Summary: Nuestra confianza no ha de estar puesta en nosotros, sino sólo en el Dios del pacto.

Intro. Cada vez que salimos de casa y nadie se quedará por un tiempo considerable, tenemos el hábito de resguardar en lugares que consideramos seguros aquellas cosas a las que consideramos de valor. En mi caso, normalmente, resguardo mi computadora porque es muy valiosa para mí por la información que conservo en ella. No tengo una caja fuerte o algo parecido en mi casa, pero hemos encontrado ciertos lugares que nos parecen menos accesibles a los ladrones. (Obviamente no revelaré mis escondites porque perderían su eficacia), pero el hecho es que seguramente como yo, tú también resguardas en lugares seguros las cosas que consideras valiosas.

Todo mundo lo hace. Ponemos dinero y objetos valiosos en cajas fuertes. Las empresas transportan sus valores en camiones blindados. Se construyen bóvedas de alta seguridad para evitar perder las cosas muy valiosas. En fin, todo lo que consideramos muy valioso lo ponemos en lugares que consideramos muy seguros.

No pondrías tu tesoro en una bolsa de plástico transparente o en una caja de cartón. Pero escucha lo que dice el apóstol Pablo con referencia al proceder de Dios con respecto a su tesoro del evangelio, 2 Corintios 4:7-10:

Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo.

Dios se complace en mostrar su gloria y gracia a través de usar vasos de barro, lo más frágil y vulnerable que te puedas imaginar, para guardar y preservar el tesoro del evangelio del Reino de Jesucristo.

Este mes en nuestra serie de sermones: Vasos de barro, estaremos resaltando este rasgo del proceder de Dios. La gloria de Dios se hace aún más evidente cuando los instrumentos que usa son frágiles, vulnerables, desechables y reemplazables. De este modo, no cabe duda de quién es la causa que los propósitos se cumplan y no cabe gloria alguna para la vasija sino sólo para el alfarero. ¡Cuánto más frágil el vaso, más gloria tiene el artista!

Iniciamos este día con el salón de la fama de los vasos de barro con un personaje muy conocido y estimado de la historia bíblica y me refiero a Abraham.

Algunos hablan de Abraham como el padre de la fe, porque sin duda su participación en la historia bíblica es preponderante y un referente frecuente. Es conocido por sus demostraciones de fe como cuando no le negó a Dios a su hijo Isaac para ser sacrificado y confió hasta el último momento al ser detenido de degollar a su hijo por instrucción del ángel del Señor, sacrificando en su lugar a un carnero que el Señor proveyó.

Este es el famoso Abraham, que recibió la promesa más hermosa de parte de Dios en Génesis 12:1-3.

El SEÑOR le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. »Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!»

Dios le promete a Abraham una tierra, le promete una gran descendencia, una gran nación y también una bendición. Esa bendición llegaría a toda la tierra a través de Abraham.

¡Esto es maravilloso! ¿Te imaginas que te prometieran estas cosas tan valiosas? ¿Qué más podrías pedir? Una tierra, una gran descendencia y una bendición que no sólo se queda contigo sino llega a todas las familias de la tierra.

Y Dios a lo largo de la vida de Abraham, no sólo le dijo esto una vez, sino se lo repitió y repitió en varias ocasiones y eventos. Porque aunque fue una promesa firme, el inicio de su cumplimiento tardó muchísimos años en llegar, y Abraham murió y no vio más que el inicio del cumplimiento de la promesa de Dios.

Pero Dios recalcó su promesa en varias ocasiones como por ejemplo cuando le dijo:

Génesis 13:14-16

«Abram, levanta la vista desde el lugar donde estás, y mira hacia el norte y hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. Yo te daré a ti y a tu descendencia, para siempre, toda la tierra que abarca tu mirada. Multiplicaré tu descendencia como el polvo de la tierra.

Génesis 15:5

—Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!

Génesis 17:4-8

Tú serás el padre de una multitud de naciones. Ya no te llamarás Abram, sino que de ahora en adelante tu nombre será Abraham, porque te he confirmado como padre de una multitud de naciones. Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones. […] A ti y a tu descendencia les daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán, donde ahora andan peregrinando. Y yo seré su Dios.

Como vemos, Dios estaba resuelto en cumplir su promesa a Abraham. No sólo se lo dijo una vez, sino en varias ocasiones se la repitió. No fue como nosotros que a veces le prometemos algo a nuestros hijos con la esperanza de que se les olvide, y si ellos no lo traen a colación, no lo volvemos a mencionar. Pero aquí tenemos a un Dios que cumple siempre sus promesas, a nuestro gran Dios del pacto.

