Guerra Espiritual: La Victoria
1 Juan 5:1-5
Intro. Antes de la era del internet, antes de Youtube, antes de Netflix, los niños de hace más de 40 años crecimos escuchando historias narradas por nuestros padres o abuelos, escuchadas en el radio o bien en discos long-play de 33 revoluciones. Recuerdo en especial, una colección de discos que tenían mis padres de la banda sonora de las películas de Walt Disney.
Aunque no vi en el cine muchas de las primeras películas, crecí escuchando de niño la banda sonora de esas películas, tales como: blanca nieves, Bambi, la cenicienta, pinocho y por supuesto, Dumbo, aquel elefantito, nacido en el circo, que tenía las orejas extraordinariamente grandes y había sido objeto de burlas y vejaciones, y en defensa de él, su madre había atacado unos muchachos, por lo que la habían encerrado.
En particular, recuerdo una de las últimas escenas de la película en la que el ratón que era amigo de Dumbo había descubierto que esas orejas de Dumbo no eran casualidad, sino que en realidad eran como alas: ¡Dumbo podía volar! Y puesto que Dumbo no lo creía, el ratón le había dado una pluma de ave y le había dicho que ésta era mágica y que con ella podía volar.
Dumbo en el acto de los payasos, debía saltar desde una plataforma muy alta y caer en un tonel de agua, y Dumbo y su amigo el ratón habían planeado ese día demostrar a todos, las capacidades aerodinámicas de Dumbo. Pero al saltar, la pluma se escapó de su trompa y Dumbo estaba pérdido, porque según él, sin la pluma, no podría volar y se estrellarían en el piso. Y recuerdo todavía el diálogo del ratón en su desesperación mientas caían de una altura increíble: “Dumbo tú puedes volar, la pluma no era mágica, tú en verdad puedes volar”.
Y cuando Dumbo cree en verdad lo que es, un elefante que tiene orejas para volar, las agita y vuela cuál ave y con toda la fama que esto implicaba, logra sacar a su madre del encierro de donde la tenían.
Esta es una historia inventada llevada al cine, pero nos pasa en la vida real, algo muy parecido. Como Dumbo, muchas veces nosotros no entendemos o no creemos lo que en verdad somos y tenemos en realidad.
Hemos estado hablando todo este mes de la guerra espiritual. Esa batalla frontal que experimentamos como creyentes en Cristo que anhelan agradar a Dios en un mundo contrario al Señor, con una cultura que se opone a la verdad de Dios, batallando en nuestros corazones con la tentación de abandonar la verdad de Dios y creer la mentira del padre de toda mentira, que es el diablo. Y esta batalla está dentro de nosotros y encuentra su campo de batalla en el corazón de cada uno de nosotros.
Y hoy cerramos nuestra serie de sermones recordando una verdad tan básica, pero tan importante del evangelio para batallar y vencer en la guerra espiritual, y ésta es: La victoria en la guerra espiritual está cimentada en lo que somos sólo por la obra y persona de Jesucristo.
En pocas palabras, la victoria en la guerra espiritual no se trata meramente de esfuerzos humanos, dominio propio o resistencia espiritual. Si bien la victoria en la guerra espiritual implica dedicación y perseverancia en la batalla, no podemos hacer a un lado la realidad de que el poder que vence al mundo no viene de nosotros mismos, sino de Dios. Por la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, hemos recibido la gracia de ser hechos hijos de Dios y de esa realidad fluye todo lo que se requiere para experimentar victoria sobre el pecado en la vida cotidiana.
A veces como Dumbo que no sabía quién era en realidad, se nos olvida también quiénes ya somos por la obra de Cristo. Y como Dumbo que no sabía que podía volar, nosotros a veces ignoramos el verdadero poder para enfrentar el pecado que ya está en nosotros en virtud de la obra de Cristo que se anuncia en el evangelio. Por eso este día queremos ir muy claros con este mensaje: La victoria en la guerra espiritual está cimentada en lo que somos sólo por la obra y persona de Jesucristo.
Para reafirmar esta verdad en nuestros corazones consideraremos fundamentalmente el pasaje en 1 Juan 5:1-5.
Quiero comenzar leyendo la aseveración tan tajante y clara que dice 1 Juan 5:3-4: 3 En esto consiste el amor a Dios: en que obedezcamos sus mandamientos. Y estos no son difíciles de cumplir, 4 porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
Dice el pasaje que si quiero saber cómo se ve el amor a Dios o si amo a Dios, lo que tengo que hacer es considerar si obedezco o no sus mandamientos. Es decir, que la obediencia a la verdad de Dios en lugar de la mentira del mundo es una evidencia de mi amor a Dios. No puedo decir que amo a Dios, si no me importa lo que dice, o lo que le agrada, o lo que ordena.
