La Pobreza de espíritu es una manera de penetrar en la oración, especialmente al principio.
La pobreza de espíritu no puede buscarse como conocimiento de uno mismo. Esta pobreza guarda siempre lo desconocido, es una cualidad elusiva. No puede ser simplemente un pensamiento acerca de nuestra indignidad ante Dios. Mucho menos una disposición de desaliento de lo que uno es. Al orar, debemos olvidarnos de nosotros mismos si es que deseamos dirigir totalmente hacia Dios nuestro deseo. Nosotros no dejamos atrás nuestra miseria si nos concentramos en ella. La ausencia de pensamiento en si mismo sugiere una mejor respuesta. Pero esto no debe convertirse en nuestra meta al orar. Vaciar nuestra mente de pensamientos no significa simplemente volcar nuesta atención en Dios. Si olvidamos el ‘yo’ al orar, es porque queremos a Dios y solamente a El. Sólo el más intenso deseo de Dios hace que nosotros silenciemos más ese ‘yo’, que ante Dios se vuelve más insignificante y más pobre.
Pobreza de espíritu no puede ser un asunto de reflexión trabajosa. No necesitamos investigar o analizar nuestra pobreza….Al contrario, nuestra pobreza interior del alma depende de una absoluta dependencia de Dios …..porque sólo otra mano puede liberarnos de nosotros mismos….[Pero esto pasará]…..Nuestra miseria atrae el amor de Dios de la misma forma en que la sonrisa de un pobre chiquillo llama nuestra emoción.
Es imposible aprender la pobreza de espíritu a través de lecciones rápidas y fáciles. No existe una disposición natural para ello. Sólo providencialmente, con frecuencia como resultado de eventos que ponen al descubierto una sentimiento de profunda soledad en el alma, puede ese empobrecimiento ser bien recibido y aún más ser atractivo. Tal vez suceda esto sólo entonces porque se reconoce a Dios de una nueva forma, suave en su toque, incapaz de aplastar lo que es pobre.
El pensamiento ansioso de que ese día venga, con sus hipotéticas posibilidades, puede siempre retornar a perturbarnos en un momento de oración. Y entonces nos encontraremos bajando la mirada hacia las aguas que parecíamos estar pisando poco antes con valiente abandono. Esta duda también debe pasar por el camino hacia una mayor pobreza interior.
....Hacemos muy bien en buscar la compañía del Tabernáculo. Aquellos que conocen a Dios más profundamente experimentan una atracción recurrente hacia El en la Eucaristía. Reconocen también su propia pobreza al orar ante Jesús Eucarístico porque la escondida divina apariencia levanta el velo que cubre la pobreza de su propia alma. Ante la presencia de esa divina pobreza, la propia del orante no intimida más. Intuitivamente lo atrae y aún seduce su amor.
La Pobreza de espíritu puede al principio entrar en nuestras vidas cuando aceptamos nuestra insignificancia dentro del ambiente en que vivimos. Debemos observar la acción de la divina providencia en cuanto a esto. Cualquier experiencia de sentirse abandonado, olvidado, no tomado en cuenta – si no consigue aislar el alma y esconderse interiormente— invita a reconocerlo. Nuestra poca importancia antes los demás puede combinarse con un reconocimiento fructífero. A medida que más desparezcamos de la atención de otros, la atención de Dios hacia nosotros será diferente.
“Una menor sensitividad hacia nosotros mismos fuera de la oración es fruto de una oración más profunda. Cuando la oración silenciosa llega a su fin y nosotros mantenemos los ojos lejos del ‘yo’, esto es una señal de que mejor nos damos cuenta de que nunca estamos solos, una verdad que es primero descubierta en la oración silenciosa.’
“El anhelo de desaparecer de nuestros propios pensamientos al orar es siempre en proporción al mayor grado de deseo de nuestra alma de ansiar a Dios….
...”¿Quién soy yo que para que la Madre de mi Señor venga a visitarme?......” (Lucas 1:43). Esta pregunta de Santa Isabel a María debe surgir en el corazón siempre que experimentemos un gran deseo de orar en silencio.”
“Padre, me abandono en tus manos. Haz de mí lo que quieras….Estoy dispuesto a todo; lo acepto todo.´ Una oración de abandono como la compuesta por Charles de Foucauld, no puede surgir sino de una mayor pobreza de espíritu. Un espíritu de abandono renuncia la autonomía, sacrifica el derecho de determinar sobre el futuro, mortifica el impulso de predecir o anticipar. Ofrece ciegamente a Dios los días venideros para dejar enteramente a El la elección. En resumen, es convertirse en pobre. Este desprendimiento de nosotros mismos es de seguro una condición necesaria para abandonarse a Dios, que no nos cancela nuestro poder de entregarle a El nuestras vidas, pero que no puede suceder sin una promesa implícita de no interrogar a Dios más tarde a que reconsidere su voluntad. En ausencia de cualquier conocimiento de lo que Dios pueda hacer con ese permiso abierto, esta oración repetida durante toda la vida puede ser una forma de muerte lenta, que en el plan de Dios será cumplida sin duda alguna. Esto es más fácil si nos damos cuenta de que abandonar nuestro control sobre el resto de nuestros días puede únicamente guiarnos a la felicidad.