Ahora bien, había un pequeño problema con todo esto. El problema era Abraham mismo. Esta gran promesa había sido depositada en manos de un pequeño, frágil, endeble, vulnerable, falible vaso de barro.

Para empezar Abraham tenía un trasfondo cultural pagano. El venía de la región de Ur de los Caldeos. De hecho, parece ser que es llamado del paganismo para adorar al Dios único y verdadero. A mi parecer no sería la persona más idónea para entregarle una promesa tan especial, pero el Dios de Gracia llamó a Abraham aunque era la persona más inesperada.

Para agravar las cosas, la Escritura nos aclara desde el principio en Génesis 11:30 que Sarai, la esposa de Abraham era una mujer estéril. ¿Cómo tendría una gran descendencia que heredaría toda esa tierra y sería de gran bendición para todas las familias de la tierra, si ni siquiera calificaba con lo más básico para iniciar el cumplimiento que era tener un hijo, un heredero que pudiera perpetuar a la familia?

La tensión se va agravando aun más porque los años pasaron y pasaron y la promesa fue incluso reiterada cuando tanto Abraham como Sara eran ya ancianos, de hecho, Sara hacía años que había entrado a la menopausia. ¿Cómo podrían tener un hijo? ¿Cómo se cumpliría la promesa de Dios si en términos humanos era imposible?

Aunado a todo esto, este vaso de barro, este hombre llamado Abraham, aun con todos esos actos heroicos de fe con los que se le recuerda, él seguía siendo un hombre de carne y hueso, un hombre frágil y limitado, un hombre que cometía imprudencias y faltas.

Por ejemplo, en dos ocasiones en escenarios muy parecidos dijo medias verdades con tal de salvar su pellejo. Dijo que Sarai era su hermana (cosa que era media verdad) y no su esposa, con tal de que las personas de esa región no lo fueran a asesinar para quedarse con la viuda. En ambas ocasiones, Dios los libró de malas consecuencias en su gracia.

También vemos a un Abraham y Sarai siendo impacientes y tratando ellos mismos de cumplir la promesa a través de medios humanos. Sarai entrega a su marido a Agar, su esclava, para que tuviera un hijo con ella y de esa manera tuvieran descendencia. Tomaron esta medida desesperada, que aunque culturalmente en esa época era aceptable, a la larga trajo muchas complicaciones a la familia. Nuevamente, Dios en su gracia, también tuvo promesas especiales para el hijo de la esclava. Pero no fue él el cumplimiento de la promesa.

Como vemos, la pauta de Dios aquí y en toda la Biblia, es poner tesoros en vasos de barro. ¿Con qué propósito? Para que el cumplimiento de sus promesas sean un despliegue de su gloriosa gracia y poder. En palabras de Pablo: para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros.

¿Cómo podía Abraham estar seguro de que Dios cumpliría su promesa? ¿Cómo nosotros podemos estar seguros y tener confianza de que Dios cumplirá todo lo que ha prometido?

En la misma historia de Abraham hay un evento que nos muestra al Dios de gracia y su determinación de realizar su plan en su reino y con su pueblo.

Consideremos lo que ocurrió en Génesis 15. Los versículos 7-8 nos dicen:

7 Además, le dijo: —Yo soy el SEÑOR, que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra. 8 Pero Abram le preguntó: —SEÑOR y Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?

Esta es una de las reiteraciones de la promesa y la pregunta de Abraham nos parece muy válida. ¿Cómo puedo estar seguro de que esto ocurrirá? ¿En qué puedo poner mi confianza? ¿En qué puedo descansar de que esto ocurrirá?

La respuesta de Dios, puede parecernos un poco extraña porque estamos alejados cultural y temporalmente del entorno en el que vivió Abraham.

Dice Génesis 15:9: El SEÑOR le respondió: —Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma.

Abraham entendió enseguida hacia donde estaba yendo la cosa. Estaba por juramentarse un pacto. Es como si hoy día te llevan ante un notario público y después de identificarte y leer el documento te piden que firmes en el libro de protocolo notarial, enseguida sabes que se está llevando a efecto un acto de trascendencia legal.

Cuando Abraham trae los animales, él sabe qué tenía que hacer para realizar el pacto. Debía partir los animales y así lo hace. Pone dos montones de pedazos de cadáveres de animales uno enfrente del otro. Y se encontraba muy cansado después de tanto esfuerzo que queda dormido por un momento. Y mira qué pasa cuando Abraham escucha a Dios hablar y observa los animales partidos en Génesis 15:17-18:

Cuando el sol se puso y cayó la noche, aparecieron una hornilla humeante y una antorcha encendida, las cuales pasaban entre los animales descuartizados. En aquel día el SEÑOR hizo un pacto con Abram.