Recuerdo que cuando era niño, y como todos, desobedecía a mí mamá o hacía algo que no era correcto, después de la consabida reprimenda maternal y respectiva sanción, yo la veía en su máquina de coser trabajando y me acercaba sigilosamente por atrás y le asentaba un beso desprevenido en su mejilla. Una de sus respuestas típicas ante tal hecho era: “Hmm, Beso de judas”. (Mi madre siempre tan bíblica).
¿Qué es lo que me quería enseñar? Que están muy bien los besos y muestras físicas de afecto, pero que ella deseaba antes que todo, mi obediencia.
De manera similar, nuestra obediencia a la Palabra del Señor es evidencia de nuestro amor a Dios. Como que no sirve de mucho decir que amo a Dios, que Dios es muy importante para mí, venir y cantar cerrando los ojos y levantando las manos, si cuando llega la hora de la hora en la vida diaria, lo que Dios dice en su Palabra no es el elemento determinante en mis decisiones. Si cuando se trata de dar una opinión, no es su voz la que rige mis criterios y mis estándares, sino más bien lo que dice la mayoría en las redes sociales o algún libro de filosofía humana.
Juan dice que la verdadera manera de saber si amo a Dios es si muestro compromiso con sus mandamientos. Y agrega algo muy interesante: “Y éstos no son difíciles de cumplir”.
¿Cómo? ¿En qué mundo vives Juan? ¿Cómo es que dices que, no es difícil obedecer los mandamientos de Dios? Si precisamente allá está nuestra lucha en la guerra espiritual…¿no? Batallamos entre nuestro anhelo de obedecer a Dios y el magnetismo que tiene nuestro corazón hacia lo contrario a lo que el Señor ordena.
Pero si la Escritura está diciendo aquí que la obediencia a los mandamientos de Dios, que es la evidencia de nuestro amor a Dios, no son difíciles de cumplir, lo debe estar diciendo por algo.
Si continuamos leyendo podemos encontrar porque Juan es tan osado en decir que los mandamientos no son difíciles de cumplir.
La Escritura nos dice: v.4 “porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”. El pasaje está diciendo que la clave para que no veamos los mandamientos como algo imposible de seguir es entender la realidad de lo que ahora somos en Cristo. Y dice: El que ha nacido de Dios vence al mundo.
Si vemos las tentaciones del mundo desde la realidad de haber nacido de varón y mujer, por supuesto que podemos darnos por vencidos, estamos acabados. Lo nacido meramente de varón y mujer no puede vencer al mundo. La Biblia dice que todo ser humano sin Cristo está muerto en sus pecados y delitos, no podemos cumplir los mandamientos de Dios porque tenemos una incapacidad total innata para hacer lo que agrada a Dios, y una disposición severa de hacer lo contrario a la voluntad de Dios.
Pero las buenas noticias del evangelio son que los han nacido de Dios, no por voluntad de carne o sangre, ni de varón o mujer, sino que han nacido de Dios o por voluntad de Dios, éstos tienen una nueva habilidad para vencer al mundo.
La victoria en la guerra espiritual está cimentada en lo que somos sólo por la obra y persona de Jesucristo.
¿Qué es lo que somos ahora en Cristo? ¡Hemos nacido de Dios! Es decir, todos los que antes estaban muertos en sus pecados y delitos, pero por la voluntad y gracia de Dios, han nacido de él, por él y para él a una nueva vida en Cristo, éstos ahora tienen una capacidad que antes no tenían. Ahora pueden enfrentar al mundo con sus ideas, al mundo con sus engaños, al mundo con sus tentaciones, al mundo con sus deseos y vanaglorias, al mundo controlado por el diablo, y por haber nacido de Dios, ahora pueden vencer.
Es decir, los nacidos de Dios, no tenemos que estar viviendo constantemente derrotados por el pecado, sino debido a que hemos nacido de él y para él, ya podemos decir “no” al pecado, “no a la tentación”. Ya podemos decirle a la tentación: “No voy a permitir que destruyas mi fe, mi familia y mi futuro”. Ya no tenemos que bailar al ritmo del pecado. Ya no tenemos que obedecer al pecado y sus demandas, sino ahora, por la gracia de Dios en Cristo, puesto que hemos nacido de Dios, podemos decidir amar en vez de odiar, perdonar en vez de guardar rencor, hablar la verdad en vez de seguir engañando, edificar en vez de destruir con nuestras palabras, buscar la pureza sexual en vez de gozarnos en la inmundicia, agradecer en vez de quejarnos, confiar en vez de dudar.
