Hoy es domingo de Resurrección y la iglesia cristiana celebra los hechos históricos que marcaron la diferencia para siempre en la vida de aquellos primeros testigos que encontraron el sepulcro vacío, y entonces todo tuvo sentido. La confusión que habían tenido algunos días atrás se fue disipando por la contundente realidad de que el Señor Jesucristo estaba vivo.
De manera tradicional, entonces en este día se acostumbra confirmar la fe diciendo en forma litúrgica: ¡El Señor ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Pero este sentido celebrativo que experimentamos hoy que nos hace reunirnos incluso tan temprano para adorar no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que los discípulos no se sentían, así como nos sentimos hoy, (contentos, alegres, festivos) sino se sentían totalmente desolados y desconsolados.
Tres días después de la crucifixión, nos relata el evangelio de Lucas capítulo 24 a partir del versículo 13, dos de los discípulos estaban caminando una distancia de aproximadamente unos 11 kilómetros desde Jerusalén hacia un pueblo llamado Emaús.
Nos relata el evangelio que un desconocido, al menos ellos no lo reconocieron en ese momento, los alcanzó, escuchó lo que estaban discutiendo e intervino en la conversación. Se trataba del mismísimo Jesucristo, a quién habían sepultado hacía algunos días.
Él les preguntó qué era esto que estaban discutiendo entre ellos, y ellos extrañados de que esta persona no estuviera enterada de los acontecimientos que habían cimbrado a toda la ciudad de Jerusalén los últimos días, le contestaron en Lucas 24:19 en adelante, con un tono de profunda tristeza:
—Lo de Jesús de Nazaret. Era un profeta, poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo. 20 Los jefes de los sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para ser condenado a muerte, y lo crucificaron; 21 pero nosotros abrigábamos la esperanza de que era él quien redimiría a Israel. Es más, ya hace tres días que sucedió todo esto.
Por sus palabras podemos notar que estos discípulos estaban completamente desconcertados, decepcionados, tristes, desanimados. Habían pasado tres años de sus vidas siguiendo a este Jesús de Nazaret en quien habían abrigado la esperanza de que era el redentor de Israel, de que era el Cristo, el Mesías prometido, el que liberaría a Israel de sus enemigos.
¿Te imaginas? Hacía tres días que habían enterrado todas sus esperanzas, habían enterrado tres largos años de sus vidas habiéndolas invertido en lo que se visualizaba como un decepcionante fraude más.
¡Con razón se encontraban en ese estado de ánimo! Porque ellos lógicamente habían concluido en esta verdad: ¡Un Cristo muerto para nada sirve!
¡Así es! De nada servían las experiencias tan emocionantes que habían pasado, los portentos que habían presenciado, las enseñanzas maravillosas que habían escuchado. Si Jesucristo estaba en ese sepulcro, todo había sido una decepcionante e indeseable farsa. ¡Un Cristo muerto para nada sirve!
Por esto también el apóstol Pablo dice en Corintios que si Cristo no resucitó, nuestra fe es total y absolutamente vana, inútil. El cristianismo se derrumba o se sostiene dependiendo de este hecho: ¿Cristo está muerto o está vivo? Lo que sea la verdad determinará el sentido de nuestra fe y nuestras vidas.
La respuesta de aquel, hasta ese momento, desconocido del camino, comenzó seguramente a ubicarlos un poco:
Lucas 24:25-27: —¡Qué torpes son ustedes —les dijo—, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Cristo estas cosas antes de entrar en su gloria? Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Este desconocido le habló con mucha familiaridad y osadía, y con toda autoridad, pero ni aun así le reconocieron. Les habló a su corazón incrédulo, mostrándoles en toda la Escritura (La ley y los profetas) todo lo que ésta hablaba de él, que era y es el Cristo Supremo, el Cristo vivo.
Un poco después al llegar al pueblo al que iban y sentarse a la mesa con este desconocido, pudieron por fin entender con quién habían estado hablando todo este tiempo y se dieron cuenta de que no había razón para seguir tristes y escondidos, sino que ahora, puesto que Jesucristo estaba vivo, las cosas serían diferentes.
Ellos dijeron: —¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lucas 24:32) Esa flama encendida de la esperanza real y eterna se había vuelto a encender porque habían visto a Jesús de Nazaret, lleno de vida y todas las cosas cobraban sentido ahora. Porque un Cristo vivo cambia todas las cosas.
