propia opinión. No eres la respuesta, el Señor es la respuesta para ti.

Y Él ha provisto para sus hijos que humildemente lo reconocen, todo lo necesario para la vida y la piedad por medio del Señor Jesucristo. Así que abandonando el orgullo de creer que somos sabios en nosotros mismos, corramos a la gracia del Señor y recibamos de su parte esa dirección que nuestra vida necesita.

La mentira creíble: “Cree en ti”, esconde un mundo interno de soberbia, orgullo y lejanía del soberano reinado de Dios. Al creer en mí como la solución a mi problema básico, estoy confiando en mí, estoy queriendo hacer mí voluntad y estoy buscando en mí mismo la respuesta que sólo puede ser nuestro Dios.

Por eso el mensaje para todos nosotros este día es pertinente:

Humíllate delante del Señor y él te exaltará. No creas en ti, no hay mucho de donde agarrase, mejor cree en el Dios soberano, glorioso y lleno de gracia, que ha dado a su hijo para hacernos aceptos, adecuados y capaces no en nosotros mismos sino en Él, en Cristo. Humíllate delante del Señor y entonces, él te exaltará.