No tenemos que ser como Dumbo que no sabía que podía volar en verdad. Por el evangelio que nos habla de la grandeza de la obra de Cristo, ahora podemos saber que por haber nacido de Dios en verdad podemos decir “no” al pecado en la guerra espiritual. ¡Es como que Dios nos dijera: ¡Dumbo tú puedes volar!
No es que ya no haya lucha o guerra. Al contrario, esta afirmación asume la existencia de la guerra. ¿Por qué hablar de vencer si no hay la posibilidad de ser vencido? ¡Es una verdadera batalla! Y esa lucha continuará hasta que el Señor venga de nuevo o seamos llamados a su presencia.
Pero las buenas noticias del evangelio son que algo maravilloso pasó en ti y en mí cuando nacimos de Dios. En su gracia, nos ha dado, como sus hijos, una capacidad espiritual, que no es nuestra sino viene de él, para presentar batalla frontal al pecado e inclusive crecer en victoria sobre él en las confrontaciones cotidianas.
Por eso, Juan termina ese versículo 4 diciendo: Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. Esta nueva capacidad para vencer al mundo en virtud de lo que somos ahora en Cristo por haber nacido de Dios está de alguna manera relacionada con nuestra fe. Es decir, con lo que creemos como la verdad de Dios. ¿En qué o en quién está depositada esa fe? ¿Cuál es el objeto y contenido de esa fe que es la victoria sobre el mundo?
Para responder a esto, necesitamos ver el versículo 1 de 1 Juan 5: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios, y todo el que ama al padre ama también a sus hijos.
Este versículo nos indica que lo que caracteriza a los que han nacido de Dios (y como ya vimos que éstos son los que vencen al mundo), lo que los caracteriza es que profesan fe en Jesús como el Cristo, el Mesías, el ungido de Dios.
Los nacidos de Dios no sólo tienen una nueva capacidad para vencer al mundo, sino dan evidencia clara de que creen que Jesús es el Cristo. Así que lo que nosotros vemos con nuestros ojos es a una persona que profesa fe verdadera en Jesús, es decir, que Jesús no es para esta persona un simple personaje de la historia, un buen maestro, un ejemplo de moralidad, o una buena costumbre, sino para esta persona Jesús es el Mesías, es el Cristo. No un Cristo, sino El único Cristo. No hay otro mediador entre Dios y los hombres, sino sólo Jesucristo.
Una persona que expresa su fe, no sólo de palabra sino también en acciones. Dice el pasaje, que aquel que ha nacido de Dios mostrando como evidencia su profesión de fe en Cristo, también lo muestra en el campo de batalla cotidiano en términos de amor a Dios el Padre y a los hijos de este padre celestial, es decir, al prójimo.
Los nacidos de Dios, los que vencen al mundo, profesan fe en Jesucristo, aman a Dios mostrándolo con el amor al Padre y a sus hijos, y muestran ese amor por medio de obedecer los mandamientos de Dios que no son difíciles de cumplir porque por haber nacido de Dios, tienen un nuevo corazón capacitado para glorificar a Dios en la vida diaria.
¿Nos damos cuenta entonces? ¿En dónde radica nuestra victoria sobre el pecado?
La victoria en la guerra espiritual está cimentada en lo que somos sólo por la obra y persona de Jesucristo.
Nacer de Dios es un acto soberano y una decisión de gracia de parte de Dios. No podemos provocar eso. El que nace de Dios, nace a una nueva vida en Cristo porque Dios tiene misericordia de él. La Biblia dice que nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Por eso, cuando uno ha nacido de Dios, esto se manifiesta en 1: Crees verdaderamente en Jesucristo, 2: Muestras verdadero amor al Padre que se manifiesta en amor al prójimo, 3. Muestras que amas a Dios al obedecer sus mandamientos. 4. Tienes una capacidad nueva y que viene de fuera de ti para poder decir no al pecado.
Y todo esto gracias a la obra y persona de Jesucristo, nuestro Señor.
Así que si este día con toda sinceridad puedes confesar que crees que Jesús es el Cristo, si estás genuinamente dispuesto a vivir amando a tu prójimo, si tienes una resolución valiente de seguir los mandamientos de Dios pase lo que pase, entonces, tengo buenas noticias para ti. Esto quiere decir que has nacido de Dios, y si esto es verdad…entonces, puedes enfrentar decididamente la guerra espiritual confiando en la obra y persona de Cristo para la victoria sobre el pecado. En Cristo has nacido de Dios y esto marca la diferencia entre la victoria y la derrota.
