Recuerdo que cuando mi hijo Josué era pequeño, de cuando en cuando, entraba en “profundas” reflexiones sobre temas que lo absorbían a esa edad. Comenzaba a dilucidar qué superhéroe era más poderoso.
Recuerdo que me decía cosas como estas: “Papá, creo que Superman le gana al hombre araña porque él si puede volar en cambio el hombre araña tiene que colgarse de los edificios para avanzar”. Pero “Wolvering le gana a Superman porque se repara solo aunque lo lastiman”. Y así pasaba largos ratos de reflexión profunda, como queriendo descubrir quién era el más poderoso, el más invencible, el más indestructible de los superhéroes.
De alguna u otra manera, todos hacemos algo parecido. Como que queremos encontrar quién o qué es lo más seguro, lo más confiable, lo más poderoso, lo más sólido para depositar nuestras vidas. El ser humano busca tener esa certeza, esa seguridad de estar poniendo su vida en las mejores manos: buscamos los mejores doctores, la mejor educación, los mejores productos alimenticios, las mejores rutinas de ejercicio, los mejores consejos, en fin, queremos tener esa seguridad de estar en buenas manos.
La Epístola a los Hebreos, que hemos estado explorando todo este mes, nos habla precisamente de dónde encontrar esa certeza, seguridad, confianza, solidez, estabilidad, y nos señala que sólo la encontraremos, no en una cosa o en un lugar, o en una circunstancia, sino sólo y exclusivamente en una persona: en el Cristo supremo.
La Epístola a los Hebreos se dedica a mostrarnos que sólo es Jesucristo la persona en quien debemos depositar toda nuestra vida y confianza. Que debemos perseverar en sus enseñanzas y obedecer sus preceptos. Él es el Cristo supremo, no hay nadie como él, sólo en él debe estar depositada toda nuestra confianza.
Recordemos que los destinatarios de esta epístola estaban teniendo serios problemas de fe. Ellos habían abrazado el evangelio de Jesucristo, las buenas noticias de salvación, pero en el camino, comenzaron a escuchar otros mensajes. Estas enseñanzas les decían que había algo o alguien más que debían tomar en cuenta como autoridad en sus vidas, además de Cristo debían hacer caso a la autoridad de los ángeles, de Moisés, del sacerdocio Aarónico y otros puntos de referencia que minimizaban la persona y obra suficiente de Cristo Jesús para reconciliarnos con Dios.
En consecuencia, de estas influencias, varios de los destinatarios originales de la epístola comenzaron a abandonar el verdadero evangelio y su confianza plena y exclusiva en Cristo. Dada esta circunstancia, no es de extrañarse el lenguaje tan fuerte y las advertencias severas para los que una vez habían abrazado el evangelio y ahora lo estaban abandonando por completo. No era que habían faltado una o dos veces a la reunión cristiana, sino que estaban claudicando y negando totalmente a Cristo.
Entonces, esta epístola nos ofrece dos cosas, por un lado nos muestra la gravedad, inutilidad y futilidad de abandonar a Cristo y por otro lado, nos da razones para perseverar en él, mostrándonos su gran supremacía, su suficiencia y su maravillosa gracia para con nosotros.
Este es un mensaje que necesitamos escuchar hoy. Porque estoy seguro que en algún momento de tu vida cristiana (ya sea que tengas un mes o décadas como creyente en Cristo), ha pasado por tu mente que a lo mejor hay algo o alguien mejor que Cristo. Quizá alguna filosofía humana, quizá una enseñanza o ritual espiritual ajeno a la Escritura, quizá un estilo de vida basado en ideas humanas y cosas por el estilo. El caso es que vienen dudas a tu mente y tu fe en Jesús, tiende a debilitarse o tambalearse.
Y luego quizá hay personas en tu vida que cuestionan, que critican, que señalan tu fe en Cristo, haciéndote considerar las enseñanzas de Jesús como algo inferior a otras formas de pensamiento provenientes de la mera razón e imaginación humana. Y has considerado dejar tu caminar con Cristo o en el menor de los casos, estás desanimado.
Hay buenas noticias para nosotros que quizá estemos luchando con algo parecido a los destinatarios originales de la epístola a los hebreos. El mensaje para ellos y para nosotros es el mismo. El Cristo que era suficiente para ellos, es suficiente para nosotros. Él es el Cristo Supremo, por eso Confía tu vida en el Cristo supremo, en él lo tienes todo.