Cuando por fin lo reconocieron, Jesús desapareció de su vista, y en ese mismo momento ellos regresaron a Jerusalén sin importar los peligros posibles de camino porque tenían algo muy importante que comunicar a los demás discípulos. Cuando llegaron a donde estaban los demás les contaron y dijeron: ¡Es cierto aquello que nos dijeron las mujeres que fueron al sepulcro hoy en la mañana! ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado! Y sus vidas ya jamás serían las mismas…porque un Cristo vivo cambia todas las cosas.
La realidad de la resurrección de Cristo es una de las columnas principales del cristianismo. Esta realidad le da sentido a todo lo que creemos y vivimos. Si Cristo no resucitó en verdad, toda la pasión y muerte de Jesucristo, es nada más la muerte de un pobre hombre que se sacrificó vanamente por nada.
Pero la iglesia de Cristo se ha aferrado a esta realidad histórica y ha confiado en el Cristo supremo que al tercer día se levantó de entre los muertos y vive para siempre, y es nuestro Sumo Sacerdote, Nuestro sacrificio eficaz una vez y para siempre, es la revelación máxima de Dios para con el hombre y es nuestro rey que se ha sentado a la diestra de la majestad como el rey de reyes y señor de señores.
Por eso, en la epístola a los hebreos que hemos estado considerando todo este mes, encontramos ese urgente clamor para que la iglesia no abandone la fe en el Señor Jesucristo. Hacerlo es algo absurdo, impensable, porque Jesús es supremo en todo. Y ya llegando a las partes finales de la epístola se comienzan a considerar los aterrizajes concretos para esta comunidad de fe en la que algunos estaban considerando abandonar al cristo vivo.
En particular el capítulo 10 versículo 19-20 nos dice: Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo;
Aquello que era inaccesible, aquello que era prohibido, aquello que no era posible, el sacrificio de Jesús, lo hizo posible. Nos da plena libertad para entrar al lugar más impensable: Al lugar Santísimo, al lugar al que sólo un hombre una vez al año podía entrar, no sin antes haber hecho purificación por sus propios pecados. Pero Jesús nos abrió ese camino cuando su cuerpo fue partido por nosotros como lo fue esa cortina cuando él murió. Lo que separaba a los hombres de Dios fue retirado porque Cristo murió por los pecados.
Pero ese camino es calificado como nuevo y VIVO. Porque Jesús no sólo murió sino también resucitó. ¡Él está vivo! Por su muerte y resurrección nos ha hecho libres para acercarnos a Dios y tener comunión con él.
El Versículo 21 de hebreos 10 sigue diciendo: “Y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios”. No sólo Jesús nos abrió el acceso con su sacrificio y resurrección, no sólo destruyó la barrera que se interponía entre nosotros y Dios, sino que es nuestro sumo sacerdote, nuestro gran sacerdote que entró al lugar santísimo y mira que hizo: Versículos 12-14 (hebreos 10):
Su obra fue completa. No se sacrificó y quedó muerto, sino porque vive para siempre se ha sentado a la derecha de Dios. El sacrificio ofrecido por nuestro sumo sacerdote Jesucristo puso fin a los sacrificios. Ya no hay más sacrificio por el pecado. Su sacrificio presentado delante de Dios ha hecho plenos, completos, perfectos, sin que falte algo respecto a la justicia de Dios, a los que salvó con su muerte y resurrección.
En Cristo, estamos completos respecto a la justicia de Dios. En Cristo exentamos el examen; en Cristo llenamos los requisitos; en Cristo no nos falta nada, tenemos el peso completo. Esto es maravilloso. Por su sangre, tenemos libre acceso al Padre y tenemos un sacerdote vivo cuya ministración nos ha hecho completos y plenos para estar delante de la presencia de Dios (y no morir eternamente).
Por eso de estas verdades se desprenden aplicaciones ineludibles como dicen los versículos inmediatos (22-25) de este capítulo 10 de Hebreos.
En virtud de la obra de Cristo, del cristo que murió y resucitó al tercer día, hay una aplicación vertical y una aplicación horizontal. Hay una aplicación que tiene que ver con tu relación con Dios y otra que tiene que ver con tu relación con el prójimo. Las dos son inseparables y son interdependientes.
La primera es que en virtud de la obra de tu sumo sacerdote y el acceso que te abrió ante la presencia del Padre, puedes acercarte a Dios con un corazón sin doblez y un corazón de fe. Mira como dicen los versículos 22 y 23: Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa.
