Introducción
(Con la camiseta negra puesta) La semana pasada comenzamos la nueva serie de charlas, “Tengo La Camisa Negra.” La camisa negra representa nuestra condición; estamos perdidos, separados de Dios porque hemos pecado (nos hemos rebelado) contra Él. Sí, somos pecadores. Todos han pecado. No hay distinciones. No hay excepciones. Pero no somos pecadores porque pecamos. No somos rebeldes porque nos hemos rebelado. Pecamos porque somos pecadores. Nos rebelamos contra Dios porque somos rebeldes. Es nuestra naturaleza. Nuestra condición pecaminosa es el resultado del pecado de Adán y Eva, nuestros antepasados. Cuando ellos se rebelaron contra Dios y comieron del árbol prohibido la esencia de su naturaleza se transformó. Antes no conocieron el pecado. No habían experimentado las consecuencias del pecado. Nunca habían conocido la culpa por ir en contra de su Creador. Es que realmente eran inocentes, pero por su pecado, perdieron su inocencia. Después de pecar no querían hablar con Dios, ni siquiera verlo. Dios les advirtió que si comían de ese árbol, morirían. ¿Por qué? Porque el pecado los condenó a la muerte. Primeramente, murieron espiritualmente, lo cual significa que perdieron la relación más importante, su relación con Dios. Por su pecado ya no tenían acceso al Dios Santo. Ya no podían disfrutar esa relación como antes. El pecado los separó de Dios. Y finalmente los dos murieron físicamente.
Tal vez me preguntas, ¿qué tiene que ver esto con nosotros hoy en día? Todo, porque somos los hijos de Adán y Eva. Hemos heredado la misma condición pecaminosa. Por lo tanto, todos nacen como pecadores, privados de la gloria de Dios. Y por esta razón, todos llevan la camisa negra.
(Ponte la camisa roja) Sin embargo hay buenas noticias. Existe otra camisa. Es la roja. Nadie la merece por su condición, pero es para todos aunque no todos se la ponen. Dios la ofrece a cualquier persona. No importa lo que ha hecho. No importa el color de su piel. No importa su nacionalidad. No importa el tamaño de su billetera o de su cuenta bancaria. No importa su trasfondo. Dios ofrece la camisa roja a todo aquel que la pide.
Como la camisa negra representa el pecado, la camisa roja representa la única esperanza para el pecador: la sangre de Jesús. Jesús voluntariamente se entregó en nuestro lugar. Padeció lo que nosotros merecíamos y todavía merecemos. Merecemos la muerte porque no somos inocentes, somos pecadores. Pero Jesús derramó su sangre. Se sacrificó por nosotros en la cruz. El inocente murió en el lugar del condenado.
El Plan de la Salvación en medio de la Maldición
Les quiero hacer una pregunta. ¿Por qué Dios envió a Jesús al mundo para morir por nosotros? ¿Creen que de repente en ese momento reconoció la condición de la humanidad? ¿Creen que era una clase de reacción para rescatar a los pobres seres humanos? ¡¡No!! La verdad es que Dios desde el momento, e inclusive antes de la caída de Adán y Eva, tenía ese plan.
Quiero que miren en sus Biblias, en el primer libro Génesis 3. Leímos este pasaje el domingo pasado. Es la narrativa de la rebelión y las consiguientes consecuencias de Adán y Eva. Después de comer del árbol prohibido, Dios los confrontó. “Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? 10 El hombre contestó: Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí. 11 ¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? —le preguntó Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer? 12 Él respondió: —La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí. 13 Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? —La serpiente me engañó, y comí —contestó ella. 14 Dios el Señor dijo entonces a la serpiente: «Por causa de lo que has hecho, ¡maldita serás entre todos los animales, tanto domésticos como salvajes! Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. 15 Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón.»” (Génesis 3:9-15).
¿Escucharon el plan de Dios en medio de la sentencia? “Su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón” (Génesis 3:15b). La palabra simiente es supremamente importante porque se refiere a un descendiente de Adán y Eva, y esa persona aplastará la cabeza de Satanás. Esa persona es Jesucristo. Claro, Dios estaba maldiciendo la serpiente, pero tenemos que recordar que Satanás tomó la forma de la serpiente, lo cual significa que Dios también se refería a Satanás. El hecho de que las serpientes se arrastran por la tierra sobre su vientre es un recordatorio del plan de salvación de Dios. Además, el hombre en general mata las culebras, aplastan sus cabezas. Eso también es para recordarnos de lo que Jesús iba a hacer.
Fíjense ahora en la segunda parte del versículo 15. “Pero tú (la serpiente y Satanás) le morderás el talón.” ¿Por qué tenemos miedo de las culebras? Porque muerden. Pero a la vez es una imagen de lo que Jesús iba a sufrir para rescatar a la humanidad.