Ya para el final de la Epístola a los hebreos vamos llegando al ánimo final que el autor quiere dar a sus oyentes a quienes ha demostrado con la Escritura misma, que no hay nadie como Cristo. Y para animarlos compara la vida cristiana con una carrera.
3.86km nadando, 180.25km en bicicleta y 42.20 km corriendo, recorridos en ese orden sin interrupciones y realizado en un máximo de 17 horas. Completar la que muchos consideran la competencia de un solo día más dura del mundo tiene como premio llegar a ser conocido como un ironman.
Ya a mis 5 décadas de vida, no creo que yo llegue algún día a tener tal título o tal premio en el campo deportivo. Pero aunque no seamos grandes deportistas ni tu ni yo, si eres un creyente en Jesucristo también has sido llamado a una gran carrera. Una gran carrera que supera por mucho a la que organiza por la Ironman World Championship.
Esta carrera, como nos enseña la epístola a los hebreos, es la vida cristiana misma. Es nuestro caminar diario con Cristo hasta que le veamos cara a cara. Es vivir cada momento ante el rostro de Dios creciendo en su gracia y en su amor. Si estás en Cristo, estás en una carrera, que por su gracia, vas a concluir pero el camino será complicado. En esta carrera Dios te está convirtiendo en un ironman a semejanza de Su hijo. Y la clave para llegar a la meta en esta carrera es precisamente este: confiar en el Cristo supremo, porque en él lo tenemos todo.
Ahora bien, mantener el ritmo en esta carrera en un mundo caído no es un asunto fácil. Mantener un buen testimonio delante de las personas no siempre resulta sencillo. A veces los resultados inmediatos no parecen ser favorables o alentadores en el corto plazo, no siempre los resultados son finales felices en nuestras historias, y esto puede comenzar a desanimar a algunos de continuar manteniendo ese paso en la carrera de la fe.
Esto precisamente les estaba pasando algunos creyentes en los primeros años del cristianismo. El autor de la epístola a los Hebreos, precisamente, escribe su epístola a personas que necesitaban escuchar nuevamente las buenas noticias del evangelio porque se estaban desanimando y abandonando el camino recto de la carrera.
Después de entrar en grandes argumentos bíblico teológicos que demostraban la superioridad de Cristo y la fe en él sobre cualquier otra forma, personaje o institución del pasado en los primeros 10 capítulos, el autor de la epístola, en el capítulo 11, hace un recuento de la historia bíblica por medio de mencionar a grandes personajes que perseveraron en su fe hasta el final. Digamos que ese capítulo 11 de hebreos es el salón de la fama de los héroes de la fe. Se mencionan a los grandes: Abel, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, y la lista sigue y sigue.
Los destinatarios estaban teniendo problemas de fe y el autor prepara un desfile de hombres y mujeres de fe, que fueron grandes atletas en la carrera de la fe, pero esto sólo para preparar el camino para la presentación del atleta de atletas, del autor y consumador de la fe, nuestro Cristo supremo.
Al llegar al capítulo 12, inicia con ese conector “Por lo tanto,” para indicarnos que lo que está a punto de decir, está conectado con todo lo que nos ha dicho hasta ese punto y en el contexto inmediato, se refiere a todos estos hombres y mujeres, mencionados en el capítulo 11, que perseveraron en la carrera de fe manteniendo su vida y su confianza en el Señor Jesucristo.
Y dice Hebreos 12:1ª (RVC): “Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor…”
Esa “nube de testigos” no se refiere a las personas que nos rodean a ti y a mí en la vida cotidiana como pudiéramos pensar al darle una leída superficial a este versículo. Esa nube de testigos se refiere a los “testigos” que acaba de presentarnos en el capítulo 11 (todos los héroes de la fe). La imagen que tenemos aquí es la de un estadio lleno de gente que ha recorrido la carrera y ahora está en las gradas a nuestro alrededor.
Podemos imaginarnos como estar en la pista del estadio principal donde se realizan las competencias olímpicas. Allá estamos los que aún estamos vivos y creemos en Cristo, a punto de empezar la carrera, y a nuestro alrededor están los miles y miles de personas que en la historia bíblica han pasado por esa misma pista y llegaron a la meta por la gracia de Cristo. Ahora ellos están a nuestro alrededor, siendo testigos de la multiforme gracia de Dios en sus vidas y en las nuestras. Cada uno es un testimonio y un trofeo de la gracia de Dios. Cada uno, por gracia, se mantuvo firme hasta al final con un carácter aprobado para la gloria de Dios.