No tengas miedo de acércate a Dios. Si tienes un corazón sincero y has sido purificado por dentro y por fuera con la obra de Cristo por Su gracia. sigue acercándote con una fe firme en las promesas de Dios porque él es fiel y no cambiará de parecer al último momento.
En pocas palabras, afianza tu relación con Dios. Sigue creciendo en la fe del Señor Jesucristo. No des marcha atrás. Has entrado hasta su presencia por el camino nuevo y vivo que nos abrió Cristo a través de su ministración como nuestro sacerdote, no dudes, no vaciles, sigue aferrado a la esperanza que hay en Cristo Jesús a través de todas las dificultades de la vida.
Así que si este día estabas como vacilante en tu relación con Dios, te animo que consideres la obra de tu sumo sacerdote y su sacrificio eficaz, del Cristo vivo que transforma todas las cosas y afirmes con toda convicción y fe tu relación con Dios. Él está cercano porque el Hijo lo hizo cercano.
Pero hay una segunda aplicación muy importante, y ésta tiene que ver con nuestro prójimo. Los versículos 24 y 25 dicen: Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca.
Aquellos cuyos pecados han sido perdonados, aquellos a quienes representó este sumo sacerdote, aquellos para quienes ha hecho eficaz su sacrificio delante de Dios, han sido incluidos e insertados en una comunidad de gracia, han sido incluidos en la iglesia del Señor.
En esta comunidad que es la iglesia se vive en conexión unos con otros. Se vive interesado en el bien los unos de los otros. Por eso es necesario que de manera intencional busquemos animar y ser animados para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Es necesario seguir reuniéndonos como familia para adorar a nuestro Dios.
El Cristo vivo con su muerte y resurrección ha conformado una comunidad. Y esta comunidad vive intencionalmente procurándose, animándose, exhortándose unos a otros.
Como vemos en el pasaje, desde esos tiempos, había personas que pensaban que podían vivir el cristianismo en solitario, aislados de la comunidad de fe. Pero este pasaje deja clara la importancia y lo vital que es congregarse con otros creyentes y ser intencionales en animarse, exhortarse, apoyarse y amarse unos a otros.
No dejes de congregarte, no dejes de estar preocupado e interesado por animar a tus hermanos y ser animado por ellos para ser cada vez más semejantes a Jesús. Necesitas a la iglesia y la iglesia necesita de ti. En pocas palabras, afirma tu relación con tus hermanos. Consolida bíblicamente tu relación con otros creyentes. Esto es vital para tu crecimiento en la relación gloriosa con Dios que Jesús te procuró con su vida, muerte y resurrección.
El pasaje de hebreos 10:25, pone como punto de apremio para practicar todas estas cosas, como animarse, exhortarse y congregarse, el hecho de que “Aquel día se acerca”. ¿De qué día estamos hablando? Del día en el que nuestro Cristo vivo regrese a la tierra.
Un cristo muerto no puede regresar a ningún lado. Pero un Cristo vivo transforma todas las cosas y da sentido a nuestra fe y a nuestras vidas.
En la ciudad de Jerusalén está un sitio tradicional conocido como el Santo Sepulcro, porque la tradición dice que allí fue sepultado el Señor. Para dar un pequeño y rápido vistazo hacia el interior de ese sepulcro tienes que hacer una fila como de dos horas. El año pasado tuve la bendición de estar en Jerusalén, y teníamos la opción de hacer la fila para verlo y decidimos no hacerlo. Porque al final de cuentas ya sabía qué iba a ver: una tumba vacía.
Porque Cristo no está muerto, sino ha resucitado. Y este Cristo vivo cambia todas las cosas. Un Cristo muerto no puede regresar, pero un Cristo vivo, nuestro Cristo supremo, regresará un día como el rey de Reyes y Señor de señores, y ante él se doblará toda rodilla de los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.
Por eso este día, reafirma tu fe, reafirma tu vida, reafirma tu convicción, porque el Cristo que habló con esos discípulos confundidos y decepcionados camino a Emaús, es el mismo que reina hoy y para siempre. Y que nuestros corazones ardan cuando escuchemos su Palabra y sigamos su dirección hasta el día que le veamos cara a cara, viniendo a consumar su reino. Porque un Cristo muerto para nada sirve, pero un Cristo vivo transforma todas las cosas.