Un día estaba saliendo de la oficina para irme a la casa cuando en la entrada de las instalaciones me encontré a una mujer desconocida. Esta mujer me relató la historia de que su hijo estaba muy enfermo y que le iban a hacer un estudio en el hospital neuropsiquiátrico y para ello estaba solicitando ayuda económica.
Le hice unas cuantas preguntas para entender mejor la situación y pues lo que requería para el estudio era una cantidad que estaba dentro de mis posibilidades.
El estudio se realizaría, supuestamente, al día siguiente a las 6 de la mañana, así que le dije: mire, lleve a su hijo al lugar, yo me presentaré a esa hora y pagaré la cuenta para que atiendan a su hijo.
La persona pareció estar de acuerdo, me agradeció y se marchó. A la mañana siguiente, tuve que hacer arreglos familiares para modificar la rutina cotidiana y me presente muy temprano al lugar y espere en la puerta del edificio para poder encontrar a la mujer y a su hijo.
Y pasaron 5, 10, 15, 30, 45 minutos y ni rastros de la persona. Cuando ya casi había pasado una hora de espera, me animé a entrar a la recepción del lugar y preguntar si estaba programado un estudio para un niño en esa mañana y la respuesta que me dieron es que en ese lugar no se hacía dicho estudio.
Y tengo que decir con tristeza, que este no ha sido un caso aislado en cuanto a personas desconocidas que se acercan a la iglesia para pedir ayuda. Definitivamente, experiencias como estas te desaniman a ayudar o pensar en las necesidades materiales de otros.
¿Por qué querer ayudar a los necesitados? ¿Por qué involucrarnos en buscar el mejoramiento de la vida de la comunidad a nuestro alrededor? ¿Cómo involucrarnos como cristianos para que la calidad de vida de las personas en nuestras comunidades sea mejor, más justa, más equitativa, más digna? ¿Cómo contribuir para que haya paz y tranquilidad en nuestro vecindario, ciudad y país?
Tantas preguntas que tienen que ver con asuntos de justicia y misericordia, que es nuestra nueva serie de sermones. Este mes estamos reflexionando en nuestro papel como cristianos para procurar la justicia a nuestro alrededor y la práctica de la misericordia hacia el necesitado, el desposeído, el enfermo, el abandonado, el débil, el vulnerable. Esperamos que nuestras reflexiones bíblicas nos lleven a acciones santas para la gloria de Dios.
La semana pasada hablamos de ¿Por qué hacer justicia y misericordia? Y hoy nos abordaremos el tema del amor al prójimo o de quién es mi prójimo. Podría parecer muy obvio, pero no es tan así.
Tenemos que reconocer que como Iglesia evangélica estamos a penas en pañales en estos temas. A penas comenzamos a tener un poco más de conciencia de la importancia de invertir nuestras vidas, recursos y tiempo para procurar una vida mejor para nuestra ciudad y aliviar las necesidades materiales y físicas de otros.
Considero que hay conceptos errados que han retrasado el desarrollo de estas áreas dentro de la iglesia evangélica en México. Uno de ellos es ver a la persona de acuerdo con un dualismo antropológico. Es decir, se considera que la persona es realmente el aspecto espiritual de ella y lo material es, en el mejor de los casos, accesorio o secundario. Lo importante es que se salve su alma, aunque se muera de hambre. Pero la Biblia nos lleva a ver a la persona de manera integral. La persona está perdida toda ella…cuerpo y alma. Y la salvación es plena, en cuerpo y alma.
Así que los aspectos materiales de la persona también son importantes y dignos de ser atendidos, como lo son la salud, el cobijo, la alimentación, el empleo, etc.
Este concepto errado acerca de la persona nos lleva al segundo error práctico de dar atención, como iglesia y como cristianos particulares, a lo que consideramos lo espiritual dejando de lado lo que consideramos material o físico en nuestra comunidad. Es decir, nos abocamos a los medios de gracia, a la evangelización, al culto litúrgico y dejamos de lado el interesarnos en el bienestar social de nuestras comunidades, en las necesidades materiales y físicas de la gente a nuestro alrededor, en los asuntos de injusticia social y de atropellos a la dignidad de los seres humanos a nuestro alrededor.
Pero debemos recordar que no podemos dividir entre lo secular y lo sagrado, sino todo está en el campo de lo sagrado y nuestro involucramiento como cristianos en el mundo es de ser luz donde estemos y ser sal donde el Señor nos ponga. Tenemos mucho que hacer en nuestra sociedad influyendo con los valores del reino de Dios en la tierra.
En fin, por estos conceptos errados y por las prácticas o apatía sobre este respecto que acarrean en nosotros, se hace necesario preguntarnos, ¿Cómo hemos de amar al prójimo? ¿Quién es mi prójimo? ¿Cómo ser un buen prójimo?
