Intro: Siendo niño, en una ocasión fui al Parque de las Américas con la familia de un amigo. Estuvimos corriendo y jugando y llegamos a los columpios. Ya había oscurecido cuando comenzamos a columpiarnos.
De pronto a alguien se le ocurrió que hiciéramos una competencia. Ésta consistiría en columpiarse lo más fuerte y alto posible hasta llegar a cierta altura para soltarse del columpio y salir despedido en el aire para caer lo más lejos posible y ganaría el que lograra avanzar más que todos.
Quiero decirles que desde que nací de 5 kilos, nunca he sido una persona muy delgada que digamos, y esto era más notorio en mi niñez. Mis amigos eran delgaditos y livianitos, y ellos comenzaron con el reto. Salían despedidos por el aire para caer a una distancia considerable.
Llegó mi turno. Me mecí una primera vez. Tomé más vuelo, alcancé la altura más alta posible y entonces me solté del columpio. El único detalle fue que en vez impulsar mi cuerpo hacia adelante, el peso me ganó hacia atrás, así que di dos giros en aire en sentido inverso para aterrizar sobre mi espalda con un golpe seco debajo de los columpios.
Perdí por unos segundos la capacidad de respirar y cuando me pude reincorporar, tenía un fuerte dolor en el pecho al mover o apoyar los brazos. Pienso que me fracturé o fisuré alguna costilla, pero por orgullo y para evitar algún regaño paternal, lo sufrí en silencio hasta que desapareció solo, después de no muy pocos días.
Esta experiencia me hace recordar los videos que suelen salir en las redes sociales con el título de “Epic Fails” o “Fracasos o fallas épicas” y muestran cómo personas, como me pasó a mí, no logran lo que se proponían o fallan en el intento de hacer algo, normalmente cayendo, golpeándose, o rompiendo algo que estaban cuidando.
Estoy seguro que todos hemos tenido nuestros propios fracasos o epic fails. Todos hemos tenido algún fracaso en algún proyecto, en alguna iniciativa, en alguna relación, en algún intento. Y también sé que hay fracasos cuyas consecuencias nos siguen persiguiendo hasta hoy. ¿Qué hacemos con el fracaso? ¿Cómo enfrentamos el fracaso? ¿Qué pensar del fracaso?
En la Biblia, también vemos a personas que estuvieron frente a frente con el fracaso. Pudiéramos pensar en Abraham, en David, en Salomón y tantos otros. Pero hoy consideraremos a uno de los discípulos de Jesús: a Simón, también conocido como Pedro.
Pedro es uno de los discípulos más mencionados en los evangelios. De hecho, es uno de los primeros discípulos a quien Jesús le dijo: sígueme. Pedro encabeza la lista de los discípulos llamados por Jesús cuando descendió del monte y llamó a sus discípulos…ahí está Pedro en primer lugar en la lista.
Pedro era arrojado, impulsivo, decía lo que estaba pensando sin tantos filtros. Y a lo largo de su tiempo de entrenamiento tuvo no pocos encuentros con el fracaso.
Por ejemplo, nos acordamos cuando Jesús vino al encuentro con sus discípulos caminando sobre el agua. Y Pedro le dice, si en verdad eres tú, ordena que yo vaya hacia ti caminando sobre el agua. Y Jesús le dijo: ven. Pedro baja de la barca y empieza a caminar sobre el agua, pero de pronto siente temor por las olas y el viento y se hunde y clamó para que Jesús lo rescatara.
O bien, nos acordamos de la ocasión cuando a Pedro le es revelado que Jesús es el Cristo, el hijo del Dios viviente y Jesús le reitera que esa revelación no vino del hombre sino de Dios, pero al poco ratito de haberlo reconocido, Jesús tiene que reprenderlo porque estaba reflejando la mente de Satanás al sugerir que Jesús no debía padecer ni sacrificarse. En pocas palabras, que Jesús no debía sufrir ni morir por el pecado.