Desde el comienzo Dios tenía un plan de rescatarnos, un plan de salvación. Sabía que iba a enviar a Jesús, que Jesús iba a nacer de una mujer, que iba a vivir sin cometer pecado para en fin tomar el castigo que la humanidad merecía y todavía merece.
Jesús derramó su sangre para ofrecer salvación a todos los pecadores. Por lo tanto, es nuestra única esperanza. La sangre de Jesús contesta las tres pérdidas causadas por el pecado.
La Sangre de Jesús Contesta las Tres Pérdidas Causadas por el Pecado
1. La sangre de Jesús nos conecta con Dios
a. Nacemos separados de Dios porque el pecado nos separa de Dios. Hemos perdido la relación más importante. Ni siquiera tenemos acceso a Dios porque Él es totalmente santo. Mientras el pecado nos separa de Dios, la sangre de Jesús nos conecta con Dios.
b. “Recuerden que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo…sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo… 18 Pues por medio de él tenemos acceso al Padre…” (Efesios 2:12-13, 18a).
2. La sangre de Jesús nos libera de la esclavitud
a. Jesús dijo, “Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado…” (Juan 8:34). Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, perdieron su libertad. Se convirtieron en esclavos del pecado. Nosotros entendemos esto muy bien porque todo lo que hacemos, todo lo que pensamos está manchado con el pecado. Luchamos con hacer lo correcto, lo bueno. Intentamos a veces ser juiciosos, pero caemos en las trampas del pecado. Escucha como Pablo lo expresó. “…yo soy meramente humano, y estoy vendido como esclavo al pecado…Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero…¡Soy un pobre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?” (Romanos 7:14b, 18-19, 24).
b. Pablo reconoció su esclavitud. Deberíamos seguir su buen ejemplo porque el pecado nos ha esclavizado también. Sin embargo, hay buenas noticias. Pablo exclamó lo siguiente después de proclamarse un pobre miserable y después de preguntar ¿Quién lo podría librar? “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!” (Romanos 7:25). Reconoció que Jesús era su única esperanza.
c. La sangre de Jesús es la clave de nuestra liberación. Escuchen lo que Pablo dijo en una carta a una iglesia de aquella época. “Para alabanza de su gloriosa gracia, que nos concedió en [Jesús]. En él tenemos la REDENCIÓN MEDIANTE SU SANGRE, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de la gracia que Dios nos dio en abundancia con toda sabiduría y entendimiento” (Efesios 1:6-8).
d. Redención es el término que necesitamos resaltar del pasaje. Significa la liberación de la esclavitud o la salvación del cautiverio a través del pago de un precio o un rescate. Eso es precisamente lo que Jesús hizo por nosotros. Pagó el preció con su sangre para liberarnos de la esclavitud del pecado. El es el Emancipador, el Libertador, el Salvador. Mientras el pecado nos esclaviza, la sangre de Jesús nos libera de la esclavitud.
3. La sangre de Jesús nos da vida
a. En tercer lugar, la sangre de Jesús nos da vida. En cambio, el pecado nos condena a la muerte. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23a). Pero la segunda parte de ese versículo dice, “…mientras que [el regalo] de Dios es vida eterna en Cristo Jesús…” (Romans 6:23b). Es que Cristo quiere conceder vida. Por lot tanto dijo, “Dios no envió a su Hijo al mundo para CONDENAR al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es CONDENADO, pero el que no cree ya está CONDENADO por no haber creído en el nombre del Hijo [único] de Dios” (Juan 3:17-18).
b. Pablo dijo, “Por tanto, así como una sola transgresión causó la CONDENACIÓN de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que DA VIDA a todos” (Romanos 5:18). ¿Cuál era ese acto de justicia? EL SACRIFICIO SANGRIENTO DE JESÚS EN LA CRUZ.
Conclusión e Invitación
¿Te has puesto la camisa roja? ¿Has experimentado el poder de la sangre de Jesús? Si no, te cuento que hoy mismo puedes tomar el paso de fe. La sangre de Jesús te puede conectar con Dios de nuevo. Te puede liberar de la esclavitud del pecado. Y te puede dar vida. El paso de fe que necesitas tomar es creer. Creer en él que derramó su sangre para ti. Juan 3:16 dice, “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo [único], para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.”
Si te has puesto la camisa roja, quiero que tu entiendas que Jesús compró tu redención con su propia sangre. Eras esclavo del pecado, pero te emancipó. Él es tu Salvador. “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa SANGRE de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pedro 1:18-19). ¿Estás viviendo tu vida de tal manera que refleja eso? Tal vez te has puesto la camisa roja, pero andas con la camisa negra encima. ¿Por qué no hablas con Dios ahora y le pidas perdón?