Y con esa imagen en mente, la palabra de Dios, nos da tres instrucciones a todos los que aún estamos en la pista. Nos da tres acciones que debemos emprender para perseverar en la fe creciendo en la gracia y el amor de Cristo. Tres acciones para aquellos a quienes Dios está llevando al final de la carrera.
Como dice, “nosotros también”, al igual que aquellos que ya están en las gradas como testigos de la fidelidad del Señor, debemos ser diligentes en cumplir estas tres acciones:
Lo primero es DESPOJARSE DE LO QUE ESTORBA. Mira como dice Hebreos 12:1b RVC: “liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia”.
Todo corredor sabe que para ir con mayor velocidad tiene que llevar sobre sí, el menor peso posible. Siempre me ha asombrado ver lo delgados que son los corredores de maratones. Mientras menos peso lleves más rápido avanzas.
El peso no nos permite avanzar. Como le pasó a un pobre poni que conocí en la niñez. Resulta que nos llevaron a un circo que tenía como atractivo a sus afueras un carrusel de ponis reales. Tendría como unos 8 o 9 años. Nos distribuyeron a todos en nuestros respectivos caballitos. A mi me dejaron al último. Y yo desde que nací con 5 kilos, nunca me he recuperado del todo, ya se imaginan lo que pensé cuando me indicaron que mi poni sería el más pequeño de todos. (Y no me imagino lo que pensó el poni cuando me vio caminando hacia él). Me subí y llegó el momento de avanzar en el carrusel, pero mi poni no se movió para adelante, sino para abajo. No pudo avanzar, el peso excesivo sobre él no le permitió dar un solo paso.
El peso no nos permite avanzar. ¿En nuestra fe cristiana cuál es el peso que no te permite avanzar en esta carrera y correr con mayor agilidad? El pasaje dice que nos despojemos del pecado que nos asedia. El pecado es lo que nos estorba. Entonces, la primera acción para mantenerte firme en la carrera un carácter aprobado es precisamente abandonar, alejarse, despojarse, destruir, apartar de nuestras vidas el pecado.
No se cuál es tu lucha específica. No se cuál es el pecado en particular con el que más batallas. La Biblia nos dice que hagamos todo lo necesario para abandonar, apartarnos, alejarnos de él. No esperemos más. Hoy es el momento para dar pasos concretos en esa dirección. Despojémonos de lo que estorba.
Pero la Palabra nos insta a realizar una segunda acción. No basta sólo con dedicarte a despojarte del lastre sino debes seguir corriendo hacia adelante, es decir: CORRER CON PACIENCIA. Dice el versículo 12:1c: “Y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.
La Biblia es realista. Esta carrera, esta vida, no será nada fácil y rápida. La vida cristiana no es una carrera de 100 metros, sino un maratón. Por eso, la Escritura nos adelanta que necesitaremos paciencia y perseverancia.
¡Cuánto paciencia nos falta…¿verdad?! A las primeras dificultades, comenzamos a decir, “ya no puedo más”; “esto es demasiado”, “mejor regreso a mis formas y maneras de antes”, “para qué seguir obedeciendo a Dios, si me va peor ahora”, “esta situación nunca va a cambiar”.
La Biblia nos advierte que esto será un largo proceso y que necesitamos continuar corriendo aunque no se vea el resultado positivo inmediato. Que debemos seguir corriendo hacia adelante aunque las cosas no parezcan estar saliendo como se supone que deberían; que debemos seguir corriendo aunque vayamos por el camino secándonos las lágrimas; que debemos seguir corriendo con paciencia como lo hicieron la grande nube de testigos que dan fe de que la carrera sí tiene un final, de que Dios sí cumple sus promesas, de que Dios es fiel y completará todo lo que ha comenzado.
Todos estos testigos parecieran estarnos diciendo cuando estamos agotados y a punto de tirar la toalla: “sigue corriendo, sigue adelante, confía en Cristo, sigue el camino trazado, Dios es fiel”.
¿Estás desanimado en la carrera? ¿Estás a punto de tirar la toalla? Recuerda, esta carrera sí tiene un final.
Florence Chadwick, fue la primera mujer que nadó el Canal Inglés ida y vuelta. El 4 de Julio de 1951 hizo su primer intento. Pero hubo neblina durante el recorrido y no podía ver la costa. Desistió de su esfuerzo después de 15 horas en el agua y estando a media milla de la meta. Le dijo a un reportero: “Mire, no es por buscar una excusa, pero si hubiera podido ver la costa tal vez lo hubiera logrado”. Más adelante lo volvió a intentar, nuevamente hubo niebla, pero concluyó la carrera porque se mantuvo pensando que la costa estaba allí esperándola.