O cuando estando con Juan y Jacobo en el Monte supuestamente acompañando a Jesús en oración, presenció la transfiguración de Jesús y vio a Elías y a Moisés, y dijo algo como: ¿Quieres que hagamos tres enramadas? Y el narrador del evangelio dice: No sabía qué decir, porque todos estaban asustados.
En fin, vemos a un Pedro muy movido pero que se mete en problemas muy fácilmente. Vemos a un Pedro que a lo largo de su formación tuvo sus pequeños fracasos, como todos a lo largo de nuestras vidas. Pero este mismo Pedro tuvo ahora sí lo que podemos llamar: un epic fail, un craso fracaso, un fracaso épico.
Este fracaso se encuentra registrado no en uno o dos, sino en los cuatro evangelios. Y es que Juan a veces no incluye episodios que los otros tres sí incluyen o repiten, pero el episodio del magno fracaso de Pedro, conocido como la negación de Pedro, también está registrado entre sus páginas.
Y en el contexto que rodearon esta situación encontramos tres realidades acerca del fracaso que queremos subrayar este día. Tres realidades que siguen manifestándose cuando fracasamos.
Todo esto ocurre la noche en que Jesús fue entregado. Habían comido la Pascua y Jesús en el contexto de ese tiempo íntimo con sus discípulos les dice allá en Marcos 14:27-31:
—Todos ustedes me abandonarán —les dijo Jesús— porque está escrito:» Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea». —Aunque todos te abandonen, yo no —declaró Pedro. —Te aseguro —le contestó Jesús— que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces. —Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro con vehemencia—, jamás te negaré. Y los demás dijeron lo mismo.
La primera realidad acerca de los fracasos que queremos subrayar este día es que 1. Los fracasos hacen evidente nuestra soberbia.
¿Por qué se siente tan amargo el fracaso? ¿Por qué no puedes sacarte de la mente el evento en que no llegaste a la meta, en el que respondiste de la manera incorrecta, en el que quedaste evidenciado ante los demás como no apto para la tarea?
Si somos sinceros, porque en todo fracaso lo que duele más es nuestro orgullo. Lo que se siente hecho pedazos es todo aquello de lo cual pensábamos que éramos invencibles o invulnerables. Pero el fracaso nos confronta con nuestra realidad: Fuimos soberbios y no veíamos venir este resultado, ni siquiera nos pasaba por la cabeza la posibilidad.
A Pedro, le ocurrió lo mismo. Fue confrontado con su soberbia. Jesús, sabía lo que estaba a punto de suceder y les declara la realidad del asunto: esta noche todos me van a abandonar. Es más, estaba profetizado lo que ocurriría. Jesús no estaba hablando de posibilidades, sino de certezas. Todos lo abandonarían.
Pero, aunque era triste esta realidad, al mismo tiempo venía con una esperanza. Jesús les dice que cuando él resucitara los vería en Galilea. A la mala noticia, le sigue la esperanza del evangelio: Pase lo que pase, recuerden que voy a resucitar y nos volveremos a encontrar.
Pedro, inmediatamente, con un tono soberbio, afirma: “Aunque todos te abandonen, yo no”. ¿Qué estaba implicando? Aunque estos inmaduros, estos miedosos, estos inseguros, te abandonen, eso no lo haré yo. Yo soy mejor que todos estos, aunque tú me hayas incluido en tu anuncio, yo no entro en esa categoría. Yo estoy por encima de estos.
Incluso, le subió tres rayitas, al decir que, aunque tuviera que morir, nunca negaría a Jesús. ¡Jamás negaría a Jesús! Como sabemos, estas fueron declaraciones de soberbia más que de convicción. Pedro tenía un concepto de sí mismo muy equivocado. Su soberbia lo cegaba a la realidad de que estaba tan necesitado, tan frágil, tan vulnerable como cualquier otro ser humano.