Por eso Juan en el versículo 5 de 1 Juan dice: ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? No hay otra manera de vencer en la lucha contra el pecado, sino sólo por medio de la vida y persona de Jesucristo. Nuestra fe en él es la victoria. La victoria en la guerra espiritual está cimentada en lo que somos sólo por la obra y persona de Jesucristo.
Como nacidos por la gracia de Dios, verdaderos creyentes en Jesucristo, que amamos a Dios no sólo de palabra sino en acción y amor al prójimo, peleemos con determinación la buena batalla de la fe en esta guerra espiritual.
Por eso y confiando en el Señor Jesucristo y el poder su fuerza:
Vive alerta. Estamos en tiempos de Guerra. En la Escritura somos llamados a vivir velando en todo tiempo. La batalla contra el pecado es una lucha sin tregua. No puedes bajar la guardia. No puedes confiarte. La batalla es real.
Asume tu responsabilidad. Tomemos total responsabilidad de lo que salga de nuestro corazón. Como hemos visto este mes, no podemos echarle la culpa de nuestro pecado a Dios, al diablo, a las circunstancias o a cualquier otro factor externo. Si fue pecado, salió de nuestro corazón. Por eso, seamos pronto a reconocer nuestro pecado, a arrepentirnos delante de Dios, a pedir perdón al Señor y a las personas que hayamos afectado. Ya no vivamos como si simplemente fuéramos víctimas de los pecados de otros. Asumamos nuestra responsabilidad delante de Dios y los hombres.
Disciplínate en los medios de gracia. Lee, estudia, medita y aplica la Escritura de manera decidida. Haz de la oración no un recurso desesperado, sino el oxígeno de tu día. Participa de los sacramentos como alimento para tu alma. No dejes de congregarte o reunirte con otros creyentes que son tus compañeros de batalla. No puede haber fortalecimiento si no estamos dependiendo de los medios que el Señor ha dejado para nuestro crecimiento en la gracia.
Toma medidas drásticas. Con el pecado no se juega. Jesús dijo con palabras drásticas: Si tu mano te es ocasión de caer…córtala. Por supuesto, Jesús no quiere que te mutiles el cuerpo, sino lo que quiere decir es que con el pecado y la guerra contra el pecado se tienen que tomar medidas drásticas. No sé cuál sea tu caso, pero si es una lucha en la que has estado perdiendo, toma las medidas drásticas necesarias que van a parar esas derrotas que sean el equivalente quizá a cortarse un brazo o sacarse un ojo.
Aprende a decir “No” a la primera. A veces caemos en el pecado con el que estamos luchando porque bajamos la guardia y coqueteamos con él. Es decir, bajamos la guardia y decimos, hace tiempo que no caigo en este pecado, ya puedo controlarlo. Y No mantenemos nuestra tolerancia cero. Con el pecado hay que tener tolerancia cero. Ni un pasito cerca del pecado. Todo lo contrario, con el pecado siempre es un “no” desde el principio. Ese primer pasito hacia el pecado, por insignificante que sea es el inicio de la debacle.
Rinde Cuentas. No podemos luchar solos contra el pecado. Necesitamos refuerzos. Estar rodeados de hermanos a quienes rendir cuentas de tu vida es una buena estrategia para la batalla. Siempre necesitamos el cuidado de otros, necesitamos las preguntas duras pero confrontantes. Cuidar a otros y ser cuidado por otros es parte de la vida normal de un creyente en Jesucristo que toma en serio la guerra espiritual.
Ocúpate en buenas obras. La batalla no sólo se hace en sentido negativo, es decir, diciendo “no” y “no”. Sino también se pelea positivamente, diciendo “Sí” a las buenas obras para la gloria de Dios. Los creyentes debemos estar ocupados en las obras de la luz, no en las de las tinieblas. Ocuparse en el Reino de Dios en todos los ámbitos donde estemos es fundamental para la pelea contra el mal en donde quiera que estemos. Cada vez que damos en vez de arrebatar, que escuchamos en vez de interrumpir, que cedemos en vez de imponernos egoístamente, estamos batallando contra la oscuridad y el pecado.
Esta es la guerra espiritual que libra la iglesia del Señor. Pero podemos batallar usando los recursos que el Señor nos ha dado en su Palabra, sabiendo que nuestra victoria está segura por la vida, muerte y resurrección del Señor Jesucristo que ha vencido para siempre. Jesucristo es la clave para la victoria.
Entre la primera y la segunda venida del Señor Jesús, los discípulos estamos en una guerra espiritual, que debemos con determinación e intención, en la gracia del Señor, batallar de todas las maneras posibles, hasta ese día que podamos decir con el apóstol Pablo: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado de fe, por la gracia de Cristo y para la gloria de Dios.