Mis hermanos, somos llamados a correr esta carrera con paciencia, la carrera si tiene un final, muchos testigos han llegado a la meta. No te canses de hacer el bien, no desistas de tu enfoque en el camino de Cristo, no dejes avanzar pase lo que pase.
Debemos abandonar lo que estorba y seguir corriendo con paciencia. Pero hay una tercera acción que se nos presenta en este pasaje para perseverar en la fe y es PONER LOS OJOS EN JESUS. Mira lo que dicen los versículos 2-3: Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen.
Aquí está la idea central del asunto. Lo importante es no perder de vista al más importante. Es no quitar los ojos de encima a Jesús.
¿Por qué Jesús?
Jesús es el autor y consumador de la fe. Jesús es el atleta por excelencia. Jesús es el que origina, ejemplifica, consuma y perfecciona la fe. Si te asombran las cosas logradas por los héroes de la fe mencionados en el capítulo 11, espera a que conozcas al “autor y consumador de la fe”. No hay otro como él. Nosotros corremos acompañados. Jesús corrió solo. Nosotros seguimos un camino ya trazado. Jesús abrió con sus pasos el camino, él llegó a donde ningún otro pudo llegar. Él llego a reconciliar al hombre con Dios.
Jesús soportó la cruz. El es un atleta experimentado. Jesús tenía una meta: el gozo de la salvación para los suyos. Y estuvo dispuesto, con tal de lograr esa meta, a soportar la muerte de cruz y la vergüenza que conlleva siendo inocente. Sufrió la cruz, los clavos, la asfixia, la sangre perdida, la muerte lenta y penosa. Esa muerte estaba reservada para lo peor de lo peor, para los peores criminales. Pero el la soportó porque vino hacer y cumplir la voluntad de su Padre y con ese meta en mente continuó corriendo esa carrera difícil y tortuosa hasta exclamar: “consumado es”.
Jesús concluyó la carrera. Se sentó a la diestra de Dios. No se quedó colgado en la cruz, sino al tercer día resucitó y ascendió al cielo, se sentó en su trono a la diestra de Dios, sobre todo principado, nación, pueblo o lengua, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre. Jesús garantiza que los que se identifiquen con él por medio de la fe, concluyan también la carrera.
Por todo esto, debemos fijar los ojos en Jesús. Confía tu vida en el Cristo supremo, en él lo tienes todo.
Recuerdo la carrera de relevos femenil en un campamento juvenil al que asistí en mis años mozos. Desde el primer relevo tenía nuestro equipo amplia ventaja, así que el último relevo la tenía muy fácil. Con mucha comodidad, la última chica tomó la estafeta y comenzó correr.
Nosotros detrás de la meta, ya celebrábamos la victoria porque a todas luces se veía que iba a ganar. En los últimos metros antes de llegar a la meta, a nuestra corredora se le ocurrió mirar hacia atrás para ver cuánta ventaja llevaba sobre su contrincante más próxima, al regresar la mirada al frente, no se percató de una roca en el camino y se tropezó y cayó de una manera muy aparatosa. A los pocos segundos, mientras ella estaba todavía en el suelo, las demás corredoras llegaron a la meta y nuestro equipo quedó en el último lugar. Por haber desviado la mirada de la meta, se tropezó y cayó.
La Biblia nos dice: Pon tu mirada fija en Cristo. No mires ni de reojo a nadie más que a Cristo y con esto podrás seguir corriendo con paciencia de las dificultades, los pesares y los sufrimientos. Pon tu mirada de fe sólo en Cristo y no te desanimarás ni desmayarás.
Hermanos, correr en esta carrera no es algo sencillo, pero en la gracia de Cristo podemos ser diligentes en despojarnos de lo que estorba, seguir corriendo con paciencia y poner nuestra mirada fija en el autor y consumador de nuestra fe, dependiendo de él cada día y confiando en su obra y poder que nos llevará a la meta puesta delante de nosotros.
La vida cristiana es esta carrera y tú y yo estamos seguros con nuestro gran Señor y maestro. Por tanto, corramos, corramos, corramos para la gloria de nuestro buen Padre Celestial, confiando nuestras vidas en el Cristo supremo, porque en él lo tenemos todo.