Mis hermanos, la soberbia precede al fracaso. Cuando has fracasado te das cuenta de que te confiaste, de que te descuidaste, de que bajaste la guardia, de dejaste de ser intencional, de que, como decimos, “colgaste tu hamaca”, porque pensaste de ti mismo que eras fuerte, seguro, certero, suficiente, confiable, e hicimos a un lado nuestra dependencia en Dios.
Jesús le recordó a Pedro su vulnerabilidad cuando le anunció que esa misma noche antes de que gallo cantara una segunda vez, él ya le habría negado tres veces. En ese momento aún Pedro no podía ver su soberbia, pero cuando ocurrió lo que Jesús le había anunciado, fue confrontado con su realidad.
Quizá ahora mismo tú estás enfrentando un fracaso. Pregúntate, ¿Qué es lo que me duela más de todo esto? ¿Lo qué perdí? ¿Los beneficios que no logré? ¿Cómo quedó mi imagen? Quizá todo tenga que ver sólo contigo. En pocas, palabras es nuestro orgullo el que está herido. Es nuestra soberbia la que está siendo evidenciada en este proceso.
Si nos damos cuenta de esto, necesitamos arrepentirnos y mostrar humildad delante de Dios. Un corazón humilde es el que Dios restablece y transforma. No endurezcamos más nuestro corazón. Dios, a través de este fracaso, nos está revelando ese corazón de soberbia que nos aparta de una dependencia en él. Y es que separados de Él, nada podemos hacer. El fracaso hace evidente nuestra soberbia, pero existe una segunda realidad acerca del fracaso que necesitamos subrayar y es que…
2. Los fracasos hacen evidente nuestros ídolos. Marcos 14:66-72 nos narra el episodio central que estamos considerando.
Nos relata que después que aprehendieron a Jesús en el Getsemaní, llevaron a Jesús a casa del sumo sacerdote y que Pedro siguió secretamente a la multitud que llevaba a Jesús.
Entonces entrando al patio de la casa del sumo sacerdote y se acercó a un fuego que habían encendido para calentarse del frío. En eso estaban cuando pasó una de las criadas del sumo sacerdote. Y al verlo le dijo le dijo: —Tú también estabas con ese nazareno, con Jesús. Pero él lo negó: —No lo conozco. Ni siquiera sé de qué estás hablando. (zero y va una).
Luego, se fue más hacia la entrada del predio y cuando la criada lo vio por allí les dijo de nuevo a los presentes: —Este es uno de ellos. Y él lo volvió a negar. (zero y van dos).
Poco después, ya con la espinita que las había dejado la criada, los que estaban allí le dijeron a Pedro: —Seguro que tú eres uno de ellos, pues eres galileo, lo reconocemos por tu acento. Entonces, Pedro comenzó a echarse maldiciones diciendo con juramentos —¡No conozco a ese hombre del que hablan! (Zero y van tres…ponchado).
Y nos dice Marcos 14:72: Al instante un gallo cantó por segunda vez. Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Antes de que el gallo cante por segunda vez, me negarás tres veces». Y se echó a llorar.
Lucas lo describe aún más dramáticamente. Añade que en el momento en que Pedro negaba por tercera vez, el gallo y canto y hubo un contacto visual entre Pedro y Jesús, y Pedro salió de ahí y lloró, Lucas agrega, amargamente.
Pedro justamente se dio cuenta qué es lo que había hecho. Había traicionado su promesa de seguir a Jesús incluso ante la muerte, había negado que conocía a Jesús, había llegado al extremo de decir maldiciones para que le creyeran, había negado que había sido testigo del poder de Dios manifestado por Cristo Jesús, había negado la revelación que había recibido de que Jesús era el Cristo, había negado que había estado todo este tiempo con el Mesías y todo ¿por qué? Porque tuvo temor de ser delatado por una sencilla y nada poderosa sirviente del sumo sacerdote.