Para reflexionar al respecto me gustaría ir a un episodio de la vida de Jesús registrado en el evangelio de Lucas 10:25-35 donde Jesús respondió justamente esa pregunta: ¿Quién es mi prójimo?
Dice el Evangelio de Lucas 10:25: En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: —Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
Lo primero que notamos al inicio de esta historia es que la persona que se acerca a Jesús es un experto en la ley o un escriba. Estas eran personas que se dedicaban a estudiar día y noche la ley de Dios, con rigor y disciplina inimaginable. Pero vemos que este escriba no se acercaba a Jesús con una buena intención. No quería saber en realidad la respuesta a sus interrogantes, sino lo que buscaba era poner a Jesús en una situación en la que dijera algo que pudiera usarse en su contra, ante las cortes judías.
La pregunta que le hace a Jesús es una pregunta muy básica y con la apariencia de sinceridad por tener connotaciones personales: ¿Qué debo hacer para tener vida eterna? Creo que todo creyente sincero se ha hecho esta pregunta y quién mejor que Jesús para responderla.
La respuesta de Jesús, muestra su gran sabiduría, y en vez de responderle la pregunta, él le hace una pregunta al escriba. Una pregunta que lo pone a salvo de caer en la intención tramposa del escriba. Le dice: ¿Qué dice la ley al respecto?
El experto en la ley, queda desarmado de su intención tramposa, al tener que contestar lo que era a todas luces la respuesta a su pregunta: Y le dice en Lucas 10:27: —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Jesús mismo, en otra ocasión, había citado este pasaje de la ley de Moisés para responder a otro hombre que buscaba también meterle una zancadilla cuando le pregunto cuál era el mandamiento más importante de toda la ley.
No hay nada más importante para el ser humano que amar a Dios y amar al prójimo. El amor a Dios y el amor al prójimo van de la mano. La Biblia enseña que el amor a Dios se mide en cuanto amo a mi prójimo, porque si yo digo que amo a Dios pero aborrezco a mi prójimo estoy siendo un mentiroso. Porque cómo puedo decir que amor a Dios a quien no veo, si aborrezco a mi prójimo a quien sí veo.
Entonces, aquel que quiere saber qué es lo más importante como principio rector de la vida tiene que aterrizar en esta instrucción divina, de amar a Dios con todo lo que soy y amar a mi prójimo como a mí mismo.
Jesús le responde al escriba tramposo: Bien haz dicho. Haz esto y vivirás. La respuesta de Jesús es parca. Querías saber qué debes hacer para tener vida eterna…tú mismo lo haz respondido porque lo sabías ya, sólo tienes que hacerlo y lograrás lo que deseas.
Aquí nos tenemos que detener a pensar que si esta es la forma o el requisito para tener vida eterna, entonces estamos acabados. Porque ¿quién puede por sí mismo, en sus propias fuerzas, en sus propios recursos, amar a Dios perfectamente y amar a su prójimo intachablemente? Levante la mano.
Tenemos un gran problema porque la Biblia enseña que no hay nadie en toda la tierra que pueda hacer esto por sí mismo. Se requiere una obra de gracia de parte de Dios para que seamos habilitados para buscarle y amarle con todo nuestro corazón y en consecuencia de esa relación de gracia, podamos abrir nuestro corazón al prójimo, alejándonos de nuestros orgullo y egoísmo que nos son tan naturales.
El escriba debía haberse ido de ahí muy compungido no sólo por haber fracasado en su intento fallido de hacer caer a Jesús, sino sobre todo reconociendo que por sí mismo no podría ser salvo o tener vida eterna, y humildemente reconocer su necesidad de la gracia de Dios.
Pero en vez de eso, siguió montado en su orgullo personal y en su autojusticia, y en vez de reconocer su necesidad y su bancarota quiso evadir el peso de la responsabilidad aduciendo que ignoraba quién era su prójimo. Dice Lucas 10:29 Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo?
Intentó desviar la atención de sobre sí mismo hacia un intento de duda acerca de un tecnicismo. ¿Quién es mi prójimo? Este mandamiento venía de la ley, y él era un experto en la ley. Por supuesto que sabía quién era su prójimo. Y es interesante que Jesús no le contesta nuevamente su supuesta duda. Al contrario, le habla de lo que necesita su corazón escuchar en verdad.
Porque el escriba le preguntó a Jesús, ¿Quién es mi prójimo? Pero Jesús con la historia que le cuenta a continuación y la pregunta que le hace al final, no le responde su pregunta. En vez de aclararle a quien debe considerar su prójimo, le enseña cómo ser un buen prójimo. Es decir, el amor al prójimo no se puede evadir, racionalizar o evitar. El amor al prójimo es algo que debemos practicar. Entonces, en vez de distraernos con la pregunta de quién es mi prójimo, más bien debemos enfocarnos en ser un buen prójimo para las personas a nuestro alrededor.