Se acaba de sellar un pacto. ¿Cómo se sellaba el pacto? Cuando las dos partes que pactaban caminaban en medio de los dos montículos de animales destajados, y el significado de esto era que aquel que incumpliera las promesas del pacto, sufriera el mismo destino que esos animales. En ese sello las personas se automaldecían en caso de desistir de sus promesas pactadas.

Ahora bien, debemos recordar la pregunta de Abraham: ¿cómo sabré que se va a cumplir lo que has prometido? Y la respuesta de Dios fue sellar un pacto. Pero notemos bien, que aunque las dos partes pactuales debían pasar en medio de los animales, sólo una de las partes atravesó y sello el pacto. Abraham no se automaldijo al sellarse este pacto, sino fue sólo Dios quien pasó en medio de los animales en forma de hornilla humeante y antorcha encendida.

¿Te das cuenta? Dios, en su gracia, estuvo dispuesto a asegurar el cumplimiento de la promesa inclusive comprometiéndose al punto de la automaldición, con tal de hacer realidad lo prometido.

Y así fue como un pequeño y frágil vaso de Barro fue el instrumento para traer la bendición de Dios a todas las familias de la tierra. Al final de cuentas no fue Abraham, sino fue Dios mismo quien es el que cumple siempre sus promesas.

Abraham vio el inicio de su cumpliento cuando nació de manera extraordinaria y contra todos los pronósticos, su hijo Isaac. Pero Isaac, fue sólo el principio de la bendición, pues Abraham tuvo otro descendiente de incomparable importancia del cual nos habla el nuevo testamento en Mateo 1:1: Tabla genealógica de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham

Jesucristo, es el cumplimiento pleno de la promesa. Dios estuvo tan determinado en cumplir sus promesas que la segunda persona de la trinidad se hizo hombre entrando al linaje de Abraham, y habitó entre nosotros y vimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Y siendo Dios, no se aferró a eso sino que se hizo hombre y se entregó por nosotros en la cruz para pagar el precio de nuestra reconciliación, y resucitó al tercer día para ser el Señor, ascendió al cielo y desde ahí vendrá a juzgar a vivos y muertos. Delante de él se doblará toda rodilla de los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.

A través de su vida, muerte y resurrección, el hijo de Abraham, el hijo de la promesa, Jesucristo, nos ha hecho uno con el Padre, asegurando para sí una tierra nueva y un cielo nuevo, asegurando para sí un pueblo formado de toda tribu, nación y lengua; y asegurando para sí una gran bendición que llega a todas las familias de la tierra: El reino de Dios anunciado en el evangelio de Jesucristo.

Esta es la promesa de Dios cumplida en la vida, persona y obra de Jesucristo. Como vemos, Abraham no hubiera podido aportar mucho, es como tú y como yo, un vaso de Barro. Aunque es conocido como uno de los héroes de la fe, al final de cuentas, el verdadero héroe es nuestro Dios que se aseguró de traer el cumplimiento de su promesa a través del autor y consumador de la fe, que es Cristo el Señor.

Entonces, nuestra confianza no debe estar puesta en nosotros, nuestros recursos, habilidades y atributos, sino sólo en el Dios de poder y de gracia. Como Abraham, somos simples vasos de barro y se nos ha dado un gran tesoro que es el evangelio de Cristo

Somos vasos de barro, frágiles, falibles, endebles, vulnerables. Por eso, si sucede algo en y para el Reino de Dios a través de nosotros, es sólo por el poder de Dios. No esta en nosotros ni es por nosotros, sino sólo por es por la obra del hijo de Abraham, Jesucristo, el autor y consumador de la fe.

Por eso, este día decimos: Nuestra confianza no ha de estar puesta en nosotros, sino sólo en el Dios del pacto.

Así que reconoce que eres frágil, vulnerable, eres un vaso frágil, pero has creído y confías en un Dios fiel que siempre cumple sus promesas. En Cristo, todas sus promesas han sido cumplidas y podemos confiar nuestras vidas en él.

Sigue adelante, sigue confiando. No te impacientes. No te desesperes. Tú vida está segura en las manos del Dios del pacto con quien estás unido por la obra del Señor Jesucristo y que te ha sellado con la obra del Espíritu Santo para el día de la redención.

Mientras llega ese día, sigue confiando no en tus propias fuerzas y recursos, sino sólo en el Dios del pacto y vive cada día para su gloria.