Este craso fracaso había sacado a la luz los ídolos de Pedro. Su gran ídolo, su gran sustituto de Dios, era el hombre. Pedro tenía un gran temor al hombre. Es decir, cuando vemos al ser humano como más digno, más grande, más atractivo, más importante, más confiable, más temible que a Dios mismo. Cuando el hombre es grande para nosotros y Dios es pequeño a nuestro parecer.
Pedro estaba sustituyendo al Dios verdadero por los ídolos de su corazón. Por eso cuando la mujer le increpó, tuvo gran temor del hombre y llegó hasta donde llegó…a negar a su maestro y Señor. La Biblia dice que el temor al hombre pone un lazo. Y exactamente eso pasó. Quedó atrapado por el lazo de su propio ídolo.
Y es que esta lucha con este ídolo no fue una lucha sencilla en la vida de Pedro, más adelante en su ministerio, el apóstol Pablo lo tuvo que reprender, incluso en público, porque al principio se reunía todo normal con los que no eran judíos para comer, pero cuando llegaron ciertos judíos que veían esto como algo impropio, por temor a sus comentarios negativos o ser visto mal, se comenzó a alejar de aquellos con los que anteriormente tenía fraternidad abierta. Nuevamente, el mismo ídolo asomando la cabeza…temor al hombre.
Nuestro corazón fue hecho para adorar a Dios, pero cuando no adoramos a Dios adoramos a cualquier cosa o persona. Ese ídolo nos controla y llegamos a hacer cosas impensables, cosas que no habíamos previsto, planeado o anticipado. Siguiendo a los ídolos de nuestro corazón llegamos a hacer cosas que tiempo después ni nos reconocemos a nosotros mismos haciendo tales cosas. Pero es una realidad, la adoración a estos sustitutos de Dios en nuestras vidas nos mueven a la acción para nuestro propio fracaso y destrucción.
Así que en el fracaso, siendo un poco autoanalíticos, introspectivos, podemos ver las huellas de nuestros ídolos aparecer en este proceso.
Hay cosas que hicimos o dejamos de hacer que están relacionados con nuestro fracaso. Esas acciones las ejecutamos siguiendo la adoración de alguien o algo. Si no fue a Dios, ¿A quién fue? ¿En qué confiamos? ¿La voz de quién tomamos como nuestra guía? ¿Quién o qué fue nuestro refugio en los momentos de angustia? ¿Quién o qué sustituyó a Dios en el momento crucial? Nuestros ídolos se hacen evidentes cuando hemos fracasado.
Por eso, si estás enfrentando ahora mismo un fracaso, recuerda que más que quedarte lamentando o echando culpas los demás, comienza humildemente a reconocer tu parte en todo esto. Pide al Señor que desenmascare a tus ídolos, aquellas cosas o personas a quién llamaste “mi refugio”, “mi fortaleza” en tu tiempo de angustia. Aquellas cosas o personas que fueron tu dios funcional en la vida y que ahora que has fracasado comienzan a ser más evidentes.
El llamado constante de la Escritura es a que abandonemos nuestros ídolos y corramos al Dios vivo y verdadero porque es un Dios perdonador y lleno de gracia. Y es el único que en verdad puede llenar nuestras vidas.
Los fracasos hacen evidente nuestra soberbia y nuestros ídolos, pero podemos agregar una tercera realidad acerca de los fracasos y es que 3. Los fracasos hacen evidente la gracia de Dios.
Imagínate estar en el lugar de Pedro en esos momentos. El verse confrontado con la realidad de ser nada más que una persona traidora, cobarde, infiel y demás cosas cuando pensaba de sí muy diferente. Debieron ser días muy difíciles al ver a Jesús crucificado y aparentemente fracasado. Toda la decepción y culpa que debía estar cargando esos días.
Pero el tercer día después de la crucifixión llegó comenzaron a ocurrir cosas extrañas como que unas mujeres dijeron que no estaba en la tumba, Pedro fue allá y corroboro que ciertamente no estaba, luego también otros discípulos dijeron que habían caminado un tramo del camino con Jesús. En fin, varias apariciones que seguramente lo ponían a la expectativa.