Porque la pregunta final de Jesús fue: Lucas 10:36 ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
La pregunta del escriba fue ¿Quién es mi prójimo? Y le recalcaron o le respondieron con la historia, la pregunta ¿Quién fue un verdadero y buen prójimo para el necesitado?
Y creo hermanos que esto es también lo que nosotros debemos escuchar hoy. Si somos creyentes en Cristo, si hemos recibido la gracia de Dios, entonces, no nos tienen que convencer mucho de practicar la justicia y la misericordia porque hemos recibido el gran regalo de una relación con el Señor, en la que Cristo nos ha reconciliado con Dios a través de su vida, muerte y resurrección. El trato que hemos recibido de parte de Dios, es aquel que debemos procurar, consecuentemente, hacia las personas que nos rodean.
Si hemos sido amados por Dios, debemos también amar al prójimo. Por eso, digo que no nos tienen que convencer de que amemos al prójimo, más bien, como el escriba, necesitamos perfeccionarnos en ese amor al prójimo. Necesitamos que nos enseñe Jesús cómo ser un buen prójimo.
Jesús a continuación le relata al escriba una historia que es conocida como la parábola del buen samaritano, quisiera sugerir que es mejor nombrarla hoy la parábola del buen prójimo. Porque precisamente eso nos enseña. ¿Quién es un buen prójimo?
Jesús inicia su relato diciendo en Lucas 10:30 —Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto.
El camino de unos 28 kilómetros entre Jerusalén y Jerico era conocido por su peligrosidad en cuanto asaltos porque la geografía se prestaba para ello. Así que no debió sorprender a los oyentes de Jesús que éste camino fuera el escenario de la historia. Tampoco fue de extrañeza que a un hombre lo asaltaran y lo dejaran en medio del camino. O sea, este era un caso muy probable de realmente suceder, esto añadía a la historia pertinencia para los oyentes.
Y ahí abandonado, casi muerto, estaba este hombre judío en medio del camino. Primeramente, aparece un sacerdote por el sendero y cuando ve al hombre tirado, en vez de acercarse se alejó lo más que pudo. Seguidamente, aparece en escena un levita, que imita en todo al sacerdote y pasa de largo sin atender al hombre.
En este punto de la historia, la tensión ha crecido a su punto más alto. Un hombre en gran necesidad, despojado de todo, de sus pertenencias, su dignidad y casi su vida. Y dos personajes que por su envestidura uno pudiera suponer que serían más sensibles a las necesidades de la gente en apuros, o más dados a cumplir la ley de Moisés que decía que amaran a su prójimo. Pero lo que encontramos, es que ni siquiera se acercan a corroborar que estuviera vivo, sino se alejan indiferente e indolentemente de esta persona en necesidad.
Pero a continuación en la trama dramática surge un revés inesperado. Aparece en escena un personaje que su sola mención debió haber dejado revuelto el estómago de la audiencia judía. Aparece un viajero samaritano. Quiénes eran los samaritanos. Los samaritanos eran un pueblo que tenía raíces judías, pero que se habían mezclado con otros pueblos que eran paganos, así habían hecho un pueblo mezclado no sólo en lo racial sino también en lo étnico y religioso. Los judíos, entonces, no consideraban a los samaritanos como gente respetable ni digna y no tenían tratos con ellos. Decir samaritano era casi un insulto en una boca judía.
Pero es precisamente este personaje indeseable para los judíos el que demuestra dar una lección de lo que significa ser un buen prójimo. Y aquí quisiera que aprendamos de sus acciones lo que significa ser un buen prójimo.
Primero un buen prójimo está dispuesto a romper convencionalidades sociales para ayudar al necesitado. En Lucas 10:33 dice: Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él.
La aparición de este personaje estaba rompiendo todo estereotipo, toda convencionalidad y tradición cultural. No era posible, para la mentalidad judía, que un samaritano fuera capaz de ser sensible a la necesidad y compadecerse de alguien. Los samaritanos eran considerados los peor de lo pero y estaba teniendo compasión de un judío, que quizá si hubiera sido al revés, ni siquiera lo hubiera mirado.
Para ponerlo en contexto moderno es como si resultara que en una historia el narcotraficante fue el que mostró mayor calidad humana que un Pastor o Anciano de la Iglesia.
El buen prójimo está dispuesto a arriesgas cruzar las fronteras de la convencionalidad, de lo que siempre se ha hecho, de lo que la gente culturalmente esperaría, con tal de ayudar a la necesidad de una persona en desgracia.