Pero por fin, tuvo Pedro la oportunidad de un dialogo íntimo y desafiante con el Cristo resucitado, de esto nos da fe el evangelio de Juan en Juan 21:16-19:
Resulta que estando pescando, vieron a alguien que se parecía mucho a Jesús en la orilla del lago, Pedro saltó del barco y llego junto a él y en efecto era Jesús. Comieron con él en la orilla y entonces dice el evangelio:
15 Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero —contestó Pedro. —Apacienta mis corderos —le dijo Jesús. 16 Y volvió a preguntarle: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas? —Sí, Señor, tú sabes que te quiero. —Cuida de mis ovejas. 17 Por tercera vez Jesús le preguntó: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: «¿Me quieres?» Así que le dijo: —Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero. —Apacienta mis ovejas —le dijo Jesús—.
Qué pasaje tan cargado de emociones. Aquí está el traidor, el que negó al Señor, no una o dos sino tres veces, aquí está el mentiroso que dijo que iría hasta la muerte con él, y la pregunta que Jesús le hace debió haber sido desgarradora: “¿Me amas que estos?” ¿Qué hubieras respondido? ¿Cómo hubieras respondido?
No tenemos argumentos para contestar. Hemos fracasado. Estamos en bancarrota. No tenemos credibilidad alguna. No somos confiables. No podemos responder con arrogancia o soberbia: ¡Claro que sí! ¡Es obvio! Todo lo contrario, tenemos que responder con humildad: por lo visto, creo que no te amo lo suficiente como sabes, te quiero. (Hay un juego de palabras interesantes. Jesús dice: ¿Me amas? Y pedro responde: te quiero.)
Tres veces le hacen la misma pregunta o muy semejante. Tres veces responde cada vez más contrito y humillado este Pedro que antes había estado seguro de sí mismo, autosuficiente y arrogante.
Pero lo asombroso de todo esto es que cada vez que Pedro responde, el Señor le da la misma instrucción: apacienta mis ovejas, pastorea mis corderos. ¡Eso es gracia!
Pedro no merecía este alto honor de que se le encomendara tan honrosa e importante misión de apacentar los corderos, las ovejas por las que Cristo entregó su vida. No era merecedor de esta oportunidad y privilegio. ¡Esto es gracia!
En nuestros fracasos podemos encontrar revelada y evidente la gracia de Dios. La gracia de Dios que consuela, perdona, restaura y comisiona.
No somos muy distintos a Pedro. Todos hemos tenido nuestros fracasos crasos, nuestros epic fails. Pero tenemos un Dios de gracia que en medio de nuestros fracasos nos hace encontrar su gracia inefable que nos restituye como sus hijos y sus siervos, útiles en manos de un Dios grande. Por eso este día llévate este mensaje del Señor: Hay una sola esperanza para mis fracasos: Su gracia.
No hay más. Es sólo por la gracia de Dios en Cristo Jesús que podemos tener verdadera esperanza de que aun en nuestros fracasos y las consecuencias de los mismos, Dios puede sostenernos, levantarnos, convertirnos en personas útiles en sus manos.
Nunca olvidemos que fue gracias a algo que el mundo llamó fracaso es que hoy tenemos verdadera vida en Cristo. Fue por el llamado “fracaso” de la cruz, cuando Cristo Jesús extendió sus brazos y murió. El mundo lo vio como el más rotundo fracaso. Pero gracias a ese bendito “fracaso” es que hoy podemos ser llamados Más que vencedores en Cristo Jesús por aquel que nos amó.
Sólo su gracia es la esperanza para mis fracasos. El fracaso, esa batalla interna, es un tiempo para reconocer nuestra soberbia y nuestros ídolos. Pero también es un tiempo para venir con un corazón humillado y arrepentido a sumergirnos en su gracia que es abundante e infinita en Cristo. Hay buenas noticias para los que están en Cristo, aun en sus fracasos hay gracia verdadera que sostiene, restaura y transforma para la gloria de Dios.