Segundo, el buen prójimo está dispuesto a ensuciarse las manos al ayudar. Dice Lucas 10:34a Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó.
Este hombre bajó de su cabalgadura, tomó remedios para aliviar el dolor del necesitado, remojó sus manos en vino y aceite y manchó sus manos con sangre del herido. No tuvo reparo en usar sus manos para ayudar en la necesidad del prójimo.
¿Qué es más fácil? Abrir la bolsa y dar un billete o inclinarme y lavar el cabello a un indigente que está sucio y hediondo. Por supuesto, ambas cosas se necesitan, pero la pregunta para evaluarnos nosotros mismos es pensar qué tan dispuesto estoy a ensuciar mis manos al ayudar al prójimo.
Tercero, el buen prójimo está dispuesto a sacrificar su comodidad. Dice Lucas 10:34b Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.
El samaritano modificó su plan de viaje. Puso a un lado lo que le convenía y deseaba y antepuso los intereses y necesidades de aquel hombre. Muchos de nosotros nos hubiéramos conformado con curar sus heridas y dejarlo allí, si al caso localizar a sus parientes para que fueran a buscarlo. Pero este hombre, estuvo dispuesto a caminar, a atrasar sus planes, a desvelarse por esta persona en necesidad que apenas estaba conociendo.
Qué desafiante es esto. Cuán dispuesto estoy a sacrificar mi comodidad. Mi esposa fue operada de la mano izquierda y por unas dos semanas no podía hacer todo lo que normalmente hace. Incluso para cosas tan básicas como bañarse necesitaba ayuda. Debo confesar que no siempre estaba totalmente dispuesto a apoyar. Aunque ciertamente lo hice y lo haré, debo reconocer que a veces es un desafío para mí salirme de mi comodidad. Y me hace consciente de cuanto necesito la gracia del Señor en mi vida.
Cuarto, el buen prójimo está dispuesto a invertir sus propios recursos. Dice Lucas 10:35 Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”.
El samaritano no escatimo en invertir lo que fuera necesario para que este hombre necesitado recibiera la atención que requería. Dio su tiempo, sus manos y su dinero para aliviar la necesidad de su prójimo.
¿Cuánto estoy dispuesto a invertir de mis recursos para aliviar la necesidad de otros? ¿Cuando pienso en los recursos que Dios me da para administrar, tengo asignada una partida del presupuesto para el rubro de ayuda a otras personas?
Cuando recibimos un dinerito extra, en quién pensamos primero, en nosotros y nuestros deseos, o en aliviar la necesidad de otros.
Creo que esta Parábola nos confronta con la realidad de cuán malos prójimos somos. Cuan faltos de amor al prójimo estamos. Cuan centrados en nosotros mismos estamos.
Las buenas noticias, mis hermanos, son que un día el Padre envió a su hijo Jesucristo, y él en la obra de redención por su bendita gracia, rompió las convencionalidades sociales y siendo rey nació en un pesebre, estuvo dispuesto a ensuciarse las manos al hacerse hombre y vivir entre nosotros, sacrificó no sólo su comodidad sino su propia vida para que nosotros pudiéramos vivir para siempre y pagó con su sangre lo que nosotros no podíamos pagar, la deuda por nuestros pecados.
Como vemos, gracias a nuestro gran buen prójimo Jesucristo, es que hoy podemos estar aquí en una relación creciente con Dios. Amados, perdonados, transformados. Por eso decimos este día: Ser un buen prójimo es seguir las pisadas de Jesucristo.
Las palabras finales de Jesús al escriba fueron: Anda entonces y haz tu lo mismo. Y son las palabras que Jesús nos dice hoy. Habiéndonos amado, habiéndonos curado las heridas, habiendo pagado por nuestra restauración, ahora nos dice, así como has sido amado, así ahora debes amar a tu prójimo. Debes ser un buen prójimo como yo lo fui para ti.
Por eso, mis amados hermanos, al considerar este mes el tema de la justicia y la misericordia, tenemos que partir de la realidad de la gracia de Dios hacia nuestras vidas y que nos ha enviado a vivir de tal manera que reflejemos el carácter de Cristo hacia nuestro prójimo.
Ser un buen prójimo es seguir las pisadas de Jesucristo. Dios nos está dando cada día oportunidades cercanas y lejanas, para reflejar el amor de Dios hacia nuestros prójimos. Ya no nos distraigamos preguntándonos tecnicalismos como quién es mi prójimo que nos dejen pasivos y distraídos. Sino enfoquémonos ya en casos concretos, cercanos y lejanos, en los que como individuos, como familias, como grupos pequeños, como sedes o como iglesia de Cristo, podamos involucrarnos integralmente para la gloria de nuestro gran Dios.